Thursday, December 12, 2013

Jazmín y la lámpra maravillosa

La muy puta de Jazmín, que durante una noche de extremo calor mientras dormía dijo entre sueños y entre sábanas de satín que se cogería al fakir sobre una cama de púas. Su mano bien firme sobre el miembro de Aladín. Éste entredormido no la había escuchado, o no la había querido escuchar; pero su mano dormida se las había arreglado como serpiente que se desliza entre la hierba para buscar su miembro y con fuerza envolverlo, apretarlo, poseerlo. Y de su boca la tibia saliva que hubiera servido para escupirle y lubricarlo o para llevarse un chorro al culo y prepararlo, chorreaba descendiendo por sus mejillas hasta mojar la sábana mientras balbuceaba ordenanzas obsenas de ser penetrada. Ella sabía muy bien donde guardaba él la lámpara. Este Aladín hijo mío es de character débil había dicho una vez su madre, Aladín había recordado su infancia por un segundo mientras Jazmín lo tenía bien sujeto del palo y deliraba. El muy pendejo se había creído que no sólo había escondido bien la lámpara sino que no había razón alguna para que nadie, y mucho menos su fiel y amada esposa Jazmín la buscara. ¡De ninguna manera, esa lámpara está bien segura! Se había mentido él mismo. Tendrá que crecer y aprender a las malas a su madre en su cabeza. ¿Acaso no lo tenía ella todo? ¿No vivía ella en un palacio de dimensiones exacerbadas y colmada de lujos indescriptibles? ¿No tenía en su jardín la colección de todas las flores de la India y de más allá? ¿ Y los perfumes más exquisitos, las alhajas más caras y deslumbrantes y decenas de súbditos a su completo servicio? La muy puta de Jazmín, que a los 9 años se untaba miel en la vagina para que una cabra pequeña la lamiera. Ya te lo decía tu madre Aladín, Para una princesa como Jazmín la ambición jamás es suficiente, siempre hay algo más que deba ser poseído, algún territorio más que deba ser explorado, un alma más que deba ser capturada por su belleza. Y tanto es así que un día que Aladín había salido de cacería a los lejanos bosques del sur del reino Jazmín había entrado a la habitación donde estaba la lámpara, y la curiosidad mató más que tan sólo a un gato, la llave de plata ya estaba entre sus tetas espolvoreadas con brillantina dorada. Sabía perfectamente dónde estaba. La muy puta de Jazmín, que a pesar de no haber cometido adulterio organizaba orgías entre doncellas y guardias y desde un balcón veía y se masturbaba. Abrió con facilidad el cerrojo y ahí la vió envuelta, en el mismo trozo de seda con los patrones de elefantes blancos y rojos que recordaba a la perfección, la sacó con cuidado evitando cualquier tipo de roce con el fin de no anticipar la salida del genio. La caída del Sol, el retorno de Aladín a palacio, sus ayudantes que al bajar se hacen cargo de su caballo, lo hacen descansar, lo limpian, lo alimentan. Y Aladín que extenuado se quita de una a una las herramientas de cacería. Jazmín, ¡querida! y Jazmín que no contesta. Dónde se ha metido, no lo sabemos señor, pero la vimos hace no más de dos horas entrar a la habitación principal. ¿Querida, Jazmín, estás ahí? los pasos acelerados de Aladín, Es un muchacho muy noble, temo que me lo van a lastimar, y Aladín que la puerta está cerrada, que no me contesta, ¿se habrá hecho daño? Dos de sus guardias más cercanos le ayudan a forzar la cerradura de la puerta. ¡Jazmín, Jazmín!, el cerrojo de la puerta que finalmente cede y una cortina blanca y larga que ondea suavemente con el viento que entra por la ventana. Por acá señor, detrás de la mesa señor. Y el guardia cubriéndose la boca y mirando al suelo. Aladín y sus piernas que flaquean. Jazmín tirada en el suelo completamente desnuda, las piernas abiertas y con la punta de la lámpara bien encajada en el coño. La muy puta de Jazmín, que después de tomar la lámpara y colocarla suavemente en el suelo se había quitado el velo, luego la túnica y demás prendas interiores, también la manta de seda que cubría sus partes más íntimas, las que sólo conocía Aladín, y alzando la lámpara había visto su hermoso cuerpo reflejado en su superficie metálica. ¿La puerta estaba bien cerrada? sí, bien y firmemente se aseguró. Y primero el reflejo de su cara, distorsionada por el metal pero también por un deseo extremo, más abajo el reflejo de sus senos perfectos, luego su ombligo, ahora pequeño como un puntito y ahora más grande como una rodaja de naranja. Juega con el reflejo de la lámpara Jazmín, como la inocente niña que no eres. Después sus pelos ensortijados, de los que una vez había cortado unos cuantos y se los había hecho llegar en un sobre a su guardia favorito. Se había recostado boca arriba y se había insertado la punta de la lámpara en el coño, las piernas bien abiertas, y su sexo chorreando líquidos calientes, como un géiser de magma incandescente. Frotó la lámpara y liberó al genio al interior de sus entrañas. Una esencia vaporosa y fría, tan fría que parecía líquida y tan líquida que parecía eléctrica. Cientos de miles de deseos hechos realidad al mismo tiempo en su coño, un colmillo de elefante embistiendola fuertemente, las lenguas de 5000 bestias felinas lamiéndole el clítoris, el poder de una cascada entera cayéndole sobre la vagina. La lámpara maravillosa, el miembro viril por excelencia, y sus ojos se llenaron de lava, y una estrella explotó en su clítoris derritiéndolo como un bombón al fuego. Los ojos en blanco por dos, tres, cuatro, diez segundos, los ojos en blanco por siempre. Días después de que Aladín desapareció fue necesario frotar la vagina del cadáver como si fuera la lámpara misma para liberar al genio de sus entrañas, al parecer el genio se rehusaba tajantemente a salir en esta ocasión de ahí.