Tuesday, November 22, 2016

El Sol con un dedo

Así como así deja el soplete prendido, su llama azul y naranja golpea de lleno la mesa; sale del taller dejando caer el casco al suelo y tapa el Sol con un dedo, Las chispas rebotando contra la madera, saltando parabolicamente con destino al suelo; la soldadura derretida y desparramada, un trágico acontecimiento metálico. Maldonado no escoge el dedo gordo, éste lo escoge a él. Y ahora qué malparido jueputa! el negro Jeffrey se apresura a apagar el soplete; Manos gruesas y sucias, Hey! Que buen herrero es el negro Jeffrey. Pero Maldonado no hace caso; ya ha levantado su pulgar hacia el cielo y la luz del Sol se ha escondido por completo. Pero qué diablos! Ahora limpiar la soldadura derretida le costará la tarde entera. La huella digital del pulgar de Maldonado levantada hacia el cielo: Un agujero negro; ya la ciencia lo ha explicado así: poderoso e inclemente, carente de un átomo de compasión cósmica, succionando hasta el infinito el espacio y el tiempo, devorándose la luz con todo y su extrema velocidad; aquí es donde el tiempo se detiene y donde todo lo que la luz natural toca deja de hacerlo y deja paso a la oscuridad que cubre así con su manto el panorama; el dedo gordo de Maldonado: un eclipse humano, un sólo dedo regordete y achatado, de uña fisurada y llena de astillas, cien veces machucada y mordida, un dedo vulgar pero al parecer autónomo se interpone entre el Sol y la Tierra; y aquí, ya con el tiempo en suspensión, es que parvadas enteras de palomas se apresuran inmediatamente a su habitual escondite nocturno, y aquí que, muertos de desconcierto, los grillos desde la maleza y las grietas en el concreto comienzan su concierto. Hey! Maldonado! Hijueputa! El negro Jeffrey se ha quitado la máscara para soldar y se limpia ya las manos con un trapo. Algunos perros ladran y uno pequeño, negro y de patas blancas, de mirada quizá un poco más inteligente que la de su amo, rasca incesantemente la puerta de su casa. Pero Maldonado con una sonrisa infantil y perdida sigue levantando el pulgar y bloqueando la luz del Sol; ¿sonrisa casi pervertida la de la Maldonado no?, gesto un poco dislocado y ligeramente desviado hacia lo inmundo, sonrisa ésta invocada sólamente dos veces más en su vida; La última vez, la sonrisa llevada a mueca que se plasmó en su cara a los 13 años al levantar la falda de su prima dormida boca abajo al regresar del colegio; y el aro de luz al rededor de su pulgar tapando el Sol, y el cielo oscuro poseído de estrellas; la Vía Láctea desparramando gotas del blanco líquido por el firmamento entero. Estrellas de leche sobre la piel morena de su prima dormida. La primera vez: la sonrisa impertinente en su cara de 5 años, cuando contempló por media hora la casa de su tía Inés envuelta en llamas, las mascotas intentando escapar sin lograrlo. Maldonado! Maldonado! Gordo pendejo!, Doña Leonor que está ahí mirando es una escultura hecha de miedo que aprieta con todas sus fuerzas la escoba, barría la banqueta antes de voltear atrás y convertirse en una estatua de sal. El negro Jeffrey inconscientemente bloquea la naturaleza de los acontecimientos; no se da cuenta, no quiere darse cuenta, y finge sólamente interesarse en la irresponsabilidad de su empleado. Pero si son las 2 de la tarde; Doña Leonor con gran esfuerzo y sin soltar las manos de la escoba ha visto su reloj. Determinado el negro Jeffrey forza a Maldonado a bajar la mano y el pulgar levantado al cielo y lo contiene con todas sus fuerzas, como a quien se le quiere impedir entrar en un duelo a muerte; todo a la normalidad de nuevo, aves confusas de chillidos neuróticos salen de entre las ramas y bajo de los tejados, grillos llevados al caos se apaciguan, cesan de una vez sus retóricas nocturnas; hormigas y otros seres extravagantes de incontables patas van de vuelta a sus labores cotidianas, como iniciando apenas el día. La gente del pueblo también, pescadores y artesanos, profesores y estudiantes que miraban al cielo por las ventanas donde el Sol aparecía faltando poco a poco se reincorporan a la realidad que conocen, como pacientes que regresan de un proceso hipnótico y que no recuerdan nada se tallan los ojos. Habían pasado dos minutos en la oscuridad; no había sido tan sólo una nube. Doña Leonor había corrido despavorida haciendo uso de una reserva de fuerzas que había guardado desde hace 20 años atrás para una ocasión como esta. Maldonado bien sujeto entre los brazos poderosos del negro Jeffrey, la punta del su pulgar con una sombra naranja-ocre, como la que queda con la tinta para votar. La luz del Sol ha golpeado su cara y sus ojos se han mostrado nuevamente cristalinos y sinceros, su sonrisa idiota se ha desvanecido; de vuelta al taller, y el resto de la tarde en silencio, aunque se ha disculpado Maldonado, No sé cómo ha sucedido, no sé qué hacía ahí, de verdad negro Jeffrey, usted me cree verdad?, el negro Jeffrey está en pánico. Se dice que mientras a Maldonado le hacen estudios en el hospital de la ciudad capital, Es ese! Ese de ahí! Doña Leonor lo había señalado y un grupo de policías y doctores se lo habían llevado, no a la fuerza pero sí bruscamente, el negro Jeffrey se volvía poco a poco loco. Después de una exhaustiva serie de entrevistas a las que doña Leonor se negó rotundamente a participar, ya bien concientizado el hecho vivido, intenta distraerse y desentenderse de lo acontecido trabajando hasta 16 horas por día, pérdida repentina del cabello y de la sensación de cordura, de bienestar racional y emocional, se mira mil veces en el espejo y no se tolera, su propio rostro no se lo traga. Culpa, ansiedad y repetidas visitas a la iglesia, confesión y un diezmo que equivale al 40 por ciento de sus ingresos. Déjalo en Dios hijo mío, ya verás cómo te vas a mejorar hijo mío. No olvides la aportación hijo mío. Cómo se ha hecho mierda el negro Jeffrey, se dice que interrumpe abruptamente su concentración, se ha quemado varias veces con el soplete, mucho más que en sus inicios como maestro herrero hace 17 años; balbucea enérgico y después retoma la conciencia, traga contínuamente azufre y un líquido frío y ardiente, más parecido a una especie de ácido lechoso que a sudor, le empapaba toda la frente, los oídos y el cuello, una nata lechosa y viscosa le cubre permanentemente los labios. “Maldonado, el hombre eclipse” titulares gigantes en los periódicos locales y quizá no tan grandes en los de la ciudad, donde la competencia entre noticias estrambóticas es más feroz. “Que los científicos no han descubierto la causa real del eclipse, que fueron un total de 49 las poblaciones en todo el país abarcadas ese día por una oscuridad total, que muchos científicos atribuyen la causa del eclipse a otra cosa pero no saben a qué” otros más amarillos y con titulares más gigantes: “quesque hijo del diablo, quesque simiente maldita, quesque eclipse de Satanás; está internado en el hospital de Nuestra Señora pero aléjese si lo ve, no lo mire, pues puede quedar ciego, precisamente como quien viera directamente al eclipse” En la clínica trataban bien a Maldonado, no se le descubría nada de anormal o extraño a Maldonado, los estudios no revelaban ni mierda, pero se le daba de desayunar bien a Maldonado, y hasta un salario para compensar sus labores en el taller, ya se había cansado Maldonado, pero sea lo que sea se le tienen que seguir haciendo estudios a Maldonado, que ya se quiere ir a su casa Maldonado, pero ahora se friega y se aguanta Maldonado no? que es noticia importante y el jefe está muy pendiente de lo que se llegue a descubrir! El negro Jeffrey permanece por horas sentado al taller que no ha abierto más, al caminar arrastra sus pies que levantan polvo y así anuncia a los vecinos su llegada; es tan triste ver al negro Jeffrey así, no me lo puedo creer, ¿que por lo del eclipse dice? tantos años de ser su clienta, y no hay en todo el pueblo herrero que se le compare, El negro Jeffrey huele a meados, se balancea y levanta su pulgar al cielo mientras con la otra mano se cubre los ojos que de pronto, que tristeza, incurable ya dicen, juntando toda su fuerza de voluntad, se atreve a descubrirlos y mirar furtivamente al cielo, pero nada pasa, el Sol y su curso se mantienen ininterrumpidos, las nubes siguen enmarañándose en la atmósfera y cínicas exprimen a veces sus intestinos sobre el negro Jeffrey que sigue pensando que tiene que ir a trabajar, y con un periódico se tapa de la lluvia; llegar al taller dice, escuchar la puerta chirriar al levantarla, preparar la soldadura y terminar uno a uno los pendientes, recibir al cliente, generalmente con una sonrisa, ya lo conocen al negro Jeffrey, es un buen herrero y un buen vecino, pero cerrado de por vida tan sólo se sienta en el borde de su antiguo negocio, que su dueño nunca lo volverá a hacer un lugar próspero y respetable. Ya abandonados los estudios médicos y científicos se olvida el caso, los titulares son reemplazados por otros, la noticia se vuelve leyenda y las bromas callejeras pierden su efecto a causa de su harta repetición. Una tarde de viernes, un becario de apariencia mediocre y apellido rebuscado, ha decidido que trabajar un poco más es preferible a regresar al infierno de su casa. “Irizarás”, “Izarrarás” Cómo es el apellido del muchachito ese? Desde el comienzo de sus labores en el hospital se le ha prohibido la interacción directa con Maldonado recluido aún en un cuarto restringido, y se le ha limitado su participación en el caso estrictamente a la lectura de los reportes médicos y científicos. Muy mediocre el muchachito ese, A pesar de su inexperiencia obvia e ignorancia a consecuencia, a pesar de su cara llena de acné y no obstante su absoluta ineficacia para conseguir una novia, independientemente de sus ojos diminutos y de su ridículo cuerpo similar a un feto descomunal, el becario hace un gran descubrimiento; todo está en la huella digital del pulgar de Maldonado, parece cotejar a la perfección, lo había visto esa misma mañana en su libro de historia, con el laberinto de Creta, Junta la página del libro con una copia pequeña de la huella, ¿será? El libro se le cae, la posición es incómoda, arranca la hoja, la suposición de una posible certeza lo amerita; hace un par de copias en material transparente, las coloca sobre el proyector, lo conecta, Ojalá que funcione, lo enciende, se arregla las gafas; las siluetas de ambos, huella y laberinto, se juntan en un par de diapositivas por primera vez y se plasman casuales proyectadas en la pared; ésta eclipsa a aquella y aquella se cubre gustosa de la sombra de ésta, como almas gemelas que se acaban de encontrar; El laberinto de Creta, aquél donde moraba el temido minotauro en los antiguos cimientos secretos del palacio de Cnossos; la huella digital de Maldonado. El becario suspira, la huella-laberinto se refleja en la superficie de sus lentes rotos. En la clínica no hay más nadie, mañana revelará el descubrimiento, pero por ahora que en paz descanse el minotauro y la luz, que de éstos laberintos nunca escaparon. ¿Bondad, maldad, distorsión grotesca de la realidad y las leyes siempre constantes de la naturaleza, milagro o ciencia aún no explicada o entendida, historia repetida, broma cósmica de mal gusto? Tocará a los lectores de los diarios locales ponerle la etiqueta al caso. Dos pisos arriba Maldonado duerme, quizá el minotauro también.

Puntual

Cualquier entidad confinada a un punto tiende al infinito. Por eso que un preso en una celda diminuta sueña con el Universo hasta que lo posée, hasta que lo abarca por completo, por eso que en una semilla cabe un bosque, primero un árbol y los árboles que de ese surgen. Por eso que en una chispa se aloja un incendio y en un núcleo diminuto un ser vivo. Una catarina con sus puntos a cuestas no sabe el tesoro que lleva, una niña con la cara llena de pecas, un gato salpicado de manchitas negras; diminuto pero sin forma o tamaño resuelto, el alfa y la fuente de todas las dimensiones. Un punto. Un aleph diría Borges, Por eso que tu mirada lo refleja todo, por eso que en tus pupilas puedo observar el Cosmos.

Wednesday, July 20, 2016

Después de la media noche en "Guayabitos"

Número 325 de Hipólito Fregoso, a cuatro cuadras del malecón y del antiguo puerto de “Guayabitos” donde ahora, que un emplazamiento moderno de gran capacidad ha sido construido a no mas de 3 kilómetros, impera el olvido. Algunas gaviotas tuertas aún moran en sus muelles, algunas ratas viejas y cansadas quizá, pero donde las mercancías reinan los desperdicios también y la mayoría de la fauna del inframundo se ha mudado. Las olas aun golpean las corroídas estructuras manchadas de aceite, llenas de cicatrices creadas por el fastidioso ajetreo de los barcos de antaño. Nuevos seres se apoderan del lugar, bichos diversos del mar, mejillones, erizos y crustáceos que la evolución aún no ha provisto de nombre comparten los condominios de un nuevo ecosistema marino y viscoso. Dícese del fantasma de Doña Herminia Ahumada que también deambula por el lugar; una bolsa a cuestas, evidentemente de basura, revela su contenido metálico a cada paso, imitando ella el vaivén de los barcos; éstos por el romper de las olas en sus costados, aquella por la influencia del alcohol. Murió hace menos de un año y de su costumbre era, desde que quedo viuda de Don Germán Alarcón, de ahogar decía, sus penas en un altamar etílico; y el esposo muerto, y los hijos, todas sus vidas hechas en no sé dónde del otro lado ya no la visitaban, apenas la llamaban; a veces por tres o cuatro meses. Y tenía nietos decía, y hablaba incansablemente de ellos, a fuerza de elogios los recuperaba, los hacía suyos y obligaba a vivir a sus fantasmas en casa, pero no los conocía, nunca los vio ni sintió el calor de sus pequeños cuerpos al darles un abrazo. Y pensar que hace tan sólo un año: Y que ya camina Josuecito, y que Jazmincita ya aprendió a decir “mamá”, va a aprender inglés de volada viviendo allá, ahora que por fin me visiten y los conozca, ya verá doña Celia; pero Doña Herminia no los conocerá, por lo menos en vida, que la vida se le escapa y ceremoniosamente se hunde en este altamar etílico con tripulantes y capitán a bordo; solo las ratas escapan, que quizá sean las mismas que ahora habitan en los muelles. ¿Y de las bolsas que traía por las noches a cuestas que se sabía? Que de algún lugar se las habría robado, que a alguien se las habría quitado, que de la basura lo sacó pero, a verdad decía, que del barco de madera lo había robado; ¡Pues del barco ese de madera Doña Celia! la primera vez me metí preguntando por un baño, ¡pero qué barco tan viejo y tan bonito! y no había nadie doña Celia, y estaba cargadito de tanta cosa tan bonita. Y doña Celia más por compasión que por credulidad: ¿De veras doña Herminia? ¡Que sí doña Celia! la siguiente noche ahí estaba también, me metí preguntando si había alguien, pero nuevamente nadie contestó, y me había llevado la bolsa de basura con ropa vieja para regalar, pero dejé la ropa ahí en el suelo y la llené todita de lo que mas pude. Que dios me ampare doña Celia, (La señal de la santa cruz de por medio) yo sé que eso es robar pero el barco ahí solito y una rampa desde el muelle hasta la cubierta, como invitándome a entrar ¿no Doña Celia?, y tan lleno de cositas. Y la cama de la Herminia cubierta con todo tipo de objetos antiquísimos y preciosos. Un espejo, segurito de oro, y pulseras y diademas, y unas monedas tan extrañas e imperfectas, Doña Celia esperó en vano a que alguien de pronto se quejara del robo, algún museo, algun viejo acaudalado, algún coleccionista, pero no, nada, nadita; y doña Herminia que seguía llegando noche tras noche cargada de éstos objetos hermosos. ¡Pues ya le dije que del barco de madera doña Celia! ¿Que no lo ha visto? Ahí en puerto Guayabitos como a la una de la mañana que regreso de “La Parroquia” (nombre oficial de la cantina local). Y ahí está meneándose en el muelle, rechinando la madera de la que está construido, con la rampa dispuesta, alargando su brazo de madera hasta la plataforma para que ella entre; Yo siempre pregunto por si las dudas pero ya sé que nadie nunca responde, y saco mi bolsa de basura, ahora hecha bolita a los pies de la cama de Herminia, y la lleno todita de lo que más le cabe sin que se rompa. Y se lo juro Don Gil, le cuenta doña Delia al panadero, de un tiempo para acá la casa de la Herminia es un museo, llena de objetos viejos que parecen valiosísimos, que disque los saca de un barco de madera viejo atrancado en Guayabitos. ¿Usté lo ha visto Don Gil? ¡Que la Herminia es una borracha sin remedio le digo Doña Celia! Eso lo sé Don Gil, pero ¿y las cosas que trae consigo a cuestas? Yo las he visto con mis propios ojos Don Gil; ya verá, le traeré una muestra de la evidencia, pero no quiero decir a la policía, al fin de cuentas doña Herminia es mi amiga, hace mas de 30 años que la conozco y borracha o no es tan buena la pobrecita. ¿Cómo se siente mi amorcito? Doña Herminia aún le hablaba a Don Germán Alarcón, su difunto esposo, hacía contacto con él en el más allá gracias a una foto en sepia mostrándolo con gorra de marinero y bigote tupido, Que guapo que era mi marido ¿no Doña Celia? Y la comunicación con el mas alla nunca fue tan sencilla, cero pesos el minuto la larguísima distancia. Una foto en sepia enmedio de reliquias de oro antiquísimas y aun así el objeto más preciado que doña Herminia poseía. Una retrato de su amado esposo, un teléfono para comunicarse con los muertos, una especie de “necrófono”. ¡Ay que hermosos collares! ¿Le gustan Doña Celia? Se los regalo, lléveselos, en serio. ¿De veras Doña Herminia? Usté siempre tan amable. Y allá va Doña Celia directito con Don Gil el panadero a enseñarle los collares envueltos en papel de baño. De oro definitivamente Doña Celia, y de la major calidad, y éstas piedras son zafiros rosas, son carísimas, las siguen trayendo desde el oriente al parecer. Pero un buen día para tomar un cafecito, nublado y gris, de olas alborotadas lanzando espumarajos y gaviotas gritonas, doña Celia tocó a su puerta. Ya murió la pobrecita, le di un abrazo bien fuerte la última vez que la vi; la vi tan desmejorada, tan acabada por el alcohol, ¿En serio no lo ha visto doña Celia? Pues así de madera le digo, grande y viejo, con la cola como una trompa enroscada y una cabeza de caballo por el frente; con una vela enorme a rayas blancas y rojas; pues desvélese un poquito y me la llevo mañana en la noche para que lo vea y usted también saque lo que quiera, (La señal de la santa cruz; ésta vez sobre Doña Celia que se persigna) pero la mera verdad Don Gil me dio miedito y decidí no ir con ella; ya ve que se ponía re borracha ¿y yo qué voy a andar haciendo a la una de la mañana en Guayabitos? No sea que nos saliera un degenerado y entonces si. Ya cuando la fui a buscar de nuevo ya había muerto Don Gil, avisé a la policía y ese dia la calle se llenó de gente con bata blanca después de que los oficiales sacaron su cuerpo, médicos forenses me imaginé al principio, aunque se veía que tenían un grandísimo interés por los objetos que Doña Herminia había acumulado en cada rincón de su casa; ¿Pues cómo no Doña Celia? Después supe que eran antropólogos que venían de la capital a estudiar los artículos, unos trajeados me entrevistaron por una hora. Esa misma noche me armé de valor y decidí ir a la una de la mañana a Guayabitos y ver por fin el dichoso barco por mí misma, pasé a buscar al velador, a Gonzalito que trabaja ahí en la licorería, pero estaba re dormido y no lo quise molestar mientras trabajaba y terminé llendo yo solita; pero ni barco ni nada don Gil, tan solo una ratota que me salió al paso y me pegó un susto de aquellos. Y finalmente un día, unos meses después un periódico en las manos temblorosas de Doña Celia le mostró la noticia de frente al desenvolver un manojo de perejil; luego el mismo periódico en las manos llenas de masa de Don Gil, Encabezado de letras escandalosas, como gaviotas costeras, como feria de pueblo, como “La Parroquia” en domingo por la tarde; “Objetos fenicios descubiertos en costas mexicanas”. Y las gafas de Doña Celia a media nariz, y Don Gil pegado a su hombro y balbuceando las palabras, y el dedo arrugado y de uña francesa de Doña Celia dirigiendo la lectura en la columna; “...fueron hallados en la casa de Doña Herminia Ahumada después de que una vecina la reportara como fallecida…” No escupa Don Gil! “...analizados y sometidos al carbono 14 que dio resultados positivos para clasificarlos como auténticos objetos fenicios que fueron fechados entre 900 y 700 años antes de Cristo...” Y mire, mire esto Don Gil! El dedo de uña francesa de Doña Celia casi perforando el papel periódico “...según Doña Celia, vecina y amiga de hace 30 años de Doña Herminia, la fallecida confesaba hurtar los bienes de un barco viejo de madera anclado en el antiguo puerto de “Guayabitos” del que nadie tiene conocimiento; cabe mencionar que, de acuerdo a los expertos, la descripción que supuestamente hacía la fallecida del barco coincide sorprendentemente con una típica embarcación fenicia de hace más de 2,500 años; los más de 1,300 objetos hallados en casa de Doña Herminia van desde vasijas de barro con inscripciones fenicias hasta elaboradísimas joyas de oro adornadas con piedras preciosas, que después de un detallado estudio pasarán a formar parte de una muestra permanente en el Museo de Antropología e Historia de la capital mexicana”. Doña Celia guardará de por vida el collar de oro y piedras preciosas que le regaló su amiga; Don Gil sabrá conservar el secreto. Muy amable de su parte Don Gil. El antiguo puerto de “Guayabitos” es un lugar concurrido nuevamente; de día los restaurantes y los recuerditos alusivos al misterioso barco fenicio; una foto en sepia de la nueva celebridad: Doña Herminia a sus 30 años con peinado flamboyante y collar de perlas cuelga en la entrada de un museito de la localidad que no tiene más que réplicas baratas de algunos de los objetos reales de muestra en la capital; de noche la ya tradicional “Noche Fenicia” donde la gente ya no va con el propósito real de permanecer en el lugar toda la noche con el fin de tener la suerte de encontrar el barco, sino para pasar la noche cantando y bailando entre antorchas que sirven para dirigir al supuesto barco seguramente hasta el puerto: Representaciones alusivas, atuendos de broma, niños de todas las edades que narran la leyenda, que cuentan los quién y los cómo, los por qué y los justamente aquí donde usted está parado. Los muelles carcomidos siguen siendo golpeados por olas ahora más alegres, ahora reflejando las luces multicolor de los jolgorios nocturnos. La economía local sin duda ha mejorado. El 325 de Hipólito Fregoso, la casa de Doña Herminia, es ahora un hostal de malísimo gusto pero célebre como ningún otro en la zona; “Corazón Fenicio”; Rayas rojas y blancas de fachada a manera de vela de embarcación fenicia; Un gigantesco corazón une dos marcos de oro plástico con los retratos de Doña Herminia a sus 30 años y de Don Germán su esposo con su gorra de marinero. Ni ella misma lo hubiera diseñado mejor; muy seguramente navega con su esposo en un barco fenicio cargado de objetos preciosos por los océanos de un paraíso sepia; No se cansa de decir Doña Celia; De Fenicia con amor: Una nueva leyenda mexicana.

El otro ciclo

En mí las emociones dominan sobre la razón, dos ejércitos viejos y míticos, contrarios por naturaleza, quizá cansados de enfrentarse, se lanzan feroces uno contra el otro, pero el primero carcome poco a poco al segundo, y lo abarca, y lo somete. Logra, ya vencido el oponente, abrir las pesadas compuertas de la presa que contiene el llanto, y en torrentes salados inundar el campo de batalla. Victoria! Un espejo de agua, desolación, los chasquidos que producen los pasos de los soldados vencedores. No es tan malo después de todo, se limpia el escenario, se libera la presión ejercida sobre las murallas que contenían las lágrimas; ahora el campo de batalla está limpio de nuevo. Aquí no pasó nada, se hizo más fértil, quizá valió la pena el despilfarro. Hasta la próxima, hasta la siguiente batalla, que se cierren las compuertas y que una a una las lágrimas se acumulen y produzcan el llanto que habrá de derramarse en otro momento por alguna otra razón, cuando los dos ejércitos tengan que arreglar sus diferencias nuevamente a punta de espada. Nunca nadie se ocupó de describir éste otro ciclo del agua.

DNA

Desearon bailar el uno con el otro; sin música, cobijados sólo por el calor, el silencio y la oscuridad. Sus cuerpos desnudos, sus alientos exaltados por la fricción y el movimiento. Las manos de ella y las de él, las piernas de ella y las de él, sus labios unidos en un eterno beso, sus cuerpos entrelazados en una sola fuerza creativa; complemento el uno del otro de doble espiral ascendente e infinita; los ingredientes y las instrucciones mismas para la creación de la vida.

A Talita esta noche

La miel pura que cae desde un frasco de cristal, la partícula de polvo que desciende sobre la superficie de la Luna, un caracol que inadvertido se desplaza sobre la hierba nocturna; así tan lento; la respiración de un ser antiguo y colosal en el fondo del mar, las pequeñas burbujas que desde su boca ascienden, el girar de la Vía Láctea y la luz que en el espacio se propaga, todas ellas; la oración sabia de un anciano venerable, el viento fresco que circula el Oráculo de Delfos a la puesta del Sol; entidades recíprocas al beso que te mando ésta noche, y que sobre tus labios decide descansar.