Tuesday, December 21, 2010

Elevador

Dicen, incluso aseguran, que las ruedas de los automóviles no están hechas de miel, ni de piel de pez, ni de saliva de caracol, ni de cualquier otro elemento resbalante, deslizante, lubricante, pero no lo creo, no es así estoy seguro. Natalia, la de los pies descalzos cuando maneja, maneja sobre una línea recta de asfalto sobre infinitas líneas blancas que dividen el sentido del contrasentido, "la carretera" la llaman. Es de noche y la lluvia cae, tiene sueño y sólo la mantiene despierta alguna luz que opuesta viaja. La lluvia es la más pesada, el sueño lo es también, los limpiadores del parabrisas ya se cansaron de repetir su monótona tarea, a la que los hombres los destinaron de forma cruel e inconsciente. Es ahora cuando las pestañas enjaulan las pupilas, y la vida dentro de la máquina se desliza sobre llantas de cera y al fin vuela al salir en una curva que delimita un barranco. La lluvia cae, ya lo he dicho, pero el auto también y juntos tocan la tierra en una explosión, la una de agua, la otra de fierro y vida que se al instante se acaba.

Natalia camina en un gran valle verde lleno de árboles que dan frutos de chocolate y flores de dulces de colores, el valle está pleno de aire refrescante y de luz blanca y suave, ella sigue descalza, ya no está más dormida, está muerta, pero está viva. Tiene un vestido blanco, que flota y la carga ligeramente dejando la punta de sus pies a sólo una palma de la hierba del suelo, su piel tiene luz propia, sus palmas extendidas a sus costados y abiertas hacia el frente, hacia la luz, hacia la vida. Sonríe, se siente absoluta, está feliz. El tiempo ya no se cuenta, ni se mide, ni se contempla, ni se pasa, ella es el tiempo. El espacio no se guarda, ni se ahorra, ni se abarca ni se acorta, ella es el espacio. El mar está al fin del valle, es un mar de plata que suena a romance secreto, su más dulce, su más tierno. Y Natalia baja hacia allá; sobre la playa y la arena hay un elevador de cristal, es tan sólo una gran caja de este material, está limpio y brillante, se sostiene con algunos cables que van hacia el cielo, y si volteas hacia arriba, el Sol está justo a donde llegan los cables que se pierden en su fulgor, así que nada se puede ver, nada se puede inferir sobre a donde van. Natalia, como las tortugas que nacen y van instintivamente hacia el mar sube y pulsa el botón, el único que hay, el de la flecha señalando el cielo. Señalando el camino.

Natalia comienza a subir y el maravilloso paisaje se ve bajo sus pies sobre un suelo que también es de cristal. El miedo no existe, ni el dolor, ni la memoria, sólo la vida eterna, la paz y la felicidad absoluta. No podía faltar la música de elevador, pero de elevador que va al Paraíso, a donde va Natalia junto con un pequeño gato que no veía desde que tenía siete años.

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