Tuesday, December 21, 2010

Fertilitatis

Recorriendo el sendero que lleva al monte, aquél que atraviesa el río y que da al pié de la iglesia, se observa un peculiar paisaje que en su mayoría está cubierto de tierra negra y fértil, salvaje y exuberante hierba, y piedras enormes coloreadas de un gris carbonizado revestidas de matorrales espinosos. Ésta es la obra perfecta que la naturaleza decidió construir aquí hace miles de años, cuando la gran montaña lanzó por los aires roca incandescente, lava y ceniza, y dejando tras la descomunal explosión, no más que un conjunto de montes ígneos cubiertos de vegetación verde esmeralda; Es por ése mismo sendero que ahora camina la gran procesión; los pies descalzos, secos y agrietados, las gotas del sudor más salado cayendo por las mejillas, por los cuellos, los pechos, ya sean masculinos o femeninos, jóvenes o viejos, blancos o morenos, y marcando paso a paso la ruta seguida desde el pequeño pueblo de Playa Durazno; que irónicamente, está a un día de camino de la playa más cercana y no hay sembrado ni un solo durazno, hasta llegar al pié de la pequeña iglesia; Es ésa misma nuestra iglesia, la que está rodeada de cactus y flores multicolores, la que está pintada de alegre rosa y enmarcadas sus puertas de barroco azulejo, la que alberga desde hace cientos de años, por lo menos unos dos, a Nuestra Señora de la Fertilidad.

Los rezos están ahora surgiendo de gargantas viejas con voces ferozmente devotas, devotamente feroces, orgullosas aunque cansadas, alegres en su triste fe que les hace reconocerse como almas pecadoras; las voces metálicas de los instrumentos musicales más talentosos del pueblo, y las flores más hermosas arrancadas de los viveros más abundantes, acompañan con sus virtudes la procesión. Al pasar, en su laborioso e incesante caminar, los perros ladran, la gente observa desde sus casas, desde sus balcones o sentadas al frente para contrarrestar los estragos del calor, ¡Ay! la gente de Playa Durazno siempre platicando, siempre jugando al dominó, al ajedrez o simplemente recostadas en sus coloridas hamacas como si nunca hubiera nada que hacer. En ésta ocasión la procesión acompaña principalmente a Lucrecia Cienfuegos, es a ella a quién se le debe el honor, ella es la cuarentona esposa del recién difunto Alfonso Matos, quien era guardia de seguridad de la casa del ayuntamiento y quién murió en cumplimiento de su deber, al enfrentar a un montón de borrachos revoltosos. El pobre Matos, aún vivo, pero emanando grandes chorros de sangre de su cabeza y las fuerzas en camino de extinguirse, pidió a la gente que enseguida lo rodeó como moscas a la miel, que le hicieran prometer a su esposa… que le hicieran prometer… Se adivina que Matos murió con dos pesares, el de sufrir por varias horas del intenso dolor causado por un machetazo en el vientre hasta desangrarse y morir, y el de saber que todo el pueblo era conocedor de su desgracia, la de ser estéril, la de ser incapaz de fecundar en el vientre de su esposa, a lo largo de más de 15 años de casados, ni la más pálida sombra de un retoño, ni humano ni de cualquier otra cosa, pues si por lo menos Lucrecia Cienfuegos hubiera quedado preñada y hubiera dado a luz; por ejemplo, a un potrillo, otra cosa hubiera sido, si del diablo, si de dios, la gente hubiera tenido que decidir; pero ni potrillo, ni ternera, ni ave, ni pez o humano; Lucrecia siempre había permanecido con el vientre en espera. Alfonso simplemente murió con el orgullo también macheteado, en profundo cuestionamiento su virilidad, también desangrándose su hombría. Y he aquí tras un par de semanas de difunto su esposo, que Lucrecia Cienfuegos va en el centro de la procesión; ella bien lo sabía y antes lo había planeado, pero siempre temió avergonzar de más a su hombre; pero ahora que la vergüenza ya no es un impedimento, entre amigas y parientes, entre esposos de amigas y familiares de parientes, se ha armado una gran comitiva.

Hacia la iglesia van, ya dijimos cuál, en donde se alberga con mucha devoción la más milagrosa de todas las Vírgenes hasta ahora conocidas, Nuestra Señora de la Fertilidad, que hace que vientre, ya sea joven, ya sea viejo, ya sea sano, ya sea enfermo, quede inmaculadamente preñado y se conceda así a la afortunada, el maravilloso milagro de la maternidad; y más maravilloso por ser inmaculado que por ser maternidad. Lucrecia, cubierto el rostro con velo y en mano los rosarios, estampitas, veladoras, rezos y demás artilugios que garanticen que todo está completo y puesta en alto su fe, va con fuerza cantando y alabando a ésta Virgen milagrosa. ¡Pero cómo retumban esos tambores y cómo penetran las voces potentes de los metales hasta las entrañas de la tierra y de uno mismo, cómo se deslizan los cantos de alegría y de alabanza por entre matorrales, árboles y rocas y cómo se elevan y se dejan llevar por los vientos de la tarde hasta llegar a los escondrijos más apartados, las cuevas más lejanas y los oídos más sordos! Ya quisieran ver los ciegos éstos fuegos pirotécnicos que se lanzan desde la punta de la procesión, que rayan el cielo de destellos multicolores y que avisan con serpenteos y rugidos celestiales a todo el mundo que otro milagro, uno más, ¡Sí, uno entre decenas más!, está ya, a la caída de ésta tarde, al fin por suceder.

Dentro de la iglesia otros devotos ya esperan a la gran comitiva, al llegar ésta se harán resonar con evangélica destreza las cinco campanas, que pendientes en la torre, aguardan su momento de anunciar a pueblo entero que la procesión ha llegado; dos jóvenes, estudiantes ellos más destacados de las escrituras, ya están preparados con cuerda en manos, El resto de la comunidad cristiana de Playa Durazno estuvo ahí desde la mañana, y con esmerada paciencia la adornaron con extensas y variadas decoraciones; abundan las flores y sus desbordantes esencias, las luces de lámparas hechas de papel de colores y las veladoras con su calor seráfico y medieval; también hay cientos de platillos típicos de la región, que preparados con folklórica paciencia y sazón artesanal, serán dados a la Virgen como ofrenda y como prueba del cariño que le tienen sus hijos en el pueblo. ¡Pero cómo le brilla la piel a la Virgen, cómo mantiene en sus ojos una mirada casi cristalina, como si estuviera viva, como si nos estuviera viendo, sus labios se observan húmedos y sonrientes, como si fueran hechos de carne tierna y tibia y nos quisiera decir algo, cómo reluce su manto rosado estampado con rosas y cómo reflejan la luz de las veladoras sus morenas manos de barro fino, qué barniz tan perfecto con el que la cubrieron que parece que estuviera mojada, que estuviera cubierta con rocío a pesar de, dicen los escritos, haber sido hecha hace más de 300 años en una alfarería de no muy lejos de aquí!

En efecto, fueron los indígenas de ese entonces, que vivieron aún bajo dominación española, quienes con sus laboriosas y detallistas manos de piel de caramelo, con sus experimentados ojos de leopardo salvaje, y poniendo a toda disposición sus destrezas diversas y sus milenarias técnicas y habilidades, dieron forma; paso a paso y siguiendo las más estrictas normas que los párrocos les habían impuesto, a cada una de las partes de la pequeña estatua: las manitas finas con las palmas extendidas hacia arriba, los detalles de las uñas y los pequeños huesos que sobresalen en los nudillos, los pies descalzos y elevados los talones un poco para dar la impresión de que la figura está flotando, los infinitos pliegues del manto, más en donde hay más coyunturas, y menos donde se quiere dar la impresión de que la tela cae sobre el cuerpo de forma libre, los diversos adornos de las ropas tales como pequeñas florecitas en las mangas o en el cuello de los vestidos, también lunas, soles y estrellas, pues no hay virgen que no lleve con ella la belleza del cosmos entero; el cabello largo, fino y abundante, y también el rostro con su infinidad de detalles y delicadezas; ojos de mirada tierna, mejillas rosadas y nariz recta y delicada, labios que demuestran una sonrisa compasiva, la que daría la madre más amorosa a sus hijos queridos. Los mejores alfareros indígenas participaron en la hechura de lo que muchos años después sería Nuestra Señora de la Fertilidad. Desde un principio se cuidaron con obsesión los componentes de la cerámica, se extrajeron de las mejores zonas conocidas el barro de la mejor calidad y de concentración homogénea, se dejó libre de impurezas, se verificaron con diferentes pruebas sus contenidos minerales y su capacidad de cohesión al ponerse en contacto con el calor del fuego. Se hicieron las mezclas necesarias y se mantuvo siempre la idea de que el cuidado puesto en la hechura de esa virgen sería recompensado con grandes favores para entrar al cielo. Uno de los indígenas más convencidos de la verdad que traían los hombres blancos del otro mundo, incluso derramó pesadas lágrimas de conmoción y entusiasmo. Los españoles celebraron el entusiasmo del pequeño indígena con una orden inmediata, -Anda ya, ponte a trabajar, esa virgen tiene que estar lista para cuando llegue el obispo- Los diversos pigmentos fueron extraídos ceremoniosamente; se buscaron las hierbas más verdes para conseguir, al machacarlas, el verde más vivo y profundo; las rocas más azules, para que al molerlas, consiguieran un azul igual al del cielo de la tarde; las conchas de caracoles más amarillas, para que al triturarlas consiguieran un amarillo tan brillante como el sol; y el rojo, ese rojo sangre tan necesario para resaltar algunos motivos y detalles, fue encontrado entre los arbustos a manera de pequeñas cochinillas y otros insectos, que al ser triturados, filtrados y reposados, les brindaron a los indígenas la posibilidad de un rojo brillante y eternamente duradero. Se celebraron misas y se hicieron ritos y oraciones, para que la hechura de la virgen fuera una obra perfecta, tan esmerada en sus acabados que agradara al señor obispo, que dios quiera, llegue con bien a estas tierras.

-¡En silencio ya!, no más ruidos que ya llegó la procesión- el sacristán principal ha dicho; y es que por fin, a unos metros de los pies de la Iglesia, si se puede hablar así de un par de escalones que definen sus límites, está ya Lucrecia Cienfuegos acompañada de todo un séquito de decentes y devotos cristianos. Las músicas de fe eufórica por fin se acaban, han ya, cumplido su misión. Es hora de guardar el sonido dentro de las bocas, tanto de las humanas como de las de los instrumentos musicales, pues la misa que hará que nuestra Señora de la Fertilidad, produzca una vez más el milagro tan deseado por Lucrecia, está ya por comenzar. Exspectata meus liberi ut Domus Deus ¿Porqué el padre Ignacio siempre tiene que comenzar la santa misa con unas palabras tan extrañas?, ¿Será que las cosas de dios deben siempre permanecer misteriosas e incomprensibles a los ojos de la gente común, o será tan sólo una frase cuál “abracadabra” que garantice que la magia se hará de forma correcta? Quizá nunca lo sabrá la gente, ni la de Playa Durazno ni la del mundo en general, pero lo que sí está claro, es que hay un milagro aquí que está a punto de suceder. Las palabras extrañas; es decir, los medios, no importan, lo que importa es el resultado, el milagro mismo que la gente espera. Y es así que la misa comienza con completa devoción. Y ahí están ya los buenos cristianos pidiendo perdón por sus pecados, ya se dan las paces, algunas sinceras pero la gran mayoría tan sólo como trámite y requisito de la celebración eucarística; bien se sabe, que al finalizar ésta, los rencores seguirán siendo los mismos y el perdón será una cosa mucho más compleja; también están las oraciones de rodillas, los cantos; los alegres y los que suenan a entierro, no faltan las largas filas para comulgar; es decir, para participar en lo que se dice “el cuerpo y la sangre del señor” ¿No es acaso, comer del cuerpo de alguien y tomar su sangre un acto un tanto caníbal?; En fin, dejando atrás nuestras incomprensiones eucarísticas, ésta tarde se pide expresamente por un milagro deseado, y también como por arte de magia, la misa se acaba. Is est verus Deus, vos iam reverto ut vestri domus , vulgus perfectus. ¿Sonreír, llorar, aplaudir? se deja todo esto a consideración y personalidad de cada individuo; cada quién expresa o esconde sus emociones como quiere, o como puede. Lucrecia Cienfuegos reza por último ante nuestra Señora de la Fertilidad; así lo indica la tradición, y por unos cuantos segundos, posa delicada y tiernamente sus labios sobre los pies de la pequeña estatua.

Ahí ya están pues, todos los materiales recolectados, y ya también, la figura de barro en perfecto acabado; todos los indígenas más talentosos trabajando laboriosamente en los pasos a seguir del proceso artesanal más fino y delicado de toda la región; unos están ocupados en prender el fuego y hacer que el horno, hecho a su vez de ladrillos de lodo cocido, tenga la temperatura correcta; medida en esos tiempos tan sólo con la ayuda que brinda una esmerada experiencia; ahí están otros, mezclando ya los ingredientes para los diferentes pigmentos, machacando, moliendo, triturando, revolviendo y comparando; y sí, todos estos verbos se llevaron a cabo para tan bendita encomienda. Llueven desde los cielos españoles los –apresúrate-, -anda ya-, -muévete-, -qué esperas-, surgen así, los errores y los accidentes, y los regaños no dejan de atropellarse unos con otros aquí y allá. –Ésta virgen tiene que estar lista ya, el obispo Rodarte es siempre muy puntual-

El Obispo Rodarte de Villagrán es un cerdo, y no lo es tanto por su inmenso cuerpo lleno de pliegues carnosos omnicolgantes, o por su caminar lento y ajetreado que le produce una continua y abundante sudoración en la frente, en la papada, en el cuello (o como se llame a ese tubo carnoso, peludo y rojizo que tiene entre la cabeza y los hombros), o por sus regordetas manos en forma de pesuñas rosadas y peludas adornadas con anillos de piedras preciosas, ni tampoco por su respiración dificultosa que raspa las palabras y acentúa con silbidos las oraciones; el Obispo Rodarte de Villagrán es un cerdo también por razones muy diferentes; el pobre cerdo bebé se llenó de porquería la boca desde pequeño debido a que nació en un lodazal, su condición de animal despreciado por su familia y por todos a su rededor lo hicieron desarrollar una forma de vida hostil y agresiva; principalmente basada en la ofensa, la mentira y la calumnia; aprendió a insultar, a maldecir y a despreciar a los demás; recibió mil azotes y aprendió rápidamente a propinarlos también, se convirtió poco a poco en un pequeño cerdo cobarde que aprendió a dañar y luego a esconderse, a lanzar la piedra y a tiempo guardar la mano, a obtener la mayor parte del pastel a toda costa; por medio de sobornos, adulaciones, lisonjas; el cerdito se volvió una pequeña bestia llena de odio y rencor, sus colmillos se afilaron y llegaron a encajarse y a hundirse hasta causar una herida considerable en la gente que lo rodeaba, incluso en sus propios progenitores; para ser reformado; o bien, tan sólo para deshacerse de él, sus cerdos padres lo internaron en un noviciado, y aquél cerdo aprendió a ser un cerdo medieval, hijo del uso de la violencia física en nombre de dios, engendro de la inquisición. Aprendió el adolescente cerdo que su enroscada pesuña le producía placer al rozar de su grasoso sexo, y con ferviente esmero desarrolló el arte de la masturbación; sus pezuñas le servían para golpear y también para acariciarse; pasó horas y horas ensayando su arte, mejorando su más reciente descubrimiento; se volvió un experto, y en incontables ocasiones lo practicó escondido en los matorrales de los caminos que llevaban al monasterio mientras miraba a las granjeras. Muchas veces las chicas lo llegaron a descubrir, y con una mezcla de asco y sorpresa escapaban gritando del lugar, pero el cerdo se dio cuenta de que eso también le excitaba, e incluso acrecentaba cuantiosamente el placer. En el monasterio había sólo hombres; y aunque omnívoro, éste desagradable animal era selectivo y se inclinaba solamente por la carne femenina, por la carne que nunca llegó a tocar más que en fantasías. Finalmente el cerdo, queda muy en claro que a base de artimañas, creció y se convirtió en un prominente miembro del monasterio; aprendió ahora, a utilizar la valiosa herramienta de la arrogancia y la altanería, y en conjunto con las herramientas previamente aprendidas, se forjó a codazos un camino entre la espesa e intrincada selva de las relaciones humanas; y aunque cerdo, cerdo distinguido será, pues hasta obispo llegó. Eso es muy cierto en todas sus dimensiones: el Obispo Rodarte de Villagrán es un cerdo; pero tú, indio insignificante, póstrate de rodillas, bésale las manos y llámale Su Santidad.

No hacen falta pruebas de embarazo, que distan mucho de ser aún inventadas, para que Lucrecia Cienfuegos se dé cuenta de que el milagro ha sido concedido. Tan pronto como ella es capaz de descifrar el mensaje claro y evidente que se muestra en sus ojos ante el espejo, sale de su casa corriendo y lanzando al aire gritos empapados de júbilo; una sensación de éxito rotundo recorre su cuerpo entero, y en el estómago, en vez de sentir mariposas, como cuando su amado Mateo le pidió matrimonio, ésta vez siente un enjambre completo de abejas; zumbando y enmarañando sus tripas hasta convertirlas en puré. -¡Que viva Lucrecia!– gritan también los vecinos, -Manda a que se toquen las campanas– dice uno. –Prepara los cuetes– dice el otro. Esto es para celebrar; y por supuesto, para agradecer como se debe a Nuestra Señora de la Fertilidad, que una vez más, nos ha mostrado su infinita misericordia y bondad. Ya las señoras cocinan y los señores preparan las mesas y los asientos, no sólo para la comida, sino para los grandes juegos de dominó y barajas que tendrán lugar hasta altas horas de la noche. Por supuesto, también habrán alcoholes que estimulen los júbilos y aflojen las pasiones del pueblo; se temería por alguna disputa, pero los hombres de Playa Durazno son verdaderamente como hermanos, que ni aún bajo las influencias del alcohol llegarían a graves extremos; imagine usted que hasta ahora sólo han habido tres muertos, no más, no señor. Además las mujeres siempre han fungido como policías, y todas saben que son responsables de la conducta de sus maridos. A cualquier edad, los hombres siempre serán niños que necesiten de la supervisión de una mujer responsable. Y bien, suficiente de seguir culpando a los hombres, la fiesta en general se prepara para celebrar el gran milagro que ahora yace dentro del vientre de Lucrecia Cienfuegos. Tendrá que ser un bebé bendito, uno calificado como “inmaculado”, como hijo directo de nuestra Virgen amada, nuestra Señora de la Fertilidad.

Ya se dieron cuenta cómo el Obispo Rodarte se le queda viendo a la Virgen, esos no son ojos de bondad o de alegría, es más bien una mirada misteriosa, una mirada que algo esconde; se podría adivinar que es algo lujuriosa. Y en razón estaría el que percibiera esto en el obispo, pues el gran cerdo Rodarte no ha visto a mujer alguna desde que comenzó su viaje desde España, y navegó por varios días acompañado de no más que hombres, y en épocas en donde no existe la pornografía, al menos en la forma en la que muchos años después será conocida, una figura femenina de barro perfectamente realizada, que deja a la imaginación el cuerpo de la virgen bajo sus ropajes, y con ese acabado que parece la propia carne viva, escondiendo venas que transportan sangre, resulta un tesoro, un objeto único y perfecto para incitar la acelerada y putrefacta imaginación del obispo. Ya no aguanta más, desea ya tenerla en sus habitaciones, pero tuvo que sonreír ante la multitud claro está, tuvo que agradecer y dar su mano a torcer para bendecir a esos mugrosos indios que se le acercan demasiado y que todo lo creen, tuvo que rezar en voz alta por ellos y ¡ush!, que fastidio, hasta una misa entera, en donde para demostrar su infinita bondad tuvo que abrazar a un niño, hubo que oficiar, para que al fin, sí, al fin, pudiera llevarse el trofeo a estancias más cómodas y privadas. Tampoco hay cremalleras de pantalones que bajar en estas fechas, pero una pequeña abertura deben de tener los ropajes clericales al frente, para en momento de necesidad, poder orinar sin tener que levantar toda la vestimenta; y es por ésta abertura que el cerdo Rodarte ha introducido ya, la gran pesuña que lo hará sentirse bien por unos instantes. Sentado en una silla frente a la escultura, el cerdo mira lascivamente el cuerpo entero de la virgen de arriba abajo, ve los pies morenos y descalzos, va más arriba e imagina las piernas, un poco cruzadas, como encontradas para proteger su delicadeza, un poco más arriba está su sexo, naturalmente virgen y abultado; ¡tiene ante sus ojos a una mujer inmaculada, jamás tocada por nada ni por nadie!, ¿acaso no es una virgen así? Sus bellos púbicos se entrelazan y forman un remolino negro de femineidad, Un poco después, está el ombligo, conducto celestial y punto medio del camino hasta los senos, un par de dulces frutos envueltos en miel de castilla. ¡Así!, así es como ésta mujer debe de ser debajo de sus ropajes de barro. Imaginar todo esto le produce al cerdo demasiado placer; no es sólo poseer a una mujer hermosa y de rasgos indígenas lo que le viene en mente, sino tener muy presente la fantasía de mancillar a una mujer virgen, delicada e indefensa; es el gozo de ensuciar algo puro el que lo atrae, es el placer de destruir algo hermoso lo que le parece más excitante. La pesuña del cerdo Rodarte rápidamente se embarra de blanco y viscoso líquido, sus mano sale de la abertura y se posa bruscamente en la cara de la virgen mientras recobra el aliento, la acaricia de arriba abajo y la embadurna por todos lados de la infesta semilla proveniente de sus entrañas. Quizá haya sido demasiado el atrevimiento de detallar este relato; sin embargo resulta aún más tortuoso el saber, que ésta ha sido tan sólo la primera de una infinidad de sesiones, de la misma o peor condición, que el cerdo Rodarte llevó a cabo en sus habitaciones. La hermosa virgen, mantiene siempre su delicada sonrisa, su sutil pose de plegaria, sus finas facciones; sin embargo, los destellos y lustres de su condición de figura de barro, no son más ni menos, que barnices seminales fabricados en el seboso miembro del Obispo Rodarte.

Es necesario el sacrificio para llegar a la virtud. Quizá las fuerzas celestiales han decidido que la historia fuera así, es posible que lo hubieran hecho a propósito, para cargar a nuestra Virgen de la Fertilidad de la semilla masculina; sin la cual, no sería posible el milagro de la maternidad; son extrañas las relaciones y los vínculos que guardan las cosas unas con otras, los secretos son interminables, y ni cavando el hoyo más profundo sería posible hallar la raíz de su explicación; es probable que todo esto haya sido un plan divino, para que después de muchos años pudieran existir los milagros para aquellas mujeres que así lo requirieran; así se explica el porqué nuestra virgen es tan milagrosa; Ésta historia no la sabe nadie, ni siquiera yo que ahora la cuento. Dios, en sus misteriosas y siempre silenciosas formas de actuar, les envió a sus hijos en la tierra una hermosa escultura, la mandó como mártir para sufrir bajo la posesión de un hombre asqueroso, pero luego le otorgó la capacidad de retribuir con bendiciones a los hombres, y sobre todo, a las mujeres de buena voluntad.

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