Tuesday, December 21, 2010

La muerte de la Señora Aragonés

Válgale Dios a ti, a la señora de las sopas instantáneas en la esquina, al ferretero y a al conductor del tractor de la finca de Don Joaquín, Válgale Dios a todos los habitantes de San Martín de los Fresnos, porque es ahora cuando Dios, en su posición de creador del Universo, tiene que responder, hacer ver a los humanos, sus creaciones más maravillosas, que después de todo es un dios responsable de sus propios inventos, y es que sucede que sucede algo, algo que jamás habían visto, u oído, u oído que habían visto, Al pobre de Don Jacinto Aragonés, el viejito de la tienda de hilos y botones, se le murió su esposa, una señora grande y extraña ella, de una apariencia tosca y seria, aunque sí señor, muy amable la señora, Aurora era su nombre, Aurora Lebrea de Aragonés si es que se gusta de añadir este apellido al final para demostrar su unión eternal con Don Jacinto. Y bien, doña Aurora se la pasaba sentada por horas frente a su casa, al lado de ese árbol de higos que estaba ya casi muerto. No da sombra pero da compañía decía, y leía y leía, y leer por tanto tiempo así, tranquila pero apasionadamente y ante la Mirada de las distinguidas personas de San Martín de los Fresnos, la hacía una persona extraña, excéntrica, un tanto misteriosa, y por lo tanto digna de desconfiar, Pero uno bien sabe que a los excéntricos les gusta su condición de estar fuera del centro, fuera de lo común y hasta podría decirse que disfrutan el hecho de que los demás los vean como personas extrañas, si es así por alguna razón como la de llamar la atención, si es así porque en verdad son personas diferentes que necesitan de condiciones diferentes para sobrellevar su paso en esta vida no se sabe, tan solo permanecen así, vigilando que su excentricidad no sea demasiado excéntrica porque al final de todo también son humanos sujetos a las condiciones físicas del tiempo y del espacio. Fue entonces que Aurora Lebrea murió, y hubo los que no se enteraron para nada, hubo los que de repente, al caminar por esa misma calle donde ella leía al lado de la vieja higuera, sintieron que algo faltaba, que el paisaje ese día no era del todo igual, pero nunca se llegaron a dar cuenta de que ella ya no estaba ahí, los hubo también quienes se dieron cuenta enseguida y extrañaron ese buenos días señor, buenos días señora que ella a veces ofrecía amablemente junto con un leve movimiento de cabeza y apartando los ojos por dos segundos de su lectura, Algunas personas simplemente sufrieron mucho su repentino deceso, por supuesto sus familiares cercanos, sus hijos que vivían desde hace mucho tiempo en lugares alejados de la provincial, y más que nadie, su querido esposo Don Jacinto Aragonés, quien un día, tan sólo un par de horas después de que llegase a su tienda de hilos y botones recibió la noticia en voz de un niño de ocho años que llego corriendo, su vecinito, el pequeño Gonzalito hijo de la señora de la casa de al lado, -Don Jacinto, algo le paso a la señora Aurora, se desmayo de su silla mientras leía, Don Jacinto sin cerrar la tienda y aventando a su suerte una caja llena de hilos y botones que quedaron en alegre y colorida libertad regados por el suelo del pequeño negocio, empujo al pobre Gonzalito en su afán de correr las tres cuadras que separan el Mercado popular de su casa, después se disculpará con él cuando lo vea de nuevo en el entierro de su esposa. Al llegar a su casa Don Jacinto la encontrara tendida boca abajo, con la cara sobre la tierra y aplastando con su propio cuerpo su brazo sosteniendo aún el libro, unos vecinos ya estarán ahí, alguien, en su infinita misericordia ya habrá llamado a la ambulancia que tardara otros veinte minutos en llegar, pero Aurora Lebrea estará ya muerta, y el Viejo Don Jacinto lo sabrá mucho antes de que lleguen los paramédicos, para ellos otro muerto más en San Martín de los Fresnos, por suerte esta vez no fue un balaceado o un ahorcado que da muchos más problemas administrativos, este fue solo un simple fallo al corazón. Don Jacinto llorara y llorara y llorara, y mandara a Gonzalito a cerrar su tienda donde el desfile de botones multicolores se quedara por un par de semanas haciendo la fiesta en la oscuridad sin que nadie los moleste.

Don Jacinto se ha levantado de la cama en estos dos días de la forma más trágica en la que un ser humano pude levantarse, mira a su derecha y su mujer ya no está ahí, siente las sabanas una y otra vez con su mano e imagina que aun le da un beso en la mejilla y le dice buenos días mi Aurorita, el mismo se acaricia la cara con el dorso de la mano como ella antes lo solía hacer y se dice que ya es hora de rasurarse, y nuevamente, después de una opereta de cantos de esperanza sicológica, cae en la amarga realidad de que su Aurorita no está mas ahí, aunque ahí estén sus libros, apilados los que estaba por leer y en desorden los que aun no leía, aunque ahí estén las plantas que ella regaba todas las mañanas, aunque ahí sigan sus pantuflas de dormir, acompañándose una a la otra, hasta que el tiempo también las separe a ellas, y es así que Don Jacinto comienza su día, Finalmente se levanta de la cama y tal parece que tuviera que darles, una por una, la orden a sus piernas de avanzar. Avanza tu pierna derecha, muy bien, ahora tu izquierda, perfecto, nuevamente tu pierna derecha, y así hasta que Don Jacinto alcanza el baño, alcanzan sus manos también el lavabo, la pasta de dientes, su cepillo, después su maquinita de afeitar, un regalo de Aurora de hace tres cumpleaños, y no Jacinto, las lagrimas no se rasuran, salen también del cuerpo pero tan pronto como se secan, vuelven a salir, así que puedes ir acostumbrándote a la idea de que saldrás este día a la calle y veras a la gente observándote como lloras, un pequeño niño te vera sorprendido y señalándote le dirá a su mama jalándole el vestido, mama mira ese señor, y la mama le bajara la mano con un movimiento brusco y le apartara la carita hacia su costado, tu lo querrás matar. Por fin Don Jacinto llegara al departamento de defunciones, en donde después de hace una larga fila de gente sollozante y vestida de luto le llegara su turno. Señor, vengo a hacer una petición, Con la amabilidad que merece pero que no se le concede se le responde bruscamente, que clase de petición, Quiero pedir a ustedes que me concedan el permiso de enterrar a mi difunta esposa en el jardín de mi casa. Eso no se puede, hay lugares especiales destinados para enterrar a la gente, Es justo esa mi petición señor, se bien que no se puede, pero verá usted, mi mujer gustaba mucho de ese jardín, acostumbraba leer al lado de una higuera que ahí tenemos, era su lugar favorito, y me gustaría saber que de cierta forma sigue ahí, en donde a ella tanto le gustaba estar, estoy seguro que con algunas modificaciones a mi terreno con motivos de mantener una adecuada sanidad la autoridad considerara mi petición, La trae usted por escrito, Si señor, aquí la tengo junto con una copia de mi identificación personal y el acta de defunción de mi esposa, ella se encuentra aun en la morgue, tan solo me queda un par de días para que pueda permanecer ahí antes de pagar una cantidad extra, y usted sabe señor que esas cantidades son elevadas. El asesor mira la documentación como si en verdad le importara, pero la verdad es que tan solo busca el momento preciso y discreto para poder preguntar, Muy bien señor Aragonés, Para servirle mi señor, Dígame, con el fin de hacer las modificaciones necesarias para que su esposa descanse en su jardín, estaría dispuesto a contribuir con la administración, Do Jacinto ya estaba preparado, sabe en donde creció y donde vive, sabe que la palabra contribución no significa un esmero atento a proveer datos e información necesaria, sabe que no significa atender a alguna comisión especial de intendentes que visiten su casa para revisar las medidas y las posibilidades de seguridad y saneamiento dispuestas por la ley, Don Jacinto sabe que tan solo es cuestión de la provisión adecuada de papel moneda y de metal moneda, si se le puede llamar así sin pecar de redundancia, que pueda brindar a dicha administración. Es por eso que Don Jacinto tan solo se inclina un poco para disminuir la distancia que la indiscreta pregunta tendrá. De cuánto debe de ser la contribución señor, Es bueno a veces vivir en un país donde las leyes resultan elásticas cuando el peso del dinero cae sobre ellas y las deforma como chicle al sol. Se la dejaremos barata señor Aragonés, que le parecen 2000 querubines, Vera señor, yo trabajo solo desde hace muchos años, y mis ingresos solo dependen de una pequeña tienda de botones e hilos, y sabe bien que hay que pagar también el entierro y la cenita de los invitados, las panecas, los cumoles y la atalana. Y aquí empieza el estira y afloje de las cuerdas de la administración corrompible, toda persona aquí es docto en la materia, y cada quien saca sus armas y con ellas defiende lo más posible sus querubines, Le podría colaborar con 1,300 querubines señor, No se puede señor Aragonés, no me sale, no lo puedo hacer por menos de 1,700, Que sean ya 1,500 mi señor, en verdad que no soy rico y que ya no tendré para mas, y yo se lo agradeceré eternamente. Don Jacinto no solo se ve destrozado, sino que también lo está, y aunque las mil caras destrozadas que se presentan en esta administración también exigen a veces uno y otro derecho, o suplican uno y otro favor, los corazones de los administradores no se enternecen. 1,600 es lo último, y si no puede colaborar mejor retírese porque me quita el tiempo. Don Jacinto en verdad no es tan pobre, sus hijos saben mimarlo de vez en cuando con donaciones económicas, y él se ha instruido bastante bien, si no en el arte de la codicia si en el arte del ahorro, pero en esta cultura y con estos administradores, uno no puede dar el dinero así como así, sin tratar de defenderlo lo más posible. Está bien señor administrador, que sean 2600 querubines, como puedo hacerle entrega. Mire, camine a esa puerta gris de allá y espéreme una media horita, yo llegare con usted y con el permiso ya listo para que usted pueda enterrar a su esposa en su jardín, usted saldrá a la papelería de la otra esquina y pondrá esos 1,600 querubines en un sobre, yo le daré su papel y usted me dará el sobre, si no son los 1,600 acordados entonces se revocara su permiso, No señor, ni lo mande Dios que lo acordado se respecta. Perfecto señor Aragonés, entonces nos vemos en media hora en la puerta gris aquella. Hablando se entiende la gente.

Ya llegaron los zapatos de Don Jacinto a su casa, vienen ellos solos cargando al mismo Don Jacinto que ya no tiene fuerzas ni para caminar, sus zapatos hicieron toda la tarea de llevarlo a casa aunque tuvieran que arrastrase sobre el suelo rocoso de las callecitas escondidas y arboladas de San Martín de los Fresnos. Ya Don Jacinto en su casa, les otorga un descanso y los deja debajo de la cama, ahí dormirán un poco, ahí podrán soñar con suelos suaves y confortables para sus suelas ya bastante maltratadas. Mientras tanto Don Jacinto prepara un té que posiblemente lo hará descansar también un poco, quizá suavemente cerrara las cortinas de esa piel delicada que cubre los ojos y lentamente hará que ese negro rojizo sea tan solo el color de un gran telón fantástico y brillante que lo sumerja en sueños suaves y relajantes, fuera de todo lo que es tensión y tristeza, quizá sueñe con que Aurora esta a su lado, sosteniendo un libro y haciendo nada, con ese silencio agradable, con palabras hechas con pequeñas miradas o sonrisas, que no suenan pero dicen mucho, soñará con un delicado apretón de manos, o simplemente con su mano llena de pliegues y de pecas, aunque siempre femenina, descansando sobre su pierna mientras el observa las aves de un bello jardín. Al despertar, ya descansada un poco la espalda, se cargarán nuevamente las penas, los cómo así, los que barbaridad, los porque a mí, los mi pequeña Aurora, mi querida Aurora. El cuerpo finalmente será traído desde la morgue dentro de una caja previamente comprada, una de segundo uso, en donde otra persona ya estuvo, o más bien, ya no estuvo pero dejó su cuerpo para que lo devoraran también los gusanos después de un tiempo. Será puesta en la sala y rodeada de algunas flores, Uno a uno, los invitados llegarán, los familiares, los simpáticos, los entrometidos, los desconocidos, los metiches, los hablanchines, los respetuosos, los exagerados, los abusivos y sus múltiples combinaciones, así también habrá el simpático hablanchín o el entrometido exagerado, el familiar metiche o el familiar respetuoso, De cualquier forma, en su carácter y condición de humanos con boca llena de dientes para masticar y gargantas listas para tragar, los pertenecientes a todas las categorías comerán las panecas, los cumoles y la atalana que previamente Don Jacinto tenía para todos preparados, Unos se irán, otros permanecerán, unos se irán pero regresaran, y otros se quedaran pero dormirán y no estarán, El velorio será el tradicional, muchas palabras, lágrimas, pesares infinitos y condolencias exageradas y en muchos casos hipócritas para el viudo, al final de las tres noches y a la llegada de la aurora Aurora será enterrada, los empleados del servicio de defunciones y entierros llegaran temprano, y después de tomar lo que quedaba del resto de la atalana comenzaran su sacrificada labor, en donde el dinero que ganan surge como pago del gran servicio de echarle tierra encima a tu ser querido. A Aurora la enterraron con algunos libros entre sus manos, y en vez de flores también le aventaron libros, algunos de ellos tan baratos y de tan mal gusto que aunque los gusanos pudieran leer no lo harían, Los libros rescatables, caerán con las hojas abiertas que inmediatamente se remojaran con la humedad de la tierra, serán, de cualquier forma y a pesar de su relativa calidad, devorados por los pequeños seres que al ingerir materia orgánica lo transforman todo en tierra de alta calidad, que luego servirá para nuevas formas de vida menos intelectuales pero más naturales y por lo tanto más sabias y autónomas. Don Jacinto Aragonés no podrá evitar llorar, sería demasiado macho intentar ahogar ese sentimiento tan profundo de la tristeza que lo invadirá, y con las rodillas sobre la tierra y las manos cubriéndose la cara derramará espesas lágrimas que regarán los libros, como semillas que necesitan de cuidado para después florecer, Y así, cuerpo, libros, tierra y lagrimas se mezclarán para finalizar el entierro, el sacristán dirigirá el rezo y los invitados por fin partirán y los familiares quedándose un poco más, serán poco a poco también menos, hasta que la puerta de entrada o de salida, se cierre por última vez y se quede nuevamente Don Jacinto solo con sus sentimientos. No se sabe si el velorio fue inventado para despedir por tres días al fallecido, o para producir tal sueño al condolido que lo haga dormir y olvidar por un rato sus penas, el sueño da frió, y el calor alivia al cuerpo y le produce un delicioso sentimiento de letargo que acaba pronto en producir el sueño, quizá sea un método de defensa corporal, quizá sea un regalo divino, Benditos sean los dormidos, porque de ellos será el reino de los cielos, por lo menos por unas horas.

Cuando uno está dormido por mucho tiempo el momento llega en el que la panza comienza a reclamar, los jugos que tiene dentro, dicen que son ácidos, se reúnen, quizá hagan una pequeña junta tan sólo para organizarse y entonces empiezan a chocar contra las paredes del estomago, a burbujear y a gruñir, le reclaman en este momento al cuerpo de Don Jacinto, que lleva ya 16 horas dormido, y le dicen hey malparido, danos algo que digerir con nuestras fuerzas ácidas, danos algo en lo que gastar nuestros poderes químicos, Don Jacinto finalmente cae en conciencia, quien le ha estado hablando, quien le ha estado diciendo cosas y mostrando objetos con color y movimiento, en dónde estaba, porque ya no está ahí, y de repente se da cuenta de que tan solo tiene hambre, qué horas son, es de noche, en dónde está mi corazón, también se da cuenta una vez mas de que la muerte de su esposa es toda una realidad, ahí están todavía los platos a lavar del día anterior cuando el cuerpo de su querida estaba todavía ahí en la sala rodeado de molestos pero tradicionalmente requeridos, ahí está la Biblia de la señora Susana que dejó en la pequeña mesa para los rezos y oraciones, ahí está el sweater que seguramente se le olvidó a alguien sobre el respaldo de la silla de madera de la cocina, y aquí, aquí muy dentro y profundo, está el dolor, el dolor que ahora regresa y se muestra en todo su esplendor, más fuerte que una herida de hueso expuesto, insistente y agudo, sin compasión y listo para permanecer ahí por mucho tiempo y hacer un buen estrago. Prepárate Don Jacinto, porque lo mas que puedes hacer es comer, si no te vas a morir, y dos muertos no sirven más que uno, tan solo producirías mas tristeza en este mundo, si es que a alguien aun le importas, a quien en verdad le importabas ha dejado de existir. Come un poco pues, levántate y camina, prepárate un té y unas galletas, o un pan con algo de jamón, o calienta simplemente un cumol y cómetelo de pie, mientras miras por la ventana el pequeño espacio de tierra removida que cubre a tu mujer, y llora mientras comes, o come mientras lloras y observas que el árbol de higos que gustaba de acompañar a tu mujer en sus horas de lectura está lleno de hojas. No recuerdo que ayer haya tenido hojas, recuerdo que estaba seco, casi a punto de morir, Estoy muy cansado. Don Jacinto terminará de comer su cumol e ira de nuevo a la cama y permanecerá semiconsciente de todo y de sí mismo por ocho horas más, es la primera noche en 47 años que Don Jacinto no se lava los dientes para dormir.

Es Gonzalito el que llega a tocar la puerta de Don Jacinto en la mañana, No te puedes dormir tanto tiempo viejo, hay que seguir viviendo, haciendo cosas para ganar algo de dinero y comer y vivir bien, quizá haya que ahorrar para hacer un viaje a Europa, a donde tu señora quiso siempre ir, Esto diría Gonzalito si fuera un adulto, pero a sus ocho años lo único que sale de su boca es un grito que más bien parece el de un becerrito llamando a su dueño a abrirle la puerta del establo porque fuera hace frío, porque extraña a su mamá. Que quieres Gonzalito. Don Jacinto estaba aún dormido y le contesta al niño con algo de mal genio, pero eso ni a Gonzalito ni a ningún niño que sea sano y por sano observador y por observador ávido de descubrir cosas maravillosas le importa. Mire Don Jacinto, mire su árbol de higos, Y Don Jacinto no tiene palabras, es verdad, el árbol que durante la madrugada apenas y recuerda haber visto por la ventana y las hojas que apenas se dibujaban como manchas grises sobre negras en la noche están ahí, en todo su esplendor cubriendo el tronco casi desnudo que tuvo el árbol por varios años, las hojas son de un verde encendido y brillante y su textura aterciopelada y suave al tacto, se balancean suavemente hacia arriba y hacia abajo como manos verdes y enormes aplaudiendo en silencio por la brisa tibia de una mañana ya avanzada y entrada en calor. Al árbol lo rodean pequeñas mariposas blancas y amarillas que se detienen y se deslizan sobre sus hojas y que parecieran utilizarlas como pistas de baile enormes y verdes donde aprenden a bailar ballet, El árbol es simplemente magnifico, maravilloso, brillante, quizá su luminosidad es alarmante, los destellos de luz que rebotan en esa superficie de terciopelo plateado y abundante rebotan por doquier, en la casa, sobre la tierra negra y caliente y más encendidamente en los ojos cafés de Don Jacinto, él está boquiabierto y absolutamente asombrado, Gonzalito aplaude y corre de aquí para allá y de allá para acá con un gran entusiasmo, sus risas son la dulce música de esa mañana. La gente en la calle también se ha reunido y observan el árbol con gran interés y asombro, extienden sus manos para tocar las grandes y brillantes hojas, miran extrañamente a Don Jacinto y hasta hay uno que le ha preguntado qué abono utilizó, El cura de San Martín de los Fresnos se ha acercado, ha bendecido al árbol, a la casa, a Don Jacinto y al niño que le ha dicho señalando a Don Jacinto que le haga caso a su papá. Un jardinero ha notado de forma algo envidiosa y desdeñosa, Tiene hojas bien formadas y grandes, pero aun no tiene frutos, La impertinente observación no preocupa a Don Jacinto, pues el árbol que se creía casi muerto es el día de hoy un árbol vivo y hermoso; sin embargo, lo que le preguntó aquella persona sobre qué tipo de abono habrá utilizado lo dejó pensando, será que su amada esposa sea tan sólo dos días después de su entierro bajo ese lugar el alimento y sustento de vitalidad y belleza para el árbol, las cosas extrañas suceden, y el mismo cura dio un pequeño sermón improvisado sobre los milagros, pero Don Jacinto no es muy creyente y no se presenta muy a menudo a la iglesia, y cuando lo hace es tan solo por mera obligación social, si esto es un milagro, se debe solamente a la pureza que de su mujer emanaba.

La celebración de botones por fin llega a su fin, tan solo una semana después del gran impacto que se llevo en este mismo lugar al saber la noticia del deceso de su esposa Don Jacinto ha abierto de nuevo su negocio, con lentitud recoge uno a uno los botones regados por el suelo y no deja de pensar en los rápidos acontecimientos que se han sucedido en tan solo cinco días, en la última vez que se despidió de Aurora, en la llegada de Gonzalito a la tienda, en la gente amontonada frente a su casa, primero como masa uniforme que está ahí en el momento de un accidente y dos días después como masa alegre que observa el milagro del renacimiento de un árbol que se creía muerto, Dios mío, no sé si tu hijo Jesús fue capaz de levantar a Lázaro de entre los muertos, pero a mi árbol de higos si que alguien lo levanto, Don Jacinto se autocensura, Ni se te ocurra decir eso frente al cura que te echa del pueblo con todo y árbol. Los botones casi están todos de regreso en la vieja cesta de paja donde estaban antes de su loco festín, y Don Jacinto no puede evitar pensar en lo mucho que amaba a su vieja Aurora, La fuerza con la que te amo, había dicho un día, se equipara tan solo a todas las fuerzas de la naturaleza reunida, las fuerzas en conjunto de todos los hombres y mujeres que han existido, las fuerzas de todos los músculos humanos o animales sumados uno tras otro, las fuerzas de todos los vientos, los que han tan solo movido cortinas en las noches de verano y los que han sido tan fuertes como para hacer volar por los aires casas enteras, las fuerzas del agua en los océanos y ríos y las fuerzas de las tierras en constante movimiento, las fuerzas del calor y de la presión atmosférica, las del fuego y las de las explosiones cósmicas que han hecho a las estrellas explotar y formarse de nuevo, las fuerzas gravitatorias del Sol y de los planetas que hacen girar anillos de rocas al rededor, de las estrellas y de los grandes abismos negros que devoran todo incluso la luz, todas esas fuerzas aunadas a la fuerza de las mas férreas voluntades humanas y de los más poderosos deseos, la fuerza de la esperanza y todo eso sumado también a la delicada fuerza que ha ejercido el tiempo sobre una pequeña hoja seca que cae de un árbol en otoño sobre la orilla de un lago enorme, viejo y sabio, y que la lleva lenta y oscuramente a sus entrañas hechas de lodo, piedras, raíces y pequeñísimos seres hermosos que habitan ahí. Su esposa era algo único, que le dio tantos momentos de felicidad, y ahora está ese árbol, grandioso y misterioso que de una noche a la otra decidió seguir vivo, como si quisiera hacer un homenaje o una escultura verde, brillante y viviente a su eterna acompañante, como si después de que ella decidiera pasar tanto tiempo a su lado, ahora el árbol regresara el detalle decidiendo revivir para acompañarla, para marcar con orgullo el lugar donde su amiga esta, o bien podría ser como si desde abajo de la tierra Aurora quisiera comunicarse con su esposo y por medio del árbol quisiera decirle, Estoy bien viejo, estoy de maravilla querido, mira como la felicidad hace renacer la belleza en mí, no llores más, no llores más, no llores, distráete mientras atiendes a los clientes.

Ahí viene de nuevo Gonzalito, corriendo y corriendo para darle la nueva noticia a Don Jacinto, quien de solo verlo le temblaron las piernas y se le seco la boca en tan solo un instante, Ay Dios mío, ahora que querrá, que pasara, Que pasa hijo, y Gonzalito dice con voz entrecortada para tomar aliento y con su pequeña mano en la frente secándose el sudor que unos frutos extraños le han salido al árbol de higos, son frutos pequeños y grises, arrugados como nueces y viscosos como si estuvieran embarrados de algún barniz o de miel, De nuevo Don Jacinto sale huyendo de su tienda, en esta ocasión los botones no tendrán fiesta pues aunque rápidamente, Don Jacinto no pierde los estribos, Al llegar al árbol, un poco fatigado, ya a esta edad por la caminata acelerada, se acerca a los frutos, Dios mío, qué cosa sorprendente, que milagro espectacular, el árbol ha dado como frutos una especie de pequeños cerebros que cuelgan balanceándose de algunas ramas de la higuera y que están protegidos por un par de hojas verdes grandes y brillantes cada uno, Su tamaño es el de pequeñas manzanas y posiblemente crecerán mas, quizá hasta alcanzar el tamaño normal de un cerebro humano, El árbol de la sabiduría ha nacido en mi jardín, Don Jacinto grita y pone alerta a todo el mundo, El árbol original, el mismo que estuvo en el paraíso y del que comió la bella Eva, Eva no era su esposa, pero si Aurora, y si que también había sido participe del conocimiento humano, y ahora, debajo de ese maravilloso árbol le otorgaba toda su sabiduría, toda su ciencia y lo hacia una especie de biblioteca viviente, un compendio de todo el conocimiento universal que día con día, año con año se había ido depositando en Aurora, Será Dios que por esto nos sacaste del paraíso, porque según dicen que prohíbes en el hombre el conocimiento, no será completamente al contrario, no habrás en realidad dicho algo así como: A aquel que no participe del conocimiento universal le será vedada la vista y por lo tanto la libertad, A aquel que no quiera ver que no sepa, que no conozca y que camine en las tinieblas. El árbol de la Sabiduría será nombrado, Don Jacinto llora de felicidad, ve en este grandioso árbol la genialidad y el amor de su esposa, ve la vida y ve la vida más allá de la muerte, ve el conocimiento y a través del conocimiento ve a Dios, un dios que no está en contra del saber, sino que lo promueve, lo hace un placer delicioso y gratificante que hace que las cosas se llenen de vida y de sentido. Y como todo aquello que es extraño, será temido, blasfemado e incluso odiado, habrán quienes intentaran indagar sus secretos, pero también los habrá quienes querrán a toda costa destruirlo, habrá riñas, peleas y conflictos, habrá muchos muertos, traiciones y mentiras. La serpiente llamada Sabiduría; sin embargo mi querido Don Jacinto, no se crea ni se destruye, tan solo se muestra o por miles de años se esconde, para de repente un día, aparecer de nuevo gracias a una mujer hermosa, entre las ramas de un hermoso árbol frutal.

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