Friday, October 26, 2012

La flauta que el burro tocó

Pasó la cuerda por detrás del tronco cartilaginoso de un cactus grisáceo. El animal cansado exhaló bruscamente. Apretó la cuerda alrededor del cactus y lastimó un costado del que lentamente chorreó un líquido limpio, transparente, viscoso. El burro sacudió la cabeza, la cuerda le jaló el brazo y una espina le rasgó el dorso de la mano; maldijo, al cactus, a su madre, al burro. Se puso de pié de un salto, le dio una patada en el vientre para descargar la ira y el burro se tiró con fuerza para atrás, el cactus resistió el cimbrón. Se calmó, se lamió la mano, la apretó contra la manga de su camisa donde una figura rasgada se imprimió con rojo, farfullando se puso en cuclillas nuevamente y terminó de hacer el nudo, con la otra mano sacó del costal sobre el lomo del burro la soga y la lona con la que se protegería esa noche. Estaba a la mitad del camino, llevaba dos días; terminar de cruzar las montañas, rodear Las Avellanas, atravesar el barranco, si el puente estaba aún en buenas condiciones faltaban otros dos. El burro meneó la cola para espantarse los insectos nocturnos y luego olisqueó entre las piedras. Él juntó las ramas grandes que servirían de sostén a un improvisado refugio, y las pequeñas que servirían de combustible a un fuego efímero, para cocinar, para calentarse, Que dure por lo menos mientras pasa la noche. El burro encontró tres, quizá cuatro hierbajos entre las rocas que arrancó y masticó. Unas cuantas fibras vegetales, altas y jugosas, se asomaban detrás de una piedra grande, blanca y mineral, cubierta de diminutos destellos metálicos propiciados por luz de Luna; el burro intentó alcanzarlas pero la soga que lo ataba al cactus lo impidió. Chispas crujientes se elevaron desde un fuego incipiente que habría de calentar el guiso, El burro cerró por tres segundos sus ojos, los abrió, nuevamente los cerró, Semillas blancas en una salsa roja, Liberado el animal de la tensión del camino parecía sentirse cómodo con el fuego calentándole uno de sus costados, Ya comenzaba a liberar ese olor de chiles silvestres mezclados con tomate. El burro estornudó. La cena fue corta, él se picó los dientes con uñas negras y afiladas para sacarse las basuritas, se ayudó con una espina, como la que le rasgó la mano, la Luna se había sentado en un fulgurante pedestal nebular; escupió, se sacó las botas, Aquí no lloverá, las nubes van hacia el occidente, el agua caerá sobre el camino del que vengo. Se acostó debajo del tendido, se cubrió con el poncho de algodón, acomodó la cabeza sobre una cobija doblada en cuatro, se durmió. Las patas delanteras del burro se doblaron, las traseras después, sus ojos se mantuvieron cerrados, los de él también. El fuego es el único que quedaba despierto, el burro suspiró, con una sinuosa danza de luz y calor hizo que las sombras bailaran a su rededor, sobre la quijada del burro y la superficie mineral de la gran piedra blanca, sobre la lona del refugio de su amo quien también suspiró. Quién de estos dos es la bestia se preguntó a crujidos el fuego. El burro abrió los ojos, ¡alerta!, ¿una serpiente, un escorpión, algún coyote o algún ladrón?, No, tan sólo la luz que, después de viajar 30 segundos desde la Luna hasta la Tierra, se impactó directamente en uno de sus enormes globos oculares, el burro fijó un costado de la cabeza hacia arriba y miró la Luna, Un milagro que muchos no reconocerían como tal; un burro jamás mira hacia el cielo y mucho menos sus astros, animales como el burro están destinados a mirar toda su vida hacia abajo, lo de arriba simplemente no existe. El roncaba, la mano fuera del poncho con el dorso rasgado sobre su vientre, la otra sirviéndole de almohada, Sin dejar de observar la Luna el burro se levantó, y entonces entendió, una nube de ignorancia velándole el entendimiento se disipó. Supo entonces lo que era la Luna, de lo que estaba constituida y de dónde provenía su luz, recordó el Sol y el día, sintió el viento y apreció los arbustos y matas oscilando suavemente, comprendió el mismo fenómeno de la luz bañando el paisaje nocturno que lo rodeaba, miró a su amo, supo su nombre y supo quién era, Su mano rasgada, la herida de hace una hora, su madre, una buena mujer, su padre, un borracho que lo golpeaba cuando era niño, Supo a dónde iba y de donde venía, Un burro, la cuerda atada a su cuello, supo que había sido puesta por él para impedir que se perdiera durante la noche, Recordó su voz y emuló los vocablos con los que lo llamaba. Maldito burro, burro estúpido, bestia de mierda. Miró sus cuatro patas, su constitución física, sintió dolor y cansancio, sintió el calor del fuego y enseguida lo contempló entendiendo claramente su porqué. Yo soy, yo soy un burro, Después, el burro supo que sabía, que entendía y que era capaz de analizar con inteligencia todo lo que lo rodeaba. Quiso escapar, huir de ahí, deseó poder hablar, quiso explicar lo que le estaba sucediendo, se tiró con fuerza del cactus que lo ataba, pataleó, quiso expresar su descontento, pero sin cuerdas vocales humanas que propulsaran palabras coherentes sólo resonaron poderosos rebuznos. El se incorporó, miró al rededor, nada pasaba, en tres pasos se aproximó al burro y le soltó un contundente puñetazo en la quijada. Cállate pinche burro estúpido. Dolor significativo y consciente, luego el olvido, la neblina en sus ojos, una marea confusa en su cabeza, él regresó al tendido a dormir, el burro se quedó inmóvil por un buen tiempo, luego arrancó un par de hierbajos más y los masticó por minutos en la más perfecta y anestésica inconsciencia.

Thursday, October 4, 2012

La historia de este mesias


Un reflejo cóncavo, adherido a la membrana de sus pupilas, el del Sol que se acerca a su ocaso tras las montañas. La mano que sobre su piel se desplaza, la cáscara blanda de una oscura nuez del bosque, que recorre los valles y crestas de su vejez hecha piel. Las yemas suavemente sobre los diversos pliegues y accidentes que construyen la superficie de ese desierto accidentado, el de la orografía dérmica que la constituye. Son arrugas de dolor, tristeza y cansancio, ahí se guardaron las incertidumbres, ahí se esculpieron los fracasos, las frustraciones y los enojos, se registraron los miedos, se cincelaron las penas, pero también se barnizaron del amor y sus derivados, se embadurnaron de esperanzas, alegrías y felicidades. La vida ha sido buena con ella y con los que ella ama. Él la ha acompañado a lo largo de su camino y se siente satisfecha, se siente infinitamente bendecida y sus labios en voz baja gracias, mil gracias. Su presencia ha sido inapreciable; el camino ha sido largo y difícil, pero su continuo e incondicional apoyo la han hecho siempre salir avante. En la puesta de sol, también en la de su vida, ella se siente feliz y triunfadora, ahora más que nunca confía en Él y lo siente más cerca que nunca; siente su presencia en el aire, en la hierba que pisa, en los árboles que con el movimiento de sus hojas la arrullan, en el agua que delicadamente limpia sus agrietadas manos hechas de canela tostada, en los ojos de sus hijos, y en los de los hijos de sus hijos. Ella suspira y admira el paisaje que en la vida le fue concedido. Su bello país amurallado de verdes montañas. Un pequeño pedazo de tierra apartado del mundo entero y rodeado de simplicidad, de sencillez, de humildad, de gente buena. A sus espaldas está su hogar, guardando hasta en la más pequeña grieta del madero más escondido los fantasmas de felicidad hechos de hermosos recuerdos condensados por décadas. La vieja puerta que tantas veces se ha abierto para recibir a los queridos y para proteger del entorno a los amados, las ventanas por las que los ojos verdes, ahora cafés, ahora grandes o pequeños se han asomado al exterior para ver la lluvia caer, la nieve lentamente descender, las hojas de los árboles balancearse elegantemente o girar como bailarinas al bajar. Los arbustos y las flores que su hombre, el hombre de su vida ha sembrado y con dedicado esmero ha cuidado. Y sus labios en voz baja Mi amado, el gran sabio del imperio, mi querido, que tanto bien ha traído a este mundo. Las habitaciones, escenarios de las más bellas fantasías infantiles, luego de las más obstinadas impaciencias adolescentes y más tarde, de la más sosegada y sabia madurez. Y todo esto es gracias a Él, a su amor infinito, a su bondad eterna. El sol se ha escondido ya tras las montañas, el viento ahora le lame la cara con mil lenguas frías; y sus pies, como en un rito silencioso aprendido de memoria, la llevan dentro de su hogar. La puerta, aquella de la que ya hablamos, se cierra una vez más rechinando con gratitud la dulzura con la que se le trata; ella camina hacia donde está Él. Su imagen descansa entre dos veladoras que ella enciende con devoción; su imagen aparece bañada de dorada luz de vela; su puño al frente, su larga capa roja desplegada a sus espaldas, un riso de su negro cabello obstruyendo una blanca y orgullosa frente, y detrás de Él, el azul perfecto de un cielo brillante y profundo, casi tanto como sus poderosos y bondadosos ojos, envuelve Su bendita figura. Su pose es ésta imagen es la tradicional, la representación clásica que se utiliza en cientos de miles (quizá más) de altares, esculturas, retratos y demás imágenes de su persona desde hace apenas 40 años. Él, es el salvador del mundo en turno, Él, es el mesías del año 2440. Y ella, a sus 91 años de edad, con sabiduría lo ama.  

Está garabateado en algunos códices primitivos, probablemente fue una guerra o una serie de ellas la que acabó con el mundo conocido del 2055. Una hipótesis contraria dice que fue una gran catástrofe natural, o la combinación de múltiples catástrofes relacionadas entre sí al mismo tiempo; el terremoto, quizá, que desencadena otro de mayor magnitud y éste que produce tsunamis que ahogan las ciudades de todo el mundo, y que a su vez chocan contra olas de lava provenientes de cientos de volcanes reactivados con el movimiento tectónico de placas. La hipótesis que todo lo unifica dice que, en efecto fueron catástrofes naturales, pero provocadas tecnológicamente como armas de guerra fabricadas con potentes emplazamientos electromagnéticos. Sea lo que haya sido, el mundo colapsó, los sobrevivientes (menos del 11 porciento de la población de ese momento) se despidieron en unos cuantos días de todo, de la tecnología, de la industria y sus beneficios, de las telecomunicaciones, de los medios de transporte, del uso del dinero y de las corporaciones internacionales, de los gobiernos y la política, de los territorios y las nacionalidades; olvidaron todo, hasta los dioses en quienes confiaban, a quienes oraban y hacían escuchar sus peticiones, por quienes se sentían protegidos y aliviaban sus dolores. Se olvidaron de la religión, de las religiones; todo volvió a ser igual que 2000 años atrás; las necesidades fueron de nuevo cubiertas de la forma más rudimentaria. Para comer, siembra o toma la comida de los árboles, las plantas y los animales alrededor, para protegerte de la intemperie mata un animal y cúbrete con su piel gruesa, amarra también a tus pies algún material protector, para defenderte del enemigo afila piedras y palos, construye fortificaciones con rocas apiladas y corónalas con ramas de arbustos espinosos, para comunicarte habla, grita, gruñe o has señas. Para conseguir una mujer o conservar un hombre pelea, prepárate para matar y también para morir en cualquier momento en manos del más fuerte, del más capaz. A esto estás condenado por haber destruido el mundo, por lo menos el mundo moderno. Sin embargo, el sentido gregario del hombre no cambió, por lo que al pasar del tiempo las personas formaron tribus, y las tribus comunidades, las comunidades se aunaron en grandes pueblos, los pueblos pasaron a ser ciudades y de todas las ciudades juntas se formaron imperios. Como consecuencia prevista nuevas guerras surgieron, ninguna tan mortífera como la que quedó atrás, también olvidada al pasar de cuatro siglos; de todos los nuevos imperios formados sobre la faz de una nueva Tierra surgió uno que resultó ser el dominante, el imperio alfa, el que logró controlar a sus adversarios al final de las cuentas, el que se extendió más y cubrió con sus bárbaras leyes y costumbres los territorios conquistados. Después de la destrucción masiva 400 años antes, también las lenguas cambiaron, nuevas torres de Babel revolvieron las palabras y las esparcieron por el mundo restante, se le dio a unos y otros una mezcla de diferentes tintes y matices guturales, de palabras nuevas y palabras muy viejas, de términos compuestos con la mezcla de diferentes lenguas anteriores a la devastación, y el imperio dominante, a pesar de todo lo logrado, de todos los territorios bajo su control, no pudo entonces estar satisfecho con la plena unificación de los pueblos conquistados.

Más de 2000 años atrás, quizá cien años antes de la gran devastación, había un niño de cara triste y seria; sus rasgos: una gran colección de misterios infantiles, como un almacén de primitivas frustraciones personales, como una pronta simulación de la actitud facial que deberá adoptar casi por el resto de su vida; su cuerpo, un conjunto de prematuros tejidos adiposos; él es el chico que no juega con los demás, el que se mantiene en un rincón durante los minutos de descanso en el colegio, el que casi nunca habla con otros niños y mucho menos con las chicas. Él es el único hijo de una pareja disfuncional de ricos ciudadanos del mundo, el que vive en un piso muy alto de un edificio muy moderno, al que le compraron todos los juguetes del almacén pero nunca le dijeron que lo amaban. La mitad de los juguetes permaneció en sus empaques, el niño de cara triste también se guardó en silencio por largas horas, envuelto en el rugido distante de una gigantesca ciudad a sus pies. La ventana, la gran ventana en el lujoso departamento en el que habita, es al parecer su única amiga; es a través de ella que los ojos se le escapan y con infantil curiosidad se clavan en distintos puntos de la ciudad muy alejados el uno del otro.  Ahí hay un auto rojo frenando en un semáforo, detrás de él lo alcanzan al detenerse un auto blanco, otro verde, un camión del servicio postal y un taxi como el que lo trajo a casa esta tarde. En otro punto de la ciudad hay una señora paseando a un perro, y en parque un anciano dándole de comer a las aves. Las metálicas entrañas de un estacionamiento coleccionan autos en cinco pisos, y un túnel engulle con voracidad al tren que va hasta el centro financiero. Las vidas de todo el mundo a sus pies, juntas y al mismo tiempo separadas, dispersas, cada quién siguiendo reglas de convivencia que los habilitan para vivir uno con el otro pero al mismo tiempo intentando evitarse lo más posible; ahí abajo están todas las aflicciones reunidas, todos los odios y las tristezas, todas las viejas gritonas, todos los chicos que golpean a otros para robarles su dinero o por simple gusto, todos los padres alcohólicos y los histéricos, también están los policías y la gente que usa traje y corbata y camina muy de prisa, los que trabajan en las fábricas y en las construcciones, las chicas bonitas del colegio, aquella que es especialmente hermosa y que ni siquiera sabe que él existe. Un suspiro sirve de punto y aparte sicológico a la concientización de su desventura. Ahora, si sigue con la mirada el boulevard que se extiende desde sus pies hasta el horizonte y cuenta 14 calles encontrará en un costado un diminuto letrero amarillo con letras rojas, es la tienda de comics; hace tiempo que la divisó y memorizó su localización en el enrejado urbano, regularmente la visita y compra unas cuantas revistas, quizá cinco, quizá diez; el dueño lo conoce bien, y aunque lo saluda cada vez que entra a su tienda lo hace sin mucho entusiasmo, la primera vez lo hizo pero recibió por respuesta del chico una mueca semi-amarga; ahora sabe bien que él no es un niño que sonría, que hable con los demás, que le guste la compañía. Siempre va sólo y revisa una por una cientos de historietas. El hombre de acero, “Superman”, le ha dado en qué pensar, en qué desbordar su imaginación, en qué vaciar sus deseos reprimidos; sobre todo cuando su mente se pierde en el horizonte de la ciudad imaginando que como él puede volar, que como él puede atravesar con los ojos todas la paredes, todos los muros de todas las casas y los edificios, que tal como él lo hace puede llegar en segundos a cualquier punto de la ciudad y salvar a una indefensa mujer de un par de asaltantes, o levantar un auto con una sola mano y liberar a una pequeña niña atrapada debajo, que con sus ojos puede derretir el metal y reconstruir en un instante las vías de un tren a punto de descarrilarse, pero sobre todo que es libre, que nada ni nadie lo aflige, que nada ni nadie lo detiene, que es admirado por los buenos y temido por los malos, que viene de muy lejos, de otro planeta, que no tiene padres, que es feliz.     

En el centro de la más poderosa ciudad las autoridades del nuevo imperio emergente se reunieron, dialogaron sobre el entonces desunido territorio conquistado, se levantaron sesiones y se discutió para encontrar posibles soluciones a ésta problemática; se optó por hacer llamar a los sabios de la época para exponerles el problema. –Por la fuerza hagan que todo el imperio obedezca- dijo uno de los sabios poniéndose de pié y agitando fuertemente el puño agregó: -Siembren de calamidad los caminos y las plazas, los ríos, los mares y los bosques hasta que por miedo se haga lo que se les ordena hacer. Castigo ejemplar a aquél que decida obstinarse a no cumplir nuestros mandatos.– -Pero el imperio ya está conquistado, tan sólo se mantiene hablando en su propia lengua y por lo tanto obedeciendo sólo a sus líderes locales, algunos pueblos aún conquistados se reúsan a veces a pagar el tributo impuesto. El problema es la lengua, eso crea una brecha entre ellos y nosotros. – respondió la autoridad. – El problema no es la lengua – interrumpió un segundo sabio – Los miembros de las sociedades se conquistan con las armas, pero sus corazones y voluntades se conquistan de una forma más sutil y elegante. - -Cuál es dicha forma sabio señor- preguntó con cierto cinismo la autoridad mayor. La junta se pospuso para una semana después. El sabio prometió hacer traer desde su pueblo en un cargamento la solución, la forma de arreglar el problema de la mejor forma, sin más derramamiento de sangre, sin pérdida inútil de soldados. La fecha de la siguiente sesión se fijó y las autoridades, los hombres de confianza y los sabios fueron nuevamente requeridos en el palacio principal para ese día.

El niño no se olvidó de sus historietas, pero las historietas sí se olvidaron de él, cayó enfermo, sus glóbulos rojos iban en constante disminución. Leucemia, la enfermedad pegada a su cuerpo como la uña a la carne. El niño en el hospital recibió a sus padres, un día uno, otro día el otro, pero nunca juntos, también recibió regalos, muchos otros que también corrieron la suerte de permanecer en sus cajas por siempre. La indiferencia, la apatía, son también un tipo de enfermedad. 40 historietas del hombre de acero apiladas sobre el buró son el único aliento que éste enfermo puede tener, todas y cada una meticulosamente envueltas en una bolsa plástica y ordenadas de la edición 1 a la 40. El niño toma una, la lee, deja volar su mente y la regresa intacta a la bolsa de plástico; así le enseñaron a ser, meticuloso, ordenado, cuadrado. El niño muere sin importarle mucho a nadie, los padres dejan caer algunas lágrimas pero son sustituidas inmediatamente por asuntos importantes pendientes. El niño nunca tuvo el papel de vínculo familiar, los padres se vieron nada más que para firmar algunos documentos en presencia de algún juez. La habitación se limpió, se abrieron las cortinas y se dejó al sol hacer su labor revitalizante, se aspiró, se sacudió y se acomodó, también se impregnó con esencia de pino, o de vainilla, o de alguna flor exótica, y a la habitación sí se le dio de alta para recibir al siguiente paciente, quizá otro moribundo, con alguna otra historia, con otros familiares que quizá lloren más a su paciente. ¿Y las historietas?, ¿qué fue de ellas?, se les colocó en una caja y se le entregó a su madre. –Tenga señora, los objetos de su hijo-, -Gracias doctor-, -tan sólo algunas revistas y la ropa con la que entró al hospital. Lo siento mucho.- -¿Eso es todo?- - si señora, tan sólo firme aquí de recibido-. La madre del niño camina sola por un pasillo largo del hospital, entró hace unos días llevando a su hijo de la mano, hoy sale con tan sólo una caja que será depositada en un rincón del inmenso departamento, será en poco tiempo olvidada. La pareja, desde un principio disfuncional, se desintegrará por completo, ella se quedará con el apartamento y un nuevo tipo de armonía tendrá lugar en el apartamento, otras fiestas y reuniones, mucha gente, otros hombres, otros amantes, un hombre predilecto, risas, más risas, después llanto y sólo llanto, mucho alcohol, más amantes, éstos menos duraderos que los anteriores, flores exóticas en lujosos floreros que se traen y que en días mueren, flores un día radiantes y después irremediablemente marchitas, como la vida de ella, como un cerebro separado del resto del cuerpo flotando en una bañera con alcohol, como un cuerpo separado de su cerebro caminando sin saber a dónde, mirando sin saber qué, besando sin saber a quién, muriendo, lentamente muriendo. Y la caja guardada lo seguirá siendo, con o sin polvo, su contenido intacto por años, quizá décadas. El hombre de acero atrapado en una caja. La ciudad que se ve a través de la ventana no es la misma, ahora está más sucia, tiene cicatrices de aerosol en sus paredes, tiene arrugas en su concreto, está plagada de individuos nocivos, que la escupen, que la ensucian, que le orinan las entrañas. Nadie observa ya a través de la ventana. Uno de los amantes será también un experto ladrón, se desplazará suavemente por la casa, con facilidad seducirá a la dama que la habita, y con dedicado esmero corromperá una a una las puertas en su interior, encontrará las llaves y sigilosamente revisará los contenidos de todos los compartimentos, de todos los cajones, de todos los muebles. Este amante se topará un día de frente con la caja, con curiosidad morbosa revisará su contenido, las 40 historietas verán después de muchos años la luz amarillenta de las habitaciones humanas.  El ladrón sabe su valor, no el sentimental, sino su valor en dinero contante y sonante. Las historietas son ahora, décadas después de haber sido compradas, clásicos de éste tipo de ediciones infantiles y valen, todas juntas, unas cuántas decenas de millones de dólares. Sin dificultad serán extraídas de la casa y transportadas hasta la puerta de un joven y rico coleccionista, se le venderán por la mitad de su precio y tanto para el ladrón como para el coleccionista, esto representará un jugoso negocio. Las 40 historietas del hombre de acero, tal y como el genio de lámpara, regresarán después de cumplir varios deseos a éste y a aquél, a una prisión que parece eterna; ésta vez la prisión será un cubo de metal reforzado con mil capas y encriptado con un complejo código.  Ni Superman, con todo y su visión de rayos-X, pueden ver a través de los muros que ahora lo guardan para un futuro incierto.       

Cuatro hombres de palacio cargan una pesada caja de metal hacia la sala de juntas; es evidentemente un objeto anterior a la gran devastación. El sabio los guía por los largos pasillos y el personal del palacio mira curiosamente la gran caja de metal. En la sala de juntas la lista completa de invitados se ha tachado, no ha faltado nadie al requerimiento de la autoridad suprema, todos han llegado desde muy distintos y lejanos lugares del imperio y están reunidos en silencio esperando tan sólo la llegada del gran sabio con la solución prometida. Se abre la puerta y los guardias hacen entrar al sabio. La gran caja se metal se pone sobre una suerte de mesa ante la vista sorprendida de todos. –Sabio ciudadano, qué es lo que nos has traído- Simplemente para causar expectativa e incrementar la importancia propia y la del objeto sobre la mesa el sabio hace una introducción. –Hace un tiempo se me informó del descubrimiento de un objeto particularmente curioso en mi pueblo, esto es común para mí, pues bien saben que se me informa de todos los objetos de antes de la devastación que son de pronto encontrados, y bien, se me hizo asistir al lugar donde el objeto había sido desenterrado y vi por primera vez esta especie de caja que hoy les he traído y que ahora pueden observar frente a ustedes sobre la mesa, se me había dicho que era un objeto extraño parecido a un gran cubo de metal, el objeto, fuese lo que fuese, me sería confiado, como todos los demás, para su estudio y almacenamiento. Afortunadamente para mí, el consejo de sabios en mi pueblo me había designado unos meses antes como el encargado de recuperar e investigar los objetos desenterrados de antes de la devastación- -Porqué no se me informó de éste descubrimiento antes que nada- interrumpió con un cierto grado de enojo la autoridad suprema. –Porque, señor…- explicó el sabio, -muchas veces nos encontramos con objetos similares de antes de la devastación y la mayoría de veces no son más que máquinas antiguas rotas o utensilios diversos del uso cotidiano de la gente de antes de la devastación. Todos estos objetos son almacenados, clasificados y evaluados para una futura investigación. Los pedazos de máquina que hemos encontrado son demasiado complejos para nuestro entendimiento, son pedazos de metal muy diminutos unidos a un material transparente y a otro que parece una resina de árbol flexible pero no pegajosa y que no es fácil de romper. Se hace un reporte de los objetos encontrados y después se envía ante su presencia para su conocimiento, el proceso de encontrar un objeto hasta enviar el reporte a usted puede llevarnos unos 25 ciclos, y ésta caja que tienen hoy ustedes ante su presencia no tiene más de 15 ciclos conmigo, además de que logré sólo hasta después de 7 ciclos verificar su contenido.- -Está usted diciendo señor sabio que éste cubo de metal se abre- -Así es autoridad suprema, tan pronto como vi el objeto me di cuenta de que se trataba de lo que las gentes de antes de la devastación llamaban una ¨caja fuerte¨, y que utilizaban para guardar sus objetos de más valor. Para abrirla utilicé varias herramientas con resultados negativos, hasta que hice una mezcla de algunas sustancias con el polvo explosivo que desarrollaron hace tiempo sus hombres del extremo norte del imperio, fue así que la puerta de ésta ¨caja fuerte¨ por fin cedió. Cuando pude ver lo que estaba en el interior me quedé estupefacto, yo había intuido que las gentes de antes de la devastación tenían formas muy avanzadas para guardar sus memorias, pero nunca me imaginé tener en mis propias manos evidencia de alguno de éstos artilugios. Por supuesto mantuve esto en completo secreto e informé a las personas que habían encontrado el cubo de metal y a los soldados que me habían ayudado a transportarlo, que se trataba de otro objeto misterioso sin uso aparente, informé que, como los demás, sería clasificado y almacenado para su futuro estudio.- –Basta de rodeos. Muéstrenos de inmediato el contenido sabio señor-  El sabio se acercó a la caja fuerte y tirando un poco de una manija retorcida pegada en el centro sobre un círculo con varias inscripciones, uno de sus costados se abrió. La mesa entera de invitados se levantó de sus asientos como compitiendo por ser el primero que veía el contenido de dicha caja. El sabio sacó ocho paquetes que contenían cinco almanaques cada uno, cada paquete estaba envuelto con el material parecido a la resina de árbol encontrado en otros objetos desenterrados pero éste era transparente y muy fino, más delgado y liviano que las hojas de los árboles. Con delicadeza, el sabio sacó los primeros cinco almanaques del primer paquete y los distribuyó a los asistentes siendo el primero la autoridad suprema. La conmoción fue lo que el sabio se esperaba, estar ante la presencia de las memorias de la gente de antes de la devastación era algo magnífico. Los asistentes vieron con detenimiento cada una de las páginas de los almanaques, palparon su textura, olieron el extraño aroma que se desprendía de cada página, gozaron en extremo los nítidos y brillantes colores con los que estaban diseñados y sobre todo, se maravillaron con la perfecta representación gráfica de los cuerpos y los objetos, éstos almanaques eran un ojo puesto el pasado, más de 400 años atrás, justo en el centro de la vida de las gentes de antes de la devastación.  Los asistentes contemplaron y manipularon los antiguos objetos con detenimiento y en silencio de murmullos y páginas que se doblan. –Antes de que la autoridad suprema me hiciera llamar…- interrumpió el silencio el sabio –me di a la tarea de transcribir algunos de los textos que vienen en cada una de las viñetas de estas ilustraciones, los copié con esmero intentando no distorsionar su contenido en el proceso, la transcripción fue llevada a algunos de los especialistas del imperio en letras y números de antes de la devastación, y dos días después me dijeron que el texto que les había enviado a descifrar era proveniente de algún tipo de historia o relato de el hombre que ven aquí, el recuento de las acciones y virtudes de éste hombre supremo, de alguien que, en el mundo de antes de la devastación, se daba a la tarea de salvar, proteger y cuidar a la humanidad completa de cualquier tipo de infortunio que pudieran tener, al parecer éste hombre supremo tenía una especie de poderes que ningún otro hombre tenía, poseía los sentidos más agudos superando quizá los de las bestias salvajes, las fuerzas más inmensurables, capaz de levantar pesadas cargas con una sola mano, una rapidez que le permitía parecer estar en varios lugares al mismo tiempo y señores, como pueden ver en las ilustraciones, éste hombre magnífico tenía la capacidad de volar.- Tras una larga pausa el sabio agregó: -Sin embargo, señores míos, no se precipiten a conclusiones erróneas, pues también dentro de lo descifrado por los especialistas se encontró la palabra ¨historieta¨, que al parecer era nada más y nada menos que un almanaque para los niños, creado con el único objetivo de divertirlos, de desarrollar su imaginación, de mantenerlos entretenidos. Por lo tanto deduje que éstos almanaques, por increíble que les parezca y a pesar de la gran calidad con la que están elaborados, no son más que invenciones, cuentos de niños, falacias, éste hombre supremo no es más que la creación de una mente imaginativa.- –¿Daban estos almanaques tan laboriosamente elaborados a los niños?-  rompió el monólogo del sabio uno de los asistentes a la junta. –Sí, y también por difícil que sea entenderlo, sé que éste tipo de almanaques eran fáciles de producir y se intercambiaban por un valor no muy alto, éstas representaciones gráficas que a nosotros nos sorprenden y que ni el dibujante más experto de todo nuestro imperio podría llegar a copiar eran obra cotidiana, y eran superados por representaciones gráficas aún más perfectas y elaboradas incluso con máquinas construidas para capturar imágenes, algo así como un ojo-máquina capaz de dibujar sobre un lienzo la imagen que a uno se le presenta a los ojos. Es increíble la capacidad tecnológica a la que llegaron las gentes de antes de la devastación. – La audiencia quedó en coma, los asistentes se petrificaron en profundos pensamientos e imaginaciones, los ojos perdidos en las texturas de las paredes, en los patrones de diseño de la mesa y los muebles para distraer la vista y diseñar en sus mentes las máquinas que para cada uno, podría haber hecho las veces de un ojo mecánico y al mismo tiempo un hábil dibujante. La autoridad suprema tosió y las imaginaciones se desvanecieron de nuevo en la sala de juntas. El resto de los asistentes le pusieron atención y la autoridad suprema entrelazó los dedos de sus manos sobre la mesa y mirando fijamente al sabio le preguntó: –Todo esto es sorprendente sabio señor, pero mi pregunta es, ¿cómo puede esto ser la solución a la situación de desunificación en la que se encuentra mi imperio, es acaso algo que yo no haya visto o algo que aún no sepa de estos almanaques que usted me viene a traer aquí, hay algún hechizo o encantamiento escrito en ellos que yo pueda utilizar sobre mis gentes, qué es lo que usted ve que yo aún no alcanzo a ver?, Le pido sabio señor, que su respuesta sea contundente y plena, que no queden dudas sobre una idea bien planteada y posible de llevarse a cabo, recuerde que el objetivo de ésta junta es encontrar una solución a la desunificación del imperio y no para presumir sus capacidades como investigador del mundo antes de la devastación.-  El sabio, de muchas formas incómodo con la aclaración de la autoridad suprema, consiguió reunir toda su paciencia, hacer gala de la sabiduría que se le atribuía y comenzó su discurso con gran ecuanimidad. –Señor mío, el interés que usted tiene por lograr la unificación del imperio es también mi interés, por lo tanto, el tiempo que usted ha depositado en mi es infinitamente apreciado, por consiguiente, me sé con la responsabilidad de ocuparlo de la mejor forma posible para satisfacer sus deseos, que estando yo a su completo servicio, pasan también a ser los míos. Desde hace no menos de tres siglos, tan sólo un siglo después de la gran devastación, cuando la gente se asentó nuevamente en lugares bien establecidos, comenzaron nuevamente las actividades agrícolas y el desarrollo de pequeñas poblaciones fue constante, cuando la primera generación de sobrevivientes hubo ya desaparecido y sus hijos comenzaron a retomar lo aprendido de sus padres, las deidades locales comenzaron a aparecer. Uno de los rasgos distintivos del ser humano, de antes o después de la devastación, es creer en un ser superior a él. Como usted sabe, la creencia en un ser de esta naturaleza conlleva múltiples beneficios para el creyente, quien, seguro del poder absoluto de su deidad, le hace partícipe de todos sus deseos y anhelos, lo pone a cargo de la resolución de sus problemas y aflicciones, recibe amor incondicional a cambio de la propia alabanza y los tributos que la deidad pueda requerir. Una deidad es una almohada ideológica sobre la que se recuesta una mente atribulada y consiente de que por sí sola, no es capaz de realizar todo lo que se propone. Una deidad de éste tipo es un fiel y poderoso aliado en contra de todo y de todos; responde a los ruegos, se conmueve ante las súplicas y es infinitamente bondadoso si uno sigue las reglas que su persona pueda imponer; de lo contrario, de no obedecer a la deidad, de desdeñarla o de incumplir los preceptos de su doctrina uno se arriesga a padecer los más temibles dolores, a sufrir las más terribles maldiciones por la eternidad. – El sabio hizo una pausa, respiró profundamente, exhaló lentamente y supo que la autoridad suprema sabía ya hacia donde iba el discurso, y lo que es más, parecía estarle agradando la propuesta que comenzaba a dibujarse. El sabio, tomó un poco de agua de la mitad de una cáscara seca de algún tipo de coco, la depositó suavemente sobre la mesa y prosiguió. – La solución que yo le ofrezco mi señor, es quizá la que usted se ha imaginado ya. La invención de una deidad que sea tan poderosa y tan maravillosa que sea reconocida por todos como la deidad suprema, como la fuente y la causa de todo, como la salvación y el camino único, como el depósito de todo el amor incondicional y como la amenaza más grave en caso del incumplimiento de sus demandas. -  El sabio tomó uno de los almanaques de la mesa, lo levantó ante la vista de todos y con el índice grueso y poderoso que sólo un sabio puede tener señaló al hombre supremo que ahí se mostraba. -Para unificar a su imperio señor, usted tiene que  presentarlo a Él, a la deidad que dio su vida por salvarnos a todos de la gran devastación de hace 400 años. No importa si esto no es cierto, usted lo hará cierto; no importa si la gente nunca antes lo vio, ante su poderosa imagen lo verá y lo creerá todo, se doblegará ante su gran poder y su infinita bondad y se postrará a sus pies dispuesto a hacer todo lo necesario por agradarle. Usted puede decir que la historia de ésta deidad no comienza hoy, sino que comenzó hace 400 años cuando con su infinita fuerza y poder nos salvó de la muerte durante la gran devastación a pesar de estar a punto de fallecer por nuestra causa, después de salvarnos, éste ser supremo se alejó volando y se perdió en el cielo infinito, desde donde ahora nos ve y nos vigila. Él señor, puede fácilmente pasar como el hijo de Dios. O bien, como Dios mismo hecho carne y hueso. Las pruebas señor, las evidencias que usted necesita para convencer al imperio y al mundo entero de esta nueva verdad está al alcance de su mano sobre esta mesa. Trate usted estos almanaques como los libros sagrados, modifique los textos a conveniencia y añada sus propios preceptos, reglas y disposiciones a seguir, difunda su imagen y su historia, levante monumentos y erija templos de adoración.  En unas cuántas décadas el imperio y su historia habrá cambiado para siempre; los habrá quienes duden o rechacen la nueva religión, habrá quien investigue y ponga en tela de juicio su veracidad, pero para ese entonces el cambio será irreversible y la gente estará dispuesta a morir por éste Dios si es necesario. Usted así será el creador del Creador, el que reviva al Salvador, el que derrame su luz sobre este mundo y sobre todo, el rey de un imperio unificado.

El rico coleccionista, nuevo dueño de las primeras 40 publicaciones del hombre de acero, de Superman, guardará con celo la caja fuerte en donde fueron depositadas. La almacenará en un lugar seguro y secreto, dejará al tiempo hacer su parte, como se hace con los vinos finos, se le dejará reposar y añejar, con esto, el vino será más delicioso, su aroma más penetrante y su calidad inigualable. Esas 40 historietas de Superman valdrán el doble de aquí en 15 o 20 años. El coleccionista sonríe y se felicita por su excelente compra, le pide al vendedor mantenerse al tanto de alguna nueva adquisición que pudiera interesarle y en seguida, reprende su que-hacer cotidiano. Al pasar de cada década el coleccionista revisará el precio estimado de su colección de revistas del hombre de acero, y celebrará su acierto. El valor de las historietas irá en aumento exponencial, por lo que el coleccionista, siempre acaudalado y con todo lo que el hombre de antes de la devastación pudiera desear, no necesitará ponerlas a la venta, por el contrario, dejará pasar aún más el tiempo, tres, cuatro, cinco décadas. A sus ochenta años el coleccionista está maravillado del valor actual de esas revistas, sabe que su vida no dará para mucho más y estará decidido a ponerlas a la venta en los meses por venir. Sin embargo, será precisamente en esos meses por venir que tendrá lugar la gran devastación. El fenómeno natural, político o tecnológico que hará que el mundo moderno colapse y casi la totalidad de sus habitantes perezca. La gran división que separará la historia de la civilización humana en un ¨antes¨ y un ¨después¨ de la gran devastación.  Superman, a unos cuantos meses de salir por fin de su metálica prisión, quedará sin tal esperanza. Ahora mismo, fuera de la caja fuerte, se escuchan ya las potentes explosiones que habrán de acabar con éste mundo, la caja fuerte se balancea, luego se mueve fuertemente y choca contra otros objetos, un golpe seco la abolla de un costado y la hunde en una especie de abismo, cae a salvo en un montón de tierra quizá, que la ha salvado de la destrucción completa, cientos de objetos caen ahora desde arriba y la cubren, apagan el sonido, la dejan totalmente aislada y olvidada. La caja fuerte es ahora una cápsula del tiempo que llevará al hombre de acero intacto a 400 años en el futuro. Será hasta que unos cuantos excavadores de la era después de la devastación se topen con ella, hasta que un gran sabio logre con alguna especie de pólvora vencer su poderosa cerradura, que Superman verá de nuevo la luz del día.
  
Han pasado 40 años desde que el gran rey, la autoridad suprema de éste imperio dio a conocer al Mesías de hoy, en la actualidad, a 440 años después de la gran devastación, el nuevo imperio está completamente unificado bajo esta deidad. Hay cientos, quizá miles de templos dedicados a su adoración, hay millones de imágenes que penden de ventanas, puertas y muros, hay esculturas y representaciones artísticas para alabarlo y glorificarlo. Hay estudiantes de la fe que estudian y aprenden a dibujarlo, a moldearlo en barro y a pulirlo en madera. Hay músicos que lo hacen mil cantos y poetas que lo convierten en hermosas palabras. Hay festividades y varios días al año especialmente dedicados a Él. Los niños juegan a ser cómo Él, se dejan caer un rizo del cabello sobre su frente y fingen volar, los adultos lo adoran de mil formas distintas. Todo el mundo sabe que Él existió desde siempre y que está atentamente observando desde los cielos, a donde se fue después de salvarnos. Se le llama el Superman, el hombre de acero, pero también se le llama El hijo de Dios, el Salvador, el Mesías.

Durante las semanas subsecuentes a la reunión en donde el sabio develó el contenido de la caja fuerte, los presentes fueron poco a poco asesinados por la autoridad suprema. Era imperante mantener el secreto. Sólo el sabio conservó la vida salvado por la valía de su sabiduría. Fue necesario seguir sus consejos para dar a conocer al nuevo mesías, era necesaria su presencia para garantizar el buen funcionamiento del plan, y para evitar cualquier contratiempo, también para dar la cara ante cualquier situación imprevista o interrogante popular, fue el sabio quien dio mil discursos sobre cómo fue que los almanaques sagrados fueron entregados al rey en lo alto de una montaña, sobre cómo el hijo de Dios le encomendó en persona llevar la verdad a su imperio, sobre cómo fue que el hijo de Dios nos salvó a todos de la gran devastación a pesar de poner en riesgo su vida, sobre cómo después de salvarnos subió al cielo de donde ahora nos mira, sobre porqué la fe de ésta y solamente ésta deidad debe ser celebrada y sus preceptos acatados. El sabio siguió al pié de la letra las instrucciones de la autoridad suprema so pena de muerte, de él o de sus familiares cercanos. Tres décadas después el rey, la autoridad suprema del imperio fue asesinada. El secreto de lo que sucedió 30 años atrás en aquella junta de consejo quedó solamente en manos del sabio quien vio, no sólo como inútil sino también como perjudicial, la revelación de la verdad. La gente tiene hoy su Mesías y vivirá en relativa paz basando sus vidas en sus preceptos quizá por 20 siglos más. No es necesario destruir la fantasía popular, sería cruel e inhumano. Quince años después, en su lecho de muerte, el sabio reposa y respira con dificultad en la cama de una habitación bien iluminada. De sus paredes cuelgan las imágenes de El Superman y a su lado descansa una especie de biblia con sus imágenes y preceptos. Los doctores se le acercan, hablan con el sabio y le dicen, tenga fe en Él que lo está esperando en el cielo. El sabio queda por horas callado naufragando en un mar de ideas y recuerdos. Su esposa viene a su mente, su pequeña casa escondida en un valle, los momentos gratos que pasó ahí. Los árboles que él plantó en la entrada, sus hijos, sus nietos. Varios doctores y enfermeras entran en su habitación y lo encuentran balbuceando. Sabio señor, cómo está, cómo se encuentra, le tocan la frente, una enfermera le soba tiernamente las manos. En voz áspera el sabio responde Bien, tan sólo un poco curioso sobre lo que ha de ser, sobre lo que ha de pasarme. Otra enfermera cambia las flores del rincón. El doctor sostiene fuertemente su mano. La fe mi sabio señor, debe mantener la fe, no deje que su estado físico destruya la fe. El agua de las flores anteriores huele mal, la hacen cambiar. Dicen que así fueron las últimas palabras del sabio: La fe no se crea ni se destruye, sólo se transforma, se adapta, se adecúa a las nuevas condiciones de la civilización en curso, y se le da el rostro adecuado para su presentación ante la gente.