Monday, January 3, 2011

Violeta nunca se enteró

Bajo la llave del agua del jardín, la que nunca dejaba de gotear a pesar de la fuerza con que uno la intentara cerrar, puso Violeta esa noche un pocillo oxidado. La marca de luz de Luna estampada con claridad en la tierra, que en su recorrido por un cielo limpio y despejado pero aún escondida tras el tejado de la casa, se recorría lentamente hacia él. Una a una las cristalinas gotas fueron cayendo; las primeras, al chocar con la superficie seca del pocillo, emitieron una resonancia metálica y aguda que se fue apagando al contar de los primeros cientos de las esféricas y cristalinas gotitas en comunión; un poco después, tras apagar las luces de su habitación, una dulce música proveniente de la voz y la vihuela de Violeta comenzó a surgir delicadamente de su ventana y a inundar con una esencia mágica todo el jardín. A Violeta siempre le gustó tocar sus instrumentos musicales y cantar en plena oscuridad, para que así, su música estuviera alimentada y orquestada por las voces de los grillos buscando a su pareja entre las baldosas, por los susurros de la madera tibia crujiendo al perder su calor, y quizá por los suspiros de algún viejo fantasma escondido en la habitación. En el exterior, la definida marca de luz de Luna siguió recorriendo la tierra muy despacio, cruzó lentamente su camino con un caracol ocupado en ir en sentido contrario, atravesó un par de guijarros, que al recibir su blanca luz lunar, hicieron evidente su rosa pálido y mineral, y finalmente se acercó al borde del pocillo que la recibió con esos característicos ecos acuáticos de gotas cayendo dentro de un viejo recipiente a medio llenar. Aunque de lejos bramaban los motores de uno que otro camión que salía a rumiar a aquellas horas por la carretera transportando misteriosas cargas, a pesar de que no faltaba el sonido esporádico de algún coro de perros alarmados a la distancia, unos más lejanos que otros y desde diferentes direcciones, las gotas de agua y la voz y la vihuela de Violeta ocupaban un contundente primer plano en el espontaneo concierto que el jardín presentaba esa noche, que aunque fría, se templaba gracias a las dulces notas que envolvían con calor los corazones de una exótica comunidad de insectitos. De repente y como por arte de la magia más maravillosa, todo sucedió. Quizá fue la forma extraña del pocillo, había sufrido muchos golpes y sus cansados bordes de metal estaban doblados en varios costados; quizá se debió a que ya estaba lleno de agua hasta la mitad, y el eco que las gotas producían al caer se había vuelto alarmante, como los fuertes latidos de un corazón agitado; tal vez fue la acción de los minerales desprendidos del óxido del viejo metal los que produjeron esa extraña reacción; probablemente fue la luz de la Luna dando ya de lleno y hasta el fondo del pocillo, tal vez fue todo en su conjunto; o simplemente, el acto premeditado de una mente omnipotente que quiso que así todo sucediera. Por algunos segundos, tan rápidos que convierten un pequeño instante en un momento eterno, el viejo pocillo oxidado y su líquido contenido se convirtieron en el aparato transmisor de sonido más poderoso que alguien haya podido jamás imaginar; por una casualidad efímera, por una coincidencia exacta que reunía con exactitud las condiciones necesarias, el tiempo y el espacio adecuados, el pequeño recipiente absorbió la dulce música que en su habitación fabricaba Violeta, y la envió poderosamente y en fracciones de segundo a distancias inimaginables en el cosmos, tan poderoso como un gigantesco tsunami cósmico y musical rompiendo en las costas más remotas del universo. El sonido de la vihuela y la voz de Violeta fueron captados y registrados claramente por infinitos y extraños dispositivos de radio, antenas e instrumentos, unos pertenecientes a civilizaciones avanzadas y en extremo desarrolladas, otros a civilizaciones más rudimentarias o primitivas tecnológicamente como la nuestra; y todos los seres vivos por igual, los grandes como ballenas, los pequeños como hormigas, de coloraciones verdes, azules, rojas, provistos de múltiples ojos o carentes de visión, adaptados con alas o branquias submarinas, percibieron en millones de planetas y en miles de galaxias, con órganos auditivos muy diferentes a los nuestros, la música y la voz de Violeta por algunos segundos, que también para ellos, parecieron eternos. Aquellos seres aún desconocidos para nosotros llenaron sus corazones, todos ellos de extraños funcionamientos y anatómicamente diferentes, de paz y de amor; ambos de sencillo funcionamiento y anatómicamente iguales para todo el universo. Es muy probable que a partir de éste fenómeno inexplicable para nuestra incipiente ciencia, millones de civilizaciones perdidas en el universo se hayan dado cuenta de que hay vida inteligente fuera de su limitado entorno, y que esa forma de vida inteligente también puede ser pacífica y dispuesta a amar. Todo se interrumpió; la marca de luz de luna subió por la pared y comenzó a desaparecer lentamente culpa de las copas de los árboles más altos. El pocillo se llenó y comenzó a derramar el sagrado líquido por sus costados, el caracol se perdió de vista, probablemente encontró un escondrijo húmedo, cálido y lleno de deliciosa hojarasca para pasar la noche, Violeta dejó de cantar y tocar la vihuela, la acomodó a un costado de su cama, suspiró, y decidió que la hora de dormir había llegado. El universo entero la había escuchado, pero de todo esto, Violeta nunca se enteró.

A Violeta Parra

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