Tuesday, December 21, 2010

Confesión

Está bien, lo acepto, era yo cuando era joven el que estaba arrodillado al lado de mi cama con mis manos sobre mi cara, llorando y pidiendo deseos al cielo, y ni siquiera eran al cielo, sino a tí, me dijeron que eras dios, que estabas en las nubes, que estabas sentado en un trono, me dijeron que eras blanco y que tenías una barba blanca también, como uno de esos magos europeos, me lo imaginaba todo, tan brillante, tan mágico, te tenía tanta confianza, incluso amor. Cómo fui a creer que un tipo como tú, con tan ridículo sobrero de ojo dentro de un triangulo, podía hacer mis deseos realidad, me dijeron que te dijera Señor y que me dirigiera a ti con todo respecto, como al jefe de una gran compañía, me dijeron que me arrodillara ante tí y que te implorara, que te suplicara, que siguiera tus órdenes y las reglas de tu juego, me hicieron repetir mil veces palabras que nunca entendí, me obligaron a que obedeciera a tus mandatarios en la Tierra, y me convencieron de que a pesar de que eras dios necesitabas que te diera una parte del dinero que tanto me cuesta ganar, a tí que vivías en las iglesias, tan ostentosas y llenas de lujos y de riquezas, y me dijeron eso a mí que soy indígena, que cuando yo era mis más antiguos ancestros me colonizaron los españoles y me clavaron sus cruces en el cerebro a costa de latigazos. Por alguna razón divina, razón porque todo tiene que ser lógico y científicamente fundamentado aunque aún no lo hayamos descubierto, y divina porque no hay nada más mágico que la misma realidad, y sin que tu tuvieras nada que ver, todo me salió bien, sobreviví a mis problemas de ese entonces y ahora estoy aquí, sigo viviendo por estos rumbos, el sacerdote evita encontrar mi mirada con la suya, estoy esperando a que venga el camión para ir a la Universidad y te miro, no sin un sentimiento de desdeño, en una imagen pegada en la ventana de la parroquia de la esquina.

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