Tuesday, December 21, 2010

Tres chicas en la bañera

Tres chicas como siempre; es el número exacto de mujeres que me gusta tener dentro de la bañera, una frente a mí, y las otras dos a mis lados, cubiertas de espuma, con pieles mojadas y resbaladizas como cuerpos brillantes de sirena, un poco alcoholizadas y echando risotadas locas que hacen eco y se mezclan obscenamente con el vapor, Me gusta sentir las piernas y los pies de la chica de enfrente y poder tocar a voluntad a las chicas de mis lados mientras bromeamos todos juntos; me gusta besar a las tres al mismo tiempo y hacer con ellas lo que se me venga en gana. Igual me da que sea la primera vez o la última que las veo, se trata tan sólo carne y huesos que al final de cuentas sirven para mi satisfacción sexual y sí señor, mi bienestar espiritual; las nalgas firmes y bien redondas, los pezones en forma de aureolas morenas sobre grandes y benditas tetas, los cabellos largos embadurnados con esencias florales (baratas o no), los ojos con pestañas de cascada tropical, los labios suaves y carnosos sirviendo de cojines a dientes blancos y finos, y por supuesto las vaginas grandes, peludas o rasuradas y tan calientes como frutos exóticos y maduros ablandados por el calor del sol; todo eso, sí señor, es mi religión. Ginecoteísmo se podría llamar, la religión de la adoración al cuerpo de las mujeres. Soy rico, y si tengo dinero de sobra prefiero gastarlo en mujeres; en mis mujeres podría decir, porque a pesar de que las tengo tan sólo por una o varias noches, mi posesión sobre ellas llega a veces a ser absoluta, casi infinita. De vez en cuando se me ocurre pensar que no sólo sus cuerpos me pertenecen, sino también sus almas, como si yo fuera un gran y sobresaliente demonio dueño de sus más íntimos deseos, no un pobre diablo, no señor, sino un diablo rico, famoso y contentón; En los dominios del Infierno yo sería un demonio bien acomodado, uno popular y respetado, y aquí en los dominios Venezolanos, que no distan mucho de ser como los del Infierno, me haría llamar Don Diablo, oiga usted, si para muchos no fuera tan cínico u ofensivo el término. Soy pues, un demonio Ginecoteísta, y si soy un explorador del objeto de mi propia alabanza, “Gineconauta” se me podría llamar también. Y bien, el otro día estando en el clímax de otra de mis continuas alabanzas a las tres chicas ahí dentro en la bañera, las hijas de doña Esperanza y la mulata grandota, aquella mesera del bar de don Agustín, alguien debió de quitar, a propósito o por accidente, el tapón de la bañera; Quizá fue una mala broma de algún ángel de tercera queriéndome quitar la diversión por envidia de lo que él no podía disfrutar, quizá fue el mismo Satanás que siendo el presidente de su propia compañía se hartó de verme gozar. El agua comenzó poco a poco a irse por aquella tubería, y al percatarnos de lo que estaba aconteciendo lo tomamos más que como interrupción de nuestras actividades carnales, como diversión y aliciente de la excitación que sentíamos al quedarnos poco a poco desnudos y ante la vista de los otros tres en una bañera vacía. Chapoteamos y salpicamos, gritamos y brindamos aún más mientras el agua poco a poco se iba, pero ¡ay las mujeres latinas!, podrán cometer las indecencias que quieran, pero aún así, les seguirá dando pena que otras mujeres las vean completamente desnudas; serán complejos, será inseguridad a que la otra les conozca sus secretos, así que poco a poco, tanto las hermanas como la mulata, aquella del bar de don Agustín, hundían sus cuerpos en el agua que sobraba con el propósito de esconderse y ser las últimas en mostrar sus tetas al aire y finalmente sus cuerpos completamente desnudos y desprotegidos. ¡Válgame dios!; o bien, si me precio de ser un demonio, ¡válgame entonces Satanás!, quien debe de ser como el dueño principal de la hacienda infernal, que el agua había llegado a un nivel muy bajo y yo aún seguía sin poder ver los cuerpos de las muchachas; veía si, sus cuellos y sus cabezas, pero sus expresiones, gestos y palabras iban, al descender el nivel del agua en la bañera, poco a poco disminuyendo; Comencé a hablarles y a recibir respuestas vagas, como distantes, como apagadas, y poco después respuesta alguna; comencé a gritarles, intenté sin éxito alguno jalarles los cabellos para ver si los cuerpos salían del agua, pero no sentía sus cuerpos debajo del agua y no podía ver ni una rodilla, ni un codo que sobresaliera de la superficie, fue entonces cuando me comencé a alterar demasiado, si el agua estaba saliendo por la tubería, la bañera se estaba llenando de nuevo del sudor que a litros me chorreaba, Pensé que las chicas se estaban yendo por el caño, busque alteradamente en lo que quedaba de agua en la bañera manoteando y estirando hasta mis pies y piernas frenéticamente en busca de alguna pierna, de algún brazo, de cualquier indicio que me hiciera saber que ahí había alguien, busqué finalmente entre la espuma y algunos juguetes para darles placer a las muchachas el tapón de la bañera, pero cuando lo encontré ya era demasiado tarde, el agua se había ido completamente y tan sólo quedaban sobre la superficie vacía de la bañera tres cabezas inertes; No había sangre, no había flujo alguno que emanara de esas cabezas sin vida, y al enjuagar la espuma con las manos temblando y con la ayuda del agua de una pequeña manguera me encontré con los cortes de las cabezas perfectamente delineados y cauterizados, como las cabezas de alces y venados que cuelgan de las paredes de la casa de don Gutiérrez; yo creo que fue ahí cuando perdí completamente el conocimiento; Al despertar en el hospital me encontré esposado de manos y pies, rodeado de policías, de gente conocida y desconocida que me llamaba desgraciado, malparido, asesino, y que me preguntaba qué había hecho con ellas; nadie cree en lo que vi y en lo que ahora les comento; A pesar de todo, de que no las favorecí directamente con algún presente o mostré de alguna forma mi gratitud hacia ellas, yo amaba a esas chicas, eran el objeto de mi alabanza y adoración; sí señor, las dos hijas de de doña Esperanza, y la mulata grandota, aquella mesera del bar de don Agustín.

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