Sunday, March 15, 2015

A sus 55 años

El incesante goteo de una llave imposible de cerrar, donde cada gota compromete su individualidad para convertirse en una encharcada colectividad, sobre la tierra que implora su cese pero que secretamente añora su continuación. Es la única fuente que da de beber a una pequeña población en las faldas de la sierra. Un anciano ciego sentado en la banca de un parque que golpea sin parar, medio loco medio cuerdo, el suelo con su bastón. Que marca el tempo a una orquesta inexistente que con su música menea las hojas de un peral que lo cobija con su sombra y que lo hace mover los labios siguiendo la letra de una canción distante y muy antigua. Los sordos gemidos de una adolescente que hace por primera vez el amor. Gemidos fabricados de tibio aliento frutal, la dulce esencia que se desprende de un chicle de fresa masacrado por los pequeños y blancos dientes de una joven princesa. Su mano cerrada sobre un pilar de la cabecera, el borde de la cama que choca con el buró. El primer obrero en la construcción, el que llegó temprano y se ha puesto ya a martillar, metal sobre metal para clavar una cuña en la roca y para sembrar de ecos metálicos las calles empedradas de un pequeño barrio que aún no ha despertado. La marcha así avanza constante, los sonidos de las gotas al caer, el bastón del ciego al golpear el suelo, los gemidos de la adolescente y los martillazos del obrero, así quiso quizá una aburrida voluntad cósmica reunirlos en una efímera sesión parlamentaria, para hacerlos coincidir en un sólo sonido constante, un sólo batir intermitente, constituir deliberadamente el sonido de un corazón que late. Nunca nadie sabrá que fueron éstos los elementos que se tuvieron que juntar, y no el desfibrilador que usan los doctores sobre su pecho, para que a sus 55 años, el corazón de Alejandro González volviera a latir.

-epílogo- La efímera sesión llegó a su fin, el ritmo se rompió. Un niño abrió la llave para llenar una cubeta, al ciego le cayó una pera en el hombro que lo hizo interrumpir su melodía, la adolescente llegó al orgasmo, la cama no chocó más contra el buró, el obrero decidió que era tiempo de comenzar a preparar la mezcla, pero a Alejandro, en una cama de hospital, lo acompaña su familia y sus amigos, que entre bromas lo ayudan a tomar agua.