Sunday, December 23, 2012

Chagall 5.0

Le parece a Tito que lo que brilla a través del tarro de cerveza es el reflejo de su sonrisa. Está tan enamorado de ella el pobre. Sus colegas se ríen de él a sus espaldas. Ya ha comenzado a ver hacia el infinito, en su mano izquierda su tarro a la mitad con espuma derramada en los costados, los ojos de Tania, ahora una oreja que de la cascada de cabellos negros se le escapa, la mesa con sobrepoblación de fritangas y envases con diferentes niveles de alcohol en sus entrañas, su cuello blanco y la constelación de lunares en su pecho. Tania. Su blusa de flores abierta en el pecho. Tania, su voz de nena entremezclada con chilliditos agudos. Tania. Como es posible, se pregunta, que tenga la suerte de estar con una chica así. Ya te estás acalambrando Tito, despiértate hombre. Una palmada brusca en su espalda acaba con su ejercicio de entregada admiración. Prendido, se podría decir que esta. No borracho, pero con suficiente alcohol en la sangre como para sentirse flotar. Ya nos vamos mi amor. Y Tito se pavonea en silencio de que ese "mi amor" está dirigido a él. Vean todos que yo, Tito, soy el hombre de esta mujer de ensueño. Echa para adelante los hombros, se arregla el cuello de la camisa, mira su fino reloj en un brazo peludo. Cuando quieras mi vida. Tania se pone su chamarra mientras continua su conversación con Alma, los gemelos se hacen bromas pesadas, se tiran moronas de comida y cerillos quemados. Parecen niños ríe Adelaida. Tito se echa a la boca un puñito de botanas más. Tania llega hasta él, le da un beso y con diestras manos le abre de un jalón la bragueta. Que haces dice Tito con risa nerviosa, Ve hacia un lado y hacia el otro, Tania, pero qué estás haciendo. Nadie lo mira, pero Tania con la atención en otro lado manipula dentro de su bragueta y libra los obstáculos hasta su pene. Tania, que te pasa, repite Tito, pero Tania sigue mirando para otro lado y escuchando los chismes de Alma, Las manos de Tito intentan detener las de Tania, pero ella se aferra a su cometido. Los gemelos se dan puñetazos en los hombros, Adelaida muerta de la risa jala a uno de ellos del brazo, Tania con la mano bien firme en el pene de Tito lo saca de la bragueta y jalándolo le dice: Vamos mi amor. Creerlo sería demasiado, pero la inercia que conllevan los influjos del alcohol, o el enamoramiento que siente por Tania, lo hacen, como animal amaestrado, obedecer. Se levantan de la mesa, dos hombres en la barra de al lado siguen su plática; motocicletas al parecer. Adelaida dejó la propina, Alma abraza por la espalda a uno de los gemelos, el otro le hace cosquillas por detrás a Adelaida, Tania lleva a Tito del pene como se lleva a un niño de la mano, a un perro de la cadena, de la forma más natural, como si fuera lo cotidiano, lo que todas las novias hacen, lo normal, ¿lo es? ¿En dónde estamos? ¿Qué horas son? Para nadie es extraño mas que para Tito. Estoy seguro que no bebí demasiado, y mira no más de tres envases de cerveza vacíos en el lugar donde estaba sentado. Ya tiene el pene caliente y tieso dentro de la mano de Tania, ella jala delicadamente y simplemente lo guía hasta la puerta de salida. Nadie mira, a nadie le importa. En la salida, el mundo se despide. Hasta mañana, estudias para el examen de química, Para que estudiar dice un gemelo, si a mi lado estará Roberta. Todos ríen menos Tito que tan solo hace una mueca. Cómo te aprovechas de esa pobre campirana dice Adelaida, sabes que se le van los ojos por ti. Adiós Alma, adiós Tania, cuídate Tito, Tito gruñe, pero nadie observa, nadie quiere observar o a nadie le importa. Unos parten para un lado de la calle, los otros para el otro. Ya es de noche, los comercios aledaños han cerrado. Hace un frío que se acrescenta con cada fluctuación de un viento voluble. La cortina de la tienda de la esquina se cierra también, y su dueño con el periódico bajo un brazo y una bolsa de pan en la mano se aleja silbando por la calle. Una bolsa de plástico flota haciendo espirales en la calle, A mi casa cariño dice ella, flota como un animal perdido en la calle buscando comida. Los gemelos y las chicas se han subido a los autos y han arrancado ya, uno de ellos se despide desde la ventana del auto al pasar. Una poderosa ráfaga de viento hace tambalear a Tito, levanta la falda de Tania, ella ríe divertida. El viento jala fuertemente a Tito, un placentero dolor en su pene, de repente el viento lo levanta del suelo y lo jala hacia el cielo, el pene, bien sostenido por Tania sale de la bragueta de Tito como mascada de la manga de un payaso y tan alto como un edificio de tres pisos el ascenso de Tito se detiene. Te amo, estoy loca por ti. Tania le grita desde abajo sosteniendo su larguísimo pene. Él es un globo, lleno de gas ligerísimo, contoneándose con el viento, sintiendo un placer delicioso en el vientre y el cuerpo entero. La lógica no se busca y por ende no se encuentra. Y yo estoy loco por ti le contesta Tito a todo pulmón. Tania tira del globo humano y Tito avanzando lentamente ve las calles vacías desde las alturas, las ventanas de las casas con las luces prendidas, un perro le ladra, una niña lo saluda. Nunca había estado tan enamorado de una mujer.

Friday, December 14, 2012

Ella y Tú

Sólo quedan Ella y tú. Las demás han sido eliminadas. Mira al público envuelto de destellos en esa nube eléctrica, mira cómo las observan, los ojos, las lentes, mira como ya han escogido a su favorita. Los jueces escriben, hacen anotaciones, deliberan, eso parece, eso intentan que parezca. Tu corazón late muy fuerte, seguro el de Ella también. Es hermosa, más hermosa que tú, y su sonrisa brilla con cada relámpago de luz digital. Quizá Ella piense lo mismo acerca de ti, es una buena persona. Tienes que mirar al frente y seguir sonriendo, te dijeron que era parte de las reglas del certamen, pero quieres voltear y mirarla, saborear detenidamente el resplandor que emerge de sus ojos, acercarte más a ella, más, aún más, hasta que sus pestañas se ensortijen con las tuyas y sientas su cálida y acelerada respiración chocando con la tuya y haciendo remolinos invisibles entre las dos; quieres tomarle la mano, sentir su pulso, apretarla fuerte y distinguir en sus cuencos los latidos de su corazón. Es tu amiga, te lo demostró, eres su amiga, se lo hiciste saber, y ahora están al final de la competencia, sólo una de las dos será la reina de la belleza. Sólo quedan Ella y tú. El nombre de su país en una banda brillante sobre su pecho, el nombre del tuyo de la misma calidad y en la misma posición, tan diferentes países el uno del otro, el de ella frío y conservador, el tuyo cálido, luminoso y alegre. La conductora tiene ya el sobre en la mano, el público calla. Antes que nada observa rápidamente su cuello, tan sólo de reojo, ahora vuelve a ver al frente, no se te olvide sonreír, ¿te diste cuenta? está bañado con una película fina de tibio sudor, sus orejas son tan finas y delicadas, la conductora se aclara la voz, las luces del escenario te ciegan. –Y nuestra nueva reina de belleza 2013 es…- Quizá Ella, quizá tú, o las dos. La conductora dice su nombre y su país, la multitud grita, tú sonríes y aplaudes, no necesitas fingir, genuinamente idolatras, al igual que todos, su belleza, su carisma. Alguien le entrega un ramo de rosas enorme. Espontáneamente te acercas a su oído y en secreto le haces saber lo que piensas. –Te lo mereces, tú eres la más bella- Ella te voltea a ver, sus ojos turquesa se fijan en los tuyos. Siente ahora como los alaridos parecen desaparecer, como el tiempo parece detenerse, como tu corazón parece sumergirse en un frío baño de endorfinas. Ella deja caer las rosas al suelo, te toma de las manos, acaricia tus dorsos con sus pulgares, sin dejar de verte te dice -Pero yo te amo-. Las otras concursantes han salido a felicitarla, Ella y tú están ahora rodeadas de todas ellas, la separan de ti, la abrazan, la felicitan, tú te quedas inmóvil. Ahora no puedes hablar, se te escapó la voz, se te congeló la mirada, se te reventaron de un golpe todas las venas. No sabes cómo sucede, pero Ella se logra zafar de las demás y regresa a ti, te toma de los brazos, de la cara, del cuello y ahora, Ella y tú se están besando. Abrieron al máximo los ojos, se taparon la boca con ambas manos, el movimiento dejó de serlo, se calló la gente, el público, las otras concursantes, el narrador tuvo un ataque de parálisis lingual, el otro se desmayó. Las que ahora narran la historia, cuentan el cuento, dirigen la acción, son las luces del escenario que con potentes haces las empuja una contra la otra y las amarra en un etéreo fulgor. Lo demás está en silencio, sumergido en oscuridad, sólo quedan Ella y tú.

Sunday, November 11, 2012

El Purgatorio

Debería de haber un cagadero comunitario, con escusados en círculo sin puertas ni paredes, donde uno platique mientras caga, sería una especie de terapia en grupo, como para darse cuenta de que todo el mundo es vulnerable. La caga colectiva debería ser un ejercicio practicado por políticos, enemigos acérrimos y entre conocidos como método para eliminar viejos rencores. La caga colectiva sería una práctica mucho más honesta y eficaz que darse la paz durante la misa en una iglesia.

Como Dios

Ella es como dios, está ahí pero no la ves, está ahí pero nunca habla contigo, no te hace preguntas ni te da las respuestas, no te reconforta ni te alienta, quizá te quiere, quizá te odia, sabe que existes pero ha decidido ignorarte por completo; está ahí te dicen, en este planeta dando vueltas y vueltas junto contigo alrededor del Sol, en silencio, siempre en silencio. Tú la amas, pero ella está muy lejos de ti y no tiene Facebook.

Friday, October 26, 2012

La flauta que el burro tocó

Pasó la cuerda por detrás del tronco cartilaginoso de un cactus grisáceo. El animal cansado exhaló bruscamente. Apretó la cuerda alrededor del cactus y lastimó un costado del que lentamente chorreó un líquido limpio, transparente, viscoso. El burro sacudió la cabeza, la cuerda le jaló el brazo y una espina le rasgó el dorso de la mano; maldijo, al cactus, a su madre, al burro. Se puso de pié de un salto, le dio una patada en el vientre para descargar la ira y el burro se tiró con fuerza para atrás, el cactus resistió el cimbrón. Se calmó, se lamió la mano, la apretó contra la manga de su camisa donde una figura rasgada se imprimió con rojo, farfullando se puso en cuclillas nuevamente y terminó de hacer el nudo, con la otra mano sacó del costal sobre el lomo del burro la soga y la lona con la que se protegería esa noche. Estaba a la mitad del camino, llevaba dos días; terminar de cruzar las montañas, rodear Las Avellanas, atravesar el barranco, si el puente estaba aún en buenas condiciones faltaban otros dos. El burro meneó la cola para espantarse los insectos nocturnos y luego olisqueó entre las piedras. Él juntó las ramas grandes que servirían de sostén a un improvisado refugio, y las pequeñas que servirían de combustible a un fuego efímero, para cocinar, para calentarse, Que dure por lo menos mientras pasa la noche. El burro encontró tres, quizá cuatro hierbajos entre las rocas que arrancó y masticó. Unas cuantas fibras vegetales, altas y jugosas, se asomaban detrás de una piedra grande, blanca y mineral, cubierta de diminutos destellos metálicos propiciados por luz de Luna; el burro intentó alcanzarlas pero la soga que lo ataba al cactus lo impidió. Chispas crujientes se elevaron desde un fuego incipiente que habría de calentar el guiso, El burro cerró por tres segundos sus ojos, los abrió, nuevamente los cerró, Semillas blancas en una salsa roja, Liberado el animal de la tensión del camino parecía sentirse cómodo con el fuego calentándole uno de sus costados, Ya comenzaba a liberar ese olor de chiles silvestres mezclados con tomate. El burro estornudó. La cena fue corta, él se picó los dientes con uñas negras y afiladas para sacarse las basuritas, se ayudó con una espina, como la que le rasgó la mano, la Luna se había sentado en un fulgurante pedestal nebular; escupió, se sacó las botas, Aquí no lloverá, las nubes van hacia el occidente, el agua caerá sobre el camino del que vengo. Se acostó debajo del tendido, se cubrió con el poncho de algodón, acomodó la cabeza sobre una cobija doblada en cuatro, se durmió. Las patas delanteras del burro se doblaron, las traseras después, sus ojos se mantuvieron cerrados, los de él también. El fuego es el único que quedaba despierto, el burro suspiró, con una sinuosa danza de luz y calor hizo que las sombras bailaran a su rededor, sobre la quijada del burro y la superficie mineral de la gran piedra blanca, sobre la lona del refugio de su amo quien también suspiró. Quién de estos dos es la bestia se preguntó a crujidos el fuego. El burro abrió los ojos, ¡alerta!, ¿una serpiente, un escorpión, algún coyote o algún ladrón?, No, tan sólo la luz que, después de viajar 30 segundos desde la Luna hasta la Tierra, se impactó directamente en uno de sus enormes globos oculares, el burro fijó un costado de la cabeza hacia arriba y miró la Luna, Un milagro que muchos no reconocerían como tal; un burro jamás mira hacia el cielo y mucho menos sus astros, animales como el burro están destinados a mirar toda su vida hacia abajo, lo de arriba simplemente no existe. El roncaba, la mano fuera del poncho con el dorso rasgado sobre su vientre, la otra sirviéndole de almohada, Sin dejar de observar la Luna el burro se levantó, y entonces entendió, una nube de ignorancia velándole el entendimiento se disipó. Supo entonces lo que era la Luna, de lo que estaba constituida y de dónde provenía su luz, recordó el Sol y el día, sintió el viento y apreció los arbustos y matas oscilando suavemente, comprendió el mismo fenómeno de la luz bañando el paisaje nocturno que lo rodeaba, miró a su amo, supo su nombre y supo quién era, Su mano rasgada, la herida de hace una hora, su madre, una buena mujer, su padre, un borracho que lo golpeaba cuando era niño, Supo a dónde iba y de donde venía, Un burro, la cuerda atada a su cuello, supo que había sido puesta por él para impedir que se perdiera durante la noche, Recordó su voz y emuló los vocablos con los que lo llamaba. Maldito burro, burro estúpido, bestia de mierda. Miró sus cuatro patas, su constitución física, sintió dolor y cansancio, sintió el calor del fuego y enseguida lo contempló entendiendo claramente su porqué. Yo soy, yo soy un burro, Después, el burro supo que sabía, que entendía y que era capaz de analizar con inteligencia todo lo que lo rodeaba. Quiso escapar, huir de ahí, deseó poder hablar, quiso explicar lo que le estaba sucediendo, se tiró con fuerza del cactus que lo ataba, pataleó, quiso expresar su descontento, pero sin cuerdas vocales humanas que propulsaran palabras coherentes sólo resonaron poderosos rebuznos. El se incorporó, miró al rededor, nada pasaba, en tres pasos se aproximó al burro y le soltó un contundente puñetazo en la quijada. Cállate pinche burro estúpido. Dolor significativo y consciente, luego el olvido, la neblina en sus ojos, una marea confusa en su cabeza, él regresó al tendido a dormir, el burro se quedó inmóvil por un buen tiempo, luego arrancó un par de hierbajos más y los masticó por minutos en la más perfecta y anestésica inconsciencia.

Thursday, October 4, 2012

La historia de este mesias


Un reflejo cóncavo, adherido a la membrana de sus pupilas, el del Sol que se acerca a su ocaso tras las montañas. La mano que sobre su piel se desplaza, la cáscara blanda de una oscura nuez del bosque, que recorre los valles y crestas de su vejez hecha piel. Las yemas suavemente sobre los diversos pliegues y accidentes que construyen la superficie de ese desierto accidentado, el de la orografía dérmica que la constituye. Son arrugas de dolor, tristeza y cansancio, ahí se guardaron las incertidumbres, ahí se esculpieron los fracasos, las frustraciones y los enojos, se registraron los miedos, se cincelaron las penas, pero también se barnizaron del amor y sus derivados, se embadurnaron de esperanzas, alegrías y felicidades. La vida ha sido buena con ella y con los que ella ama. Él la ha acompañado a lo largo de su camino y se siente satisfecha, se siente infinitamente bendecida y sus labios en voz baja gracias, mil gracias. Su presencia ha sido inapreciable; el camino ha sido largo y difícil, pero su continuo e incondicional apoyo la han hecho siempre salir avante. En la puesta de sol, también en la de su vida, ella se siente feliz y triunfadora, ahora más que nunca confía en Él y lo siente más cerca que nunca; siente su presencia en el aire, en la hierba que pisa, en los árboles que con el movimiento de sus hojas la arrullan, en el agua que delicadamente limpia sus agrietadas manos hechas de canela tostada, en los ojos de sus hijos, y en los de los hijos de sus hijos. Ella suspira y admira el paisaje que en la vida le fue concedido. Su bello país amurallado de verdes montañas. Un pequeño pedazo de tierra apartado del mundo entero y rodeado de simplicidad, de sencillez, de humildad, de gente buena. A sus espaldas está su hogar, guardando hasta en la más pequeña grieta del madero más escondido los fantasmas de felicidad hechos de hermosos recuerdos condensados por décadas. La vieja puerta que tantas veces se ha abierto para recibir a los queridos y para proteger del entorno a los amados, las ventanas por las que los ojos verdes, ahora cafés, ahora grandes o pequeños se han asomado al exterior para ver la lluvia caer, la nieve lentamente descender, las hojas de los árboles balancearse elegantemente o girar como bailarinas al bajar. Los arbustos y las flores que su hombre, el hombre de su vida ha sembrado y con dedicado esmero ha cuidado. Y sus labios en voz baja Mi amado, el gran sabio del imperio, mi querido, que tanto bien ha traído a este mundo. Las habitaciones, escenarios de las más bellas fantasías infantiles, luego de las más obstinadas impaciencias adolescentes y más tarde, de la más sosegada y sabia madurez. Y todo esto es gracias a Él, a su amor infinito, a su bondad eterna. El sol se ha escondido ya tras las montañas, el viento ahora le lame la cara con mil lenguas frías; y sus pies, como en un rito silencioso aprendido de memoria, la llevan dentro de su hogar. La puerta, aquella de la que ya hablamos, se cierra una vez más rechinando con gratitud la dulzura con la que se le trata; ella camina hacia donde está Él. Su imagen descansa entre dos veladoras que ella enciende con devoción; su imagen aparece bañada de dorada luz de vela; su puño al frente, su larga capa roja desplegada a sus espaldas, un riso de su negro cabello obstruyendo una blanca y orgullosa frente, y detrás de Él, el azul perfecto de un cielo brillante y profundo, casi tanto como sus poderosos y bondadosos ojos, envuelve Su bendita figura. Su pose es ésta imagen es la tradicional, la representación clásica que se utiliza en cientos de miles (quizá más) de altares, esculturas, retratos y demás imágenes de su persona desde hace apenas 40 años. Él, es el salvador del mundo en turno, Él, es el mesías del año 2440. Y ella, a sus 91 años de edad, con sabiduría lo ama.  

Está garabateado en algunos códices primitivos, probablemente fue una guerra o una serie de ellas la que acabó con el mundo conocido del 2055. Una hipótesis contraria dice que fue una gran catástrofe natural, o la combinación de múltiples catástrofes relacionadas entre sí al mismo tiempo; el terremoto, quizá, que desencadena otro de mayor magnitud y éste que produce tsunamis que ahogan las ciudades de todo el mundo, y que a su vez chocan contra olas de lava provenientes de cientos de volcanes reactivados con el movimiento tectónico de placas. La hipótesis que todo lo unifica dice que, en efecto fueron catástrofes naturales, pero provocadas tecnológicamente como armas de guerra fabricadas con potentes emplazamientos electromagnéticos. Sea lo que haya sido, el mundo colapsó, los sobrevivientes (menos del 11 porciento de la población de ese momento) se despidieron en unos cuantos días de todo, de la tecnología, de la industria y sus beneficios, de las telecomunicaciones, de los medios de transporte, del uso del dinero y de las corporaciones internacionales, de los gobiernos y la política, de los territorios y las nacionalidades; olvidaron todo, hasta los dioses en quienes confiaban, a quienes oraban y hacían escuchar sus peticiones, por quienes se sentían protegidos y aliviaban sus dolores. Se olvidaron de la religión, de las religiones; todo volvió a ser igual que 2000 años atrás; las necesidades fueron de nuevo cubiertas de la forma más rudimentaria. Para comer, siembra o toma la comida de los árboles, las plantas y los animales alrededor, para protegerte de la intemperie mata un animal y cúbrete con su piel gruesa, amarra también a tus pies algún material protector, para defenderte del enemigo afila piedras y palos, construye fortificaciones con rocas apiladas y corónalas con ramas de arbustos espinosos, para comunicarte habla, grita, gruñe o has señas. Para conseguir una mujer o conservar un hombre pelea, prepárate para matar y también para morir en cualquier momento en manos del más fuerte, del más capaz. A esto estás condenado por haber destruido el mundo, por lo menos el mundo moderno. Sin embargo, el sentido gregario del hombre no cambió, por lo que al pasar del tiempo las personas formaron tribus, y las tribus comunidades, las comunidades se aunaron en grandes pueblos, los pueblos pasaron a ser ciudades y de todas las ciudades juntas se formaron imperios. Como consecuencia prevista nuevas guerras surgieron, ninguna tan mortífera como la que quedó atrás, también olvidada al pasar de cuatro siglos; de todos los nuevos imperios formados sobre la faz de una nueva Tierra surgió uno que resultó ser el dominante, el imperio alfa, el que logró controlar a sus adversarios al final de las cuentas, el que se extendió más y cubrió con sus bárbaras leyes y costumbres los territorios conquistados. Después de la destrucción masiva 400 años antes, también las lenguas cambiaron, nuevas torres de Babel revolvieron las palabras y las esparcieron por el mundo restante, se le dio a unos y otros una mezcla de diferentes tintes y matices guturales, de palabras nuevas y palabras muy viejas, de términos compuestos con la mezcla de diferentes lenguas anteriores a la devastación, y el imperio dominante, a pesar de todo lo logrado, de todos los territorios bajo su control, no pudo entonces estar satisfecho con la plena unificación de los pueblos conquistados.

Más de 2000 años atrás, quizá cien años antes de la gran devastación, había un niño de cara triste y seria; sus rasgos: una gran colección de misterios infantiles, como un almacén de primitivas frustraciones personales, como una pronta simulación de la actitud facial que deberá adoptar casi por el resto de su vida; su cuerpo, un conjunto de prematuros tejidos adiposos; él es el chico que no juega con los demás, el que se mantiene en un rincón durante los minutos de descanso en el colegio, el que casi nunca habla con otros niños y mucho menos con las chicas. Él es el único hijo de una pareja disfuncional de ricos ciudadanos del mundo, el que vive en un piso muy alto de un edificio muy moderno, al que le compraron todos los juguetes del almacén pero nunca le dijeron que lo amaban. La mitad de los juguetes permaneció en sus empaques, el niño de cara triste también se guardó en silencio por largas horas, envuelto en el rugido distante de una gigantesca ciudad a sus pies. La ventana, la gran ventana en el lujoso departamento en el que habita, es al parecer su única amiga; es a través de ella que los ojos se le escapan y con infantil curiosidad se clavan en distintos puntos de la ciudad muy alejados el uno del otro.  Ahí hay un auto rojo frenando en un semáforo, detrás de él lo alcanzan al detenerse un auto blanco, otro verde, un camión del servicio postal y un taxi como el que lo trajo a casa esta tarde. En otro punto de la ciudad hay una señora paseando a un perro, y en parque un anciano dándole de comer a las aves. Las metálicas entrañas de un estacionamiento coleccionan autos en cinco pisos, y un túnel engulle con voracidad al tren que va hasta el centro financiero. Las vidas de todo el mundo a sus pies, juntas y al mismo tiempo separadas, dispersas, cada quién siguiendo reglas de convivencia que los habilitan para vivir uno con el otro pero al mismo tiempo intentando evitarse lo más posible; ahí abajo están todas las aflicciones reunidas, todos los odios y las tristezas, todas las viejas gritonas, todos los chicos que golpean a otros para robarles su dinero o por simple gusto, todos los padres alcohólicos y los histéricos, también están los policías y la gente que usa traje y corbata y camina muy de prisa, los que trabajan en las fábricas y en las construcciones, las chicas bonitas del colegio, aquella que es especialmente hermosa y que ni siquiera sabe que él existe. Un suspiro sirve de punto y aparte sicológico a la concientización de su desventura. Ahora, si sigue con la mirada el boulevard que se extiende desde sus pies hasta el horizonte y cuenta 14 calles encontrará en un costado un diminuto letrero amarillo con letras rojas, es la tienda de comics; hace tiempo que la divisó y memorizó su localización en el enrejado urbano, regularmente la visita y compra unas cuantas revistas, quizá cinco, quizá diez; el dueño lo conoce bien, y aunque lo saluda cada vez que entra a su tienda lo hace sin mucho entusiasmo, la primera vez lo hizo pero recibió por respuesta del chico una mueca semi-amarga; ahora sabe bien que él no es un niño que sonría, que hable con los demás, que le guste la compañía. Siempre va sólo y revisa una por una cientos de historietas. El hombre de acero, “Superman”, le ha dado en qué pensar, en qué desbordar su imaginación, en qué vaciar sus deseos reprimidos; sobre todo cuando su mente se pierde en el horizonte de la ciudad imaginando que como él puede volar, que como él puede atravesar con los ojos todas la paredes, todos los muros de todas las casas y los edificios, que tal como él lo hace puede llegar en segundos a cualquier punto de la ciudad y salvar a una indefensa mujer de un par de asaltantes, o levantar un auto con una sola mano y liberar a una pequeña niña atrapada debajo, que con sus ojos puede derretir el metal y reconstruir en un instante las vías de un tren a punto de descarrilarse, pero sobre todo que es libre, que nada ni nadie lo aflige, que nada ni nadie lo detiene, que es admirado por los buenos y temido por los malos, que viene de muy lejos, de otro planeta, que no tiene padres, que es feliz.     

En el centro de la más poderosa ciudad las autoridades del nuevo imperio emergente se reunieron, dialogaron sobre el entonces desunido territorio conquistado, se levantaron sesiones y se discutió para encontrar posibles soluciones a ésta problemática; se optó por hacer llamar a los sabios de la época para exponerles el problema. –Por la fuerza hagan que todo el imperio obedezca- dijo uno de los sabios poniéndose de pié y agitando fuertemente el puño agregó: -Siembren de calamidad los caminos y las plazas, los ríos, los mares y los bosques hasta que por miedo se haga lo que se les ordena hacer. Castigo ejemplar a aquél que decida obstinarse a no cumplir nuestros mandatos.– -Pero el imperio ya está conquistado, tan sólo se mantiene hablando en su propia lengua y por lo tanto obedeciendo sólo a sus líderes locales, algunos pueblos aún conquistados se reúsan a veces a pagar el tributo impuesto. El problema es la lengua, eso crea una brecha entre ellos y nosotros. – respondió la autoridad. – El problema no es la lengua – interrumpió un segundo sabio – Los miembros de las sociedades se conquistan con las armas, pero sus corazones y voluntades se conquistan de una forma más sutil y elegante. - -Cuál es dicha forma sabio señor- preguntó con cierto cinismo la autoridad mayor. La junta se pospuso para una semana después. El sabio prometió hacer traer desde su pueblo en un cargamento la solución, la forma de arreglar el problema de la mejor forma, sin más derramamiento de sangre, sin pérdida inútil de soldados. La fecha de la siguiente sesión se fijó y las autoridades, los hombres de confianza y los sabios fueron nuevamente requeridos en el palacio principal para ese día.

El niño no se olvidó de sus historietas, pero las historietas sí se olvidaron de él, cayó enfermo, sus glóbulos rojos iban en constante disminución. Leucemia, la enfermedad pegada a su cuerpo como la uña a la carne. El niño en el hospital recibió a sus padres, un día uno, otro día el otro, pero nunca juntos, también recibió regalos, muchos otros que también corrieron la suerte de permanecer en sus cajas por siempre. La indiferencia, la apatía, son también un tipo de enfermedad. 40 historietas del hombre de acero apiladas sobre el buró son el único aliento que éste enfermo puede tener, todas y cada una meticulosamente envueltas en una bolsa plástica y ordenadas de la edición 1 a la 40. El niño toma una, la lee, deja volar su mente y la regresa intacta a la bolsa de plástico; así le enseñaron a ser, meticuloso, ordenado, cuadrado. El niño muere sin importarle mucho a nadie, los padres dejan caer algunas lágrimas pero son sustituidas inmediatamente por asuntos importantes pendientes. El niño nunca tuvo el papel de vínculo familiar, los padres se vieron nada más que para firmar algunos documentos en presencia de algún juez. La habitación se limpió, se abrieron las cortinas y se dejó al sol hacer su labor revitalizante, se aspiró, se sacudió y se acomodó, también se impregnó con esencia de pino, o de vainilla, o de alguna flor exótica, y a la habitación sí se le dio de alta para recibir al siguiente paciente, quizá otro moribundo, con alguna otra historia, con otros familiares que quizá lloren más a su paciente. ¿Y las historietas?, ¿qué fue de ellas?, se les colocó en una caja y se le entregó a su madre. –Tenga señora, los objetos de su hijo-, -Gracias doctor-, -tan sólo algunas revistas y la ropa con la que entró al hospital. Lo siento mucho.- -¿Eso es todo?- - si señora, tan sólo firme aquí de recibido-. La madre del niño camina sola por un pasillo largo del hospital, entró hace unos días llevando a su hijo de la mano, hoy sale con tan sólo una caja que será depositada en un rincón del inmenso departamento, será en poco tiempo olvidada. La pareja, desde un principio disfuncional, se desintegrará por completo, ella se quedará con el apartamento y un nuevo tipo de armonía tendrá lugar en el apartamento, otras fiestas y reuniones, mucha gente, otros hombres, otros amantes, un hombre predilecto, risas, más risas, después llanto y sólo llanto, mucho alcohol, más amantes, éstos menos duraderos que los anteriores, flores exóticas en lujosos floreros que se traen y que en días mueren, flores un día radiantes y después irremediablemente marchitas, como la vida de ella, como un cerebro separado del resto del cuerpo flotando en una bañera con alcohol, como un cuerpo separado de su cerebro caminando sin saber a dónde, mirando sin saber qué, besando sin saber a quién, muriendo, lentamente muriendo. Y la caja guardada lo seguirá siendo, con o sin polvo, su contenido intacto por años, quizá décadas. El hombre de acero atrapado en una caja. La ciudad que se ve a través de la ventana no es la misma, ahora está más sucia, tiene cicatrices de aerosol en sus paredes, tiene arrugas en su concreto, está plagada de individuos nocivos, que la escupen, que la ensucian, que le orinan las entrañas. Nadie observa ya a través de la ventana. Uno de los amantes será también un experto ladrón, se desplazará suavemente por la casa, con facilidad seducirá a la dama que la habita, y con dedicado esmero corromperá una a una las puertas en su interior, encontrará las llaves y sigilosamente revisará los contenidos de todos los compartimentos, de todos los cajones, de todos los muebles. Este amante se topará un día de frente con la caja, con curiosidad morbosa revisará su contenido, las 40 historietas verán después de muchos años la luz amarillenta de las habitaciones humanas.  El ladrón sabe su valor, no el sentimental, sino su valor en dinero contante y sonante. Las historietas son ahora, décadas después de haber sido compradas, clásicos de éste tipo de ediciones infantiles y valen, todas juntas, unas cuántas decenas de millones de dólares. Sin dificultad serán extraídas de la casa y transportadas hasta la puerta de un joven y rico coleccionista, se le venderán por la mitad de su precio y tanto para el ladrón como para el coleccionista, esto representará un jugoso negocio. Las 40 historietas del hombre de acero, tal y como el genio de lámpara, regresarán después de cumplir varios deseos a éste y a aquél, a una prisión que parece eterna; ésta vez la prisión será un cubo de metal reforzado con mil capas y encriptado con un complejo código.  Ni Superman, con todo y su visión de rayos-X, pueden ver a través de los muros que ahora lo guardan para un futuro incierto.       

Cuatro hombres de palacio cargan una pesada caja de metal hacia la sala de juntas; es evidentemente un objeto anterior a la gran devastación. El sabio los guía por los largos pasillos y el personal del palacio mira curiosamente la gran caja de metal. En la sala de juntas la lista completa de invitados se ha tachado, no ha faltado nadie al requerimiento de la autoridad suprema, todos han llegado desde muy distintos y lejanos lugares del imperio y están reunidos en silencio esperando tan sólo la llegada del gran sabio con la solución prometida. Se abre la puerta y los guardias hacen entrar al sabio. La gran caja se metal se pone sobre una suerte de mesa ante la vista sorprendida de todos. –Sabio ciudadano, qué es lo que nos has traído- Simplemente para causar expectativa e incrementar la importancia propia y la del objeto sobre la mesa el sabio hace una introducción. –Hace un tiempo se me informó del descubrimiento de un objeto particularmente curioso en mi pueblo, esto es común para mí, pues bien saben que se me informa de todos los objetos de antes de la devastación que son de pronto encontrados, y bien, se me hizo asistir al lugar donde el objeto había sido desenterrado y vi por primera vez esta especie de caja que hoy les he traído y que ahora pueden observar frente a ustedes sobre la mesa, se me había dicho que era un objeto extraño parecido a un gran cubo de metal, el objeto, fuese lo que fuese, me sería confiado, como todos los demás, para su estudio y almacenamiento. Afortunadamente para mí, el consejo de sabios en mi pueblo me había designado unos meses antes como el encargado de recuperar e investigar los objetos desenterrados de antes de la devastación- -Porqué no se me informó de éste descubrimiento antes que nada- interrumpió con un cierto grado de enojo la autoridad suprema. –Porque, señor…- explicó el sabio, -muchas veces nos encontramos con objetos similares de antes de la devastación y la mayoría de veces no son más que máquinas antiguas rotas o utensilios diversos del uso cotidiano de la gente de antes de la devastación. Todos estos objetos son almacenados, clasificados y evaluados para una futura investigación. Los pedazos de máquina que hemos encontrado son demasiado complejos para nuestro entendimiento, son pedazos de metal muy diminutos unidos a un material transparente y a otro que parece una resina de árbol flexible pero no pegajosa y que no es fácil de romper. Se hace un reporte de los objetos encontrados y después se envía ante su presencia para su conocimiento, el proceso de encontrar un objeto hasta enviar el reporte a usted puede llevarnos unos 25 ciclos, y ésta caja que tienen hoy ustedes ante su presencia no tiene más de 15 ciclos conmigo, además de que logré sólo hasta después de 7 ciclos verificar su contenido.- -Está usted diciendo señor sabio que éste cubo de metal se abre- -Así es autoridad suprema, tan pronto como vi el objeto me di cuenta de que se trataba de lo que las gentes de antes de la devastación llamaban una ¨caja fuerte¨, y que utilizaban para guardar sus objetos de más valor. Para abrirla utilicé varias herramientas con resultados negativos, hasta que hice una mezcla de algunas sustancias con el polvo explosivo que desarrollaron hace tiempo sus hombres del extremo norte del imperio, fue así que la puerta de ésta ¨caja fuerte¨ por fin cedió. Cuando pude ver lo que estaba en el interior me quedé estupefacto, yo había intuido que las gentes de antes de la devastación tenían formas muy avanzadas para guardar sus memorias, pero nunca me imaginé tener en mis propias manos evidencia de alguno de éstos artilugios. Por supuesto mantuve esto en completo secreto e informé a las personas que habían encontrado el cubo de metal y a los soldados que me habían ayudado a transportarlo, que se trataba de otro objeto misterioso sin uso aparente, informé que, como los demás, sería clasificado y almacenado para su futuro estudio.- –Basta de rodeos. Muéstrenos de inmediato el contenido sabio señor-  El sabio se acercó a la caja fuerte y tirando un poco de una manija retorcida pegada en el centro sobre un círculo con varias inscripciones, uno de sus costados se abrió. La mesa entera de invitados se levantó de sus asientos como compitiendo por ser el primero que veía el contenido de dicha caja. El sabio sacó ocho paquetes que contenían cinco almanaques cada uno, cada paquete estaba envuelto con el material parecido a la resina de árbol encontrado en otros objetos desenterrados pero éste era transparente y muy fino, más delgado y liviano que las hojas de los árboles. Con delicadeza, el sabio sacó los primeros cinco almanaques del primer paquete y los distribuyó a los asistentes siendo el primero la autoridad suprema. La conmoción fue lo que el sabio se esperaba, estar ante la presencia de las memorias de la gente de antes de la devastación era algo magnífico. Los asistentes vieron con detenimiento cada una de las páginas de los almanaques, palparon su textura, olieron el extraño aroma que se desprendía de cada página, gozaron en extremo los nítidos y brillantes colores con los que estaban diseñados y sobre todo, se maravillaron con la perfecta representación gráfica de los cuerpos y los objetos, éstos almanaques eran un ojo puesto el pasado, más de 400 años atrás, justo en el centro de la vida de las gentes de antes de la devastación.  Los asistentes contemplaron y manipularon los antiguos objetos con detenimiento y en silencio de murmullos y páginas que se doblan. –Antes de que la autoridad suprema me hiciera llamar…- interrumpió el silencio el sabio –me di a la tarea de transcribir algunos de los textos que vienen en cada una de las viñetas de estas ilustraciones, los copié con esmero intentando no distorsionar su contenido en el proceso, la transcripción fue llevada a algunos de los especialistas del imperio en letras y números de antes de la devastación, y dos días después me dijeron que el texto que les había enviado a descifrar era proveniente de algún tipo de historia o relato de el hombre que ven aquí, el recuento de las acciones y virtudes de éste hombre supremo, de alguien que, en el mundo de antes de la devastación, se daba a la tarea de salvar, proteger y cuidar a la humanidad completa de cualquier tipo de infortunio que pudieran tener, al parecer éste hombre supremo tenía una especie de poderes que ningún otro hombre tenía, poseía los sentidos más agudos superando quizá los de las bestias salvajes, las fuerzas más inmensurables, capaz de levantar pesadas cargas con una sola mano, una rapidez que le permitía parecer estar en varios lugares al mismo tiempo y señores, como pueden ver en las ilustraciones, éste hombre magnífico tenía la capacidad de volar.- Tras una larga pausa el sabio agregó: -Sin embargo, señores míos, no se precipiten a conclusiones erróneas, pues también dentro de lo descifrado por los especialistas se encontró la palabra ¨historieta¨, que al parecer era nada más y nada menos que un almanaque para los niños, creado con el único objetivo de divertirlos, de desarrollar su imaginación, de mantenerlos entretenidos. Por lo tanto deduje que éstos almanaques, por increíble que les parezca y a pesar de la gran calidad con la que están elaborados, no son más que invenciones, cuentos de niños, falacias, éste hombre supremo no es más que la creación de una mente imaginativa.- –¿Daban estos almanaques tan laboriosamente elaborados a los niños?-  rompió el monólogo del sabio uno de los asistentes a la junta. –Sí, y también por difícil que sea entenderlo, sé que éste tipo de almanaques eran fáciles de producir y se intercambiaban por un valor no muy alto, éstas representaciones gráficas que a nosotros nos sorprenden y que ni el dibujante más experto de todo nuestro imperio podría llegar a copiar eran obra cotidiana, y eran superados por representaciones gráficas aún más perfectas y elaboradas incluso con máquinas construidas para capturar imágenes, algo así como un ojo-máquina capaz de dibujar sobre un lienzo la imagen que a uno se le presenta a los ojos. Es increíble la capacidad tecnológica a la que llegaron las gentes de antes de la devastación. – La audiencia quedó en coma, los asistentes se petrificaron en profundos pensamientos e imaginaciones, los ojos perdidos en las texturas de las paredes, en los patrones de diseño de la mesa y los muebles para distraer la vista y diseñar en sus mentes las máquinas que para cada uno, podría haber hecho las veces de un ojo mecánico y al mismo tiempo un hábil dibujante. La autoridad suprema tosió y las imaginaciones se desvanecieron de nuevo en la sala de juntas. El resto de los asistentes le pusieron atención y la autoridad suprema entrelazó los dedos de sus manos sobre la mesa y mirando fijamente al sabio le preguntó: –Todo esto es sorprendente sabio señor, pero mi pregunta es, ¿cómo puede esto ser la solución a la situación de desunificación en la que se encuentra mi imperio, es acaso algo que yo no haya visto o algo que aún no sepa de estos almanaques que usted me viene a traer aquí, hay algún hechizo o encantamiento escrito en ellos que yo pueda utilizar sobre mis gentes, qué es lo que usted ve que yo aún no alcanzo a ver?, Le pido sabio señor, que su respuesta sea contundente y plena, que no queden dudas sobre una idea bien planteada y posible de llevarse a cabo, recuerde que el objetivo de ésta junta es encontrar una solución a la desunificación del imperio y no para presumir sus capacidades como investigador del mundo antes de la devastación.-  El sabio, de muchas formas incómodo con la aclaración de la autoridad suprema, consiguió reunir toda su paciencia, hacer gala de la sabiduría que se le atribuía y comenzó su discurso con gran ecuanimidad. –Señor mío, el interés que usted tiene por lograr la unificación del imperio es también mi interés, por lo tanto, el tiempo que usted ha depositado en mi es infinitamente apreciado, por consiguiente, me sé con la responsabilidad de ocuparlo de la mejor forma posible para satisfacer sus deseos, que estando yo a su completo servicio, pasan también a ser los míos. Desde hace no menos de tres siglos, tan sólo un siglo después de la gran devastación, cuando la gente se asentó nuevamente en lugares bien establecidos, comenzaron nuevamente las actividades agrícolas y el desarrollo de pequeñas poblaciones fue constante, cuando la primera generación de sobrevivientes hubo ya desaparecido y sus hijos comenzaron a retomar lo aprendido de sus padres, las deidades locales comenzaron a aparecer. Uno de los rasgos distintivos del ser humano, de antes o después de la devastación, es creer en un ser superior a él. Como usted sabe, la creencia en un ser de esta naturaleza conlleva múltiples beneficios para el creyente, quien, seguro del poder absoluto de su deidad, le hace partícipe de todos sus deseos y anhelos, lo pone a cargo de la resolución de sus problemas y aflicciones, recibe amor incondicional a cambio de la propia alabanza y los tributos que la deidad pueda requerir. Una deidad es una almohada ideológica sobre la que se recuesta una mente atribulada y consiente de que por sí sola, no es capaz de realizar todo lo que se propone. Una deidad de éste tipo es un fiel y poderoso aliado en contra de todo y de todos; responde a los ruegos, se conmueve ante las súplicas y es infinitamente bondadoso si uno sigue las reglas que su persona pueda imponer; de lo contrario, de no obedecer a la deidad, de desdeñarla o de incumplir los preceptos de su doctrina uno se arriesga a padecer los más temibles dolores, a sufrir las más terribles maldiciones por la eternidad. – El sabio hizo una pausa, respiró profundamente, exhaló lentamente y supo que la autoridad suprema sabía ya hacia donde iba el discurso, y lo que es más, parecía estarle agradando la propuesta que comenzaba a dibujarse. El sabio, tomó un poco de agua de la mitad de una cáscara seca de algún tipo de coco, la depositó suavemente sobre la mesa y prosiguió. – La solución que yo le ofrezco mi señor, es quizá la que usted se ha imaginado ya. La invención de una deidad que sea tan poderosa y tan maravillosa que sea reconocida por todos como la deidad suprema, como la fuente y la causa de todo, como la salvación y el camino único, como el depósito de todo el amor incondicional y como la amenaza más grave en caso del incumplimiento de sus demandas. -  El sabio tomó uno de los almanaques de la mesa, lo levantó ante la vista de todos y con el índice grueso y poderoso que sólo un sabio puede tener señaló al hombre supremo que ahí se mostraba. -Para unificar a su imperio señor, usted tiene que  presentarlo a Él, a la deidad que dio su vida por salvarnos a todos de la gran devastación de hace 400 años. No importa si esto no es cierto, usted lo hará cierto; no importa si la gente nunca antes lo vio, ante su poderosa imagen lo verá y lo creerá todo, se doblegará ante su gran poder y su infinita bondad y se postrará a sus pies dispuesto a hacer todo lo necesario por agradarle. Usted puede decir que la historia de ésta deidad no comienza hoy, sino que comenzó hace 400 años cuando con su infinita fuerza y poder nos salvó de la muerte durante la gran devastación a pesar de estar a punto de fallecer por nuestra causa, después de salvarnos, éste ser supremo se alejó volando y se perdió en el cielo infinito, desde donde ahora nos ve y nos vigila. Él señor, puede fácilmente pasar como el hijo de Dios. O bien, como Dios mismo hecho carne y hueso. Las pruebas señor, las evidencias que usted necesita para convencer al imperio y al mundo entero de esta nueva verdad está al alcance de su mano sobre esta mesa. Trate usted estos almanaques como los libros sagrados, modifique los textos a conveniencia y añada sus propios preceptos, reglas y disposiciones a seguir, difunda su imagen y su historia, levante monumentos y erija templos de adoración.  En unas cuántas décadas el imperio y su historia habrá cambiado para siempre; los habrá quienes duden o rechacen la nueva religión, habrá quien investigue y ponga en tela de juicio su veracidad, pero para ese entonces el cambio será irreversible y la gente estará dispuesta a morir por éste Dios si es necesario. Usted así será el creador del Creador, el que reviva al Salvador, el que derrame su luz sobre este mundo y sobre todo, el rey de un imperio unificado.

El rico coleccionista, nuevo dueño de las primeras 40 publicaciones del hombre de acero, de Superman, guardará con celo la caja fuerte en donde fueron depositadas. La almacenará en un lugar seguro y secreto, dejará al tiempo hacer su parte, como se hace con los vinos finos, se le dejará reposar y añejar, con esto, el vino será más delicioso, su aroma más penetrante y su calidad inigualable. Esas 40 historietas de Superman valdrán el doble de aquí en 15 o 20 años. El coleccionista sonríe y se felicita por su excelente compra, le pide al vendedor mantenerse al tanto de alguna nueva adquisición que pudiera interesarle y en seguida, reprende su que-hacer cotidiano. Al pasar de cada década el coleccionista revisará el precio estimado de su colección de revistas del hombre de acero, y celebrará su acierto. El valor de las historietas irá en aumento exponencial, por lo que el coleccionista, siempre acaudalado y con todo lo que el hombre de antes de la devastación pudiera desear, no necesitará ponerlas a la venta, por el contrario, dejará pasar aún más el tiempo, tres, cuatro, cinco décadas. A sus ochenta años el coleccionista está maravillado del valor actual de esas revistas, sabe que su vida no dará para mucho más y estará decidido a ponerlas a la venta en los meses por venir. Sin embargo, será precisamente en esos meses por venir que tendrá lugar la gran devastación. El fenómeno natural, político o tecnológico que hará que el mundo moderno colapse y casi la totalidad de sus habitantes perezca. La gran división que separará la historia de la civilización humana en un ¨antes¨ y un ¨después¨ de la gran devastación.  Superman, a unos cuantos meses de salir por fin de su metálica prisión, quedará sin tal esperanza. Ahora mismo, fuera de la caja fuerte, se escuchan ya las potentes explosiones que habrán de acabar con éste mundo, la caja fuerte se balancea, luego se mueve fuertemente y choca contra otros objetos, un golpe seco la abolla de un costado y la hunde en una especie de abismo, cae a salvo en un montón de tierra quizá, que la ha salvado de la destrucción completa, cientos de objetos caen ahora desde arriba y la cubren, apagan el sonido, la dejan totalmente aislada y olvidada. La caja fuerte es ahora una cápsula del tiempo que llevará al hombre de acero intacto a 400 años en el futuro. Será hasta que unos cuantos excavadores de la era después de la devastación se topen con ella, hasta que un gran sabio logre con alguna especie de pólvora vencer su poderosa cerradura, que Superman verá de nuevo la luz del día.
  
Han pasado 40 años desde que el gran rey, la autoridad suprema de éste imperio dio a conocer al Mesías de hoy, en la actualidad, a 440 años después de la gran devastación, el nuevo imperio está completamente unificado bajo esta deidad. Hay cientos, quizá miles de templos dedicados a su adoración, hay millones de imágenes que penden de ventanas, puertas y muros, hay esculturas y representaciones artísticas para alabarlo y glorificarlo. Hay estudiantes de la fe que estudian y aprenden a dibujarlo, a moldearlo en barro y a pulirlo en madera. Hay músicos que lo hacen mil cantos y poetas que lo convierten en hermosas palabras. Hay festividades y varios días al año especialmente dedicados a Él. Los niños juegan a ser cómo Él, se dejan caer un rizo del cabello sobre su frente y fingen volar, los adultos lo adoran de mil formas distintas. Todo el mundo sabe que Él existió desde siempre y que está atentamente observando desde los cielos, a donde se fue después de salvarnos. Se le llama el Superman, el hombre de acero, pero también se le llama El hijo de Dios, el Salvador, el Mesías.

Durante las semanas subsecuentes a la reunión en donde el sabio develó el contenido de la caja fuerte, los presentes fueron poco a poco asesinados por la autoridad suprema. Era imperante mantener el secreto. Sólo el sabio conservó la vida salvado por la valía de su sabiduría. Fue necesario seguir sus consejos para dar a conocer al nuevo mesías, era necesaria su presencia para garantizar el buen funcionamiento del plan, y para evitar cualquier contratiempo, también para dar la cara ante cualquier situación imprevista o interrogante popular, fue el sabio quien dio mil discursos sobre cómo fue que los almanaques sagrados fueron entregados al rey en lo alto de una montaña, sobre cómo el hijo de Dios le encomendó en persona llevar la verdad a su imperio, sobre cómo fue que el hijo de Dios nos salvó a todos de la gran devastación a pesar de poner en riesgo su vida, sobre cómo después de salvarnos subió al cielo de donde ahora nos mira, sobre porqué la fe de ésta y solamente ésta deidad debe ser celebrada y sus preceptos acatados. El sabio siguió al pié de la letra las instrucciones de la autoridad suprema so pena de muerte, de él o de sus familiares cercanos. Tres décadas después el rey, la autoridad suprema del imperio fue asesinada. El secreto de lo que sucedió 30 años atrás en aquella junta de consejo quedó solamente en manos del sabio quien vio, no sólo como inútil sino también como perjudicial, la revelación de la verdad. La gente tiene hoy su Mesías y vivirá en relativa paz basando sus vidas en sus preceptos quizá por 20 siglos más. No es necesario destruir la fantasía popular, sería cruel e inhumano. Quince años después, en su lecho de muerte, el sabio reposa y respira con dificultad en la cama de una habitación bien iluminada. De sus paredes cuelgan las imágenes de El Superman y a su lado descansa una especie de biblia con sus imágenes y preceptos. Los doctores se le acercan, hablan con el sabio y le dicen, tenga fe en Él que lo está esperando en el cielo. El sabio queda por horas callado naufragando en un mar de ideas y recuerdos. Su esposa viene a su mente, su pequeña casa escondida en un valle, los momentos gratos que pasó ahí. Los árboles que él plantó en la entrada, sus hijos, sus nietos. Varios doctores y enfermeras entran en su habitación y lo encuentran balbuceando. Sabio señor, cómo está, cómo se encuentra, le tocan la frente, una enfermera le soba tiernamente las manos. En voz áspera el sabio responde Bien, tan sólo un poco curioso sobre lo que ha de ser, sobre lo que ha de pasarme. Otra enfermera cambia las flores del rincón. El doctor sostiene fuertemente su mano. La fe mi sabio señor, debe mantener la fe, no deje que su estado físico destruya la fe. El agua de las flores anteriores huele mal, la hacen cambiar. Dicen que así fueron las últimas palabras del sabio: La fe no se crea ni se destruye, sólo se transforma, se adapta, se adecúa a las nuevas condiciones de la civilización en curso, y se le da el rostro adecuado para su presentación ante la gente. 

Monday, September 17, 2012

El velorio de Emilio

Si te asomas lo verás, estará ahí dentro seguro. Te parecerá aún vivo así vestido con ese traje de gala y con las flores en el pecho, como si respirara, como si su vientre se inflara y desinflara continuamente, muy lento, no tanto como para que no sea distinguido, pero lo suficiente como para que te cagues de miedo. Me duelen los pies dice el joven Orestes. Son los zapatos dice el capitán, su papá. En un par de horas te acostumbrarás, son tan sólo para que estés presentable en el funeral. ¿Y el ataúd lo dejarán así, abierto? Si, toda la noche, lo estarán llorando. Una anciana vestida de negro pasa sollozando lentamente a su lado. Pase usted doña Elba. En voz quebrada doblemente, por tristeza y por vejez: gracias capitán. Un pie que apenas se levanta y otro que inevitablemente ya se arrastra se alejan por la alfombra roja que dirige al ataúd. Y si eres afortunado y cuando te acerques todo está en completo silencio lo podrás escuchar. El capitán se espanta una abeja de la oreja, seguro que se metió con las flores que trajeron. El joven Orestes mueve los dedos de los pies dentro de su fino calzado negro mientras piensa. Luego, acomodándose el cuello de la corbata ladea la cabeza hacia el capitán y le pregunta en voz queda: ¿Por qué lo quiso así?. El capitán se afila los bigotes. Era un tipo muy necio y con ideas muy extravagantes, una vez le pregunté: Emilio, ¿por qué no se deja de tonterías y vuelve a escribir con la mano derecha?, Porqué la perderé en unos años y tengo que acostumbrarme a usar la izquierda. Oigan a éste, tan seguro de perder esa mano está. No se ría capitán, yo se porqué se lo digo. Y bien que lo sabía, pues él mismo se la cortaría al cumplir los 26. ¿Por qué lo hiciste Emilio? Estás loco, se te metió el diablo. Porque en éste mundo todos sufren por algo, todos guardan algún dolor, alguna desesperanza, y yo, elijo por lo menos ejercer mi derecho de escoger cuál será mi dolor, y he escogido perder una mano. Entonces estaba loco de remate papá. Que no me digas papá en público, dime mi capitán. Entonces se le había zafado un tornillo mi capitán. Así parecía ser, pero por otro lado todas sus extravagancias se alineaban siguiendo un cierto patrón, sus ideas parecían tener estructura, sus actos al fin de cuentas parecían estar estudiados milimétricamente y sustentados en sabiduría. Ahora hay silencio en el recinto, la abeja camina confiada en la espalda del capitán sin que éste se de cuenta; sólo el crujir del cuero de los zapatos del joven Orestes se escuchan. Ya se me entumieron los pies capitán. Mejor que así se queden, mejor que sientas que no están a que te duelan, como la mano de Emilio. ¿Y qué es lo que el muerto está escuchando mi capitán? Una de esas obras clásicas y larguísimas, un montón de violines y arpas y flautas y violoncelos o violas o como les llamen, una voz femenina creo, música tan extravagante como él, repetida la misma canción una y otra vez, los audífonos bien apretados sellándole los oídos y el volumen al máximo, el IPod en la solapa, así pidió que lo enterraran. Tres metros abajo, el ataúd con lujoso forro blanco de satín abullonado, la oscuridad, la tierra que le cae encima, primero golpeando directamente sobre el ataúd y aplastando las flores y luego volviéndose cada vez más imperceptible. Como si alguien lo escuchara desde dentro. El muerto con los audífonos en los oídos y la música sonando, una y otra vez la misma melodía hasta que la batería muera, preparándole, asegurándole, él decía, un camino placentero hacia el más allá. Una especie de rito mi capitán. Si, algún tipo de ritual mortuorio Egipcio adaptado a nuestra era por medio de un elemento tecnológico moderno. ¡Shhh! Haga silencio mi capitán. El sacerdote ha levantado las dos manos. Oremos hermanos.

Friday, August 3, 2012

La malparida

Ésta es la suya, y aquí tiene la suya, son pesadas, sí, pero igual tienen que ponérselas; huele a azufre, que si así huele imagínese cómo se ve. Amanda se la pone, Rodrigo también, y si se me cae, asegúrese de sujetarla bien por detrás, más les vale y no se les caiga. Pues miras para el suelo mensa, dice Rodrigo y Amanda, ay bueno ya. Amanda y Rodrigo entran con las pesadas gafas de soldador bien puestas, las manos aún sujetándolas, como para asegurarse de que no se caerán a la mitad del camino. Una decena de personas más hace lo mismo. Por aquí, pregunta Amanda y el guía, no a su derecha, y que camine de frente, hacia donde está el letrero. ¨Medusa¨ dice ahí, es un letrero rojo que brilla en la oscuridad, como el de ¨salida¨ en un cine. El olor a azufre incrementa, la oscuridad lo es cada vez más. El guía abre con un interruptor una pesada cortina roja. Detrás un enorme y grueso cristal, como una gigantesca pecera sin peces. Detrás del cristal rocas, y ramas, y tierra, y un muro altísimo alrededor con una reja hasta arriba, Dónde está, no la veo, expectantes los ojos detrás de las gafas buscan con afán su objetivo, las ramas secas, y las grises piedras frías y muertas, y las cadenas y los desperdicios óseos quebrados, todo bañado en tenue luz roja de prostíbulo. Está ahí, en el fondo señala uno, reacomodo súbito de posiciones, los cuellos estirándose lo más posible sobre el hombro del de enfrente, detrás de un arbusto de rocas secas está la Medusa, la mera mera, la vieja horrenda con la cabeza llena de serpientes, ya la vi ya la vi, está caminando la cabrona, ya nos vio ya nos vio, es toda gris la puta, sus ojos brillan ya viste, hasta se me revuelven las tripas, sigue avanzando, viene para acá, se está acercando a nosotros, desde atrás del público un ¡shhh!, y desde el frente un callado: pinche vieja mamona, y ahora en voz baja, en voz de aire rosando los tejidos guturales, Ay Rodrigo, no mames, vámonos de aquí, y Rodrigo, ahora te aguantas collona, estuviste chingue y chingue de venir aquí ahora te jodes. Y la Medusa caminando lento, como robotizada, como haciendo una diabólica rutina de taichí. Se llena la recámara de silencio, ojos de Medusa de un lado del vidrio, ojos de público del otro, los primeros preguntándose porqué no causa efecto su mirada sobre las víctimas, los segundos diciéndose unos a los otros, pero cómo está fea la malparida, ya abrió la boca, Amanda y Rodrigo también, está jadeando, y se acerca aún más al cristal, lentamente pone sus manos extendidas sobre la superficie, uñas largas, llagas profundas, piel gris de plastilina seca, el público se echa atrás inconscientemente, el guía baja el interruptor y la cortina se cierra lentamente, el público intenta obtener los últimos segundos de la horrenda visión, cuando se cierra por fin la cortina, el público se da por satisfecho. La viste, siento que se me metió en el alma, esta noche no podré dormir, cuál es el que sigue, Rodrigo saca el mapa, Amanda echa sobre él un halo dorado de luz artificial de lámpara de bolsillo, y Rodrigo sigue la ruta con un torcido dedo. Es el cíclope, en la parte superior del mapa se puede leer: Zoológico Nacional de Bestias Mitológicas.

Tuesday, June 12, 2012

Tratado invidente sobre la publicidad

Caminaba inmune al entorno por las calles. La sombra que de él se desprendía se había extendido hasta cubrir la totalidad: su amplio y nocturno universo. Había aprendido a amar lo que no estaba ahí para él; en vez de un consecuente temor a lo desconocido logró hacer las paces con el misterio de lo que, desde hace mucho, le era negado. Él era un ciego, y como prisionero en cárcel que cubre una larga condena y que con el tiempo se hace sabio, el ciego había aprendido a tolerar el silencio, a contar las horas y guardar el tiempo en su cabeza haciéndola un exacto reloj biológico, a reconocer su propia voz y a alimentarse de sonidos cada vez más nítidos y descriptivos; sembró una y otra semilla de tal o cual pensamiento o idea, y éstas hicieron blanco en tierra fértil produciendo rápidos y exuberantes frutos. Al pasar del tiempo, las semillas de pensamiento se convirtieron primordialmente en colores vagos poblando como neblina difusa la oscuridad, después se transformaron en luz de velas irradiando un poco más de claridad revelando formas más definidas y colores más intensos, pero aún tenue y fácilmente extinguible por el viento, pero muy poco después el caudal de pensamientos en su cabeza se transformó en potentes lámparas con incandescente luz chorreándose sobre imágenes precisas a todo color y de movimiento continuo. Las visiones en su mente llegaron a entrelazarse rápidas como tropicales enredaderas que, provistas de nutrientes infinitos, suben las cuestas de los árboles, de los muros, las rejas, los postes y cualquier pendiente a su paso con extrema velocidad; tal como si a la ciudad de Río la invadiera de repente el exuberante Amazonas y la ahogara en verde esmeralda y esencias clorofílicas. Caminaba invulnerable bien digo, porque los gritos de la publicidad no lo llamaban a él, no decían su nombre ni tiraban de las mangas de su camisa o pantalones; las luces que chillaban intermitentes por la calle no llamaban de ninguna forma su atención. Nada estaba ahí para él, nada tenía el poder de ocupar su mente y distraerla de visiones mucho más originales y placenteras. El ciego así, se evitaba la dura pena de caer presa de formas y colores vacíos. “Disculpen que yo vea más que ustedes” se decía el ciego pensando en los demás, en los que tienen ojos, en los que ven pero tienen la vista atrofiada. “Sea mi ceguera un antídoto a las letras e imágenes que enajenan como plaga las mentes de los demás; que se adhieren como líquenes sobre las rugosas superficies de los cerebros y lo ahogan sin remedio en una marea de basura icónica; sea mi ceguera la muralla China que defiende mi mente y que la permite concentrarse en una dulce meditación que me resulta benéficamente analgésica”. Y es que sólo el ciego, entre la multitud de los ciudadanos de aquella villa, caminaba aún por las calles de una ciudad infinitamente más bella. Para él las flores del jardín aún llenaban de colores la avenida, la pintura de los edificios estaba intacta y emitía una luz fulgurante rebotada por un Sol omnipresente, los balcones estaban llenos de amantes, plantas y pequeñas mesas con sillas para tomar el té, leer o jugar dominó, ajedrez o cualquier otro deporte intelectual. Habiendo construido este mundo de formas, luz y movimiento a partir de oscuros cimientos éste ciego se sentía un héroe y experimentaba una cierta afinidad con Narciso; un vínculo desdibujado de familiaridad; siempre gastando su tiempo en él mismo y adorándose, aquél por decisión propia mirando su reflejo en el espejo, y éste por la condición de su ceguera contemplando la sabiduría acumulada en la caverna oscura de su mundo. En fin, el ciego aprendió a exprimirse el fruto de la autoestima encima y empaparse de los beneficios de ella. A pesar de su condición física capaz de bloquear los embates del entorno, el ciego no dejó de percibir información del exterior,  leer y de alimentarse también del código escrito, pero en el mundo del braille no existe la publicidad. Las sensibles manos, que expertas en descifrar hoyos, muescas y demás accidentes en las superficies van directo al grano de la literatura. Queda, como responsabilidad del lector, escoger el tipo de lectura preferible, pero resulta más fácil separarse de la basura y evitar las distracciones. La publicidad en braille sería ridícula e impráctica, muy deficiente dada la naturaleza de un mercado restringido y de una minoría que en la sociedad se toma como intrascendente. Los ciegos, no marcan la diferencia en éste mundo, en esta civilización visual, y por lo tanto no hay publicidad para ellos que sea relevante. No hay diferentes tipografías en braille más allá de hoyos o relieves, y los colores simplemente no existen, así que el producto no está estilizado ni adornado, y queda a cargo del lector el crear las imágenes adecuadas que den sentido gráfico a lo leído y produzcan el humano efecto de la imaginación.


Un día, así tan iluminado y radiante como todos los demás, nuestro ciego, que se ha vuelto un poco nuestro a partir de que hemos descubierto un poco de su mundo y explicado sus procederes mentales, caminando sobre las baldosas de ladrillo rojo, más intenso para él que para los demás, y sin percibirlo sino hasta después de un largo minuto, comenzó de repente a flotar a la altura de las copas de los árboles. Inmerso en una especie de torbellino de ideas, imágenes y bienestar experimentó un placer absoluto, un amor desbordante por todo y todos los que lo rodeaban, una alegría suprema y estable alcanzada por años de contemplación y sabia paciencia. Su cuerpo se sintió de pronto más ligero, su corazón en extremo fuerte y saludable, su cabeza inmersa en el éxtasis de la ecuanimidad. Por instantes lo entendió todo, lo supo todo, se esclarecieron todos los misterios y se resolvieron todos los enigmas, el cosmos infinito se volvió sondable y todo fue tan fácil de entender. El ciego, suspendido sobre las cabezas de gente que creía estar viendo un milagro, sobre señoras que habían dejado caer al suelo sus bolsos llenos de comida recién comprada para persignarse tres o cuatro veces, sobre perros que frenéticos ladrando se jaloneaban las correas de las cercas a las que los habían atado, sobre los jóvenes que se cayeron de las bicicletas al dejar de ver al frente y fijar la vista arriba y de un auto que chocó contra una banquita del parque, se dijo en voz baja a sí mismo pero en voz fuerte al Universo. Precisamente porque no lo veo es que lo creo, porque mis ojos me blindan y me protegen de la realidad, porque lo que se vuelve verdadero es lo que yo sé, porque las leyes físicas del Universo están a mi merced, porque a las almas de este mundo les pido sincero perdón y les doy las más honestas gracias, porque lo amo y los amo a todos.


Unas gaviotas pasaron volando rápidamente, un semáforo se puso en verde, un tomate dejó por fin de rodar al chocar contra la banqueta del otro lado de la calle, una pareja de novios se apretó muy fuerte de las manos y el ciego lentamente descendió y puso los pies suavemente sobre el suelo; la gente lo miró como el adolescente que por primera vez conoce el milagro de ver a una mujer desnuda frente a él invitándolo a unírsele; las señoras desconfiadas recogieron sus tomates de suelo, un joven levantó su bici y se sacudió los pantalones, los perros recibieron un regaño de sus dueños para hacerlos callar, un conductor impaciente sonó su bocina para que el de enfrente avanzara. El ciego, en un delicioso letargo, continuó su camino por la ciudad más hermosa de éste planeta, la gente se olvidó de él y él se acordó de que a una cuadra de ahí lo esperaban sus amigos a comer.



Thursday, March 8, 2012

Tres ancianos

Tres viejos me habían acompañado, uno de ellos más arrugado que los otros dos y un segundo embarrada la cara de porquería, quizá de sangre, quizá sólo de mermelada. Dóciles; sin embargo, a las voluntades indomables que en ese entonces me gobernaban, de aspecto sereno y sabio, tal como ancianos venerables dignos de toda reverencia; sin contrariarme con consejos absurdos y sin decir una sola palabra, guardando mis espaldas como fieles guaruras. -¿Sí?, ¿Qué desea?- -Vengo a ver a El Muerto- Un tipo enorme con el rostro tan cicatrizado que desearía tener aquél de la Luna me había abierto la puerta y dejado entrar después de una ardua inspección, tanto a mí como a los confines brumosos de las calles que ahí colindaban. – ¡Hey, muchacho! veo que te has decidido- Se escuchó una voz cubierta de una rancia luz en el fondo de una habitación por lo demás oscura. – ¡Pasa cabrón!, no hagas esperar a El Muerto-. Periódicos viejos apilados casi hasta el techo, botellas y paquetes misteriosos, cuerdas, cintas adhesivas, un manojo de ligas, un cuchillo. –Sabía que vendrías, al final de cuentas los tipos como tú siempre acaban aquí- Un piso de cemento frío, mal acabado y embadurnado de una colección de sustancias nocivas me habían llevado finalmente hasta él. El Muerto le decían; Su persona: un ramillete de encantos, negro aceitado, ojos hundidos hasta incrustárseles en el cerebro, dientes tan enormes que parecían no haber estado jamás dentro de su boca sino que permanecían afuera por tiempo indefinido, como una grotesca risa postiza mal pegada en abultadas encías púrpuras. –Y bueno, ¿lo trajiste?- Di un leve toque a mi bolsa del pantalón sugiriendo un “sí, aquí está” por respuesta. Los tres ancianos se mantenían imperturbables y esperaban el momento preciso de hacer su parte. -¡Tripa!, tráele a este joven su mercancía.- El tipo enorme de la cara hecha picadillo aventó a la mesa el pequeño paquete blanco por el que yo había ido. Lo tomé con calma y también tomé el tiempo necesario para examinarlo. Todo estaba bien, El Muerto estaba jugando derecho ésta vez. Los tres ancianos salieron de mi bolsillo y aterrizaron sobre la mesa. La cara del prócer de la nación repetida tres veces en billetes de 1000, su heroica mirada fija en tres diferentes puntos de la habitación. El Muerto tomó el dinero y examinó a contra luz su calidad. Como había dicho, uno más arrugado que los otros dos y un segundo con la cara embarrada de porquería. Los guardó en un estriado bolso de cuero negro. La fidelidad de los tres ancianos era ahora para con El Muerto, yo salí de ahí tan pronto como me fue posible.

Wednesday, January 18, 2012

Tres llamas blancas estampadas en la cobija

Su abuela se la había regalado la Navidad de dos años atrás, no sabía si la había comprado en el mercado local o si la había hecho ella misma, al fin de cuentas ella era una pastora de llamas que de vez en cuando se le daba el hacer algún tipo de tejido con la lana de sus animales, pero eso tendría que habérselo preguntado antes de que muriese el año pasado. De cualquier forma esa era la cobija más abrigadora de todas las que tenía listas para la temporada de frío. Tener ocho años y vivir en una pequeña choza en las estriadas y neblinosas montañas del Perú requiere de buenas provisiones de vestido y abrigo para sobrellevar la temporada fría de éstas regiones. La cobija era tan normal y sencilla como lo pueda ser cualquier producto artesanal, estaba hecha de alguna lana procesada manualmente y directamente del animal. Nada como esas cobijas fabricadas en complicadas máquinas que venden ahora en los almacenes de la capital. Ésta, por su parte, era fuerte, de hilos gruesos que la hacían pesada y estaba impregnada del olor del campo, de la tierra y la vegetación transformada en ese pelo grueso y áspero que crece en los cuerpos de las llamas y que, al igual del de las ovejas, también se llama lana. Había sido fabricada con esmerada paciencia y entretejida con el amor de manos expertas y muy probablemente ancianas, manos seguramente transformadas hace tiempo en una especie de cartón moreno y arrugado en donde cada línea es una larga historia de la localidad donde vivía. A Martín Cifuentes al pasar de los años, le gustaba pensar que la cobija, siempre sí, había sido fabricada por las manos bondadosas de su abuela. En aquél momento, a sus ocho años, la cobija le parecía gigante y le prometía mejor guarida del frío que la choza misma, era de apariencia maternal y suave al tacto, tanto manual como facial, gris claro y adornada con tres pequeñas llamas blancas formadas una detrás de la otra; motivos por demás distintivos de éstas regiones americanas que conservan hasta la fecha algunos tintes de prehispánica ascendencia.

Aquella noche la choza se veía acribillada por lanzas hechas de gélido viento. Las chozas de esa región por naturaleza, por lo menos por la naturaleza montañosa del Perú, están constituidas de un adobe que tiende a proteger con canina fidelidad a sus propietarios del frío y, en su interior, uno puede acercarse a la perfección del calor natural dentro del útero de una amorosa madre; sin embargo, era posible percibir en el exterior los sonidos poderosos del viento, sus rugidos y exclamaciones de furia, los aullidos y lamentos producidos al desgarrarse en las láminas de tejados y rajarse en las ramas de los árboles alrededor. Los animales, tanto domésticos como silvestres, habían corrido a esconderse y seguramente se acurrucaban unos con otros en sus distintas madrigueras, refugios y guaridas, la gente por su lado, había hecho lo mismo resguardándose lo más cómodamente posible en sus moradas, no por más grandes menos modestas que la fauna de la región. Al madurar la noche el cielo se había despejado y el pueblo entero dormía bajo una luz de Luna que habría lastimado los ojos de quien la viera, el viento había cedido al tiempo y ahora todo lo inundaba un perfecto silencio; esa calma absoluta de un momento que se detiene y que no permite que ni una hoja se mueva, que ni un perro ladre, que no se explique ni siquiera el lento arrastrarse de un caracol. El frío, por su parte, había ganado en su capacidad de penetrar entrañas, congelar orejas y detener el movimiento del agua. Fue más o menos en este momento que sucedió por primera vez. Martín Cifuentes, dormido en su pequeña habitación inmiscuido en sueños sobre extintos volcanes cubiertos de exuberante maleza, comenzó en su inconciencia a sentir un frío exagerado, tanto que la maleza de los volcanes en sus sueños se congeló. En un intento por calentarse, su cuerpo comenzó a sudar pesados goterones para aliviar su malestar empapando su frente, pecho y espalda. Súbitamente, en una contorsión extraña, sus ojos se abrieron y su torso se incorporó apenas apoyado de espaldas sobre los codos en la cama, la luz de Luna entraba por las rendijas de su ventana, y en el estado de parcial conciencia o inconciencia que uno tiene cuando se está medio despierto o medio dormido, se dio por fin cuenta de que en realidad y no sólo en sueños, hacía un frío paralizante; la cobija no estaba ahí donde debería estar, cubriendo su cuerpo y protegiéndolo del frío, por lo que se encontró con su propio cuerpo en calzoncillos extendido sobre la cama tiritando de frío; quizá la cobija se habría caído, así que apresurándose a buscarla se asomó por uno y otro lado de la cama pero no la encontró. La luz de Luna entró de repente con mucho más intensidad por la ventana, como si de pronto se hubiera liberado del bloqueo de una pesada nube que hubiera estado estropeando su majestuoso esplendor, e iluminó la neblina espesa que aparentemente llenaba de lado a lado la habitación de adobe. Entonces Martín las vio; tres enormes llamas estaban paradas alrededor de su cama, casi sin moverse, tal como heladas esculturas de mármol, sus ojos negros y grandes lo miraban fijamente, y aunque estaban tranquilas, sin asustarse, como si estuvieran pacíficamente pastando en el campo, tenían un aspecto que denotaba una cierta impaciencia o inquietud; a cada pesada exhalación, que silbaba y hacía eco en la habitación, salía de sus calientes hocicos un denso vapor que se condensaba y desvanecía en el aire, su lana era alarmantemente blanca y demasiado brillante. Martín, instintivamente, no pudo más que llevarse una mano a los ojos para protegerse de tanta luz, y en el instante que a uno le lleva leer la palabra “ya” la habitación se oscureció, Martín se descubrió los ojos lentamente quitándose de encima su propia mano, tan sólo para descubrir que las llamas no estaban más ahí, se dio cuenta de que con la otra mano sujetaba fuertemente una de las orillas de la cobija y entonces se inundó de pánico. Jaló la cobija hacia sí mismo y, con la ahora tenue luz de Luna que entraba humildemente por la misma rendija de ventana, vio las tres pequeñas llamas blancas estampadas en ella. Cerró los ojos fuertemente como para convencerse a sí mismo de que sólo había tenido un mal sueño, y después de unos segundos cayó irremediablemente dormido. La maleza que cubría los volcanes en sus sueños nunca fue más densa y exuberante.

Lo que había estado inanimado ahora se mostraba lleno de vida y movimiento, el Sol cubría el panorama y se sentía un delicioso calor primaveral, la gente se mostraba como de costumbre bulliciosa y una vieja canción popular se elevaba desde una estropeada radio que hacía sentir que la música estaba en blanco y negro. A lo lejos había un rebaño de llamas como el que su abuela solía llevar a pastar, Martín las observó por largo rato mientras desayunaba sentado en un madero labrado en forma de asiento tomando el Sol, ninguna de ellas era tan grande como las que había visto entre sueños la noche pasada, además, ninguna era tan blanca como aquellas, todas mostraban un blanco bastante sucio que más bien era un color paja, o bien, cualquier otro tipo de pelaje de distintos colores y tonalidades. Por la mañana se había levantado más temprano que de costumbre con el deseo secreto de encontrar una puerta abierta que explicase tres llamas en su habitación durante la noche, entonces sí se reiría de sí mismo y reclamaría con justificada voz: -¿Quién dejó la puerta abierta?, tres bestias entraron ayer a mi cuarto y me pegaron un susto de aquellos.- La situación quedaría en broma, sus padres y sus tres hermanos mayores se retorcerían de risa y después pagarían las consecuencias con algún tipo de travesura. Contraria a esa predeterminada y apresurada idea, el pesado madero que servía de tranca para la puerta dormía pesado y cínico sobre las argollas de metal incrustadas en la pared. Ninguna posibilidad de atravesar esa puerta, mucho menos siendo una llama, parecía probable. No es bueno desayunar con un pesado sentimiento de miedo en el estómago. Hay que recordar que tener ocho años no lo provee a uno todavía, de un estómago fuerte que resista con eficacia ésta y otras preocupaciones que conllevan el vivir en éste mundo.

-¿Qué te pasa Marti?, tienes una carita más pálida hoy, ¿porqué no has ido a jugar con Silverio y Joaquín?, ¿te peleaste con alguno de ellos?- Responder elevando los hombros y con un simple “no” a veces está justificado, -Mira que son buenos chicos, el otro día hasta le ayudaron a tu papá a llevar los leños al depósito-, -Ayer soñé con cosas-, Y llevando una mano juguetona al pelo del chico la madre continúa, -Ay Marti, ¿pero qué clase de sueño fue que te tiene así?, ¿No será que Amandita te trae de los huevitos otra vez?,- -No, ayer en la noche me levanté de repente y clarito vi tres llamas ahí, metidas en mi cuarto.- Perdonen la falta de onomatopeyas para describir el sonido estrambótico de la carcajada que soltó la mamá de Martín, -¡Ya ves mamá, ya ves!, ¿cómo quieres que luego te cuente de mis cosas si luego te acabas riendo de mí?- Y también las mamás, a manera de perdón, algunas veces y de alguna forma, intentan retractarse. –Pero si no me burlo de ti Marti, tan sólo que pensé que la idea de tres llamas en tu habitación era graciosa, pero ahora que lo dices yo también me asustaría, quítate ya las manos de la cara y salte a jugar; seguro que te comiste algo pesado ayer en la noche.- Y a manera de quien encuentra la justificación perfecta la mamá de Martín recuerda, -¡El pescado con papas!, fue el pescado con papas que te comiste ayer en la noche, yo tuve que tirar el mío porque le sentí un olorcito extraño, a lo mejor hasta te cayó mal a la panza, ¿No has vomitado?- -¿Y para qué me tientas la frente si me estás preguntando si he vomitado?- -Porque los males o los bienes del estómago se reflejan también en la cabeza o en otras partes del cuerpo, no ves que dicen que a un hombre se le conquista por el estómago-. -¿Y a una mujer cómo se le conquista?-, -¡Ja!, sabía que algo tenía que ver con eso; bueno, para conquistar a una mujer primero que nada no le cuentas que estás asustado porque viste tres llamas en tu habitación a la mitad de la noche; creerá que estás loco.-, -Pero si te digo que sí las vi, estaban ahí al ladito de mí, paradas alrededor de mi cama y viéndome como locas-, -Bueno, bueno, no me hables así y ya mejor olvídate de eso y vete a jugar que ya se te acaban las vacaciones-. Martín por fin rinde el extraño sabor de boca que venía sintiendo desde la noche pasada y decide hacerle caso a su madre, se levanta de un buen brinco que acaba por sacudir el sentimiento negativo y se aleja corriendo por la calle. A la mamá de Martín se le inundan los ojos de nostalgia, quisiera volver a tener la edad de su hijo y jugar también; ¡cómo pasan los años, cómo crece su hijo más pequeño! Pronto dejará de asustarse por pesadillas absurdas y llevará a cuestas cosas más importantes para hacerlo.

Y bien, ya está de nuevo Martín en su cama bajo la pesada cobija y bajo las figuras de las tres llamas blancas estampadas en ella, siente que está en una posición vulnerable que le hace pensar en la noche pasada. –No me jueguen bromas esta vez- Martín les dice en su cabeza a las llamas de su cobija. Se ríe de sí mismo; hoy ha sido un día largo y ha estado jugando mucho, la historia de las llamas ya está casi borrada de los acontecimientos recientes y todo es paz y tranquilidad de nuevo; un día más lo separa de la escuela y es momento de pensar en otras cosas más relevantes; en qué útiles tendrán sus papás que comprarle, a qué equipo de fútbol se incorporará para el torneo de verano, y después pasa varios minutos pensando en Amanda; quizá esta vez sí se decida a plantarle un beso. Martín ha cambiado el sentimiento negativo de las llamas, por el mucho más positivo de los labios rosas y delicados de Amanda, el aroma que se desprende de su pelo negro y ensortijado y sus piernas asomándose bajo su mini falda blanca. Así pues, acariciando con dedicación su sexo, se queda dormido debajo de su pesada cobija de llamas blancas. A elevadas horas de la noche, o tempranas de la mañana, como quiera que guste tomarlo el que descifra este texto, el acontecimiento de la noche pasada se repite unas segunda vez. En ésta ocasión, una de las llamas que rodean la cama de Martín y que lo observan fijamente se acerca más a él y le olisquea la cara. Martín, estacionado entre la conciencia y la inconciencia no siente el miedo en ese momento, eso será después hasta que las llamas nuevamente desaparezcan, por ahora lo único que siente, además de frío intenso que taladra sus huesos, es el dolor en los ojos de la luz que despiden los blancos pelajes de las llamas bañadas con luz de Luna, y el cálido vapor emanando del hocico de la llama impregnándosele en la cara. Martín cierra los ojos fuertemente para impedir que la luz lo lastime y tan pronto como se asoma de nuevo por entre sus dedos las tres bestias ya no están ahí, la cobija está hecha una bola a sus pies y la oscuridad reina de nuevo sobre su habitación. Es ahí donde el pánico se apodera del pequeño Martín, siente ahora que su cuerpo es una bola de nervios, una pesada albóndiga hirviente, y venciendo de un zarpazo el miedo de moverse corre hacia la habitación de sus padres pasando por la puerta de entrada que, corrobora, está firmemente cerrada. Los padres duermen tranquilos, así lo hacen cuando laboran mucho y sus quehaceres son honestos, Martín está a punto de despertarlos a gritos pero considera los perjuicios que eso pueda conllevar el día siguiente, así que con todo el pesar del mundo en sus hombros, que es demasiado para un niño en sus ocho, decide regresar, no a su habitación, que ahora considera maldita, sino al torcido catre que sirve de sofá en el cuartucho que sirve de sala en su choza que sirve de casa. Vale más dormir torcido que morir de miedo en su habitación. Quédense pues por el resto de la noche las tres llamas blancas estampadas en el campo gris de la cobija donde viven, que ahí es donde deben estar.

-¿Qué hace Marti ahí en el catre?- se dice uno. – ¿Habrá caminado dormido?- se pregunta el otro. –Quizá orinó la cama- supone un tercero. El primero, adhiriéndose a su explicación original, defiende a su pequeño hermano que está aún inmerso aún en una densa niebla onírica. –No, no, Marti no orina la cama desde hace mucho- La mamá evalúa la situación con una risa que no logra esconder. – ¿Y bueno pues, explícanos el secreto, qué hace Marti ahí?- -No sé si esté relacionado, pero ayer estuvo hablando de una tonta pesadilla, algo sobre llamas en su habitación que lo miraban fijamente alrededor de su cama.-, Generalmente, las orquestas son de música, sin embargo, ésta lo es de risas y carcajadas. –No sean así- dice la madre, -Lo van a despertar. Además el pobrecito sigue tan enamorado de Amandita, yo creo que esa niña me está volviendo loco a mi pobre hijo-, -Pues tiene buen gusto éste cabroncito, se parece a mí- sentencia el hermano mayor. Martín bosteza y estira los brazos sin saber que su tribu lo rodea. –No se vayan a reír, lo van a hacer enojar- pide la madre, -hagan como que nada pasa-. Pero los hermanos menores están hechos para ser el blanco de las bromas de sus hermanos mayores; ¿habrá la Sicología estudiado éste fenómeno, habrá sido considerado por alguna autoridad religiosa, habrá constado este hecho en algún tipo de escrito de sabiduría milenaria o enmarcada por el tema de alguna obra artística de envergadura? La respuesta a ésta larga pregunta no importa, lo que ahora nos concierne es el hecho de que las pedradas, las primeras indirectas y que dan una advertencia inicial y las segundas que comienzan a rozar las orejas de Martín para, una que otra, darle de lleno en la cara, causan un efecto de evidente malestar en el niño. Primero se frunce el pequeño entrecejo, noticia de que sabe que algo se ha comentado a sus espaldas, después le viene a la mente la nítida imagen de las llamas alrededor de su cama, y el sentimiento de enojo se mezcla y confunde con uno de temor. Escapar de ahí es preferente, así que el pequeño Martín sale corriendo a su habitación no sin antes decirles a viva voz: -Vayan a comer mierda cabrones-. – ¡Esa boquita Martín!- la madre censura, pero Martín encolerizado regresa y le suelta una patada a su hermano mayor quien, inmune a los iracundos golpes de su hermano, responde tan sólo con una risotada, golpe éste, más nocivo, hiriente y dañino que cualquier otro. El pequeño Martín llora por horas, se golpea él mismo la quijada con puños pequeños pero de nudillos filosos, se tumba de boca sobre la cama y la patea, más siente que su madre haya dicho lo confesado que sus hermanos lo hayan tomado como pasatiempo matutino. La madre sabe que esto es así y sintiendo la culpa recaer sobre sus incipientes canas muestra su rostro afligido en una puerta entreabierta. –Marti, ¿puedo pasar?- Aventarle una almohada a la cara a la mamá es la respuesta que su madre merecería, pero eso le traería más problemas aún. Ésta no es forma de pasar el último día de vacaciones. –Perdóname Marti, no pensé que tus hermanos lo tomarían en broma-, Llorar también es una respuesta. –No te pongas así, sólo lo hacen por molestar; si te reconforta saberlo ellos también tuvieron pesadillas que los hicieron llorar como niñas asustadas, y Damián, aquí entre nos, se orinó en la cama hasta los seis años-, Por fin una sonrisa se escapa del atribulado y rojo rostro de Martín, -¿De verdad?-, -Ahá-, Es ahora Martín el que suelta la risotada, -Anda Marti, aprovecha tu último día de vacaciones. Por cierto, me dijo el papá de Amandita, por si quieres saberlo, que ella irá a visitar a su tía, así que podrías estar en la plaza cazándola, y cuando pase ¡pum! te la encuentras por casualidad, ¿qué te parece? Los ojos del muchacho se iluminan y dos o tres latidos de su corazón envían dos o tres litros de sangre a su cabeza. Martín se levanta de un brinco y dispone lo necesario para tomar un baño; así de poderosa es la influencia de una pequeña mujer sobre un pequeño hombre. – ¿Ya dejaste de llorar chilletas?-, -¿Tú ya dejaste de mearte en la cama?- responde rápidamente Martín. Las carcajadas hacen ahora blanco en el rostro transfigurado del hermano mayor. Martín ha cerrado la puerta del baño antes de que su hermano lo pudiera alcanzar.

Qué sentimientos diversos son los que un infante puede llevar a cuestas en un corto periodo de tiempo. Déjenle a un niño la tarea de llevar un sentimiento a un extremo. Ahora, es la ilusión amorosa lo que invade la mente de Martín, tanto como una canción hermosa que logró apoderarse de uno y que se repite una y otra vez a lo largo de todo el día. Amanda estaba preciosa ésta mañana cuando la vio junto a la fuente, su boquita rosa le sonrió y dejó ver unos pequeños dientes blanquísimos; cuando le besó la mejilla un suave aroma a margaritas silvestres se desprendió de su pelo, y su piel era suave y cálida como un bombón cerca del fuego. Platicaron por largo rato, ella rió de sus bromas y aceptó agradecida un enorme durazno que él le regaló. Secretamente lo había comprado minutos antes de encontrarse con ella sólo con el propósito de regalárselo. El día siguiente sería el primer día de clases después de unas largas vacaciones y él empezaba con el pié derecho. Volvería a ver a sus amigos y habría mil cosas que hacer después de clases. Habrá que ver que clase de profesor le tocará, quién tendrá que sentarse a su lado, y lo más importante, si Amanda estará en alguno de los equipos que se formen para las diferentes materias. Así, recostado sobre la cama mirando el techo y alucinando con las vistas y esencias de Amanda, escucha a su madre en la habitación preparando su ropa y colocando todo lo necesario en su mochila, y a sus hermanos jugando ajedrez en la sala. De súbito le viene a la cabeza el recuerdo de las llamas. Parece tan distante que ahora no le produce miedo, tan sólo intriga y paradójicamente diversión; quizá le caiga muy bien el regresar a clases y mantenerse ocupado con otras cosas en la cabeza aparte de llamas macabras en su habitación. Además, se imagina lo ridículo que sería que uno de sus compañeros le confesara que tres llamas blancas lo visitan a mitad de la noche, así que decide simplemente dejar de sentirse un niño desvalido y empezar a comportarse como un hombre que tiene responsabilidades, deberes y si la buena suerte lo acompaña, hasta una mujer a su lado. Así, que pasado el desfile de minutos que celebran la hora de ir a dormir, Martín toma con decisión su cobija de llamas, se cubre con ella y duerme tan estáticamente como una roca clavada en la superficie lunar. Las llamas nocturnas, no obstante, son invulnerables a cualquier tipo de accidente geográfico, este dentro o fuera del planeta, así que hasta la Luna y su Mar de la Tranquilidad van de nuevo a interrumpir los dulces sueños de Martín. La escena ya conocida se repite una vez más, el frío increíble, la cobija que ya no está y las tres llamas blancas y brillantes rodeadas de niebla y luz alarmante que ciega sus ojos. A pesar del sabor de aluminio en su boca no hay miedo, tan sólo desconcierto e incomodidad, una llama olisquea el rostro de Martín y un poco después una segunda se acerca y comienza a jalonearlo del pantalón de pijama que ahora trae puesto; lo que debería de permanecer inconsciente y no lastimar se hace consiente y produce al fin un daño; la adrenalina se dispara en forma de un grito de terror que no sólo hace que su familia entera llegue corriendo hasta su habitación, sino que desaparezca luz, frío, niebla y llamas a granel. La luz eléctrica se enciende y la cobija está hecha una albóndiga a las espaldas de Martín. Los hermanos deciden ésta vez mostrarse compasivos con el pequeño, pues ahora muestra una cara que expresa un real tormento y aflicción. Todos lo abrazan, la pesadilla ha terminado le dicen, y lo intentan alegrar a costa de buenas predicciones sobre Amanda y él. El simple sonido de su nombre disipa sus miedos, el vocablo “Amanda” es ahora un hechizo que cura malestares y alivia aflicciones. En una hora y media más se habría despertado de cualquier forma para prepararse e ir a la escuela, así que decide llenar la vieja tina de metal con agua hirviendo y, a manera de pato, quedarse en el agua cociéndose la piel hasta la hora indicada.

Martín Cifuentes crecerá y será un hombre feliz, el año escolar lo pasará bien y Amanda será su primera novia hasta entrar a la secundaria, no habrá obstrucción en su camino, ni enfermedad en su cuerpo o meta que no pueda alcanzar, será un buen jugador de fútbol y se ganará el respeto de su manada, la otra manada, la de amigos; la manada que es de llamas no volverá en las noches a visitarlo. Dormirá con temor un par de días y después se convencerá a sí mismo de lo irracional de la situación. La cobija será doblada, guardada y también olvidada. En unos años será más alto que sus hermanos e incluso logrará tener estudios más elevados que el resto de su familia, lo que lo llevará a radicar en la capital a unas cuatro horas en auto del pueblo en donde nació. La primera vez después de algunos meses de vivir en aquella ciudad llegará con un bonito auto nuevo que los vecinos celebrarán y a los hermanos servirá de orgullo, al padre se le llenarán los ojos de lágrimas y la madre lo celebrará con infinito amor. Martín gozará de cierta celebridad en su pueblo, será “el muchacho ese que se fue a la capital a trabajar”, se convertirá en el “mejor estudia para que seas como Martín y también te hagas de un buen trabajo y un coche”. A los 25 años se casará con una linda y educada chica de la capital y Amanda será invitada de honor en su boda junto con su esposo y un par de hijos. Martín tendrá un par de hijos también y será un padre responsable y cariñoso. En algún momento usará la historia de las tres llamas para corregir a sus hijos; les dirá: -Si no se portan bien van a venir las llamas a morderles las pijamas-. La esposa sabrá la historia y juntos reirán de ella. –Ay Martín, tú sí que estás un poco loco-. Una boda en el pueblo será la que sirva de pretexto para que Martín viaje en auto un viernes por la noche de la ciudad a la casa donde nació, su esposa e hijos tomarán un autobús por la mañana para alcanzarlo el día siguiente. Ya en la carretera, siguiendo líneas blancas intermitentes estampadas en el concreto, Martín irá celebrando el plan de un fin de semana en su pueblo, verá a sus amigos, comerá la comida de su madre y charlará mucho con sus hermanos, piensa en abrazar a todo el mundo, en decirles que los quiere, que los aprecia como a la mejor familia que alguien pudo tener; también les lleva a todos un pequeño regalo, nada caro, sólo algo significativo. No era una rata enorme ni un conejo, parecía una roca de río muy grande pero tan sólo era un armadillo asustado que se detuvo a la mitad del camino. Accidentes como éstos han habido innumerables, y la secuencia de lo que a continuación sucedió es bastante predecible. La impresión inicial, el volantazo que exige como respuesta, los rechinidos unísonos de las llantas dejando su plástica piel embarrada sobre el pavimento como jalea de higo sobre tostada, las partículas suspendidas de diferentes materiales, tierra, hule quemado, astillas de vidrio y metal, sangre, después, la caída del auto por el barranco, que a manera de magneto gigante, atrae hacia sí mismo irremediablemente el pesado objeto de metal. Una roca gigante y un árbol que hacen equipo para levantar el auto y darle un par de vueltas antes de que impacte con el suelo. Martín se proyecta violentamente a través del parabrisas y cae de espaldas unos metros más abajo. Muchos huesos se han hecho filosas astillas en su interior. El conocimiento se pierde, tanto el adquirido a través de los años como el de que uno existe, el de que uno es. Ahora hay silencio y una nube grande de polvo baila desgraciada sobre la escena, las luces del auto con las llantas para arriba permanecen encendidas e iluminando la trayectoria del polvo que asciende y remolinea y, más abajo, el cuerpo inmóvil de Martín. El armadillo, sin un solo rasguño o daño más que un corazón acelerado por un súbito susto, decide entonces que puede seguir avanzando y se pierde entre los arbustos. Quizá pasa una hora, quizá son sólo una decena de minutos y Martín cobra conciencia de sí mismo. Tiene un frío que quebranta su voluntad y se da cuenta de que se encuentra completamente inmóvil. Abre los ojos y entonces las ve. Tres llamas blancas y brillantes lo rodean y fijamente lo miran con enormes ojos negros, con las luces del auto volcado a sus espaldas su pelaje blanco parece fulgurar con luz propia en la oscuridad de la densa noche. El viento, de vez en cuando, mueve violentamente los arbustos y levanta tierra que iluminada también parece una densa neblina. Martín piensa, -Por cuánto tiempo dejé de verlas- Hace 30 años que las llamas no eran más que un mito, un recuerdo borroso aunque a veces insistente de que eso no había sido una simple pesadilla. Una llama se acerca y comienza a olisquearle la cara, su hocico caliente despide pequeñas ráfagas de vapor al salir, Martín no siente miedo porque sintiéndose familiar con la situación sabe que otra llama se acercará a morderle el pantalón. Unos segundos bastan para cumplirse la predicción, la segunda llama se acerca y comienza a mordisquear su pantalón y luego a tirar de él insistentemente mientras la tercera observa todo con atención, como si fuera la llama supervisora que cuida el trabajo de sus subordinadas. No hay más predicciones que hacer, es en éste punto de la historia donde él despertaba con un pánico profundo cuando tenía ocho años, pero ahora, aunque inmovilizado por completo, está bien despierto y conciente; como sea que esto continúe será nuevo para él. Nada cambia por un par de minutos, tan sólo la llama que mordisquea su pantalón se ha vuelto mucho más insistente. Una suave voz femenina lo cuestiona, -Martín, ¿acaso ésta vez no piensas despertarte?- Llevando al extremo la rotación de sus ojos sobre sus órbitas percibe una figura humana frente a él. Es la abuela que le sonríe y extiende la mano. –Ven conmigo, es hora de despertar- El dolor se ha ido por completo y Martín siente la muerte llegar en forma de una cubetada helada de felicidad sobre su corazón. La luz es más brillante aún, Martín se levanta, toma la mano de su abuela y entonces lo comprende todo; ella ha tejido para él una linda cobija con la figura de tres llamas blancas, pero también ha tejido el puente que lo llevará de la vida, a lo que dicen, es la vida del más allá.


---Lo dedicaría a Vargas Llosa que es Peruano y es escritor, pero supongo que él ya es un hombre de por sí dedicado.---