La ropa sucia, la pila de platos sin lavar, el refrigerador vacío, hambre, mucha hambre mal saciada, y llanto, del amargo, del que le corre el rímel y se lo deja pegado a las mejillas, del que hace que la garganta sepa a sal. La televisión hablando, diciendo esto y aquello, saturándolo todo de esmerada estupidez, de entusiasmo deprimente. Estela está sola en casa, junto con las moscas, los síntomas de una decepción amorosa; el pelo en desorden, los restos del color que hace tres meses saturaban de buganvilia sus uñas, una planta muerta, y el bebé de la vecina que no deja de llorar, como ella, Estela. El aire está viciado y embadurna las paredes de gris melancolía. Se resfriaron las ventanas y se les empañó la cara, al baño le dio dolor de muelas y no quiso tragar más lo que acostumbraba, a la alfombra de la entrada le duele la cabeza por ese lodo seco y lleno de hojas muertas, y el ropero vomitó y lo dejó todo regado de textiles colores por el suelo. ¡Que se calle ese maldito bebé! Quieran las doscientas colillas de cigarro que desbordan al cenicero sobre el buró transformarse en diminutos gusanos y carcomerle el alma a mordiscos a Estela. -¡Pero Estela mujer!...- dice la tía Nidia que está de incómoda visita. -Ya componte mija, báñate, ponte algo, échate perfumito y háblale a la Lety que está pregunte y pregunte por ti.- Y le lava los platos, y le saca la basura, y le tiende la cama, y la satura de atenciones. Y haciendo que los platos choquen al guardarlos apresura -Píntate los labios, ponte bonita, tanto muchacho guapo por ahí y tú aquí encerrada.- No es Estela la que fastidiada ofende a su tía y la saca de mal modo de su casa, sino esa mugre depresión que la hace decir cosas que en realidad ni siente. -Ay mijita, que tristeza verte así, pero allá tú- Y los minutos como bacterias se aparean y engendran las horas que corrompen al día y lo hacen atardecer. Unos pasos en la escalera, alguien que se detuvo justo frente a su puerta, el óvalo de cristal amarillo y adornado con ridículos patrones florales enmarca una silueta, suena el timbre. Es un hombre, al parecer de la misma altura que Iván y que trae una camisa verde limón como la que ella le regaló hace 5 meses en su cumpleaños. Se acelera su corazón y también sus pasos hacia la puerta. La abre y es él. Iván ha vuelto, tiene ese ridículo peinado de copete engomado y en su muñeca izquierda su reloj de los Transformers. Iván Iván, nunca dejarás de ser un gran niño- ¿En son de paz? ¿Para reclamar algo? Pero Iván sonríe, se acerca a ella y la besa, ojalá se hubiera lavado los dientes antes de abrirle la puerta. No hay palabras, se las lleva el viento, en éste caso el viento viciado del que hablábamos. El bebé de la vecina por fin se ha callado. Ojalá que su madre lo haya electrocutado. Estela lo toma de la mano y lo lleva a la habitación, Estela se promete que llamará a la tía Nidia, se disculpará con ella y le agradecerá haberle tendido la cama. Y el amor se hace, contenido por tres meses desesperados, surge tierno, dulce y espontáneo, se eleva e invade esta habitación, ahora aquella, envuelve con su manto las revistas del librero, los retratos del pasillo, los cojines en el sofá, como una nube que todo lo abarca, como el genio maravilloso de una lámpara. Y los tres deseos se conceden, y aún más, para el rencuentro de los enamorados no hay restricciones que valgan, la atmósfera es cálida pero de boreales colores, el amor se propaga por el edificio entero como un incendio que devora en segundos los árboles de un bosque en otoño; la vida vuelve a serlo, hasta la planta muerta ha sacado de no sé dónde un pequeño retoño, la fotosíntesis no sólo la produce la luz del Sol, también la del amor. Y la noche engulle todo el edificio y lo sumerge en entrañas hechas de silencio y de paz. Sólo los autos en la avenida respiran. Iván queda dormido después de hacer el amor, como siempre, como en los viejos tiempos, y a pesar de que ni una sola palabra se ha dicho ya se dijeron más de mil, todas ellas positivas, todas ellas alentadoras. Por fin el cenicero se ve liberado de las doscientas colillas y se le prepara para una nueva carga. Este cigarrillo, el que Estela ahora fuma, va para agradecer el regreso de Iván. La televisión no se ha callado por días enteros, es hora de cerrarle ese obsceno hocico electrónico. Y es así, que cuando Estela busca el control en las partes íntimas del sofá que en un corte informativo se da a conocer un accidente ocurrido. Luces de sirena intermitentes golpean media cara del reportero, detrás de él una grúa y decenas de hombres que ayudan a sacar un auto rojo del fondo del río que está cerca del departamento donde Iván se había mudado. Una parte del borde del puente hace falta, se ha despedazado con el mortal impacto. Queda claro, el auto perdió la dirección, chocó contra el muro de contención y cayó al río. Pero mira, el auto es idéntico al de Iván, la grúa tira y lo saca lentamente del río. Y más desconcertante aún, las placas del auto comienzan con los mismos tres números que el auto de Iván, de las letras siguientes Estela no se acuerda. Lleno de plantas acuáticas la grúa lo deposita a un costado del río. Y el reportero -Ya tenemos información del cuerpo encontrado dentro del vehículo, el cadáver fue identificado como el joven de 25 años Iván Dueñas, repito, Iván Dueñas es al parecer, la única persona que perdió la vida en este trágico accidente…- Una mano automática cubre la boca abierta de Estela, demasiadas casualidades, las piernas tiemblan, pero es que no puede ser, el estómago recibe el golpe de un litro de ácido bombeado desde su hiel y un enjambre de abejas ha incrustado su panal en la cabeza de Estela. Y el reportero como echando limón a la herida –…Expertos forenses dicen que el cuerpo de este joven llevaba por lo menos 36 horas en el río, en su pantalla puede ver la identificación encontrada en la cartera de éste joven.- Las rodillas de Estela impactan sobre la alfombra, -Es imposible, es imposible dios mío- pero la imagen contundente aparece enseguida en la pantalla, y Estela a punto de desmayar. Es el cuerpo sin vida de Iván llevado por dos bomberos, su camisa verde limón completamente mojada y en su muñeca izquierda su reloj de los Transformers. ¿Cómo pueden las piernas de Estela llevarla a su habitación? ¿Cómo su voluntad ha vencido el miedo a lo que no se entiende y la ha dirigido a donde ha dejado a Iván dormido? Enciende la luz y las cobijas y las sábanas están revueltas, pero Iván no está. Detrás de la cama, nada, en el baño, tampoco. ¡Iván!, ¡Iván! Gracias a la perfección con la que el cuerpo humano está diseñado Estela pierde el conocimiento.
La tía Nidia que todo lo ha perdonado, su mamá, Lety, su papá, también el tío Clemente, todos están ahí a su lado; Lety, que sonsacada por la tía Nidia fue a visitar a Estela se preocupó cuando nadie respondió a la puerta después de repetidos intentos. Que en cualquier otra ocasión hubiera pensado que Estela se estaba bañando, pero siendo que se encontraba en ese estado tan depresivo sin pensarlo buscó ayuda, que al poco rato se encontró al vecino que había sido mecánico de aviones, y que él fue el que forzó la puerta del departamento, que ay Dios mío, que casi le da un infarto a ella también, tan sólo para encontrar a Estela inconsciente en el suelo de su habitación. -Hiciste lo correcto mijita- celebra la tía Nidia, en tu caso yo hubiera hecho lo mismito. Y ya, recuperándose, Estela les pregunta por Iván. A veces el silencio también es una mala respuesta. Y Estela llora. -Lo sé todo, Iván está muerto, el accidente en el puente, su auto en el río, pero si él estaba conmigo, las placas comenzaban con los mismos números, había llegado, de los demás números no me acordaba, nos habíamos besado, lo sacaron todo mojado al pobre, habíamos hecho el amor, pero en las noticias lo mostraban todo, y traía la camisa verde limón que le regalé, el coche estaba lleno de enredaderas, se acuerdan de ella, segura de que estaba en el cuarto dormido, mostraron en la pantalla su identificación, pero no podía ser ella pensaba… Que se calme dice el doctor, -necesita descansar, ha sido una noticia muy dura para la niña-.
Tres semanas después Estela no es la misma, no quiso volver a su departamento ni dormir en su cama, no quiere estar sola, sus padres la han recibido con los brazos abiertos de nuevo en su casa. -Te ayudaremos a sacar tus cosas y a vender ese departamento. Sí, lo prometemos, menos la cama-. Y Estela poco a poco se siente mejor, se obliga a creer que todo fue culpa del estrés emocional, de la depresión tan fuerte, de la medicina que estaba tomando, de la falta de sueño y alimentos sanos. Pero Estela se siente extraña, pide que la acompañen, precisamente ese día un mes exacto después de lo ocurrido con Iván, a la clínica del centro. Que es la mejorcita, que ahí yo conozco al doctor y es muy bueno dice su mamá. Le toman el pulso, le checan los reflejos, la vista, el oído, finalmente le hacen pruebas de sangre y de orina. El doctor sale de su laboratorio después de unos minutos con un objeto blanco y plástico en la mano y una cara sonriente. -¿No es una recaída verdad doctor?- Una sonrisa de bigote profesional. –No, que va, usted lo que tiene querida es que tiene un mes de embarazo-.
El pequeño Julio Dueñas ya tiene 5 años, es igual a su padre, o a lo que fue de él. Iván nunca se lo hubiera imaginado. Estela sabe que fue Iván el que la visitó esa noche, quizá para despedirse de ella, quizá para darle lo que ella tanto había deseado de él. La familia de Estela sabe que la chica no miente pues los acontecimientos concuerdan, o quizá particularmente en este caso porque no concuerdan. La tía Nidia explica, -Sea pues Dios como tú lo mandas, Julito nació a partir de tu presencia divina, tal y como lo hiciste con tu hijo Jesucristo-. Se persigna, pero hay opiniones más burdas, como la del tío Clemente, que a pesar de que nadie pida su opinión nunca faltan. –Sólo hay algo peor que ser hijo de puta, y eso es ser hijo de fantasma- ¡Ay por Dios Clemente! Que deje de decir tonterías comanda la tía Nidia.
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