Tuesday, December 21, 2010

La noche de las divinidades frías

Estás en todo el derecho de no creerme a mí, pero puedes comprobarlo en cualquier tipo de medio de comunicación y de información que consideres digno de creer y que se haya publicado aquél día, puedes igual preguntarle a la gente, allá en el centro de la ciudad y en toda la zona conurbada algunos de ellos lo vivieron también, y es que ese domingo, una noche por cierto un tanto extraña, con algunas nubes rojas en el cielo como si fueran de algún gas tóxico y venenoso, quizá alrededor de las tres de la mañana, cuando todas las estatuas de los miles de Jesucristos y de Vírgenes de Guadalupe que hay en esta ciudad, pequeñas, grandes y medianas, hechas de plástico, metal, cerámica o cualquier otro material, cobraron vida y descendieron de sus altares, algunas de las gasolineras, otras de las panaderías, las ferreterías, los talleres mecánicos, lo bares, las vinaterías y todo tipo de negocios y casas particulares, de repente bajaron de sus nichos y de sus pedestales, ya fueran también fabricados artesanalmente con roca como en las zonas de las montañas, de metal como en Xochimilco o de plástico como en Iztapalapa y en todos los diferentes barrios de la ciudad, los cementerios se llenaron de miles de ellos, algunas de las estatuas que estaban dentro de altares encerrados con candados permanecieron ahí en eterna lucha por escapar de sus prisiones adornadas con flores artificiales, veladoras y lucecitas centellantes de hace tres navidades, golpeando con fuerza las cadenas y las rejas de metal, otras Vírgenes y Jesucristos trabajando en equipo encontraron piedras y tabiques y los estrellaron contra los cristales que encerraban a sus colegas, colegas digo porque eso de trabajar como recepcionista de peticiones de este o tal sujeto o de esta o tal fulana las 24 horas del día durante todo el año no es tarea fácil, y menos cuando se goza de un salario de unos cuantos centavitos que luego son cínicamente recogidos por los párrocos, sacristanes y demás obreros eclesiásticos para supuestas obras de caridad. Y bueno, las Vírgenes con sus mantos estrellados por las calles desiertas de todas las colonias, y los Jesucristos sostenían o sujetaban con algún tipo de alfiler o alguna amarra segura el trapo que siempre traen cubriendo sus sexos, sabrá dios si fueron fabricados o no con ellos, Hubo Jesucristos que se quitaron sus coronas de espinas y las dejaron tiradas ahí, al lado de sus altares, otros más las conservaron, pues al paso del tiempo aún a las penitencias y a los sufrimientos uno se acostumbra, En todas las calles de la gran ciudad, sobre todo en los barrios bajos donde acostumbran vivir, se formaron ejércitos de Vírgenes con mantos estrellados arrastrándose en el polvo o mojándose en los charcos, llevando veladoras para alumbrar sus caminos, y Jesucristos con torsos desnudos caminando por las calles, mirándose unos a los otros, con gestos incómodos y reservados, como pidiéndose en silencio a ayudarse a cargar sus mutuas cruces, paso a paso, todos con pieles brillantes de cerámica viva o de plásticos carnales y laceraciones en sus rodillas y cabezas sufridas hace más de dos mil años pero aún al rojo vivo, Y ahí están los perros ladrándoles desaforadamente, los gatos huyendo despavoridos y también las miradas confundidas y aterradas de los que permanecieron toda la noche despiertos, como los taqueros, las prostitutas, los taxistas y los vagos de profesión, también las miradas furtivas de los que se levantaron por los ruidos en las calles y asustados se asomaron entre las cortinas tan sólo para ver el desfile de Vírgenes de Guadalupe y de Jesucristos y muchos para sufrir desmayos, generar locura y hasta infartarse; pero a dónde fueron, cuál era su objetivo, porqué habían cobrado vida, se dice que se reunieron en parques como en Tlalpan o en Viveros, en plazas vacías como en Atzcapotzalco o en Iztacalco, en explanadas enormes como la del Estadio Azteca o la del Zócalo, se dice que se quejaron, que maldijeron a la gente que los tenía encerrados ahí en altares diminutos a la intemperie o bajo el calor quemante de los focos sobre la cara o la cabeza, se dice que dijeron que dejarían de hacer milagros, de permanecer por la eternidad en poses de sufrimiento y sangrando eternamente tan sólo para escuchar sufrimientos, que se vengarían, que los humanos se las arreglarían desde entonces como pudieran, -Son ellos los que deberían de servirnos y no nosotros a ellos, ni siquiera sus servidores públicos lo hacen, porque nosotros tendríamos que hacerlo-. Los que escucharon dicen que unos pocos se pronunciaron en contra pero que la mayoría se puso a favor, que se armaron polémicas y discusiones, que se llegó a los golpes y a la violencia física, si es que a la carne hecha de cerámica o de plástico también se le puede otorgar el adjetivo, Dicen que no había nada de divino y que parecía que nosotros no habíamos sido creados a imagen y semejanza de nuestros dioses, sino nuestros dioses a imagen y semejanza nuestra, Vírgenes de Guadalupe y Jesucristos vivos y en divina cólera, en estallidos frenéticos de rabia en contra de su suerte y condición de divinidades a nuestro servicio. Rompieron cristales con sus pesadas cruces, lincharon a los Jesucristos y las Vírgenes que permanecían en contra de su movimiento divino popular, produjeron incendios con sus veladoras, maldijeron y se mearon en las avenidas y en sus propios altares, se dice que un grupo de Jesucristos llegaron hasta el colmo de violar a algunas Vírgenes de Guadalupe. Por la mañana la sociedad aterrada comentó la situación, se recopilaron pocas imágenes de mala calidad, todas ellas de celulares o de cámaras de seguridad, se escucharon rumores y comentarios diversos de testigos, se vieron todos los daños en los altares, en los negocios, en las casas y en las calles, piedras movidas, autos destrozados y lamentándose con alarmas agotadas, cristales rotos, cadenas forzadas, y entre la brumosa mañana de ruido y de humo de la Ciudad de México, se encontraron aquí y allá, brazos, piernas, rostros lastimeros y ensangrentados, pedazos de mantos estrellados, coronas, cruces, ojos, bocas y otros pedazos más, de Jesucristos y Vírgenes de cerámica tirados por las calles. Ahora sí, que otro dios nos ampare.

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