Tuesday, December 21, 2010

Mierda

En una cantina se coleccionan latas de cerveza con su contenido previamente enfriado al gusto de los clientes, el objetivo es vender el contenido y desechar las latas, en una tarde normal se pueden vender alrededor de trescientas cervezas, Si hacemos una división perfecta serían una por cabeza para trescientos hombres, para trescientas cabezas abrumadas por una vida miserable, Pero si hacemos más caso a una división realista, serían diez cervezas repartidas entre treinta briagos, tipos que como Fernando González pasan la mayoría de sus tardes ahí, en la Vengadora, cantina dedicada a la pasión que tiene el ser humano por recobrar lo que una vez se perdió, ya sea algo tangible, como la tierra o alguna mujer, o algo abstracto, como el honor y la victoria. Fernando González por su parte, ingiere en su departamento algunas cervezas adicionales y colecciona los cadáveres de las cervezas, bebe la fría alma alcohólica y conserva, en un completo desorden, las latas vacías. Las podemos ver en el suelo donde derramaron sus últimas gotas de vida sobre la alfombra podrida y apestosa, están sobre los muebles inventando nuevas montañas y valles sobre la geografía nacional, las hay en todas las recámaras, habitaciones y peldaños, también en receptáculos, escondrijos, grietas y fallas en la construcción, una está ahora mismo sobre su panza balanceándose mientras Fernando ronca ruidosamente frente al televisor prendido. Son ya las 3 de la mañana y la lata y el televisor son los únicos seres que se hacen compañía. Los gatos de la calle se pelean y la Luna dibuja sombras que cambian lentamente en el suelo del apartamento de Fernando. En sueños Fernando quiere cagar, pero por flojera no se atreve a despertar, sueña que ya vació su intestino grueso, que ya se libró de todo el contenido que ahí se empuja y burbujea produciendo múltiples gases tóxicos, sueña que no tiene más que subirse el pantalón y abandonarse al alivio de estar nuevamente vacío. Pero las ganas vuelven de nuevo, la congestión intestinal insiste en hacerle entender a una bestia dormida que es necesario abrir el esfínter para desalojar lo que si se quedara podría terminar por explotar. Finalmente Fernando abre los ojos y reconoce el derecho que su esfínter tanto reclama, el de descansar también, dejar de apretar tanto todo el tiempo y sostener todo ese peso por sí sólo. Fernando se levanta y pesadamente camina hacia el baño, prende la luz, levanta la tapa, se baja el pantalón y con dificultad acomoda el enorme culo en la taza. No hay cuenta regresiva, el esfínter tan sólo cede y libera el excremento, Se puede pesar si se desea, serán dos kilos o dos kilos y medio. Se puede analizar si es necesario, cargas y cargas de comida rápida, hotdogs, hamburguesas, pizzas y pastelillos, frituras de procedencia extraña y comercial, todo revuelto con litros de cerveza y flotando en la taza del baño. Limpiarse bien el culo es tan sólo una opción para los maricones, los hombres de verdad apenas y se lo sacuden, Eso sí, la palanca tiene que jalarse como lo haría un buen marino, y dejar el escusado listo para la siguiente cagada. Fernando regresa a dormir. La panza vacía es ahora una realidad y lo sueños dejan de atormentarlo. El cuerpo bruto descansa sobre la cama, Primero hay que alzar el cobertor para arrojar las latas de cerveza al suelo y poder descansar bien, es necesario, tantos días de desempleo pueden ser muy agotadores.

A pesar de las tragedias la noche pasa también y Fernando despierta a medio día, está listo nuevamente para hacer dos o tres llamadas telefónicas, quizá para encontrar trabajo, quizá para charlar con viejos amigos de la Vengadora. El periódico en donde recarga el pesado dedo en medio de un círculo rojo señalando una opción es de hace tres semanas, y las ganas de cagar se anuncian nuevamente. Un paquete de cacahuates enchilados ha empujado a una nueva carga de mierda, es necesario arrojar nuevamente lo que al cuerpo no le gusta. El procedimiento que ocurrió hace ya casi diez horas se repite. Caminar pesadamente al baño, arrastrar los pies, llegar a la taza y levantar la tapa. Algunas veces cuando algo es extraño uno tarda en entenderlo unos cuantos segundos. La mierda de la madrugada anterior está ahí, esos dos kilos de apariencia heterogénea están aún flotando en el agua del escusado y burbujeando. Fernando está seguro de haber bajado la palanca, podrá no limpiarse el culo pero la palanca siempre se baja, es costumbre de buen marino. La mierda flotante es definitivamente la misma, aún se puede reconocer incluso, un pedazo de tomate del tamaño de un pulgar. Quizá no había agua, quizá el tubo la mandó de regreso por algún tipo de efecto físico aún no explicado por los expertos en escusados. Y bien, la palanca se jala nuevamente, a veces es mejor actuar que detenerse a pensar, de cualquier forma a Fernando el pensar nunca se le ha dado, incluso tiene problemas para pronunciar correctamente el verbo. –pensal, pensal- Hay que juntar la lengua con los dientes niño Fernando. –pensal, pensal- Aún recuerda los ejercicios de “R con R cigarro” y “Rueda que rueda el ferrocarril” que las monjas lo ponían a hacer y que nunca pudo hacer del todo. La nueva descarga de mierda está lista, el culo en posición y el esfínter lanza mierda a presión y chorrea los residuos, Ahora son más líquidos, más mezclados con alcohol, Va a ser necesario salir hoy a alguna tienda de 24 horas para poder comprar algo de comer. Y si volteas, la encuentras ahí, la nueva mierda flotando con excesivo orgullo, con honor de mierda valiente y marina, parte de sí, incluso salpicó las nalgas de Fernando. Y qué importa subirse el pantalón así. Lo que uno trae de dentro bien lo puede traer de fuera. Quiero que te levantes y camines, Fernando se ordena a sí mismo, quiero que te des la vuelta, mires de fijo al escusado y bajes la palanca, quiero de que te asegures de que la mierda ya se fue, ya no está, desapareció por las entrañas de porcelana del escusado, Además quiero que te esperes un minuto después, para ver si de nuevo regresa, para ver si la garganta del escusado la vomita. Todo está bien, puedes regresar a ver la tele mientras yo descanso un poco y quizá preparo una carga nueva de mierda para al rato.

Fernando camina por la calle de noche cubierto tan sólo por su bata de baño, la de siempre, la del agujero en el costado por donde le entra el viento a congelarle las bolas. En su mano un billete arrugado y mojado de sudor y cebo resiste su prisión y sólo desea ser liberado, ser entregado al fin al empleado de la tienda de 24 horas y acomodado en una cómoda caja registradora. La panza ya burbujea excrementos ácidos de nuevo, y una nueva carga de hotdogs, pastelitos, frituras y gelatinas, todo debidamente bañado en algunos litros de cerveza son tragados en un instante. La mezcla, como siempre es bien heterogénea porque casi no se mastica, En tiempos de guerra es mejor mantenerse inconsciente, Tan sólo viviendo para tragar y cagar, para dormir y pedorrearse, para escupir cuando la saliva ahoga y para untar mocos en la pared o intentar lanzarlos por la ventana. La televisión es mi mujer, y no necesito coger con ella, pues para eso tengo manos. Después, dormir es necesario. Los restos de semen se pegan después de estar en el exterior algunas horas, las manos con los pelos de la panza y la reata. Quién podría negar las cualidades adherentes propias del semen. Se podría pegar un ladrillo con otro con la cantidad suficiente. El escusado desde el cuarto de baño llama insistentemente a Fernando. Sus entrañas necesitan ser nuevamente alimentadas de mierda, su garganta cubierta de meados de alcohol. Ven y muéstrame el culo gordo nuevamente y tírame encima la peor de tus cagadas. Fernando ya está ahí, dispuesto a cumplirle su deseo al escusado. Levántame primero la tapa, te tengo una sorpresa. Seis kilos de mierda están aquí, la anterior y la anterior de la anterior. La del gran pedazo de jitomate y la de las incrustaciones de cacahuate. Juntas y revueltas, mostrando nuestra pestilencia de dos días atrás. Pinche marinero gordo, que no puedes asegurarte de jalar la palanca. Pero Fernando está seguro de haberla jalado e inspeccionado personalmente que no regresara. Malditas tuberías, debe de haber algo de viento en ellas a presión que me rebota la mierda de nuevo al escusado. Una vez más la palanca es jalada y la mano gorda de Fernando permanece ahí hasta el fin de la carga de agua del escusado. La mierda se va una vez más, en el escusado no hay más que agua esperando a recibir un gran pastel de mierda con múltiples pedazos de pepperoni. Pero Fernando caga intranquilo, sus manos tiemblan de coraje y su rostro está cubierto de sudor seboso. La mierda tarda en salir, pero al ser el esfínter por fin relajado se arroja con precipitación a su purgatorio, la cámara que la llevará al infierno de las cloacas de la vieja ciudad. Quiero pensar que no te vas a rendir Oh marinero valeroso, quiero pensar que mañana mismo iras al sótano a averiguar qué es lo que está pasando con las tuberías, y si encuentras algún desperfecto demandarás al dueño del edificio, aunque le debas tres meses atrasados de renta. Quiero saber que me vas a asegurar que tu baño está limpio, esta vez sí, que la mierda no puede salirse con la suya. González jala la palanca y se deshace de su nutrida mierda. En diez minutos la mierda no regresa.

El sótano casi por definición no es un lugar limpio, los múltiples objetos, alguna vez utilizados múltiples veces y después abandonados como puta después de ser cogida permanecen unidos, quizá como planeando una futura venganza para aquellos que los enclaustraron en el oscuro rincón que supone un sótano. Para hacer la desgracia aún más grande, cientos de bichos desgraciados, los que no se alimentan de hierbas, flores o su néctar, sino los que corroen desperdicio, devoran materia pútrida y a otros bichos en descomposición se posan y hacen de todos los objetos olvidados una vivienda cómoda y abominable, donde meter la mano por un segundo sería objeto de una picadura, si no venenosa por lo menos ardiente y dolorosa. Las tuberías de las cañerías del edificio son las únicas voces presentes aquí. Hablan de litros de agua revuelta con mugre, jabón y pelos que bajan apresuradamente hacia las cloacas, hablan de pasta de dientes y sangre de encías malsanas revueltas con enjuague bucal, hablan de aguas mezcladas con grasa y alimentos putrefactos, y por supuesto, hablan de incontables mierdas de incontables personalidades, entre las cuales se destacan por grotescas siempre las de Fernando González. Éste, que a verificar el óptimo desalojo de sus mierdas ha bajado, sostiene una lámpara con su mano izquierda y con la derecha abre su camino entre telarañas y alambres malparidos que en su enredo buscan rasgar alguna piel delicada. Las tuberías que bajan de su piso son localizadas y González advierte aparentemente que todo está en orden. Hay un par de goteras, pero las tuberías suenan huecas, evidencia de que no están tapadas, y si el intendente del edificio, al que González pidió apoyo, jala la palanca de su escusado, inmediatamente suena el agua descendiendo por la tubería y llegando a la vía principal que es el drenaje público de la ciudad, Es imposible que regrese doce metros hacia arriba, y mucho menos si el agua va acompañada de un par de kilos de mierda consistente. Las gracias son dadas al intendente de mala gana, De qué hay que darle las gracias a alguien que es un poco afeminado. Y bueno, el escusado se ve bien y es hora de ver unas cuantas horas la televisión, Un bueno marinero no puede ser sin saber todo lo relacionado a football, autos y máquinas en general.

Los cerdos a veces duermen y sin darse cuenta cagan entre sueños al mismo tiempo, al despertar se encuentran hundidos en su propia mierda, la cual, muy lejos de provocarles repulsión les produce apetito, por lo que enseguida arremeten contra ella a lengüetazos ávidos de limpiar la más mínima partícula de materia fecal. Con formato de gran chorizo, con color de chocolate negro y con olor que Dante describiría como azufre diabólico la siguiente mierda de González está ya en posición de salida. El esfínter ya está chorreando un poco de la materia y las bacterias encargadas de la putrefacción de la mierda se aglomeran y se reproducen a millones en cuestiones de segundos. Entre el ano de González y su pantalón hay ya una marca notable de la necesidad que lo acongoja, Aún entre sueños, González reprime la necesidad buscando inconscientemente la posición adecuada para recargar el más peso posible sobre esa parte de su cuerpo con el fin de taponar la solución que está al borde, pero al igual que una manguera que con el pulgar se oprime para que el agua salga a presión, la mierda de González se dispara hacia los lados y mancha por igual tela y nalgas. La mano izquierda de González puede estar perfectamente despierta aunque él se encuentre aún dormido, la derecha lleva siempre el control de la televisión, y como si tuviera prisa de deshacerse de lo que al resto del cuerpo le molesta se inserta en la parte posterior del pantalón, y con los dedos más largos, que son los tres de en medio, remueve la mierda y la saca del pantalón, luego reposándose sobre el brazo del sillón la mano autónoma de González descansa a pesar de estar casi enteramente embadurnada de mierda. González ronca profundamente, y descansa mejor, como si inconscientemente se hubiera librado de una mosca zumbando una y otra vez en su peludo oído, parándose una y otra vez en su sebosa frente. La mierda sobre la mano se seca y queda como una pequeña costra que se ha formado después de varios días sobre una herida. Al despertar, González mete automáticamente su mano izquierda en un tazón de cacahuates enchilados y tomando un puño se lo lleva a la boca y lo devora, hay una pequeña costra, quizá sea chile pegado, y con los dientes González la arranca y se la come, Jamás sabrá que a veces mientras duerme come mierda.

El cuarto de baño es la única habitación en el departamento de González que tiene la luz encendida, Recién despierto es difícil divisar las formas y los colores de las cosas, la luz simplemente ataca las pupilas y ciega la visión, Los ojos se tallan y uno reposa mientras aún se escuchan los comentarios de media noche sobre la jornada deportiva que se despiden de la televisión. González recuerda repentinamente su problema con el escusado, y olvidándose del pequeño mareo que produce el levantarse repentinamente después de muchas horas de estar en reposo, y de la sensación de aturdimiento que causa la luz segadora de una lámpara brillante camina directamente hacia el escusado y lo encuentra en un estado muy similar al de los volcanes en erupción. El escusado chorrea hacia todos los lados la mierda contenida que también burbujea y podría jurar, despide ciertas fumarolas de azufre y putrefacción. Se distinguen las personalidades de las mierdas anteriores, González no puede estar equivocado, ahí está la del jitomate, revuelta con la de los cacahuates y la del formato de chorizo, ahora se han duplicado, triplicado, revuelto y quizá cobrado vida, el chorreadero es general y la mierda salpica groseramente ante la cara de González ya salpicada con lava orgánica y pestilente. La mierda ha llegado al suelo y es necesario limpiarla antes de que llegue a la alfombra de la sala. González contiene el avance de mierda con un montón de latas de cerveza que acumula a su paso a manera de diques, pero las latas pronto ceden y comienzan a ser arrastradas por la mierda, Es necesario pararse en ella, sobre la mierda misma y avanzar hasta el epicentro del desastre, el escusado se jala y la mierda se va a medias, el salpicadero es realmente nefasto, La cara de González escurre ya mezclas de sudor seboso y mierda putrefacta que incluso ha llegado a alcanzar sus labios, El escusado se jala nuevamente y la mierda retrocede un poco, por lo menos ya no chorrea fuera de la taza, ahora sólo falta repetir esta operación un par de veces más y limpiar la superficie del suelo del baño que fue dañada. Esto hay que hacerlo solo, a nadie se puede pedir ayuda a las dos de la mañana. Un par de horas después González termina rendido, extremamente furioso y desesperado, La limpieza del baño y el escusado es el ejercicio más pesado que González ha hecho desde hace varios años, En la regadera caliente se remueve con asco la mierda pegada a la cara y a todo el cuerpo en general, la ropa sucia fue tirada ipso-facto por el cubo de la basura, y González se encuentra completamente desnudo y completamente impotente bajo el agua que ahora cura su malestar. De rodillas González llora amargamente, y una imponente soledad lo invade de forma mucho más contundente que la mierda a su baño.

Es la primera vez en cinco meses que González no se queda dormido en el sofá frente a la televisión prendida sino en su cama. Aún tiene la bata de baño puesta y boca bajo sobre la colcha de su cama y entre latas de cerveza babea tranquilamente, Sus ojos están abiertos, pero sólo se muestra al exterior una superficie blanca y con pequeñas venas demasiado dilatadas. Acabó rendido y ahora sus fuerzas parecen poco a poco regresar. Incluso se apagó el televisor, quizá en alguna hora de la noche en que nadie se dio cuenta, se fundió algo en el interior y simplemente dejó de funcionar, Ahora el sonido viene tan sólo de fuera, de los pájaros en plena construcción de nidos, de los niños en plena carrera de bicicletas, de las señoras en plena discusión sobre el aumento de los precios. Duerme Oh González una media hora más, cuando por fin te levantes y sientas al poner los pies en el suelo un líquido viscoso que llega hasta diez centímetros sobre tus tobillos. Aún babea González y no sabe que su pequeño departamento es una piscina de mierda con latas de cerveza flotando en vez de pescados muertos, Un dolor estomacal le previene sobre la necesidad de ir a cagar, y la necesidad de ir a cagar, a su vez de un pavor inconcebible sobre la situación de su retrete. Por fin pone González sus pies en el suelo y nota la mierda que lo rodea.

Hay un niño de ocho años sentado en la banca de un parque, sus ropas son en extremo elegantes y caras, trae el cabello engomado y los dientes limpios, blancos y brillantes, sus uñas son cortas y bien delineadas y sus zapatos son negros y en perfecto estado de lustre y aseo general. El pequeño niño trae en la mano izquierda un pañuelo y en la derecha un helado que come con tanta delicadeza que pareciera que nunca se lo va a acabar, después de cada lamida limpia sus labios y el contorno del helado por donde podría chorrear y manchar su elegante y limpia ropa. Frente a él un grupo de niños juega con una pelota, Al niño del helado no le está permitido jugar con ellos, En un principio el no poder jugar con los otros chicos de la cuadra le causaba una cierta desesperación, pero ahora ya se ha acostumbrado y le basta con estar sentado y comer de su caro y fino helado. Un par de niños comienzan una riña, el de la pelota argumenta que le pertenece a él y el otro, un poco más grande desea tan sólo quitársela. En el jaloneo la pelota cae, y con la finalidad de que el pequeño no la alcance, el chico grande la patea con todas sus fuerzas. El helado ya está deshecho sobre la ropa del chico que tranquilamente lo comía, la tierra sobre la que ha caído a causa del pelotazo se ha pegado también a su fina vestimenta, y su cara está completamente llena de tierra. Los demás chicos tan sólo se burlan y se van olvidando incluso la riña anterior. El chico del helado se levanta y corre a su casa, al llegar y tocar la puerta la madre lo recibe y le voltea la cara de un palmazo en el cachete. Cuántas veces te he dicho que no te ensucies, eres un chico cerdo, eres un asco de niño, no te quiero aquí, lárgate con esas bestias de los chicos de la cuadra. Y no puedes volver hasta que traigas esa ropa bien limpia, Pero que quede claro Fernando.

Dicen que antes de caer por las escaleras Fernando González gritó desquiciadamente, gritó hasta que sus pulmones chorrearon ácido sulfúrico, Con la mierda cubriéndolo hasta las rodillas Fernando enloqueció, se cayó al excremento y su bata, que era la única ropa que lo cubría, se llenó de mierda, González se la quitó y frenéticamente arañó las paredes y se arrancó el pelo remojado en la misma sustancia tóxica que todo lo cubría, Maldijo y embarró todo de mierda, arrancó las cortinas, arrojó la televisión por la ventana y lanzó espumarajos por un hocico cubierto de la más pestilente suciedad. Al fin abrió la puerta, a la que algunos hombres llevaban un par de minutos tocando y llamando, y salió corriendo hacia el vacío, en la esquina de las escaleras se resbaló y descendió golpeándose por una escalera cubierta de mierda, como si fuera una cascada y al fin, tras un severo golpe en la cabeza murió boca abajo en un charco de mierda y sangre. La gente del edificio vio todo y mucha ocupó ahora las tuberías del edificio para vomitar. Ahora su cuerpo está inmóvil y al fin en paz, aunque el excremento siga chorreando de su boca y su nariz.

Hace dos meses y medio que Fernando González estaba cómodamente sentado en la mesa de un restaurante chino, Su grosero comportamiento atraía miradas de las mesas contiguas y alejaba a la mayoría de los comensales. Fernando González tomó su galleta de la suerte con desprecio, uno tal que pareciera que se dirigía, más que a las galletas de la suerte chinas, a la cultura China en general. “Todo lo que le desees a otros, se regresará a ti multiplicado por mil” González se rió con un grotesco desahogo de comida que saltó de su boca a la mesa y al suelo, arrugó el pequeño papel y lo aventó a las nalgas de la mesera que había pasado a su lado. Su teléfono celular sonó, ¡González aquí!, quién habla, ya te dije que dejes de estar llamándome, no quiero nada contigo perra asquerosa, no, no me importan mis hijos, no me importas tú ni me importa nada, déjame en paz, muérete, y de ser posible ahógate en la mierda. Un día un hombre sabio, no dijo nada.

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