Tuesday, December 21, 2010

Acentos

Mi nombre es Marlene y soy la novia del burdo de Joselo. El es una buena persona, pero definitivamente, en extremo burdo. Come con la boca abierta, habla con la boca llena, mira con la boca chueca. Sube los pies a la mesa y a veces hasta a mi cabeza.

Su acento del norte de México, refinado por continuas sesiones de varias horas de los Tucanes de Tijuana es el perfecto para él. Sin embargo, se oye mal, y se ve mal.

Hace unos días me acerqué demasiado a su boca y su acento se quedo atrapado en mis largas pestañas. Pobre Joselo; comenzó a hablar como robot diciendo “¿Pero que me pasa changaos, que me pasa? Yo entre risitas y a discreción desenredé su acento de mis pestañas sin que Joselo se diera cuenta y lo guardé en una cajita.

El día siguiente por la mañana fuimos al Zócalo a conseguir acentos postizos. Compramos una bolsita de acentos variados, “Tuttifruti mexicano” que estaba en oferta. Al llegar a casa Joselo con desesperación, abrió la bolsita y se probó un acento argentino. Después de verse en el espejo, pues los acentos modifican un poco los movimientos corporales según una pequeña nota en la parte inferior de la bolsita, Joselo comenzó a hablar mezclando por doquier, cientos de “¿y sho que sé? Entre quejas y maldiciones lo masticó y lo escupió.

Después probó un acento intelectual, pero resultó ser no compatible con el escaso y grosero vocabulario de Joselo. Es realmente difícil decir “Me lleva la chingada” de una manera elegante.

El siguiente acento fue un acento “fresa” y dos, tres le gustó; se paseó por la casa derrochando “o seas” a diestra y siniestra con un brazo levantado y con la mano caída. A decir verdad se veía bastante gay vestido con botas y sombrero y hablando así; yo me morí de la risa. Y aunque respeto a los homosexuales, no tolero esa inclinación en mi propio novio. Le rogué que se lo quitara.

Se probó acentos de todas las regiones del país. Boshitos, sureños, chilangos, costeños, del este, del oeste, del sur, y bueno, de aquí del norte también. Los acentos norteños que contenía la bolsita eran demasiado estereotipados. Eran cercanos al acento original de Joselo pero resultaban incómodos y artificiales; como si Joselo tuviera un hermano gemelo, o como si estuviera masticando tabaco todo el tiempo.

Joselo desesperado tomó un puño de acentos, se los metió a la boca y se los tragó. ¡Diablos! De repente comenzó a hablar como el mismísimo Satanás. ¿Por qué Joselo nunca lee las letras chiquitas de los productos que compra? Así también descompuso el estereo y casi se electrocuta con la lavadora. “No ingerir. El acento se coloca en la punta de la lengua. En caso de ingestión…” Joselo tendrá que permanecer hablando como el diablo hasta que los acentos digeridos hayan salido completamente de su cuerpo. Ha tenido que salir a la calle así, y ha matado de miedo ya a varias señoras. En su trabajo de veterinario ha asustado y hecho relinchar de temor a decenas de caballos.

Hace mucho que no lo veía tan preocupado y cabizbajo. Su cumpleaños se acerca ya. Le voy a regalar su propio acento envuelto para regalo. Le diré que lo vi bajo su almohada. Para ese día los efectos del puño de acentos que se trago se habrán disipado. Al final de cuentas no hay mejor acento para Joselo, que su horrible y propio acento.

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