Thursday, December 12, 2013

Jazmín y la lámpra maravillosa

La muy puta de Jazmín, que durante una noche de extremo calor mientras dormía dijo entre sueños y entre sábanas de satín que se cogería al fakir sobre una cama de púas. Su mano bien firme sobre el miembro de Aladín. Éste entredormido no la había escuchado, o no la había querido escuchar; pero su mano dormida se las había arreglado como serpiente que se desliza entre la hierba para buscar su miembro y con fuerza envolverlo, apretarlo, poseerlo. Y de su boca la tibia saliva que hubiera servido para escupirle y lubricarlo o para llevarse un chorro al culo y prepararlo, chorreaba descendiendo por sus mejillas hasta mojar la sábana mientras balbuceaba ordenanzas obsenas de ser penetrada. Ella sabía muy bien donde guardaba él la lámpara. Este Aladín hijo mío es de character débil había dicho una vez su madre, Aladín había recordado su infancia por un segundo mientras Jazmín lo tenía bien sujeto del palo y deliraba. El muy pendejo se había creído que no sólo había escondido bien la lámpara sino que no había razón alguna para que nadie, y mucho menos su fiel y amada esposa Jazmín la buscara. ¡De ninguna manera, esa lámpara está bien segura! Se había mentido él mismo. Tendrá que crecer y aprender a las malas a su madre en su cabeza. ¿Acaso no lo tenía ella todo? ¿No vivía ella en un palacio de dimensiones exacerbadas y colmada de lujos indescriptibles? ¿No tenía en su jardín la colección de todas las flores de la India y de más allá? ¿ Y los perfumes más exquisitos, las alhajas más caras y deslumbrantes y decenas de súbditos a su completo servicio? La muy puta de Jazmín, que a los 9 años se untaba miel en la vagina para que una cabra pequeña la lamiera. Ya te lo decía tu madre Aladín, Para una princesa como Jazmín la ambición jamás es suficiente, siempre hay algo más que deba ser poseído, algún territorio más que deba ser explorado, un alma más que deba ser capturada por su belleza. Y tanto es así que un día que Aladín había salido de cacería a los lejanos bosques del sur del reino Jazmín había entrado a la habitación donde estaba la lámpara, y la curiosidad mató más que tan sólo a un gato, la llave de plata ya estaba entre sus tetas espolvoreadas con brillantina dorada. Sabía perfectamente dónde estaba. La muy puta de Jazmín, que a pesar de no haber cometido adulterio organizaba orgías entre doncellas y guardias y desde un balcón veía y se masturbaba. Abrió con facilidad el cerrojo y ahí la vió envuelta, en el mismo trozo de seda con los patrones de elefantes blancos y rojos que recordaba a la perfección, la sacó con cuidado evitando cualquier tipo de roce con el fin de no anticipar la salida del genio. La caída del Sol, el retorno de Aladín a palacio, sus ayudantes que al bajar se hacen cargo de su caballo, lo hacen descansar, lo limpian, lo alimentan. Y Aladín que extenuado se quita de una a una las herramientas de cacería. Jazmín, ¡querida! y Jazmín que no contesta. Dónde se ha metido, no lo sabemos señor, pero la vimos hace no más de dos horas entrar a la habitación principal. ¿Querida, Jazmín, estás ahí? los pasos acelerados de Aladín, Es un muchacho muy noble, temo que me lo van a lastimar, y Aladín que la puerta está cerrada, que no me contesta, ¿se habrá hecho daño? Dos de sus guardias más cercanos le ayudan a forzar la cerradura de la puerta. ¡Jazmín, Jazmín!, el cerrojo de la puerta que finalmente cede y una cortina blanca y larga que ondea suavemente con el viento que entra por la ventana. Por acá señor, detrás de la mesa señor. Y el guardia cubriéndose la boca y mirando al suelo. Aladín y sus piernas que flaquean. Jazmín tirada en el suelo completamente desnuda, las piernas abiertas y con la punta de la lámpara bien encajada en el coño. La muy puta de Jazmín, que después de tomar la lámpara y colocarla suavemente en el suelo se había quitado el velo, luego la túnica y demás prendas interiores, también la manta de seda que cubría sus partes más íntimas, las que sólo conocía Aladín, y alzando la lámpara había visto su hermoso cuerpo reflejado en su superficie metálica. ¿La puerta estaba bien cerrada? sí, bien y firmemente se aseguró. Y primero el reflejo de su cara, distorsionada por el metal pero también por un deseo extremo, más abajo el reflejo de sus senos perfectos, luego su ombligo, ahora pequeño como un puntito y ahora más grande como una rodaja de naranja. Juega con el reflejo de la lámpara Jazmín, como la inocente niña que no eres. Después sus pelos ensortijados, de los que una vez había cortado unos cuantos y se los había hecho llegar en un sobre a su guardia favorito. Se había recostado boca arriba y se había insertado la punta de la lámpara en el coño, las piernas bien abiertas, y su sexo chorreando líquidos calientes, como un géiser de magma incandescente. Frotó la lámpara y liberó al genio al interior de sus entrañas. Una esencia vaporosa y fría, tan fría que parecía líquida y tan líquida que parecía eléctrica. Cientos de miles de deseos hechos realidad al mismo tiempo en su coño, un colmillo de elefante embistiendola fuertemente, las lenguas de 5000 bestias felinas lamiéndole el clítoris, el poder de una cascada entera cayéndole sobre la vagina. La lámpara maravillosa, el miembro viril por excelencia, y sus ojos se llenaron de lava, y una estrella explotó en su clítoris derritiéndolo como un bombón al fuego. Los ojos en blanco por dos, tres, cuatro, diez segundos, los ojos en blanco por siempre. Días después de que Aladín desapareció fue necesario frotar la vagina del cadáver como si fuera la lámpara misma para liberar al genio de sus entrañas, al parecer el genio se rehusaba tajantemente a salir en esta ocasión de ahí.

Tuesday, October 22, 2013

Ying Yang

Los tejados hechos de lámina y concreto caliente, muros de ladrillos ennegrecidos y pinturas que hace mucho dejaron de ser brillantes, bordeados de varillas dobladas, tejados habitados por elementos varios que los adornan, destellos irregulares propios de pedazos viejos de cristal cansados de ser traslúcidos, cuerdas que ancianas muestran sus filamentos, llantas que alguna vez giraron y giraron y que ahora almacenan agua estancada en sus panzas de hule, estanques fértiles de mosquitos que también adoran desfilar en carnavales. Allá un costal con madera y clavos, más allá un zapato rojo de mujer harto de bailar samba. Los tenedores oxidados que en algún momento fueron robados, el balón de fútbol que entró mil veces en porterías fabricadas con un par de piedras. Los tejados de las favelas de Rio en la tarde de un viernes. La gente regresa a sus casas, niños de ojos brillantes se corretean en sus laberintos multicolores, ancianas que acarrean bolsas medio vacías de víveres, el hocico de una moto que rezonga en la lejanía. Y las nubes que se aproximan son como hielos que caen en un sartén caliente, y lo enfrían de golpe, y lo hacen más fresco y más habitable para los rítmicos seres que ahí tocó vivir. Algo de comer, una siesta y una fiesta, o dos, o tres, o mil, seguramente más noche, pero por lo mientras que se enfríe el sartén, que descansen los pies fatigados de caminar, los hombros de cargar cajas o las manos de hacer tareas exasperantes. Dos gatos en el tejado, nada más importa, uno blanco restregándose el lomo contra la superficie, otro negro que sentado en el borde de una barda sigue con interés el movimiento de su cola. El blanco permanece inmóvil meneando la cola sobre el concreto caliente, el negro decide bajar a jugar con ella, el blanco sin inmutarse permite al negro jugar con ella, el negro en una de esas salta sobre la panza del blanco y éste se queja, se muerden las patas y las orejas, se persiguen, se alcanzan y se revuelcan enérgicos en la superficie caliente del tejado, todo es juego, todo es parte de lo que de un amigo se puede tolerar; cansados ya se lamen las cabezas, y entrecerrando los ojos y estirando las patas, dos gatos ronroneantes quedan en dormidos en una maraña blanca y negra, negra y blanca, con la cola de este por allá, con las patas del otro por acá, en un círculo casi perfecto de simetría bicolor. Una niña de tres los había observado por una ventana, ríe y señala la escena a su mamá. –Sí hija sí, los gatitos- ¡Miau! dice la hija y ríe entonces la mamá cargando a su hija y llevándola a la mesa a comer. Un Ying Yang natural se ha formado, qué importa si es con gatos. Una brisa diurna, cálida y con esencias de mar menea los pelos del cuerpo de los pequeños felinos, el blanco aún dormido tan sólo sacude una oreja, el negro sin abrir los ojos se cubre con la pata los bigotes; y de pronto, en ese mismo momento pero a miles de kilómetros de ahí cerca de Berlín, un hombre negro y una mujer blanca que finalmente vencieron los prejuicios de sus familias y de la sociedad han decidido casarse y se dan un beso apasionado. En un pueblo de Rusia, sentado en la mesa de una pequeña cocina, un genio matemático grita de felicidad al haber encontrado el patrón de movimiento que rige a ambos, los astros en el cosmos y los átomos que forman la materia. En una costa de la Nueva Zelanda un hombre de 30 años que perdió a su padre en la guerra de Vietnam firma los documentos que completan el proceso de adopción de un niño que perdió al suyo en un accidente ferroviario en Chile. En un punto de la frontera entre Estados Unidos y México una señora estadounidense cruza las aduanas en una camioneta repleta de ropa y alimentos con destino a una comunidad muy pobre del norte de México. En un poblado de Tanzania un hombre moribundo y sordo de nacimiento tiene la certeza de estar escuchando por primera vez las olas del mar que rompen contra la playa y una sensación de extrema felicidad lo acompaña en su partida. Unas cuantas gotas de lluvia han caído ya sobre los tejados de las favelas de Rio, primero uno y luego el otro los gatos se han levantado y han buscado el refugio más cercano. La tarde cae sobre una mitad del mundo, el Sol sale por el horizonte de la otra mitad. Siempre sutiles y completamente desapercibidos son los mecanismos de equilibrio que gobiernan los eventos más afortunados de este planeta. 

Thursday, April 18, 2013

Antes de que me vaya

La ropa sucia, la pila de platos sin lavar, el refrigerador vacío, hambre, mucha hambre mal saciada, y llanto, del amargo, del que le corre el rímel y se lo deja pegado a las mejillas, del que hace que la garganta sepa a sal. La televisión hablando, diciendo esto y aquello, saturándolo todo de esmerada estupidez, de entusiasmo deprimente. Estela está sola en casa, junto con las moscas, los síntomas de una decepción amorosa; el pelo en desorden, los restos del color que hace tres meses saturaban de buganvilia sus uñas, una planta muerta, y el bebé de la vecina que no deja de llorar, como ella, Estela. El aire está viciado y embadurna las paredes de gris melancolía. Se resfriaron las ventanas y se les empañó la cara, al baño le dio dolor de muelas y no quiso tragar más lo que acostumbraba, a la alfombra de la entrada le duele la cabeza por ese lodo seco y lleno de hojas muertas, y el ropero vomitó y lo dejó todo regado de textiles colores por el suelo. ¡Que se calle ese maldito bebé! Quieran las doscientas colillas de cigarro que desbordan al cenicero sobre el buró transformarse en diminutos gusanos y carcomerle el alma a mordiscos a Estela. -¡Pero Estela mujer!...- dice la tía Nidia que está de incómoda visita. -Ya componte mija, báñate, ponte algo, échate perfumito y háblale a la Lety que está pregunte y pregunte por ti.- Y le lava los platos, y le saca la basura, y le tiende la cama, y la satura de atenciones. Y haciendo que los platos choquen al guardarlos apresura -Píntate los labios, ponte bonita, tanto muchacho guapo por ahí y tú aquí encerrada.- No es Estela la que fastidiada ofende a su tía y la saca de mal modo de su casa, sino esa mugre depresión que la hace decir cosas que en realidad ni siente. -Ay mijita, que tristeza verte así, pero allá tú- Y los minutos como bacterias se aparean y engendran las horas que corrompen al día y lo hacen atardecer. Unos pasos en la escalera, alguien que se detuvo justo frente a su puerta, el óvalo de cristal amarillo y adornado con ridículos patrones florales enmarca una silueta, suena el timbre. Es un hombre, al parecer de la misma altura que Iván y que trae una camisa verde limón como la que ella le regaló hace 5 meses en su cumpleaños. Se acelera su corazón y también sus pasos hacia la puerta. La abre y es él. Iván ha vuelto, tiene ese ridículo peinado de copete engomado y en su muñeca izquierda su reloj de los Transformers. Iván Iván, nunca dejarás de ser un gran niño- ¿En son de paz? ¿Para reclamar algo? Pero Iván sonríe, se acerca a ella y la besa, ojalá se hubiera lavado los dientes antes de abrirle la puerta. No hay palabras, se las lleva el viento, en éste caso el viento viciado del que hablábamos. El bebé de la vecina por fin se ha callado. Ojalá que su madre lo haya electrocutado. Estela lo toma de la mano y lo lleva a la habitación, Estela se promete que llamará a la tía Nidia, se disculpará con ella y le agradecerá haberle tendido la cama. Y el amor se hace, contenido por tres meses desesperados, surge tierno, dulce y espontáneo, se eleva e invade esta habitación, ahora aquella, envuelve con su manto las revistas del librero, los retratos del pasillo, los cojines en el sofá, como una nube que todo lo abarca, como el genio maravilloso de una lámpara. Y los tres deseos se conceden, y aún más, para el rencuentro de los enamorados no hay restricciones que valgan, la atmósfera es cálida pero de boreales colores, el amor se propaga por el edificio entero como un incendio que devora en segundos los árboles de un bosque en otoño; la vida vuelve a serlo, hasta la planta muerta ha sacado de no sé dónde un pequeño retoño, la fotosíntesis no sólo la produce la luz del Sol, también la del amor. Y la noche engulle todo el edificio y lo sumerge en entrañas hechas de silencio y de paz. Sólo los autos en la avenida respiran. Iván queda dormido después de hacer el amor, como siempre, como en los viejos tiempos, y a pesar de que ni una sola palabra se ha dicho ya se dijeron más de mil, todas ellas positivas, todas ellas alentadoras. Por fin el cenicero se ve liberado de las doscientas colillas y se le prepara para una nueva carga. Este cigarrillo, el que Estela ahora fuma, va para agradecer el regreso de Iván. La televisión no se ha callado por días enteros, es hora de cerrarle ese obsceno hocico electrónico. Y es así, que cuando Estela busca el control en las partes íntimas del sofá que en un corte informativo se da a conocer un accidente ocurrido. Luces de sirena intermitentes golpean media cara del reportero, detrás de él una grúa y decenas de hombres que ayudan a sacar un auto rojo del fondo del río que está cerca del departamento donde Iván se había mudado. Una parte del borde del puente hace falta, se ha despedazado con el mortal impacto. Queda claro, el auto perdió la dirección, chocó contra el muro de contención y cayó al río. Pero mira, el auto es idéntico al de Iván, la grúa tira y lo saca lentamente del río. Y más desconcertante aún, las placas del auto comienzan con los mismos tres números que el auto de Iván, de las letras siguientes Estela no se acuerda. Lleno de plantas acuáticas la grúa lo deposita a un costado del río. Y el reportero -Ya tenemos información del cuerpo encontrado dentro del vehículo, el cadáver fue identificado como el joven de 25 años Iván Dueñas, repito, Iván Dueñas es al parecer, la única persona que perdió la vida en este trágico accidente…- Una mano automática cubre la boca abierta de Estela, demasiadas casualidades, las piernas tiemblan, pero es que no puede ser, el estómago recibe el golpe de un litro de ácido bombeado desde su hiel y un enjambre de abejas ha incrustado su panal en la cabeza de Estela. Y el reportero como echando limón a la herida –…Expertos forenses dicen que el cuerpo de este joven llevaba por lo menos 36 horas en el río, en su pantalla puede ver la identificación encontrada en la cartera de éste joven.- Las rodillas de Estela impactan sobre la alfombra, -Es imposible, es imposible dios mío- pero la imagen contundente aparece enseguida en la pantalla, y Estela a punto de desmayar. Es el cuerpo sin vida de Iván llevado por dos bomberos, su camisa verde limón completamente mojada y en su muñeca izquierda su reloj de los Transformers. ¿Cómo pueden las piernas de Estela llevarla a su habitación? ¿Cómo su voluntad ha vencido el miedo a lo que no se entiende y la ha dirigido a donde ha dejado a Iván dormido? Enciende la luz y las cobijas y las sábanas están revueltas, pero Iván no está. Detrás de la cama, nada, en el baño, tampoco. ¡Iván!, ¡Iván! Gracias a la perfección con la que el cuerpo humano está diseñado Estela pierde el conocimiento.

La tía Nidia que todo lo ha perdonado, su mamá, Lety, su papá, también el tío Clemente, todos están ahí a su lado; Lety, que sonsacada por la tía Nidia fue a visitar a Estela se preocupó cuando nadie respondió a la puerta después de repetidos intentos. Que en cualquier otra ocasión hubiera pensado que Estela se estaba bañando, pero siendo que se encontraba en ese estado tan depresivo sin pensarlo buscó ayuda, que al poco rato se encontró al vecino que había sido mecánico de aviones, y que él fue el que forzó la puerta del departamento, que ay Dios mío, que casi le da un infarto a ella también, tan sólo para encontrar a Estela inconsciente en el suelo de su habitación. -Hiciste lo correcto mijita- celebra la tía Nidia, en tu caso yo hubiera hecho lo mismito. Y ya, recuperándose, Estela les pregunta por Iván. A veces el silencio también es una mala respuesta. Y Estela llora. -Lo sé todo, Iván está muerto, el accidente en el puente, su auto en el río, pero si él estaba conmigo, las placas comenzaban con los mismos números, había llegado, de los demás números no me acordaba, nos habíamos besado, lo sacaron todo mojado al pobre, habíamos hecho el amor, pero en las noticias lo mostraban todo, y traía la camisa verde limón que le regalé, el coche estaba lleno de enredaderas, se acuerdan de ella, segura de que estaba en el cuarto dormido, mostraron en la pantalla su identificación, pero no podía ser ella pensaba… Que se calme dice el doctor, -necesita descansar, ha sido una noticia muy dura para la niña-.

Tres semanas después Estela no es la misma, no quiso volver a su departamento ni dormir en su cama, no quiere estar sola, sus padres la han recibido con los brazos abiertos de nuevo en su casa. -Te ayudaremos a sacar tus cosas y a vender ese departamento. Sí, lo prometemos, menos la cama-. Y Estela poco a poco se siente mejor, se obliga a creer que todo fue culpa del estrés emocional, de la depresión tan fuerte, de la medicina que estaba tomando, de la falta de sueño y alimentos sanos. Pero Estela se siente extraña, pide que la acompañen, precisamente ese día un mes exacto después de lo ocurrido con Iván, a la clínica del centro. Que es la mejorcita, que ahí yo conozco al doctor y es muy bueno dice su mamá. Le toman el pulso, le checan los reflejos, la vista, el oído, finalmente le hacen pruebas de sangre y de orina. El doctor sale de su laboratorio después de unos minutos con un objeto blanco y plástico en la mano y una cara sonriente. -¿No es una recaída verdad doctor?- Una sonrisa de bigote profesional. –No, que va, usted lo que tiene querida es que tiene un mes de embarazo-.

El pequeño Julio Dueñas ya tiene 5 años, es igual a su padre, o a lo que fue de él. Iván nunca se lo hubiera imaginado. Estela sabe que fue Iván el que la visitó esa noche, quizá para despedirse de ella, quizá para darle lo que ella tanto había deseado de él. La familia de Estela sabe que la chica no miente pues los acontecimientos concuerdan, o quizá particularmente en este caso porque no concuerdan. La tía Nidia explica, -Sea pues Dios como tú lo mandas, Julito nació a partir de tu presencia divina, tal y como lo hiciste con tu hijo Jesucristo-. Se persigna, pero hay opiniones más burdas, como la del tío Clemente, que a pesar de que nadie pida su opinión nunca faltan. –Sólo hay algo peor que ser hijo de puta, y eso es ser hijo de fantasma- ¡Ay por Dios Clemente! Que deje de decir tonterías comanda la tía Nidia.

Saturday, February 16, 2013

La Caravana de la Excomunión

Ya están aquí. Hizo a un lado la cortina con una rugosa mano distinguida con un gran anillo, contrastante tanto en color como en constitución, como una moneda de plata sobre un montón de las cenizas que dejó la combustión de un papel quemado. Después, se asomó por la ventana. Su cuerpo se estremeció, sus entrañas se retorcieron y su corazón se tambaleó como una gelatina flácida. Tragó saliva. Mire Cardenal, miles de jóvenes ahí abajo gritando, insultando, mostrando su insolente irreverencia. Mantenga la calma Santo Padre. La calma la calma. Un enorme avión pasó e interrumpió el flujo constante del pensamiento con el rugido de sus motores, como un gran bostezo divino, como un dios que está en el cielo y que invisible se aclara la garganta. El Santo padre, o sea el Papa, es un ser muy débil, no por su avanzada edad o por su delicada salud, sino por la ignorancia que se le ha desarrollado a partir de una mente mediocre, por su falta de bondad, de real y tangible compasión. La santidad que se le atribuye es una farsa. La de sus predecesores también lo ha sido a lo largo de los siglos. El lo sabe, los demás lo saben, él sabe que los demás lo saben y viceversa. Es una farsa retroalimentándose cínicamente, una serpiente hambrienta tragándose a sí misma, El Cardenal permanece de pié detrás de Su Santidad, se limpia las gafas con la orilla de un atuendo blanquísimo. Y con voz que intenta aparentar firmeza asegura, No hay de qué preocuparse Padre mío, todo está arreglado. La fuerza pública solo se encargará de contener la multitud, no habrá violencia, los encabezados de los periódicos de la tarde y los temas de los noticieros de mañana están ya escritos, ya sea a nuestro favor o bien omitiendo completamente lo sucedido. Nada se sabrá, o tan sólo se sabrá una versión muy disminuida del asunto, un reflejo muy pálido de la realidad. El Papa tiene aún los ojos calvados en la multitud de jóvenes, con ira y desprecio los espía a través de una ventana en la parte alta del edificio. Su Mirada puede salir de la ventana pero a su vez, ninguna mirada puede regresar, está resguardado tras un velo cristalino pero ahumado. El Santo Padre contempla la burla. Un joven de pelo largo orina sobre un afiche del Papa, sobre su propia imagen, sobre él mismo en una pose que parece la de un político en campaña; los jóvenes que lo rodean lo celebran frenéticamente, y la meada sobre el afiche se vuelve un pequeño festejo colectivo. Sobre el hombro del Papa el Cardenal vislumbra lo sucedido al otro lado de la ventana y califica: Sacrilegio, blasfemia. Una chica con las tetas al aire estrella un crucifijo contra el suelo, las astillas vuelan y se esparcen hacia todos lados en un big bang de escala humana, las puntas de madera caen al suelo como un gran juego de palillos chinos y enseguida se patean, se pisotean, se escupen; el Cristo que del crucifijo pendía no es más que un montón de polvo de cerámica y pintura esparcido sobre el suelo de la plaza de San Pedro. Polvo eres y en polvo te convertirás ¿no es cierto? El Papa no siente su fe ofendida, no la tiene, ésta no es. Él mismo desmiente en su pensar y en su qué hacer lo que todas las mañanas profesa, hace mucho tiempo que dejó de ser esclavo de la doctrina bimilenaria que ahora encabeza, aunque al abrir los ojos era ya demasiado tarde para rectificar el camino y cambiar una profesión que le había otorgado tanto el poder económico como el reconocimiento de sus allegados. Desde hace mucho que Su Santidad se tiene secretamente a sí mismo, no como un líder o guía espiritual, sino como un hombre de negocios o mejor dicho, como una pieza en el ajedrez de los intereses políticos y económicos. Su mano de ceniza colmada con el anillo que parece un abejorro africano posado en sus dedos relaja la fuerza con la que apretaba la cortina. Ante la observación constante y pendiente de la inocente violencia de los jóvenes el Papa recuerda su propia juventud; también desenfrenada, también irreverente. Una leve sonrisa estira casi imperceptiblemente los músculos de alrededor de su boca, los agrietados labios se arquean un poco, por un minuto él deja de ser el hombre poderoso que es y se transforma en un chico más dentro de la multitud de jóvenes. Ahora él es parte de su tierno desenfreno, de su inconciencia colectiva, de su ganas de cambiar el mundo, de sus deseos de encontrar una verdad más palpable, menos esclavizante. Alguien toca la puerta. Quién es pregunta el Cardenal. Soy yo Su Eminencia. La mente del Papa viaja en un tris de la abstracción a lo concreto y su voz ronca encerrada de nuevo en esa habitación hace eco, Hazlo pasar. Adelante Monseñor, El Cardenal pregunta ¿Qué es precisamente lo que pretende esta manada de locos? Y bueno su Eminencia, lo que se nos informó es que hace unos meses un grupo pequeño de jóvenes se formó en México, uno de los países más fieles a Nuestra Sagrada Iglesia, un grupo insignificante de no más de una decena de jóvenes revoltosos con pancartas, Al parecer, poco a poco el grupo creció y se manifestó aún más fuerte alcanzando las primeras apariciones en los medios públicos locales. Se hizo llamar ¨La Caravana de la Excomunión¨ y comenzó lo que llamaron una “antiperegrinación” desde el centro del país hasta el Vaticano. Su propósito es claro y representa una afrenta cínica y directa hacia la Santa Iglesia. No desean más que obtener por escrito un documento oficial de la Santa Sede declarándolos excomulgados de la Iglesia Católica. ¿Cuál es la razón Monseñor? Explíquese. Mire Su Santidad, Su Eminencia, quizá deseen ver algunas imágenes. Unas cuantas fotos pasan entre manos, una leyenda estampada en la camisa de un joven “A mí nadie me preguntó a quién quería como dios”, una manta en lo alto de una manifestación “Yo no comulgo con violadores de niños”, la caricatura de un periódico subversivo “A dios rogando y al Papa pagando”, el grafiti escrito en las paredes de una iglesia “Se violan niños a domicilio, informes con el Padre” En fin Su Santidad, tan sólo quieren un documento en donde se les excomulgue de la Santa Iglesia. El índice y el pulgar sosteniendo la barbilla de un rostro incrédulo y desaprobador. Mire lo que dice este diario de Londres, Y un recorte de periódico con algunas líneas sobresaliendo con marca-textos “Hasta hace unas décadas una excomunión de la Iglesia Católica representaba un castigo supremo ante dios y ante la sociedad, ahora, para éste grupo de jóvenes, tan sólo significa la obtención de la libertad, el desapego de una organización que califican de inquisidora, abusiva y criminal. Uno de los muchos líderes de la “antiperegrinación” explica: Nos bautizaron de bebés, cuando uno carece completamente de conciencia, y años después en nuestra infancia, nos hicieron hacer la Comunión cuando nuestras mentes no estaban aún capacitadas para decidir qué hacer y qué no. Otro de los cabezas del grupo afirma: A uno se le pide mayoría de edad para casarse sin consentimiento de los padres, ¿Por qué la mayoría de edad no se pide también para aceptar a un dios?” El marca-textos acaba ahí aunque el artículo continúa hasta el final del recorte. ¿Para qué quiere más detalles Su Eminencia? Llegaron a pie, en autos, en aviones desde todo el mundo, y lo que desean es conseguir por escrito la dicha excomunión, y para lograr su objetivo han venido realizando todo tipo de actividades sacrílegas y ofensivas a la Iglesia y a su Santo Padre el Papa desde su partida en México, ofensivas a usted Mi Santidad. Yo lo califico como una especie de broma masiva. Su Santidad reflexiona dando la espalda a Monseñor y al Cardenal y regresando la vista a la ventana. Ahí afuera dos jóvenes homosexuales se besan apasionadamente en medio de una multitud que los aplaude. Él, como líder de la Iglesia Católica no puede hacer quedar mal a toda la organización, a todo el aparato fraudulento. Él y todos los demás saben bien que la institución va en constante declive, cae por su propio peso, se pudre desde adentro. El Papa voltea hacia sus súbditos y da la simple y sencilla orden de no hacer nada, de tomarlo todo como desfile que pasa frente a la casa. Se cansarán y terminarán por irse. Quizá estarán un día, una semana, quizá el grupo más persistente durará un mes, a ese pequeño grupo lo podremos expulsar sin dificultad de la Santa Sede. Y ahora déjenme a solas y regresen a sus tareas. Lo que usted ordene Su Santidad. Un par de labios besan el anillo. Es para preguntarse como la ceniza de la que están hechas sus manos no se queda en sus bocas. La puerta de la habitación se cierra, el Papa, como un niño espiando a su hermana mayor desvestirse, lanza nuevamente la mirada a través de los cristales oscuros y los fija en tan exótica multitud. Ahora, conscientemente maravillado por la cuantiosa y desquiciada multitud de jóvenes de todo el mundo, los dejará divertirse. Secretamente, se divertirá él mismo con ellos el resto de la tarde. No borrará por horas la primera sonrisa sincera que ahora marca su cara y que la hace tan inocente y sincera como cuando tenía 15 años. El Santo Padre, con todo y sus manos de ceniza, regresará en el tiempo y será joven de nuevo, por lo menos hasta que acabe el día. En un momento dado pensará: Por fin la juventud del mundo se intenta quitar el velo impuesto hace decenas de generaciones atrás, cuando la humanidad misma era un niño, inocente, frágil y vulnerable. Por fin desean recobrar su libertad y su cordura. Desde atrás de la ventana les dará la bendición. Amen.