Tuesday, December 21, 2010

El Elefante de Oro

Resulta contrastante la vista desde donde mira Amali Lakshika en el borde de la terraza del último piso de un gran edificio de oficinas en el centro de Beirut, por un lado la ciudad luce monótonamente café, matizada aquí y allá con algunos destellos de color producidos por los autos que pasan en las avenidas y algunos guiños de reflejos producidos por el cristal de tal o cual ventana o por el metal brillante de esa o aquella superficie plateada; los motores de estos transportes metálicos se escuchan lejanos, como bestias feroces y rumiantes escondidas detrás de las nubes de polvo que se levantan en algunos puntos lejanos de la ciudad y que producen una bruma monocromática y uniforme. El océano se observa triste y lejano; quisiera tanto Amali que ese océano fuera azul y cristalino, lleno de vida y color, pero es un océano gris e industrial que desdeña sus deseos y que refleja también un cielo sin mucho color, el paisaje es todo un complot que se refleja en sus ojos cafés. El silencio de la ciudad esconde su historia, busca mantenerla en secreto, como una herida en el rostro cubierta con mucho maquillaje o como un sombrero que no permite ver una mirada lastimada e inquieta, y un ave negra y perdida dentro de un lugar que también está perdido, busca su camino en medio de ese ruido silencioso, de ese silencio ruidoso. Por otro lado, a la izquierda, también sobre el último piso de un edificio, hay un anuncio brillante, verde esmeralda, y que es justamente lo que hace ser contrastante a esta vista incrustada en los ojos de Amali; sugiere ser el único escape visual a la monotonía café de la ciudad. Ese verde esmeralda proviene de una gran fotografía de las selvas de Sri Lanka, -Visite Sri Lanka, más que terrenal, un paraíso divino-. Comité Turístico de Sri Lanka. Amali Lakshika dejó ese país, su país de nacimiento, hace mucho tiempo, lo dejó junto con sus padres y su familia, con el cuarto en donde creció y donde compartió el espacio y los escasos alimentos con cinco hermanos más, Amali dejó el parque lleno de arena blanca y brillante mezclada con hojas secas y las calles adornadas con palmeras donde jugó tantas veces, dejo los pequeños negocios en donde se vendían collares de conchitas y pulseras de caracolitos marinos, también abandonó a los vecinos y a su pequeña guacamaya, tuvo que olvidar los sabores, los colores, las texturas, y no volvió a saber de las flores y sus esencias, la fauna y sus sonidos y la gente y sus sonrisas o sus historias. Como muchos otros jóvenes de su país Amali huyó buscando un mejor futuro intentando encontrar su propio sustento. Un granito de arena más arrastrado por la gran marea de emigraciones humanas en ésta nuestra civilización, que así le dicen, “moderna”. Fue hace tanto tiempo ya, y mientras sus ojos filtran las luces de esta ciudad terrosa y olvidada y su mente se transporta por segundos a lugares casi olvidados gracias a un cartel de turismo, sus manos encierran fuertemente un pequeño elefante dorado que cuelga de una cadena alrededor de su cuello, el pequeño elefante de oro que su papá le regaló cuando ella tenía tan sólo ocho años. Amali intenta recordar tanto como se pueda y al mismo tiempo olvidar tanto como le sea posible, ya lo hubiera logrado quizá, si no fuera por estos letreros verde esmeralda que aparecen de vez en cuando sobre esta monótona ciudad.

Ghaalib Kumaradasa nunca será un hombre, y no por razones físicas o biológicas puesto que sus hombros se han vuelto anchos y fuertes, sus piernas se han estirado, su cara se ha ensanchado, una incipiente barba le comienza a salir y a poblar su barbilla y ahora es más fuerte, alto y rápido que antes, Ghaalib nunca será un hombre porque no fue capaz de aprobar el difícil examen, la gran prueba de la hombría y el honor, que los jefes de la tribu a la que pertenece le han hecho a él y a sus compañeros de tribu al llegar a la adolescencia, Esta prueba se practica desde tiempos inmemorables, cuando los dioses comandaron a los hombres en la tierra los comportamientos a seguir, les dieron el conjunto de ritos a practicar para satisfacer su hambre de poder y reafirmar sobre ellos su condición de individuos creados por seres divinos. Los dioses también los proveyeron de los instrumentos y materiales necesarios para su realización, los huesos, las pieles, los cráneos, las hierbas, los líquidos varios como las sangres, las lágrimas, la saliva y los orines, también las plumas de aves extraordinarias, los dientes y colmillos, los pelajes y caparazones. Ha sido siempre sabido, los dioses que rigen y controlan a la naturaleza misma, contra la que nadie es capaz de levantarse, desean sacrificios, desean el dolor de los humanos inferiores que ellos mismos crearon con el fin de saber que les son fieles, para asegurar su control sobre ellos y recordarles de vez en cuando quiénes son los que mandan en el gran universo de lo conocido y lo desconocido. La tribu de Ghaalib es una muy pequeña y está asentada en una aldea perdida y alejada en medio de las extensas regiones selváticas de la bella Sri Lanka, las pruebas necesarias para convertir a un niño en un hombre de su comunidad son en extremo difíciles, conllevan un rito que involucra principalmente el dolor, la capacidad de los miembros de la tribu de encontrar el control y la tranquilidad a pesar de estar sometido a la intensa furia de las brasas ardientes, a la influencia del poderoso veneno de algunas serpientes místicas y otorgadas por los dioses como instrumentos mágicos de rituales, a laceraciones a carne viva infligidas por cuchillos hechos de hueso y poderosos látigos hechos de fibras vegetales, pero Ghaalib no fue hecho para soportar estos dolores, ¡no dioses nuestros!, porque en medio del rito ha decidido gritar y expresar su dolor, ha decidido rendirse y escapar al sufrimiento físico, A pesar de haber tomado un fuerte brebaje preparado con hierbas mágicas que permiten tolerar el dolor, y así mismo ver las extraordinarias mansiones y el mundo mágico de los dioses prometido sólo al hombre valiente a su muerte, Ghaalib ha desistido de la gran prueba de la hombría; y esto, las autoridades de ésta tribu, los viejos sabios de la gran comunidad simplemente no pueden tolerarlo. Ghaalib será destinado a realizar tareas sencillas y destinadas a las mujeres de su tribu, no hay segundas oportunidades en esta tribu como no las hay en la vida real, Ghaalib recolectará frutos y ayudará a preparar los alimentos, irá en busca de algunas presas fáciles de atrapar como conejos y pequeños roedores y ayudará a cuidar a los niños de la comunidad, los tratará con mucho respeto, pues posiblemente ellos sí logren ser hombres útiles en la tribu. Ghaalib será relegado a algo muy inferior, a un hombre castrado, a un hombre sin las cualidades de tal, jamás será un guerrero, jamás probará los dulces néctares de las victorias, ni acompañará a sus compañeros en las cruentas batallas contra las tribus vecinas, Ghaalib comerá en un lugar apartado al resto de los hombres y estos no le hablaran más que para ordenarle esto o lo otro, para ofenderlo y decirle que se mueva del camino, que estorba, que no es necesario, para ordenarle que limpie sus armas, que lustre sus joyas y que les sirva más comida, el maltrato será obligatorio, no será tolerada ninguna clase de piedad para él, pues queda muy en claro para todos que Ghaalib es una vergüenza para su pequeña sociedad. Los jóvenes con los que siempre jugó y compartió su infancia no voltearán más a verlo y ninguna hembra joven de su tribu se atreverá a verlo, nadie querrá tener sus hijos o procrear con él, ninguna mujer compartirá ni siquiera el lecho con él, nunca sentirá la suave piel de Wathsala Raminda o el aroma dulce que se desprende de su pelo. Ghaalib desde hoy caminará viendo hacia abajo y un poco encorvado. Ahora mismo, dentro de la espesura de la selva, apartado de los demás, está sentado en una roca fría y filosa; lo decidió así de cierta forma, y quizá inconscientemente, como método de auto-castigo para mostrarse así mismo lo despreciable que es, intenta no llorar sin mucho éxito, porque llorar es la prueba evidente de su falta de coraje y valentía, así que las lágrimas atrapadas en sus ojos le lastiman más que mil aguijones de avispas clavadas en el iris, así es que Ghaalib sufre las consecuencias de su falta de hombría, de haber tirado sobre la tierra esas lágrimas en los momentos de más dolor y de haber gritado desesperadamente a causa de la mordida de la serpiente diabólica del dolor. Justo ahora, los últimos rayos de luz del día penetran la verde manta de mil especies diferentes de árboles y tranquilamente se posan sobre la superficie, cubren con patrones de manchas luminosas, como piel de leopardo brillante, el cuerpo de Ghaalib, sus brazos enredados en sus piernas, su pelo de color de carbón y de ceniza caliente, y a pesar de su fuerza de voluntad, las lágrimas que huyen de la prisión de sus ojos saltan de sus mejillas a sus rodillas y resbalan piernas abajo hasta mezclarse con la tierra fresca y llena de hojas donde quizá servirán de refrescante bebida a algún pequeño insecto. De todos los humanos que en este momento respiran sobre la faz de la tierra Ghaalib es el más triste, y sobre las rocas llora, y bajo los árboles solloza, y sabe bien que hoy ha dejado de ser un hombre.

Un hombre blanco camina entre la espesura de la selva, ésta no es su tierra, la selva lo sabe, pero sus botas fuertes con cascos metalizados se atreven a desafiarla, están llenas de cordones bicolores, pequeños aditamentos con ataduras a prueba de las más difíciles condiciones y con suelas a prueba de todo terreno, pisan las diferentes hierbas que ahí se han acumulado y crecido a lo largo del tiempo perdido, aplastan las hojas que se han desprendido silenciosamente de los árboles, las ramas secas, muertas y crujientes, y alguno que otro insecto desprevenido. El hombre blanco parece saber bien donde se ubica, está adecuado de modernos instrumentos de localización global y camina firme y rápidamente aunque sereno y confiado, lo acompañan su experiencia y los ruidos de esos pequeños objetos metálicos chocando unos contra los otros; brújulas, cantimploras, seguros y demás aditamentos colgantes de un grueso cinturón hablan paso a paso diciendo en su agudo lenguaje metálico que alguien extraño a la selva se encuentra merodeando, Hay algunas gotas de sudor en su frente que ya han mojado su viejo sombrero café y algunas otras que han bajado hasta su rojiza barba, sus ojos azules abarcan el área completamente y con los brazos aparta de si las lianas que cuelgan de los diferentes árboles y enredaderas. De su cuello cuelga otro objeto extraño para los nativos, es un objeto de una forma cúbica, como una roca del tamaño de una gran toronja cuadrada, es negro y pesado, parece una caja negra con un gran tubo conectado y que termina en una superficie que se asemeja al agua, los nativos dirían que es un gran ojo artificial que pinta mágicamente en una superficie dentro de la caja todo lo que mira. Este hombre blanco dueño de bichos metálicos y ojos mágicos trabaja para una revista de geografía y etnología y viene a cazar, no con un arma sino con su poderosa cámara, imágenes de la vida salvaje, “Si vivir en las selvas se considera más salvaje que vivir en las ciudades” como él mismo explica irónicamente de vez en cuando cada vez que le preguntan sobre su trabajo. El tipo blanco de la barba rojiza también viene a cazar las luces y las sombras que aquí en la selva se producen, la exuberante flora y la terrible fauna que constantemente atrae su atención y alerta sus sentidos y si tiene suerte, algo de la vida humana en condiciones de extremo aislamiento de las culturas civilizadas; éstas imágenes hablarán sobre ésta parte del mundo olvidada, tan alejada del mundo moderno que en muchos sentidos nos remite a lo que este planeta quizá fue hace un par de miles de años, Las páginas de esta representación gráfica, aunque siempre abstracta, de éste mundo olvidado serán vistas por más de diez millones de ojos humanos en la faz del planeta, sus presas capturadas por sus lentes y con ayuda de su matemática habilidad y destreza física serán expuestas sobre impresiones a todo color de páginas en revistas con tirajes impresionantes y en todos los idiomas, algunas imágenes llegarán incluso a la televisión, a medios publicitarios y probablemente algunas de ellas tengan fines políticos, De este hombre blanco con barba roja que camina en la selva dependen esas imágenes, de sus oídos hábiles depende el observar los sonidos de lo que su gran ojo artificial hecho de plástico y vidrio pueda cazar, y de sus ojos azules depende la respuesta rápida de sus dedos para disparar la luz que iluminará por centésimas de segundo, y como un relámpago poderoso, el entorno verde y profundo de esta selva Asiática, tantas cosas y más aún, dependen de un “click”.

El crecimiento desmedido de células en su cuerpo, que comúnmente se conoce como cáncer pero que las células mismas llaman “revolución” según algunos estudiosos de la citofonía moderna, comenzó a suceder por primera vez dentro del cuerpo de Amali a mediados del invierno pasado, Nunca se sabrá si fue el frío que lentamente se acercaba como una gran tormenta gris en la distancia, eléctricamente enojada, o quizá la tristeza que como el frío o la tormenta amenazaba con cubrir su cuerpo con un manto terrible y helado de poco a poco, No hay que olvidar que la soledad, también fue un ejército feroz de memorias de repente recobradas que se congregó en el horizonte de su panorama para intervenir contra ella; lo cierto es que a Amali Lakshika le dieron un máximo de siete meses de vida. Cuando lo supo intentó no creerlo, intentó tomarlo como una mala broma, como un sueño incoherente, así que lo verificó con otros doctores y con otros pacientes, visitó a otras personas eminentes en el campo de la medicina y de las artes curativas en general, pero todos llegaron a la misma conclusión, muchos dijeron que a veces es necesario tener más de una explicación, pero cuando todas ellas son la misma, entonces la certeza de la información predicha se vuelve más evidente, el cerebro la encuentra más cercana y más íntima, la hace consiente, la certifica finalmente como verdadera y es entonces que las primeras lágrimas, enormes, honestas, abundantes y llenas de miedo y de desesperanza brotan de cualquier ojo, aún de aquellos que tengan la fama de secos como piedras negras de desierto, o de malvados como serpientes escondidas bajo las piedras negras de dicho desierto. ¿Es por eso acaso que ahora, desde lo alto de ese edificio en el centro de Beirut, bajo las cortinas de lluvia que cubren su misma vista, intenta observar con el máximo detalle lo que está a punto de perder, los colores, el movimiento, los sonidos, la vida misma?, ¿Es por eso que incluso sus manos acarician la textura del concreto intentando saborearlo al máximo como si eso hiciera que su cuerpo se aferrara definitivamente a este mundo sensorial? Tampoco se sabe, pero las puntas rojas de sus largas uñas ahora se desgarran contra la pared, se astillan y se vuelven ásperas y filosas, como armas listas a utilizarse para el momento cuando por fin, al voltear la cara, vea llegar a la muerte, con su permanente sonrisa de dientes sin labios que le cubran, con su hálito de madera enmohecida y con alguna lámpara de luz verde y espesa que ilumine espectralmente el oscuro camino que lleva hacia los abismos perdidos del más allá. Las lágrimas caen desde el último piso del edificio, aquél donde ella ahora solloza, y quizá a algún transeúnte se le estrelle un kamikaze líquido y salado y piense que está a punto de llover, voltee hacia arriba y tan sólo vea un cielo azul que nada tenga de lluvioso y un sol viejo y cansado en su tranquilo andar al ocaso. Amali ahora tiene más energía destructiva guardada en su corazón que la bomba atómica y las almas de esta tierra no lo pudieron alguna vez imaginar. Las manos de uñas rojas astilladas y empapadas con lágrimas, encierran el elefante de oro como si fueran un paquete de sorpresas con desgarrados listones rojos, su cabeza reposa sobre ellas, y un deseo, uno sólo, pero sincero, fabricado directamente en su alma y proyectado hasta la infinidad del cosmos en tan sólo lo que dura un segundo se produce, poderosa, brillante y mágicamente: “Que la vida continúe”.

Ghaalib se ha estado escondiendo desde hace tiempo de la gente de su misma tribu y de la de otras tribus que pudieran ser enemigas, escapó en una noche de lluvia en dónde después de insultos y maltratos decidió que era mejor huir e intentar vivir por su cuenta o morir por el intento de vivir, desde ese entonces su piel se ha estado acostumbrando gradualmente al frío de la noche hasta llegar casi por completo a serle indiferente, se ha vuelto algo más áspera e inmune al ardor de ciertas plantas al rozarla o de espinas al rasgarla, sus sentidos se han agudizado de una forma tal que ahora es capaz incluso de distinguir el sonido de las lombrices arrastrándose por la hojarasca seca, Ghaalib lleva, lo que los hombres dedicados al estudio del tiempo llamarían refiriéndose al objeto de sus estudios, “seis meses” escondido en la selva, seis veces treinta lunas con sus respectivos soles de precauciones y decisiones azarosas. Sus pies se han vuelto fuertes y han sido acostumbrados a caminar largas distancias, sus ojos han sido entrenados para observar más allá de las espesas tinieblas de la oscuridad y de diferenciar las formas y las figuras de las plantas o los animales según el caso y la conveniencia, para alimento, para la obtención de alguna materia prima o sustancia o por precaución o seguridad. Su cerebro ha aprendido a percibir los aromas con gran certeza, a predecir con asombrosa exactitud los peligros, las fuentes de agua o los lugares donde pueda haber algún posible alimento vivo o muerto. Ghaalib se ha vuelto muy hábil, no sólo en la utilización de las herramientas sino en su manufactura, ha aprendido con ayuda de la previa observación que tuvo tiempo atrás en su aldea y a través de intentos infructuosos y ensayos exitosos, a utilizar sus propias manos como herramientas fuertes y poderosas, ha aprendido a abrir frutos sin desperdiciar su contenido, a romper duras cortezas y extraer el líquido de duras cáscaras, ha logrado aprender a utilizar su cuerpo entero para subir y bajar peñascos tan altos como jamás hubiera siquiera imaginado y su destreza para esconderse se ha desarrollado tanto que ha sido capaz de pasar totalmente desapercibido, incluso en las narices de algunos animales en extremo peligrosos. Ahora, precisamente mientras intenta colectar de debajo de una roca algunos insectos que por el momento maten su hambre, escucha un sonido que no le es del todo reconocido, esos pequeños cuchicheos metálicos que provienen de lo lejos no le recuerdan a ningún animal que tenga ya en su registro mental, ninguna bestia ni pequeña ni grande, produce ese tipo de cuchicheo encantado que llega a sus oídos; al filtrarlo, suena como si fueran el único sonido en la selva, Ese sonido extraño, hasta antes de verlo con sus propios ojos, acaba de ser para él por lo pronto alguna especie de pájaro encantado, alguno de voz líquida, algo así como chasquidos de agua. El sonido de aquella ave ya aislado en su cabeza parece poco a poco acercarse; no es la primera vez que necesita estar en extremo silencio y alerta de lo que pueda suceder e inconscientemente se unta el cuerpo con lodo obtenido de debajo de las hojas, quizá como método de camuflaje, quizá como repelente de espíritus peligrosos, quizá para producir temor en algún enemigo humano potencial que pudiera descubrirlo; siempre vio a sus padres hacerlo para prepararse en caso de peligro, siempre le contaron que sus ancestros más antiguos también lo hacían, y también había visto muchas veces a los guerreros que llegaban de la guerra llenos de lodo en sus cuerpos y caras con extrañas formas de arañas o de gigantescos colmillos; esos guerreros valerosos, los hombres imponentes de su tribu de los que él nunca formaría parte. Ghaalib, mientras trae a su mente una vez más todo esto, se pone en cuclillas y se cubre con hojarasca de la forma más silenciosa posible, es necesario después quedarse completamente inmóvil y en alerta constante, cualquier indicio de que él está ahí podría ser un delator inmediato para cualquier enemigo; el sonido se acerca cada vez más y más y ahora está a tan sólo unos cuantos pasos, Ghaalib decide que si lo que se aproxima es demasiado grande o feroz y es descubierto bajo su improvisado disfraz simplemente echará a correr, por lo que mira de reojo su posible ruta de escape, Aquí está ya, detrás de tan sólo unos matorrales, incluso se mueven ramas al alcance de su vista, se acerca, es ahora observable, quizá permaneciendo inmóvil pasará de largo sin que lo vea, su corazón golpea su pecho fuertemente pero es necesario permanecer inmóvil; es un hombre, es un hombre blanco, un hombre enorme y con un pelaje rojizo en la cara, trae colgando unas armas muy extrañas, es necesario no moverse, se ha contado en su tribu que estos hombres pueden ser en extremo peligrosos a pesar de ir casi siempre solos o en pequeños grupos, los ancianos han dicho que estos hombres tienen armas tan poderosas que producen el estruendo poderoso de un gran trueno, y que mata a cualquiera, incluso al más valeroso en cuestiones de segundos, haciendo hoyos negros y quemados en los cuerpos. Si el hombre blanco se acerca más Ghaalib intentará correr; no será necesario esperar a que aquél guerrero extraño tenga demasiado control sobre él. Por su parte el hombre blanco se detiene en seco, un par de ojos lo ha impactado, son unos ojos humanos impresionantes encerrados en una masa de lodo húmedo y hojas secas, parece un ser de alguna especie de la mitología Asiática, un demonio de poca categoría perdido o exiliado del infierno a la selva de Sri Lanka, pero no, es un pequeño humano, un aborigen, es un sujeto joven, quizá esté perdido, quizá incluso esté lastimado, parece tener miedo, definitivamente no es un guerrero; después de varios años de experiencia el hombre blanco ha acabado siendo un psicólogo también. Por varios segundos se quedan mirando, el hombre blanco levanta muy lentamente una mano y la extiende hacia Rasanjali en señal de que no pretende hacerle ningún daño, balbucea unas cuantas palabras en el idioma del nativo; palabras que quieren decir “amigo, no demonio”, quieren decir “yo, paz”, pero con la otra mano prepara lentamente su cámara, su destreza perfeccionada al paso del tiempo lo han llevado al extremo de poder preparar con una sola mano su complejo aparato para cazar imágenes. Ghaalib experimenta un pequeño temblor que lo incita a comenzar a correr, sin embargo hay algo aun que lo detiene, está asombrado y a la vez paralizado de miedo, se llama curiosidad. El hombre blanco le ha apuntado con el arma brillante, es aquí donde Ghaalib piensa que su vida ha acabado, sin embargo sigue viendo al hombre blanco con los ojos tan abiertos como un bostezo de un gigante hipopótamo, como la oscura boca de enorme cueva. Una luz deslumbrante lo deja ciego por un instante, es un pequeño trueno surgido del arma del hombre blanco, es como el dios del cielo que al salir de ese objeto demostró a Ghaalib su furia y lo asustó. Ghaalib se levanta en un instante y atolondrado y cegado por el intenso destello salta algunos matorrales y arbustos para perderse detrás de una hilera de rocas, las palabras que significan “amigo, yo, paz” siguen saliendo de la boca del guerrero blanco, pero el atemorizado Ghaalib no las escucha más, desde ahora, correrá toda la tarde hasta que la noche cubra la tierra, atravesará ríos, cascadas, subirá pendientes y bajará peligrosamente por veredas de rocas filosas, no volteará hacia atrás para verificar si el hombre blanco lo persigue, su instinto le dirá que por ahora sólo debe correr, y correr, y correr, y correr aún más; al final, derrotado ya por el cansancio extenuante tropezará con una gran raíz seca y caerá por un pequeño desfiladero rebotando sobre espinas y salientes de roca para aterrizar de boca sobre la hierba tibia que oportunamente lo cobijará, exhausto y con un dolor intenso en la pierna Ghaalib perderá la conciencia, y sueños turbios de serpientes con ojos de fuego lo atormentarán la noche entera. Por ahora está a disposición entera de las estrellas que cubren este gran campo de flores violetas que danzan silenciosamente con el viento nocturno y se extienden frente a él hasta donde la vista de cualquier animal nocturno pueda llegar.

Cómo negarlo, sintió tristeza por el nativo asustado; él es tan sólo un fotógrafo, uno de los verdaderamente profesionales y de los más reconocidos, pero aún un fotógrafo y no un doctor en un quirófano acostumbrado a dejar a un lado sus sentimientos y emociones y continuar con alguna difícil operación en donde el riesgo de muerte está latente sin necesariamente importarle. Quizá, al pobre nativo, consiguió infundirle un poco de confianza, pero su trabajo al fin no es el de establecer relaciones de hermandad entre las gentes de los pueblos nativos y las sociedades modernas del mundo, sino captar las imágenes de las sociedades vírgenes que aún quedan en el planeta y llevarlas ante los ojos de todos. Quizá alguna otra persona proveniente de algún país moderno y más humanitario que el suyo consiga entablar comunicación con estas tribus perdidas, sin embargo la pregunta siempre quedará ahí, ¿valdrá la pena hacerlo y “desvirginar” a estas sociedades místicas y aún no contaminadas por las calamidades del mundo predominante, o siempre será mejor dejarlas a la deriva de sus destinos y de sus costumbres y tradiciones, que a pesar de estar en constantes guerras unos con otros y de practicar varios rituales que el mundo moderno consideraría de inapropiados o inhumanos, han probado mantener un respeto y un equilibrio profundo en la naturaleza, una sabiduría increíble fuera de lo científico y un desarrollo espiritual incontenible que han hecho por siglos y siglos a estas sociedades completamente sustentables? Las filosofías ya se dejarán para después, por lo pronto el hombre blanco de barbas rojas trae a cuestas, como un pescador sus pescados colgando del hombro, las imágenes cazadas en la selva. Desde la ventanilla de una avioneta observa desde arriba y hasta el horizonte la gigantesca área selvática de Sri Lanka. A su paso por los aires el rugido sordo y poderoso del aeroplano también participará y competirá con los sonidos naturales de la tierra, y varios aborígenes, quizá entre ellos aquél a quien el hombre blanco y de barbas rojas robó su imagen en un estado de alerta, lo escucharán y pensarán, ahí van esos extraños y peligrosos hombres blancos cruzando de nuevo, el mar de los cielos.

La enterrarán con ese pequeño elefante dorado encerrado en su mano y sobre su pecho, para despedirla sólo llegarán algunos compañeros de su trabajo y un par de vecinos del apartamento donde aún vive. Amali Lakshika nunca tuvo el valor de comunicar a sus padres o a sus hermanos la situación de enfermedad en la que se encuentra desde hace varios meses, para ellos su pérdida significaría también su muerte, una lenta y dolorosa. Un padre, bien dicen, nunca debería perder a sus hijos antes de él morir. Sus padres recibirán cada tres meses una carta escrita con su puño y letra afirmando que se encuentra bien, desarrollándose profesionalmente y progresando poco a poco. Una vecina, su más querida amiga en esa tierra extraña, se encargará de enviarlas por ella hasta completar las treinta que escribió en totalidad, cuando las cartas no respondan las preguntas de sus padres, o cuando lo escrito resulte quizá incoherente o demasiado esporádico, probablemente sus padres se imaginen lo peor, quizá adviertan algo extraño en esas misivas y hasta ese entonces se sientan tristes al suponer o intuir la verdad, pero el dolor nunca caerá de sorpresa; y así, Amali asegurará que sea por lo tanto un poco más llevadero. Ahora que Amali está a punto de morir, que ella puede sentir ya la llama de su vida apagarse, observa por última vez la ciudad de Beirut desde el último piso del edificio donde trabaja. La ciudad parece despedirla con los ruidos de bocinas de auto lejanas participando del jolgorio de la fiesta de una par de recién casados, los altos edificios y el reflejo de los últimos rayos de sol sobre sus enormes ventanas le rinden un homenaje al ocaso, al fin del día, A partir de ese segundo otra realidad comienza, la realidad misteriosa y mágica de la noche, de lo incierto, de lo desconocido, que será dentro de poco, una nueva aventura en este ir y venir, en este deambular de almas y espíritus por la infinidad del cosmos. Amali se siente mucho más tranquila ahora que durante los días pasados, siente que por fin terminó todo lo que quería terminar y está lista para lo que pueda suceder; desde ahora, considerará a la muerte, ya no como una enemiga, sino como una compañera en su travesía al más allá. ¿Quién dice que la muerte es un esqueleto envuelto en una manta negra?, Amali prefiere imaginarla como un viejito amable y sonriente que pasito a pasito la llevará por senderos de esplendores mágicos, mientras habla con ella de los secretos mejor guardados del universo, es verdad, una cierta emoción cálida la empieza a invadir. Frente a ella unas luces se encienden, son las luces del anuncio publicitario del edificio de enfrente, han cambiado ya la publicidad que mostraba la selva de su país; el anuncio ahora pertenece a la NatPlanet Foundation, y en él se muestra el rostro de un joven aborigen de alguna de las selvas de su país, es un rostro con una mirada fija en el centro, su cara está cubierta de lodo y hojas adheridas a ella, es un rostro hermoso de un muchacho que no ha de pasar de los dieciséis años, su mirada alerta y su expresión tímida está enmarcada con la leyenda: “En éste fascículo: Las civilizaciones perdidas de Sri Lanka, donde la magia de la vida continúa”, Amali se pierde por un minuto entero en los ojos de este pequeño aborigen que parece estarle hablándole con la mirada de una forma dulce y encantadora, quizá le pide ayuda, quizá le pide protección, ella sostiene con ambas manos fuertemente el pequeño elefante de oro que siempre recibe su más emotivas cargas sentimentales y por un momento llega incluso a imaginar su reflejo en las pupilas del muchacho hasta que es interrumpida por alguien que la llama. –Señorita, disculpe señorita, ya vamos a cerrar el edificio, es necesario que descienda-. Amali desciende en el elevador con la mirada del muchacho explorándole la mente.

Al parecer su pierna está rota, el dolor vino de repente como una estaca helada que se le clavó al cuerpo tan pronto como despertó y recobró la conciencia, Cuánto tiempo estuvo tirado ahí sobre ese montón de hierba y boca abajo, no lo sabe, pero el dolor terrible e insistente no le permite ni siquiera intentar averiguarlo, Ghaalib se marea del dolor tan puro y consiente que ahora lo invade, al voltear un poco la mirada sobre su hombro descubre con gran esfuerzo una pierna tan grande como una sandía y de idéntica coloración, parece estar a punto de estallar como los cocos de las palmeras más altas al estrellarse contra una roca en el suelo; la vista de su propia extremidad le produce náuseas y mareo, no por asco, sino por la idea de saberse débil, de sentirse sin recursos ni remedios; algunas moscas ya se aglomeran en las heridas abiertas en la superficie de piel tallada por las rocas de la enorme inflamación y con zumbidos insidiosos parecen burlarse de su condición de estar totalmente extenuado y a completa merced de un dolor que no se detendrá y que muy posiblemente lo lleve a una muerte lenta y dolorosa; tarde o temprano las moscas junto con los insectos salvajes, los amos de la podredumbre, le invadirán la herida hasta convertirla en una masa negra y chiclosa que termine por envenenar su cuerpo. Lo mejor sería que una gran bestia lo devorara y así muriera rápido y sin tanto sufrimiento, pero aparte de los insectos o las grandes bestias salvajes, es también probable que muera a merced del sol hirviente y sin consideración de los seres que necesitan mantenerse fríos, quemándole las espaldas y agrietando su piel hasta dejarlo completamente seco como la última muda de una serpiente, Quizá sea el frío quien se lleve a cuestas el trofeo de su vida tras varias noches de increíble sufrimiento y desesperación, o probablemente el hambre y la sed que ahora son sus peores enemigas, puesto que ahí tirado, sin poder movilizarse, es ya presa del hambre más atroz y la sed más terrible, que con un poder supremo sobre cualquier ser viviente le producirá dentro de poco alucinaciones y desvaríos aún más allá de los que el dolor le pueda causar. Con todo y estos pensamientos y temores, Ghaalib consigue reunir, de una sola vez, su fuerza de voluntad y darse cuenta de que aún le queda una pierna capaz de responder a sus órdenes, así que haciendo un esfuerzo increíble por controlar su dolor y buscar una forma de movilizarse Ghaalib se arrastra sobre la hierba sin cargar demasiado peso sobre el lado donde la pierna está rota, su costado opuesto experimenta, como resultado, los raspones, girones y desgarros consecuentes al movimiento realizado, el primer objetivo quizá, sea alcanzar la sombra de aquél árbol que sobresale del límite del peñasco por donde cayó para protegerse del intenso y quemante sol, la hierba aplastada a su paso despide un aroma agradable, incluso refrescante, por lo que Ghaalib comienza a morder los tallos de aquellas flores violetas que parecen cubrir una gran extensión de tierra hasta llegar al horizonte y así siente un cierto alivio a la sed y experimenta el sabor dulce de los tallos masticados. Al llegar bajo la sombra de aquél árbol el sol habrá avanzado aún más sobre el punto central de su recorrido, así que la sombra del árbol y la sombra de la misma elevación del pequeño peñasco de donde cayó se habrá recorrido un poco hasta la orilla hasta casi dejarlo sin posibilidades de ocultarse, será necesario entonces cubrirse con la misma hierba y los tallos de las flores violetas que le proporcionarán un alivio momentáneo, Ghaalib descubre entonces, bajo el apelmazamiento de algunas rocas, algunas lombrices y otros insectos que devora al instante, Nunca había probado un bocado tan delicioso, y se le ocurre pensar que si las lombrices y los demás insectos utilizan la tierra para mantenerse húmedos y cómodos él puede hacer exactamente lo mismo, así que después de buscar la piedra más filosa, la que haga las veces de una garra poderosa, comienza a rascar la tierra bajo la hendidura más escondida a su alcance y descubre más tierra fresca mientras más escarba, la misma que al ser excavada se coloca primero sobre la pierna dañada a forma de emplaste protector y después sobre el resto del cuerpo hasta poco a poco lograr cubrir casi la totalidad; Así, en esa misma situación, Ghaalib intentará pasar el tiempo hasta que el sol pase del otro lado de la imaginaria línea que divide el centro del cielo y entonces la sombra proyectada por el mismo peñasco lo alivie aún más de los rayos abrazantes del sol. Después será necesario preocuparse de lo contrario, del frío que después de que el sol se esconda bajo el horizonte llegará rápidamente y le inyectará su veneno paralizante, tal y como lo pueden hacer las serpientes que salen a casar de noche.

Se podría catalogar a éste como un panteón olvidado en particular, y es claro que todos los panteones producen el sentimiento de olvido, de una cierta nostalgia al pensar en lo que en algún momento tuvo vida y por ende movimiento, que produjo sus propias energías y calor, que fue fuente de sonido y acción y que más que eso produjo ideas y conceptos bien claros para los seres de su misma especie, pero que ahora yace bajo tierra a merced de la oscuridad y del misterio de lo que pueda haber en el supuesto “más allá” y bajo el silencio que otorga el paso del tiempo y el olvido; sin embargo, a éste panteón es posible de calificarlo también como “olvidado” puesto que es aquí donde se entierra a la gente que no tiene recursos para ser enterrado en algún lugar específico, en algún lote cerca de sus familiares fallecidos anteriormente, con alguna lápida de alguna piedra que esté de moda para el negocio fúnebre y tallada para elaborar lo que sería una moderna morada mortuoria, ornamentada además con algún florero metálico de diseño artísticamente elaborado para contener las flores que sus familiares lleven y después el vacio que produzcan las mismas flores cuando sus parientes las dejen de llevar, o con algún santo o virgen que a manera de estatuilla hecha de roca o de metal defienda y haga las veces de un perro guardián, de un enérgico soldado, de una alarma moderna o de un gran letrero de precaución, señal de que éste o tal muerto cuenta con el apoyo divino y con representantes en el cielo que interceden por él ante cualquier asunto que hayan dejado pendiente en la tierra. Pero en éste panteón olvidado la hierba crece e inunda el entorno hasta borrar el rastro de tal o cual línea que pueda delimitar el lugar sagrado de descanso de algún difunto, no hay tales lápidas modernas ni tales floreros con flores vistosas, no hay moda ni arte y el descanso eterno de los difuntos de este panteón no están garantizados por los servicios de ningún santo o autoridad religiosa, aquí las rocas juegan aquí y ahí y los árboles nacen a placer entre escombros humanos y hojas caídas, no hay rejas que delimiten el cementerio, ni guardias especiales que se queden la noche entera velando por el buen descanso de sus clientes, aquí ningún difunto es visitado por nadie más que por el olvido, quién tal y como un animal carroñero se alimenta de los desaventurados que perdieron su camino en un lugar extraño y alejado de los demás. Y es en este cementerio olvidado donde en medio de toda la maleza seca y espinosa han crecido unas cuantas docenas de flores violetas exactamente sobre el lugar donde enterraron a Amali, no es un punto preferencial ni está de alguna forma mejor ubicado que los demás, como ya se dijo no tiene preferencias ni lápidas que la identifiquen, en la oficina encargada de la administración tendrán acaso un mapa en alguna mediocre libreta de anotaciones, alguna especificación de a quién se enterró ahí y bajo qué condiciones, sin más, lo único que distingue a este punto en particular son las flores violetas que crecieron de repente y como por arte de magia esta mañana, también realzan este lugar las letras formadas con botones de eucalipto por alguna mano desconocida, quizá de alguna amiga de trabajo, quizá de la simpática vecina, que dicen lo que Amali tanto repitió antes de morir: “Que la vida continúe”.

Ghaalib duerme al fin, el dolor, la sed y el hambre agobiante que infringieron todo su rigor sobre él durante todo el día acabaron por fundirlo en un mar oscuro de sueños atormentadores; siluetas negras y burlonas que lo merodean con bocas gigantescas y dientes afilados, que poco a poco y una tras otra, van sumándose hasta rodearlo completamente para terminar por engullirlo y envolverlo en mantos del dolor más punzante hecho de rojo sangre manchado de azules y verdes nauseabundos; ya dentro de sus entrañas hay también zumbidos de moscas gigantes que se hacen cada vez más y más fuertes y que producen ecos ensordecedores en las cavernas secas, inertes y calientes como la lava más ardiente burbujeando y salpicando en el estómago de un volcán furioso; las moscas que pronto llegan y comienzan a volar alrededor produciendo destellos verde metálico lo mortifican dándole golpes en la cabeza con patas de martillo y alas de látigo, lo persiguen infatigablemente hasta llevarlo al borde de un abismo por el cual Ghaalib resbala y cae por un tiempo que podría ser una eternidad para al final caer en un lugar tranquilo, sin dolor, ruidos extraños que le taladren la cabeza, ni seres que lo traguen de un bocado; parece que el peligro ha pasado, pero perdura así por un corto periodo de tiempo, pues poco a poco se empiezan a descubrir poco a poco en el entorno esas siluetas negras y burlonas para comenzar el ciclo nuevamente de un sueño que se repite una y otra vez hasta el infinito, en donde hay abismos dentro de los abismos y seres malignos dentro de los seres malignos. Ser rodeado, engullido, golpeado, perseguido, caer para después volver a ser rodeado, engullido, golpeado… parece ser algo que no termina; sin embargo, dentro del último abismo por donde Ghaalib ha caído se asoman unos ojos impresionantes; ya no son siluetas, he aquí una diferencia, y ya no son varios seres que lo observan, sino tan sólo uno pero que posee un par de ojos gigantescos, que lo miran fijamente, y aunque son de un aspecto hermoso aún le producen un terror inimaginable, estos ojos le parece vagamente reconocidos, son ojos que ya había visto antes y son ojos que respecta y que sabe que significan peligro, Ghaalib se sobresalta, pues ya no está más dormido, está consciente y despierto bajo la hierba que él mismo se proporcionó como cobijo de la intemperie, aún siente el dolor profundo y el mareo que le produce la sangre que ha perdido, y entonces se da cuenta de que los ojos que lo miran, son los ojos malditos de un tigre descomunal que lo observa desde una roca a unos cuantos pasos de él. Éste sí es el fin y ya se había tardado para llegar, no había forma de sobrevivir tanto tiempo de esta forma, las lágrimas de Ghaalib ya caen de lleno a la tierra y la perfuman con salada esencia de impotencia, de rendición, de infortunio y de adiós; quizá la vida después de esta vida sean más benevolentes para él; sabe bien que no hay nada que hacer contra un gran tigre hambriento y con todas las fuerzas que la naturaleza le ha otorgado. El tigre se mantiene inmóvil, revisando cualquier indicio que le haga pensar que este bocado es una trampa o representa algún peligro; olfatea y sabe que su presa está inmovilizada y herida, siente a metros de distancia la sangre seca revuelta con lodo y hierbas molidas, sin embargo el tigre es un animal precavido y espera, sigue observando y analizando las cuestiones de esta situación tan aparentemente beneficiosa mientras la espera es para su presa un tormento que considera innecesario, -Ven a matarme ya tigre, ven, acaba con mi vida bestia de las selvas-, son las roncas y débiles palabras con las que el joven se dirige al gran animal que lo asecha. El tigre lo observa con atención, es extraño tener uno de estos seres tan cerca, no siempre se topa uno cara a cara con un animal de estos, y se sabe bien, que también son animales poderosos y hostiles, pelean encarnizadamente entre ellos, y aunque este en particular parece ser uno pequeño de la especie y además está herido, hay que continuar teniéndoles miedo y guardar una distancia prudente, pues los hay quiénes han cazado a sus hermanos también. El tigre será una bestia, pero es una de esas bestias muy inteligentes y que han llegado a desarrollar una habilidad increíble y un sentido del peligro muy complejo y elaborado; sin embargo, el tigre tiene un estómago muy grande, por lo que su hambre es igual, y en el caso de este ejemplar, un gran Tigre Real de Sri Lanka, aparte de estómago también tiene cachorritos pues estamos hablando de un tigre hembra, razón por la cual se hace más seguro y definitivo el ataque final de la bestia que poco a poco ha bajado ya de la roca y que, en lo que dura una estrella fugaz en un cielo nocturno, primero con una serie de pasos cortos y luego con tres o cuatro saltos gigantescos se ha lanzado contra Ghaalib en un ataque único y mortal.

Lo que ha sucedido, ha sucedido en un parpadeo; sin embargo, lo que puede suceder en el tiempo que transcurre en parpadear puede ser demasiado para una o dos palabras. Y es que cuando el gran tigre, o en este caso, Tigresa Real de Sri Lanka estaba a punto de clavar colmillos y garras en el cuerpo herido y desprotegido de Ghaalib, una bestia aún más grande y poderosa salió con un ensordecedor sonido detrás de un inmenso árbol a proteger al pequeño. -Un elefante- Ghaalib gritó, y no era tan sólo un elefante normal, sino un enorme elefante de piel dorada como el Sol. El tigre rugió, se escamoteó para apartarse de aquél gigante y tras varios siseos se escabulló tan rápido como un relámpago. Los cachorritos de la Tigresa tendrán que conformarse de nuevo con algún ornitorrinco o con algún ave coloridamente emplumada, no será ahora que prueben en esta vida la carne humana.

El gran elefante dorado acarició con su trompa al asustado Ghaalib y con tibia y abundante baba cubrió su pierna herida, luego lo elevó con la delicadeza que sólo un elefante puede tener y lo montó en su gran cuello. Ghaalib no protestó, no habló ni hizo ningún esfuerzo o movimiento, se dejó caer boca abajo sobre el lomo del elefante y quedó a completa merced de su salvador, y en un letargo profundo que lo invadió meciéndose a cada paso con el caminar del elefante, no dejó de pensar y pensar, aún en un estado semiconsciente, aún con el cuerpo adolorido y entumecido, aún con la boca seca por la sed y el susto, y aún con los ojos completamente cerrados. Me ha salvado un elefante de oro.

Ghaalib recobró la conciencia cuando sus pies tocaron el agua, el elefante dorado había atravesado con él a cuestas el gran campo de flores violetas y lo había llevado sin delación a las orillas del río que está más allá de donde termina la planicie y comienza la zona montañosa, Ghaalib sintió la limpia y dulce agua en contacto con su piel y bebió con manifiesta y enérgica voluntad de apagar el incendio que había dentro de su cuerpo. Después de haber saciado su sed, puso a enfriar y a limpiar con el agua fría y pura la herida de su pierna que poco a poco comenzó a desinflamarse. Ghaalib miró hacia arriba y vio a su hermoso salvador. –De dónde saliste, eres un elefante magnífico, gracias por salvarme- El elefante tomó agua con la trompa y la dejó caer suavemente en la cabeza de Ghaalib, también junto un montón de manzanas y otros frutos silvestres y los puso directamente sobre los muslos de Ghaalib quien los devoró en dos minutos. –Un elefante de oro debe de ser una criatura mágica de la selva - No es que la piel del elefante estuviera hecha de metal macizo y de alguna forma pulido para reflejar estérilmente todo lo que hubiera a su rededor, tan sólo era una piel igual a la de cualquier elefante, con sus marcadas arrugas como el tronco de un viejo árbol y su fuerte elasticidad, pero bañada de alguna capa dorada brillante, como si estuviera envuelta por una tela finísima de polvo de oro que hacía que el elefante, sobre todo bajo los rayos directos del sol brillara tanto con un fulgor tan dorado como el de la superficie del mar o un lago ante la puesta del Sol. Ghaalib juntó, está demás decir que con la preciosa asistencia del elefante dorado, unas cuantas hojas de gran tamaño y puso sobre ellas una cantidad considerable del lodo proveniente del río, con ellas envolvió la parte herida de su pierna y con un par de fibras finas y resistentes amarró, sin demasiada fuerza para no lastimarse, las hojas con el lodo alrededor de su pierna. El gran elefante dorado, al ver que Ghaalib había terminado de arreglarse y ponerse en una pieza, lo envolvió suavemente con su trompa y lo elevó una vez más sobre su gran y fuerte cuello. –A dónde vamos hermoso elefante- E internándose en la espesura de la selva, elefante y Ghaalib, Ghaalib y elefante, dejaron poco a poco de reflejarse en las cristalinas aguas del río.

El gran jefe de la tribu está enfermo. Es, sí, un gran jefe, pero no por ser grande deja de estar sujeto a las condiciones a las que todo ser vivo del Universo se doblega. La vida, la vejes y después la muerte. El pasar del tiempo que poco a poco, a cada paso, a cada segundo, a cada respiro, lo lleva irremediablemente, como el Sol, a cruzar el camino celeste de un lado al otro, y sucumbir, por lo menos durante un cierto tiempo, a la oscuridad, a la no-vida, a la muerte. Nuevas vidas en el más allá no sabemos, otras almas dentro de cuerpos de alguna bestia, o transformadas en dioses o semidioses nos queda siempre incierto. Su ser, lo que ahora es y la energía que aún contiene se dispersará por el cosmos para así formar una parte de él y así tener una conciencia cósmica, que todo lo sepa, que todo lo abarque, que todo lo vea, O no, o nada de esto y la carencia de todo aquello, de todo lo que pueda ser perceptible. –Depende hermanos- dice el jefe con voz moribunda, -de cómo haya sido mi vida, de la forma en la que traté a mis otros yos, a ustedes, mis pequeños hermanos, si fui justo o injusto, si maldije en vez de bendecir, si destruí en vez de construir, si mis reflexiones me llevaron a dañar en vez de aliviar.- -Usted fue un gran jefe.- -Gracias mi hijo, mi hermano; sin embargo, el gran espíritu de la muerte aún no me quiere llevar, me hace falta algo importante por hacer, lo sé, lo tengo por seguro.- Y en esa avanzada tarde, ya vieja también y a punto de morir, en ese momento donde el Sol está ya precipitándose hacia otro mundo en una irreversible inercia bajando entre copas de altos árboles a contraluz, y las aves y demás animales de la selva gritan, chillan y elevan sus cantos frenéticos al viento, cuando los diferentes fuegos comienzan a ser encendidos y el calor húmedo de la tierra comienza a elevarse hacia la noche para transformarse el día de mañana en blancas y nuevas nubes, algunos hombres llegan corriendo a la aldea y avisan al instante al gran jefe –Sabio padre, Ghaalib ha regresado, Ghaalib Kumaradasa, el pequeño joven que no pasó la prueba de la hombría. –Déjenlo llegar hasta mí, lo he estado esperando- -No viene sólo gran jefe, viene montado en-, -Lo sé, en un gran elefante, vayan y tráiganlo hasta mí- Los hombres, que en este momento tienen un puesto de vigía han salido de prisa para hacer llegar a salvo a Ghaalib mientras el jefe, hablando para sí mismo y casi en silencio ha dicho: -…en un gran elefante de oro-. Así es que Ghaalib montando al elefante de oro han llegado hasta el centro de la aldea, Ghaalib, con algo de miedo ha decidido mostrarse alerta y pendiente de lo que podría ser un rechazo o un ataque; sin embargo, ha tenido confianza en el elefante, en donde las patas de aquél animal fantástico lo han llevado, Ghaalib ha pensado, con justicia, que aquél animal fantástico no sólo atrapará la curiosidad de sus antiguos compañeros, sino que producirá en ellos respeto y admiración hacia Ghaalib. Lo que está escrito en las estrellas es lo que ha de pasar y nada más, la única problemática del asunto es que está escrito en una especie de braile interestelar que hasta ahora, nadie ha conseguido del todo descifrar. Los grandes jefes de las tribus del mundo y alguno que otro vidente excéntrico han podido leer algunas frases y describir algunas palabras, casi siempre con error y en veces muy extrañas sin ellos, pero nadie ha sido capaz de transmitir con absoluto acierto lo que ahí está escrito. Ghaalib ha entrado a la aldea como a él le había parecido, como un gran guerrero montado en una bestia magnífica y celestial. La gente deslumbrada por la magnificencia de Ghaalib iluminado por destellos dorados provenientes de su hermoso elefante le han abierto el camino asombrados al verlo y al saber que el gran jefe, aún con vida lo espera. Ghaalib les ha sonreído al pasar no sin olvidar que en algún momento esa tribu, su tribu, lo despreció y sin quererlo lo mandó al exilio. Ya lo ha divisado el jefe sentado en una gran silla fabricada de cómodos tejidos de las hierbas más suaves y con aromas más dulces de la región, la gente se ha reunido alrededor y los fuegos se han encendido sobre las diferentes antorchas que con rápidos y hábiles movimientos llenos de destreza se han construido y que no hacen más que acrecentar el fulgor del maravilloso animal cubriendo todo el conjunto, cabañas, guerreros, jefes y gente común de un dulce y cálido fulgor dorado. Ahí está también la bella Wathsala Raminda, la joven más hermosa de la aldea, la chica sobre la que las miradas enamoradas de Ghaalib se posaron tantas veces y que ahora le ha regresado una sonrisa. –Por fin llegaste- dice el gran jefe en medio de un silencio expectante. Ghaalib, al ver al gran jefe y en acostumbrada sumisión ha descendido del elefante y se ha postrado ante el gran jefe, con la mirada hacia abajo le ha respondido –Acaso me esperabas gran padre-, -Siempre se espera aquello a lo que los sueños han hecho mención-. La gente murmura y mira atentamente a Ghaalib. El jefe continúa –Desde hace unos días, la presencia de una mujer extraña ha entrado a mi mente día y noche, entre visiones y cascadas de luz brumosas, es una mujer joven pero que estaba sufriendo mucho, la joven mujer me habló de ti y del elefante, me dijo que regresarías y que lo harías con gran gloria, me dijo que regresarías para siempre y para bien de la aldea entera. Mi vida está a punto de terminar, y como jefe supremo de esta aldea, te designo, ahora que eres todo un hombre, en vías de ser sabio y ahora conocedor de este mundo salvaje que nos rodea, el nuevo jefe de esta aldea. Aprende a aprender de tus hermanos, a sembrar, a hacer que las cosas ya sembradas crezcan y florezcan, se paciente, se honesto y valiente, y mantente siempre rodeado de esa magia de la que todos somos ahora testigos, eso será para los demás y para ti, la gloria en esta vida. Ghaalib ha dejado escurrir algunas lágrimas, y el jefe sonriendo ha dicho, no todo el llanto es prueba de dolor o debilidad. Los aldeanos se han postrado ante Ghaalib y lo han recibido con inmensas alegrías y honores. La aldea se mira desde las nubes como una pequeña mancha desde donde se irradia la energía y una magia, de cierta forma, dorada.

En el espacio de tierra donde se enterró a Amali Lakshika la hierba ha crecido, las semillas de eucalipto se han dispersado y las flores violetas han desaparecido. Sin embargo, en las hermosas y vastas selvas de un país lejano, y en la forma de un gran animal maravilloso y dorado, la vida ha por fin continuado.

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