Tuesday, December 21, 2010

Jardín de Cometas

Fue definitivamente la piel mojada de la tierra la que recibió las semillas esa mañana, en un congruente desorden se dispersaron desde las manos de la pequeña Sofía haciendo múltiples parábolas. No filosóficas o espirituales como las de Jesús, sino de las que se hacen al aventar flores y arroz a los recién casados. Las semillas aterrizaron sobre la alfombra negra y porosa que es la tierra y juraron nacer en unos cuantos días.

Flores que vuelan, había prometido a Sofía el viejo Meleus, científico excéntrico, amo y señor de los árboles que habían formado filas, luego batallones y luego escuadrones de un gran ejército que tenían como cuartel el gran Valle de las Lágrimas. ¿Y quién dice que son de tristeza esas lágrimas que las montañas lloran alrededor? Si los ríos que se forman son sustento de vida y la vida el recipiente de un amor en potencia. Amor de Sofía por el entorno que la rodea, y por las flores que vuelan que han de aparecer ahí donde no hay surcos destinados a un sembradío, donde de vez en cuando algunas serpientes salen a broncearse. Y si, aún las serpientes son así vanidosas en éste valle al sur de Argentina. Al fin Sofía sonríe desde la ventana que mira las cunas de miles de semillas que serán fértiles en algunos días, y tras una cortina que se cierra, Sofía fabrica sueños de flores que vuelan.

Quizá el crecimiento de las semillas y su transformación en flores volantes sea un proceso en un tiempo indefinido, pero el tiempo, que definitivamente, sí está definido es el que transcurre y da fin a las vacaciones de verano. Sofía entra una vez más al salón de clases y tras unos días de ver de nuevo a viejos amigos y de nuevas lecciones, las flores volantes que prometió sustentar la tierra, parecen no más que un hermoso sueño de verano, una promesa incumplida. Sin embargo, no es así que los elementos de la naturaleza lo toman. Ni la tierra, ni la lluvia, ni el Sol han olvidado la encomienda de dar vida a esas semillas. Y es así, que en la mañana del primer día del primer fin de semana Sofía se levanta de su cama y se talla los párpados que el Sol acaba de pintar por dentro de rosa. Sofía abre su cortina y su mirada llena de luz de mañana se prende de colores brillantes que en el cielo se mueven. Sofía sonríe y sus pies descalzos se llenan de tierra mojada, ¡Ahí están las flores volantes! ¡Un jardín hecho de cometas! Cada uno su forma, cada uno hecho de papel de colores que se nutre con luz de sol y gotas de agua, cada uno con una cola de moños que se extienden hacia donde el viento tira, y así también, cada uno atado al suelo por un tallo verde hecho de cordón al que le crecen hojas siempre dispuestas a ver al Sol.

Un jardín de cometas tiene Sofía al pie de su casa, y ahí está para quien no lo crea, ahí espera para ojos que necesiten ver o manos que necesiten tocar, aún así los hay, sólo algunos, que se niegan. Ahí está para ser devorado por la vista de chicos y grandes, los maestros y los alumnos, los buenos y los malos, los negros y los blancos. Sonríe Sofía, el pueblo entero ha venido a ver su jardín.

El viejo Meleus, quién por inventar descubrimientos y descubrir inventos fue tachado de extraño, e incluso de peligroso, ha muerto al fin, pero lleva en el corazón una última victoria, una última conquista, un último deseo hecho realidad, la de darle a la hija que jamás le permitieron conocer un recuerdo maravilloso e inolvidable.

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