Wednesday, November 22, 2017

Las leyes apócrifas del azar y la coincidencia

Dos ancianos que juegan al ajedrez, sombras diurnas de una vieja ciudad desparramándose sobre un desierto que parece lunar, quizá uno más altivo, de impecables barbas solemnes pero que parecen otorgarle el defecto de la arrogancia; la metrópolis es la que talló el viento sobre la arcilla, la que conformaron los andares de los mercaderes, rebaños y soldados de antaño sobre sus calles de polvo y hueso; las piezas del ajedrez se desplazan pues por una cuadrícula marfil y ébano rodeada por un perímetro de algún material acaso similar al estaño. Por las leyes apócrifas del azar y la coincidencia los ancianos repiten exactamente y sin saberlo, turno a turno, una partida antigua entre un rey Sirio y un viajero que apostaba a ganar el derecho al refugio, al perder la partida fue despojado de sus posesiones y de su vida, sus ropas y animales fueron entregados a los comerciantes. Los ancianos ignoran esta terrible casualidad. Se engendra entonces, quizá a manera de un mecanismo de ignición a partir de dicha coincidencia, la chispa que enciende las fauces de una deidad volcánica que después de dormir por más de un millón de años abre las puertas de su habitación ígnea, se ilumina su rostro y sonríe; Los acontecimientos siguientes están ligados a esta causa; dos caracoles se enfrentan a muerte en una batalla lenta y silenciosa, la Luna irrumpe y genera sobre la hierba ocre la colisión de un par de sombras largas y difusas en sus contornos. Dos gotas idénticas, no por su forma sino por su constitución salina, escapan de las fuentes que las emanan; la lágrima de un astronauta que se libera en el espacio y que refleja en su totalidad al tercer planeta; la otra gota, el sudor de un esclavo desterrado y enviado al desierto, cae desde su sien y se filtra por días en la arena hasta encontrarse y converger con un arroyo profundo y secreto; habrá de hablar sólo a la gente que lo escucha en un manantial Egipcio donde los hombres de poca fé lavan sus pecados e imploran el perdón. Dos ejércitos de caballos de mar con jinetes invisibles, galopando a flote, sacudiendo sus crines inmersos en una contienda marina; sin saberlo recrean una antigua batalla medieval a causa de la cual sucumbieron los imperios del norte y que, tras su caída, dejaron expuesta y a merced del reino del sur la gran biblioteca imperial consumida por las llamas del fuego y después del olvido. Siete siglos de ignorancia habrían de seguir. Un par de notas discordantes en un concierto clásico que un viejo considera genial y que lo hace conmoverse hasta el alma, suspira, llora de regreso a casa, besa el retrato de su hija menor; ésta noche morirá al preparar su cama; la melodía no dejará de dar vueltas en su cabeza, aún después de muerto. La colisión de un par de estrellas en una galaxia increíblemente lejana que dará lugar a una versión diferente del tiempo y del espacio. Una paradoja cósmica, un error en las leyes de la naturaleza, la implosión irremediable del Universo entero y el retorno a cero, una fracción de segundo donde no hay espacio ni tiempo. Una gota única que se ha engendrado en las entrañas de una nube miserable cae sobre la frente del anciano arrogante. - Está por llover, continuaremos la partida en otro momento - comanda. Y el mecanismo se detiene, y nunca sucede lo que ya había sucedido. Cae la tarde, otras nubes de más carácter se han juntado y engullido a la nube mediocre. Llueve a cántaros sobre la ciudad y sobre el tablero de ajedrez, las piezas se han caído y su disposición original se ha perdido, en la tierra se salpican de lodo; los ancianos nunca la recordarán. La paradoja cósmica se deshace y detrás de las nubes grises el Sol emite tímidos rayos de luz.

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