Tuesday, December 21, 2010

LuNa

Parece que Van Gogh pintó el cielo que nos cubre ahora en esta tarde, plasmó sobre un lienzo azul marino nubes hechas de pincelazos también azules, pero de diferentes tonos. Hay pincelazos naranjas, también hay destellos rosas que se vuelven rojos y por supuesto, cálidos amarillos que aún rodean al Sol durmiente. En el horizonte la Luna ya salió, será llena durante todo su camino por la bóveda y miles de estrellas la acompañarán, pues ésta no es la ciudad, sino la llanura, y aquí a las estrellas les gusta mostrarse. El viento está reclamando nuestra atención mientras regresamos de trabajar, dibuja remolinos con la tierra, hace bailar a los pastos y a las matas, nos arranca los sombreros, A las mujeres les levanta las faldas, Que lindas se ven bajándolas con sus manos de recolectoras de frutos. Los grillos, miles de ellos, acompañan nuestro camino y se despiden de nosotros hasta el día siguiente, por lo pronto hará falta caminar algunos kilómetros hasta nuestros hogares en el pueblo de San Isidro, al este de Santa Cruz en Bolivia, Nuestro pequeño país que sobrevive de la tierra que cuidamos con nuestras manos y regamos con nuestro sudor. Parece que la Luna nos sigue y alumbra nuestro camino cada vez más oscuro, Siempre nos contempla al regreso y la echamos de menos cuando es día de Luna nueva y nos falta su luz. Quieran los cielos, si es que es más que uno sólo, que logre esquivar las nubes y alumbre nuestro camino hasta llegar a nuestras casas. Dichosos los hijos que nos verán de nuevo y preguntarán por nuestro día, los más pequeños, quizá ya dormidos, nos habrán extrañado mucho, y los más grandes habrán puesto algo de orden en las estancias y nos esperarán con algo de comida preparada. Un plato de avena y leche caliente se antoja a todos, en una hora si Dios quiere, lo tendremos enfrente.

Celeste, la menor de las hijas de Doña Sofía prepara una mezcla: cansancio del día trabajado, con ansia de ver a sus niños, y un par de memorias disparatadas sobre una oveja pequeña que bala en el río porque se ha perdido. Las cestas de las pequeñas frutas dulces, esféricas y rojas que son las yaras pesan bastante, cortan sus dedos y tiran fuertemente de sus brazos al suelo. Una enorme nube marrón cubre la Luna, y una pequeña roca de río a penas iniciada en el arte de poner a los hombres sobre sus rodillas, o espaldas, o nalgas, aprovecha la oscuridad para esconderse de Celeste y hacerla caer. Allá van los frutos recolectados durante el día, se escapan de la cesta y buscan su libertad bajando a empellones por el sendero, unas se esconden entre las hierbas, otras se agolpan bajo los pies de los compañeros que de nuevo las capturan y las regresan a su prisión de hierba tejida, y otras quedan atrapadas bajo Celeste. Y dónde está la Luna que a evitar estos contratiempos nos ayuda, a ver bien nuestro camino y llegar salvos a casa. A Celeste se le inflama un tobillo que la hace llorar, yo remuevo la sandalia para liberar al pie de la desgracia, Martina va por agua fría al río y Diego arranca un pedazo de su camisa para procurarle a Celeste una compresa fría. Su tobillo está caliente y tan sólo el roce de mi mano le produce dolor. A Celeste no le queda lugar para la pena en este momento, sus piernas están abiertas hacia mí y bajo su falda sus delgadas bragas dibujan el contorno de su sexo. Su piel despide el aroma de las más tiernas cerezas. Es preciso recordarme a mí mismo los mandamientos que el Padre nos ha hecho jurar.

Un estruendo desgarrador se escucha en el cielo. No es el sonido habitual de la tormenta que viene, o el de algún juego pirotécnico anunciando la fiesta en el pueblo, es un sonido diferente y espantoso, como el de una montaña que se desgaja, como el de un terremoto que abre una grieta en el suelo y traga cientos de árboles que lleva al centro del mundo. El estruendo se ahoga en varios crujidos simultáneos y finalmente muere, El silencio ahora es extremo, domina al eterno bosque y a nuestros corazones, Incluso los insectos se han callado y sólo después de unos segundos se escucha el tenso respirar de Celeste. En el cielo todos vemos la nube marrón que ya es negra y que está a punto de liberar a la Luna. Un poco de luz se deja ver y de repente tras el gris de las capas más delgadas se despeja el cielo. Dos pedazos grandes y brillantes de Luna salen a relucir. Todos vemos hacia arriba en completo silencio y nuestras sombras duras se proyectan sobre los pastos. La Luna se ha partido en dos. La Luna se ha dividido, se ha quebrado como vidrio por la mitad y ahora flotan dos pedazos de ella en el cielo que ya es completamente negro. Celeste nos urge a retirarnos de ahí, es más su miedo al espectáculo Lunar que su dolor en el tobillo, Llega Martina con agua en un posillo, ya vieron lo que le pasó a la Luna, me doy cuenta de que en sus mejillas hay lágrimas, Martina también se muere de miedo. Yo coloco la compresa remojada en el tobillo de Celeste. Entre Diego Pérez y Juan Arizpe la levantan y nuestra marcha continúa. Dejen de mirar la Luna nos ordena Diego, a veces estas cosas del cielo son peligrosas y de mala suerte. El antepenúltimo sendero que nos ha de llevar al penúltimo sendero, que nos ha de llevar al último sendero que nos ha de llevar al pueblo está cerca. Tres senderos nos separan aún de nuestro hogar, pero ya se pueden ver que vienen algunas antorchas por nosotros, las de nuestros familiares y amigos que piensan que ya nos hemos tardado lo suficiente. Los zorros durante la noche son peligrosos también. Llega Chema con nosotros, jadeante y con la antorcha al cielo nos advierte, Dicen que es el fin del mundo, está cerca, está cerca ya. Lo piensa él y lo piensa todo el pueblo, quizá todo el planeta o por lo menos la parte a la que la Luna da la cara esta noche. Los tres senderos han pasado ya bajo nuestros pies y vemos a lo niños que corren entre los árboles del bosque, a los jóvenes que abrazan a sus novias y a los adultos que no dejan de mirar el cielo. Todos están fuera, incluso Don Jacinto Baena que ya tiene ciento siete años y Fernanda Zetina que, la pobre, no puede ver.

La Luna siempre fueron dos, Dos amantes que se juntaron hace millones de años para formar la armonía de un círculo perfecto y brillante. Ahora se han separado y el mundo está en pena por esta trágica separación. La varita de olivo que sostiene la mano de Doña Esmeralda Durán dibuja en la tierra la explicación a la luz de una fogata y ante los ojos del pueblo entero. Ella, Esmeralda, la sabia en hierbas y en magias diversas, las negras y blancas, las curativas y ancestrales es la persona adecuada para explicar la situación. Lu, se llama ella, y es la parte izquierda de la gran roca esférica, sin girar escapa de su amante. Na, se llama él, y es la parte derecha del satélite que girando intenta alcanzar nuevamente a su mujer amada. Ha girado tres veces desde que se separaron y han pasado dos horas, también aprenderemos a medir el tiempo en giros de Na. Observen, abran los ojos y miren usando su cerebro, Será posible que nosotros seamos la causa de la separación de Lu y Na, será que la falta de amor entre los hombres haya propiciado la ruptura de tan armónica relación. Les digo yo hermanitos tal y como les dijo aquél. No den cabida a nada más que al amor. El amor nos mantiene unidos y en una armonía constante. La Luna siempre fueron dos, y la fuerza de millones de bombas atómicas de amor los mantenían unidos. Es hora de que la ternura vuelva a reinar sobre nuestra civilización.

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