Tuesday, November 22, 2016

El Sol con un dedo

Así como así deja el soplete prendido, su llama azul y naranja golpea de lleno la mesa; sale del taller dejando caer el casco al suelo y tapa el Sol con un dedo, Las chispas rebotando contra la madera, saltando parabolicamente con destino al suelo; la soldadura derretida y desparramada, un trágico acontecimiento metálico. Maldonado no escoge el dedo gordo, éste lo escoge a él. Y ahora qué malparido jueputa! el negro Jeffrey se apresura a apagar el soplete; Manos gruesas y sucias, Hey! Que buen herrero es el negro Jeffrey. Pero Maldonado no hace caso; ya ha levantado su pulgar hacia el cielo y la luz del Sol se ha escondido por completo. Pero qué diablos! Ahora limpiar la soldadura derretida le costará la tarde entera. La huella digital del pulgar de Maldonado levantada hacia el cielo: Un agujero negro; ya la ciencia lo ha explicado así: poderoso e inclemente, carente de un átomo de compasión cósmica, succionando hasta el infinito el espacio y el tiempo, devorándose la luz con todo y su extrema velocidad; aquí es donde el tiempo se detiene y donde todo lo que la luz natural toca deja de hacerlo y deja paso a la oscuridad que cubre así con su manto el panorama; el dedo gordo de Maldonado: un eclipse humano, un sólo dedo regordete y achatado, de uña fisurada y llena de astillas, cien veces machucada y mordida, un dedo vulgar pero al parecer autónomo se interpone entre el Sol y la Tierra; y aquí, ya con el tiempo en suspensión, es que parvadas enteras de palomas se apresuran inmediatamente a su habitual escondite nocturno, y aquí que, muertos de desconcierto, los grillos desde la maleza y las grietas en el concreto comienzan su concierto. Hey! Maldonado! Hijueputa! El negro Jeffrey se ha quitado la máscara para soldar y se limpia ya las manos con un trapo. Algunos perros ladran y uno pequeño, negro y de patas blancas, de mirada quizá un poco más inteligente que la de su amo, rasca incesantemente la puerta de su casa. Pero Maldonado con una sonrisa infantil y perdida sigue levantando el pulgar y bloqueando la luz del Sol; ¿sonrisa casi pervertida la de la Maldonado no?, gesto un poco dislocado y ligeramente desviado hacia lo inmundo, sonrisa ésta invocada sólamente dos veces más en su vida; La última vez, la sonrisa llevada a mueca que se plasmó en su cara a los 13 años al levantar la falda de su prima dormida boca abajo al regresar del colegio; y el aro de luz al rededor de su pulgar tapando el Sol, y el cielo oscuro poseído de estrellas; la Vía Láctea desparramando gotas del blanco líquido por el firmamento entero. Estrellas de leche sobre la piel morena de su prima dormida. La primera vez: la sonrisa impertinente en su cara de 5 años, cuando contempló por media hora la casa de su tía Inés envuelta en llamas, las mascotas intentando escapar sin lograrlo. Maldonado! Maldonado! Gordo pendejo!, Doña Leonor que está ahí mirando es una escultura hecha de miedo que aprieta con todas sus fuerzas la escoba, barría la banqueta antes de voltear atrás y convertirse en una estatua de sal. El negro Jeffrey inconscientemente bloquea la naturaleza de los acontecimientos; no se da cuenta, no quiere darse cuenta, y finge sólamente interesarse en la irresponsabilidad de su empleado. Pero si son las 2 de la tarde; Doña Leonor con gran esfuerzo y sin soltar las manos de la escoba ha visto su reloj. Determinado el negro Jeffrey forza a Maldonado a bajar la mano y el pulgar levantado al cielo y lo contiene con todas sus fuerzas, como a quien se le quiere impedir entrar en un duelo a muerte; todo a la normalidad de nuevo, aves confusas de chillidos neuróticos salen de entre las ramas y bajo de los tejados, grillos llevados al caos se apaciguan, cesan de una vez sus retóricas nocturnas; hormigas y otros seres extravagantes de incontables patas van de vuelta a sus labores cotidianas, como iniciando apenas el día. La gente del pueblo también, pescadores y artesanos, profesores y estudiantes que miraban al cielo por las ventanas donde el Sol aparecía faltando poco a poco se reincorporan a la realidad que conocen, como pacientes que regresan de un proceso hipnótico y que no recuerdan nada se tallan los ojos. Habían pasado dos minutos en la oscuridad; no había sido tan sólo una nube. Doña Leonor había corrido despavorida haciendo uso de una reserva de fuerzas que había guardado desde hace 20 años atrás para una ocasión como esta. Maldonado bien sujeto entre los brazos poderosos del negro Jeffrey, la punta del su pulgar con una sombra naranja-ocre, como la que queda con la tinta para votar. La luz del Sol ha golpeado su cara y sus ojos se han mostrado nuevamente cristalinos y sinceros, su sonrisa idiota se ha desvanecido; de vuelta al taller, y el resto de la tarde en silencio, aunque se ha disculpado Maldonado, No sé cómo ha sucedido, no sé qué hacía ahí, de verdad negro Jeffrey, usted me cree verdad?, el negro Jeffrey está en pánico. Se dice que mientras a Maldonado le hacen estudios en el hospital de la ciudad capital, Es ese! Ese de ahí! Doña Leonor lo había señalado y un grupo de policías y doctores se lo habían llevado, no a la fuerza pero sí bruscamente, el negro Jeffrey se volvía poco a poco loco. Después de una exhaustiva serie de entrevistas a las que doña Leonor se negó rotundamente a participar, ya bien concientizado el hecho vivido, intenta distraerse y desentenderse de lo acontecido trabajando hasta 16 horas por día, pérdida repentina del cabello y de la sensación de cordura, de bienestar racional y emocional, se mira mil veces en el espejo y no se tolera, su propio rostro no se lo traga. Culpa, ansiedad y repetidas visitas a la iglesia, confesión y un diezmo que equivale al 40 por ciento de sus ingresos. Déjalo en Dios hijo mío, ya verás cómo te vas a mejorar hijo mío. No olvides la aportación hijo mío. Cómo se ha hecho mierda el negro Jeffrey, se dice que interrumpe abruptamente su concentración, se ha quemado varias veces con el soplete, mucho más que en sus inicios como maestro herrero hace 17 años; balbucea enérgico y después retoma la conciencia, traga contínuamente azufre y un líquido frío y ardiente, más parecido a una especie de ácido lechoso que a sudor, le empapaba toda la frente, los oídos y el cuello, una nata lechosa y viscosa le cubre permanentemente los labios. “Maldonado, el hombre eclipse” titulares gigantes en los periódicos locales y quizá no tan grandes en los de la ciudad, donde la competencia entre noticias estrambóticas es más feroz. “Que los científicos no han descubierto la causa real del eclipse, que fueron un total de 49 las poblaciones en todo el país abarcadas ese día por una oscuridad total, que muchos científicos atribuyen la causa del eclipse a otra cosa pero no saben a qué” otros más amarillos y con titulares más gigantes: “quesque hijo del diablo, quesque simiente maldita, quesque eclipse de Satanás; está internado en el hospital de Nuestra Señora pero aléjese si lo ve, no lo mire, pues puede quedar ciego, precisamente como quien viera directamente al eclipse” En la clínica trataban bien a Maldonado, no se le descubría nada de anormal o extraño a Maldonado, los estudios no revelaban ni mierda, pero se le daba de desayunar bien a Maldonado, y hasta un salario para compensar sus labores en el taller, ya se había cansado Maldonado, pero sea lo que sea se le tienen que seguir haciendo estudios a Maldonado, que ya se quiere ir a su casa Maldonado, pero ahora se friega y se aguanta Maldonado no? que es noticia importante y el jefe está muy pendiente de lo que se llegue a descubrir! El negro Jeffrey permanece por horas sentado al taller que no ha abierto más, al caminar arrastra sus pies que levantan polvo y así anuncia a los vecinos su llegada; es tan triste ver al negro Jeffrey así, no me lo puedo creer, ¿que por lo del eclipse dice? tantos años de ser su clienta, y no hay en todo el pueblo herrero que se le compare, El negro Jeffrey huele a meados, se balancea y levanta su pulgar al cielo mientras con la otra mano se cubre los ojos que de pronto, que tristeza, incurable ya dicen, juntando toda su fuerza de voluntad, se atreve a descubrirlos y mirar furtivamente al cielo, pero nada pasa, el Sol y su curso se mantienen ininterrumpidos, las nubes siguen enmarañándose en la atmósfera y cínicas exprimen a veces sus intestinos sobre el negro Jeffrey que sigue pensando que tiene que ir a trabajar, y con un periódico se tapa de la lluvia; llegar al taller dice, escuchar la puerta chirriar al levantarla, preparar la soldadura y terminar uno a uno los pendientes, recibir al cliente, generalmente con una sonrisa, ya lo conocen al negro Jeffrey, es un buen herrero y un buen vecino, pero cerrado de por vida tan sólo se sienta en el borde de su antiguo negocio, que su dueño nunca lo volverá a hacer un lugar próspero y respetable. Ya abandonados los estudios médicos y científicos se olvida el caso, los titulares son reemplazados por otros, la noticia se vuelve leyenda y las bromas callejeras pierden su efecto a causa de su harta repetición. Una tarde de viernes, un becario de apariencia mediocre y apellido rebuscado, ha decidido que trabajar un poco más es preferible a regresar al infierno de su casa. “Irizarás”, “Izarrarás” Cómo es el apellido del muchachito ese? Desde el comienzo de sus labores en el hospital se le ha prohibido la interacción directa con Maldonado recluido aún en un cuarto restringido, y se le ha limitado su participación en el caso estrictamente a la lectura de los reportes médicos y científicos. Muy mediocre el muchachito ese, A pesar de su inexperiencia obvia e ignorancia a consecuencia, a pesar de su cara llena de acné y no obstante su absoluta ineficacia para conseguir una novia, independientemente de sus ojos diminutos y de su ridículo cuerpo similar a un feto descomunal, el becario hace un gran descubrimiento; todo está en la huella digital del pulgar de Maldonado, parece cotejar a la perfección, lo había visto esa misma mañana en su libro de historia, con el laberinto de Creta, Junta la página del libro con una copia pequeña de la huella, ¿será? El libro se le cae, la posición es incómoda, arranca la hoja, la suposición de una posible certeza lo amerita; hace un par de copias en material transparente, las coloca sobre el proyector, lo conecta, Ojalá que funcione, lo enciende, se arregla las gafas; las siluetas de ambos, huella y laberinto, se juntan en un par de diapositivas por primera vez y se plasman casuales proyectadas en la pared; ésta eclipsa a aquella y aquella se cubre gustosa de la sombra de ésta, como almas gemelas que se acaban de encontrar; El laberinto de Creta, aquél donde moraba el temido minotauro en los antiguos cimientos secretos del palacio de Cnossos; la huella digital de Maldonado. El becario suspira, la huella-laberinto se refleja en la superficie de sus lentes rotos. En la clínica no hay más nadie, mañana revelará el descubrimiento, pero por ahora que en paz descanse el minotauro y la luz, que de éstos laberintos nunca escaparon. ¿Bondad, maldad, distorsión grotesca de la realidad y las leyes siempre constantes de la naturaleza, milagro o ciencia aún no explicada o entendida, historia repetida, broma cósmica de mal gusto? Tocará a los lectores de los diarios locales ponerle la etiqueta al caso. Dos pisos arriba Maldonado duerme, quizá el minotauro también.

Puntual

Cualquier entidad confinada a un punto tiende al infinito. Por eso que un preso en una celda diminuta sueña con el Universo hasta que lo posée, hasta que lo abarca por completo, por eso que en una semilla cabe un bosque, primero un árbol y los árboles que de ese surgen. Por eso que en una chispa se aloja un incendio y en un núcleo diminuto un ser vivo. Una catarina con sus puntos a cuestas no sabe el tesoro que lleva, una niña con la cara llena de pecas, un gato salpicado de manchitas negras; diminuto pero sin forma o tamaño resuelto, el alfa y la fuente de todas las dimensiones. Un punto. Un aleph diría Borges, Por eso que tu mirada lo refleja todo, por eso que en tus pupilas puedo observar el Cosmos.