Tuesday, December 21, 2010

Ombligo

Cuando nació, Simón Arau lo hizo asomando primero los pies. –Ya tengo sus piecitos-, gritó Don Julián Forte, amigo de la madre de Simón y partero del pueblo, -es posible que el cordón esté en su cuello, así que tiraré suavemente- Al llegar a la pancita del bebé el partero notó la carencia de cordón umbilical, No es que se hubiera desprendido dentro del útero, sino que no había en absoluto alguna señal de él, No había cordón, no había ombligo, no había nada, era una pancita completamente lisa y plana, sin ese hoyito que hace el cuerpo humano tan estético y tan natural. Abrumado y en extremo sorprendido, pero aún en su juicio, Don Julián decidió no hablar del asunto por el momento, sino hasta que acabara de sacar al niño, -Será que tiene un abdomen demasiado largo- pensó, y limpiándose el sudor con la manga, y motivando a la madre de Simón a pujar, salió el pequeño torso todo mojado y embadurnado de sangre, un poco después se asomó por fin el cuellito aún sin rastro de cordón umbilical. –Es lo más extraño que he visto- Don Julián Forte se volvió a ver a su asistente en el cuarto de partos de la clínica de salud del pueblo, quien sosteniendo una toalla blanca y limpia, estaba listo para recibir al recién nacido, Con asombro los dos encogieron los hombros, En otros tiempos toda anormalidad habría sido considerada obra del demonio, ahora tan sólo era un mal presagio. –Un poco más- Tan sólo era cuestión de algo más de esfuerzo para que la cabecita fuera por fin liberada, por fin los ojitos expuestos a la luz y el cuerpecito completo enfrentado a las condiciones de la vida exterior. El cordón umbilical, esa tripa que tanto extrañaba Don Julián, estaba pegada, aún enchufada, si al cuerpo humano uno le puede tratar como a común aparato eléctrico, al extremo superior de la cabecita del pequeño Simón. –No puede ser, esto no es natural- Don Julián se comentaba en voz baja. El procedimiento sin embargo, fue seguido tal y como debería de ser, como si nada extraño estuviera pasando, A Simón se le volteó, se le despejó la boquita de fluidos, se le limpió y secó, y por supuesto se le dio la clásica nalgada, a la cual con llanto, el de extrema incomodidad de venir a este mundo y ser recibido a golpes, el pequeño Simón respondió. La mamá agotada deseaba ver al bebé, pero Don Julián aún tenía que cortar el cordón y decirle a la mamá, de la forma más sutil posible, que su hijo primerizo, perfectamente saludable aparentemente, tenía una extraña malformación, que se le podría calificar incluso de simpática, de original, o sin duda también de funcional, pero quizá nunca de bella.

Simón tiene una historia; quizá mejor se pueda decir que su ombligo la tiene, y Simón por ende, atado a la historia de su ombligo la tiene también, la comparte en perfecta simbiosis. El ombligo de Simón y Simón son dos personalidades diferentes, el uno es el portador, el otro es el evento en sí. El hombre del ombligo en la cabeza, el de la panza sin centro. El ombligo del hombre aquél, dicen que está en su cabeza. - Simón me recuerda a Adán, el primer hombre sobre la tierra, que al no nacer de madre alguna sino directamente de la divinidad no pudo haber tenido ombligo- -Pero Simón sí lo tiene- -Y sí, pero lo tiene escondido- -Entre el pelo- Si, entre el pelo- -Y no te asusta- -No, desde antes de casarme con él lo supe, y nunca le di importancia, claro, al principio se me hizo extrañísimo, pero después pensé en que era del todo preferible tener un marido con el ombligo en la cabeza que tener uno que sea un borracho, un delincuente o un patán- -Sí, en eso tienes razón- -Por supuesto que la tengo hermana mía, y te juro, que cuando la hora de casarte te llegue, escogerás al tuerto sobre el abusivo, al tartamudo sobre el golpeador, y no cantarás a voces el defecto, pero internamente estarás agradecida-.

-En el exterior de la imagen nos podemos dar cuenta del ombligo, tan normal como cualquier otro- Las placas de rayos X estaban sobre donde tienen que estar para ser observadas, la contraluz les da sentido. El doctor Javier Toledo, especialista en esa ciencia de o para niños que le llaman pediatría, verificaba las placas que sobre el pequeño Simón se habían tomado y explicaba a la madre lo observado. –Posteriormente tenemos el cerebro, aparentemente normal en su funcionamiento, pero definitivamente anormal en su anatomía. Alguna vez hubo un conducto que alimento a su hijo, señora, no desde la panza sino desde la cabeza, esta pequeña línea que aquí ve, fue un río de transportación de alimentos de usted hacia su hijo mientras este estuvo en su vientre- -Y eso cómo sucedió doctor- -No importa cómo sucedió, lo que importa es lo que puede llegar a suceder ahora que su hijo nació así, verá usted señora…- -…de Abreu.- -…si, el ombligo es un conducto que jamás se cierra del todo, permanece abierto desde el principio hasta el fin de la vida de un ser humano, el ombligo simplemente se bloquea para impedir el paso de agentes externos pero jamás se cierra- -Y que le puede suceder a mi hijo, tendrá un hoyo abierto en la cabeza de por vida- -No si se lo operamos y lo cerramos permanentemente, pero le comento que el ombligo en la cabeza de su hijo puede ser una malformación, por extraño que le parezca, benéfica.- El silencio llegó cargado por una ráfaga ligera de viento por la ventana, se posó en los labios de la señora de Abreu y del doctor Toledo, al silencio siempre le gusta posarse ahí, en los labios de la gente sorprendida.

-Tener un hoyo en la cabeza te proporciona la facultad de tener el cerebro siempre en constante ventilación y con una oxigenación superior a la normal-, el mismo Simón Abreu, un prominente naturalista de la Universidad Nacional de Colombia, había formulado. Todo había comenzado con un extremo sentimiento de inferioridad, de anormalidad, lo habían, en sus primeras dos décadas de vida, sometido a amargas burlas formadas tan sólo de palabras que tienen filo para los anormales. Al pasar del tiempo, la superficie de su cráneo, la que está alrededor de su ombligo siempre rapada, le dejó de ofrecer tan sólo penas y le comenzó a dar grandes satisfacciones. Fue durante la primera vez, no la primera vez que, sino tan sólo la primera vez, Ella estaba algo deseosa de acostarse con alguien después de una fuerte pelea con sus padres, y Simón, fue en ese momento una solución adecuada. Ella llegó llorando, el torrente de lágrimas que en su casa había detenido, a la casa de Simón y tan sólo le comentó sobre la pelea unos minutos antes de comenzar a arrancarse a tirones la ropa y a suplicarle un poco de amor para sentirse mejor. Simón sintió el ombligo en su cabeza respirar, tragar cantidades grandes de oxígeno y nublar su mente, extasiarse de una tormenta para controlar completamente a su voluntad, y flotar mientras ella experimentaba el mejor sexo de su vida. La situación había resultado toda una revelación, más que por el hecho de haber sido la primera vez, por el hecho de estar seguro de que su ombligo de cabeza había tenido mucho que ver en esa excelente experiencia, definitivamente Simón estaba seguro de que esa ráfaga de aire entrando a su cabeza no había podido ser sentida por ningún otra persona con su defecto, o bien, con su cualidad. Desde ese momento Simón sintió una curiosidad, algo morbosa por su ombligo, lo vio demasiado tiempo en el espejo, lo tocó demasiado con sus dedos una y otra vez, y lo amó más que nunca. Desde ahora descubriría que otras cosas podía experimentar con su ombligo, así que comenzó a jugar con él en diferentes lugares, ocasiones y momentos, en momentos tristes y felices, en momentos de sentir miedo o pena, y saber cómo las emociones pueden ser acentuadas o disminuidas, cambiadas o transformadas, Aprendió a amortiguar la tristeza con un sentimiento ligero de pereza o de ebriedad, aprendió a acentuar los placeres como el sexo o el comer y el beber y llevarlos al máximo, supo descifrar y deshacer la compleja madeja de los sentimientos de odio y coraje y cambiarlos por profundos sentimientos de paz y armonía. La vida fue mejor, a partir de que Simón supo utilizar su defecto y convertirlo en un efecto. El algo positivo. Quizá Cuasimodo nunca pudo obtener un provecho de su joroba ni Sirano de su larga nariz, quizá Julieta o Nefertiti no pudieron sacar provecho de su belleza, que también podría ser considerada como defecto, pero Simón supo, gracias a un feliz accidente, quizá por casualidad, obtener enormes beneficios para él y para otros gracias a un pequeño orificio en la cabeza, gracias a la trepanación con que la naturaleza lo proveyó, su ventana a un mundo único y diferente, su ombligo en la cabeza.

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