Saturday, December 30, 2017

La escalera en el pozo

Lo despertó un silencio ensordecedor y la sed, supo sin sobresalto que había logrado conservar la vida, escuchó en la oscuridad su propio aliento y su respiración, sus manos sintieron la viscosidad húmeda de la tierra a sus costados. Intentó disipar los trazos de inconsciencia que el sueño le había traído y recordó cómo había logrado escapar de aquel ejército de cuero y fuego. El imperio Mongol invadiendo la gran China, irrumpiendo su sueño y haciéndola arder justo en el punto donde la noche es más oscura, devolviéndola hecha cenizas a la tierra de donde hace más de cuatro mil años había provenido. La oscuridad lo envolvía y sintió el abrazo del frío, sólo la luz proveniente de la boca del pozo daba certeza de la mañana; respiró hondamente y el olor a arcilla lo invadió. Acaso algún insecto carcomiendo las paredes lo acompañaba. Se levantó, no sin dificultad. Había estado ahí toda la noche; difícil para cualquiera, sobre todo para un anciano de venerable casta. Ajustando los ojos a la luz de la entrada pudo distinguir la escalera, ya en la oscuridad del fondo adivinó su posición y sin mucho esfuerzo sus manos ciegas se afianzaron a uno de sus peldaños. El anciano comenzó el ascenso, lastimoso, más que por la debilidad del cuerpo, por la razón de que al llegar a la superficie encontraría su aldea en ruinas, los suyos muertos, sus dioses pisoteados y ultrajados; el anciano no pudo contener un llanto entrecortado, silencioso, anudado y prendido con espinas a la garganta, una lágrima cayó de su rostro y unió su destino salado al del fondo del pozo. Después de algunos peldaños el contorno de la escalera se hizo más visible y pensó en la muerte, en el largo camino que también los muertos habrán de seguir para ascender a otras tierras donde no existe el dolor o el miedo. Fue de pronto y a poco comenzar el camino que tuvo la visión; la escalera se iluminó por completo con un halo azul y reveló claramente su contorno, como si la madera emitiera luz propia; temió quemarse pero la luz que emanaba del material era fría y no produjo a sus carnes dolor alguno. Por costumbre y precaución se afianzó fuertemente, miró con miedo hacia arriba y se sintió vulnerable. Vió entonces como la escalera se retorcía con todo y peldaños hasta volverse una perfecta y doble espiral ascendente, el pozo completo se iluminó con un tenue fulgor celeste; observó entonces con detenimiento sus manos sosteniéndose del peldaño, hizo consciente la fuerza que aplicaba para sostenerse y sintió comprender de pronto las reglas y principios utilizados por la naturaleza para hacerlo; sintió los músculos contraídos por el esfuerzo y descubrió que era capaz de percibir por separado la fuerza aplicada en cada uno de ellos, en cada tendón, hizo consciente la textura de cada uno de los pliegues de su mano aferrados a la madera, la elasticidad de su piel; sintió sus poros absorbiendo el oxígeno y la humedad de la madera y filtrando el polvo del pozo. Las mismas manos secas y cuarteadas de patrones laberínticos ahora mostraban un significado diferente, revelaban de inmediato ante sus ojos atónitos y a la luz de su entendimiento los secretos y los misterios escondidos tras la cortina de la ignorancia. Pudo entonces entender el crecimiento de la piel, de las uñas y lo percibió en su lento avance, se mostraron de repente ante él las redes nerviosas y los vasos sanguíneos que se extendían como poderosos ríos sobre un desierto rojo e infinito; sintió su lento pero constante flujo, percibió la fricción que ocasionaba al pasar por sus venas y su calor; entonces entendió la multiplicación de las células (aunque ignoraba su nombre) y las vió dividirse y duplicar sus contenidos innumerablemente; supo que eran los ingredientes de la vida, la razón de la existencia de todo ser.  Reparó después en el funcionamiento de su visión y el desciframiento de los colores en su cabeza, la propagación de la luz dentro de sus ojos y la transmisión intermitente de diminutos destellos eléctricos que comparó con los relámpagos en un cielo semi-nocturno. Comprendió la aparente complejidad de todo; sangre, huesos, tejidos y líquido, pero se llenó de felicidad ante la verdadera simplicidad y la elegancia del funcionamiento de su propio cuerpo. Miró hacia arriba y vió pasar entre el humo un buitre; lo embargó de pronto un sentimiento de compasión, sintió propia la necesidad del buitre de alimentarse y de resguardarse en un nido que también consideró propio, batió como suyas las alas y entonces tuvo la visión del buitre, percibió todo el panorama desde una gran altura; se conmovió hasta la sangre y se sintió entonces en completa unión con cualquier otro ser vivo, sintió de pronto que era capaz de percibir el lento crecimiento de la hierba, el lento avanzar de las plantas enredándose en las rocas y los árboles, se hizo uno y cuarenta y mil insectos y en una de esas caminó con patas de hormiga sobre los costados de una gran muralla de caliza llevando una hoja a cuestas; se sumergió en el océano, merodeó los contornos de imponentes animales marinos y sintió de pronto ser una gran y antigua bestia, dormida en el fondo del lecho marino expidiendo burbujas intermitentes que en algún momento llegarían a la superficie a liberar su aliento; vivió en una comunidad gigantesca con las abejas y sintió la necesidad de obedecer hasta la muerte a una reina imponente y tiránica, batió las alas al lado de otras mariposas de volar errático que en ese momento lo sedujeron, construyó él mismo una tela fortísima y brillante, de geometría perfecta, donde anheló atrapar su alimento. Tuvo dos, cuatro y docenas de ojos con los que observó al mundo con visión caleidoscópica en formas, color y contenido; percibió el lento y grave latido del corazón de una pequeña ballena dentro del vientre de su madre y dio a luz dentro de una cueva marina, también sintió en carne propia el nacimiento de otras mil especies al mismo tiempo; fue de pronto un pequeño simio abriendo los ojos por primera vez, y fue la madre limpiando con la lengua a su cría acabada de nacer; también sintió la muerte y fue un viejo ciervo cerrando los ojos por última vez; vio a un gran cuervo de plumas de obsidiana desplegar las alas y supo su destino y su cometido. Acaso por un momento nostálgico de realidad regresó el pozo bañado del fulgor celeste. Corrió con una manada de lobos persiguiendo una presa y se enroscó dentro de un agujero en la tierra para proteger con su calor un huevo; cantó con mil voces de aves majestuosas y emitió agudos chillidos bajo el agua que tuvieron todo el sentido y un propósito definido. Sumergió la cabeza en el fango para encontrar alimento y vió un pequeño crustáceo en su pico, luego fue el crustáceo mismo a punto de ser devorado por una bellísima ave rosa que en aquél momento le pareció monstruosa y lo llenó de pavor. Se afianzó con fuerza al lomo de su madre, un gran panda moviéndose con soltura y confianza por una ladera verde y espesa. Probó el bambú, la madera, el crujir de los insectos, los frutos más altos en las copas de los árboles, succionó sabia y agua por raíces que comparó a pies, sintió también la sangre caliente y fresca de una presa chorreándole por el hocico; también dejó de alimentarse resguardado en una madriguera donde durmió por las horas contenidas en cinco meses. Batió sus enormes cuernos desafiando a un antílope poderosísimo y de más alto rango, y se lamió las heridas de la batalla contra un tigre viejo y de rostro masacrado. Fue una cría y un anciano, una hembra y un varón. Entonces escuchó una voz que resonó dentro del pozo y que quizá reconoció como propia: “La doble espiral de la vida” y sintió que le eran reveladas por completo todas las leyes de la naturaleza, desveló el misterioso funcionamiento de todo lo vivo, la cadena inmortal de generaciones de infinitos seres animados y se heló hasta los huesos del amor por un cosmos ahora comprensible absolutamente. El llanto desgarrador de una niña lo remitió nuevamente al fondo del pozo; la doble espiral volvió a ser la escalera de madera tenuemente iluminada por la luz de la entrada. El anciano continuó su penoso ascenso, entendió que quizá los dioses y el dolor le habían otorgado esa visión que ahora se apartaba irremediablemente de él. Llegó a la salida, sintió el abrasante olor que deja el fuego al engullirlo todo, esquivó lenguas de lumbre, saltó sobre escombros humeantes y cuerpos reducidos al carbón aún carcomidos por serpientes de rojo vivo, se guió por el llanto de la niña hasta encontrarla; reconoció a la criatura como de su propia sangre y en su mente le dio el nombre que recordaba, la niña sintió el alivio del rostro conocido y levantó los brazos hacia él; el anciano, sintiendo su actitud transformarse de víctima a protector, la sacó de ahí; mientras se alejaba, de lo que tan sólo una noche atrás había sido su aldea, reparó en los ojos de la niña y tuvo la noción que hace tan sólo unos momentos lo habría entendido todo; ahora la ignorancia lo envolvía nuevamente en misterio y temor. Sintió la necesidad de un dios que lo consolara, que le explicara lo que ahora era incapaz de entender, que lo librara del miedo. Al pasar la mañana siguieron su camino y llegaron hasta un pueblo cercano que aún no había sido ultrajado por el enemigo, la visión no regresó más, todo sería olvidado, nadie volvería más a ver la doble espiral ascendente sino hasta el pasar de varios siglos de fuego y metal. El gran imperio Chino tendría entonces un rostro muy diferente, el mundo entero también.