Saturday, February 16, 2013
La Caravana de la Excomunión
Ya están aquí. Hizo a un lado la cortina con una rugosa mano distinguida con un gran anillo, contrastante tanto en color como en constitución, como una moneda de plata sobre un montón de las cenizas que dejó la combustión de un papel quemado. Después, se asomó por la ventana. Su cuerpo se estremeció, sus entrañas se retorcieron y su corazón se tambaleó como una gelatina flácida. Tragó saliva. Mire Cardenal, miles de jóvenes ahí abajo gritando, insultando, mostrando su insolente irreverencia. Mantenga la calma Santo Padre. La calma la calma. Un enorme avión pasó e interrumpió el flujo constante del pensamiento con el rugido de sus motores, como un gran bostezo divino, como un dios que está en el cielo y que invisible se aclara la garganta. El Santo padre, o sea el Papa, es un ser muy débil, no por su avanzada edad o por su delicada salud, sino por la ignorancia que se le ha desarrollado a partir de una mente mediocre, por su falta de bondad, de real y tangible compasión. La santidad que se le atribuye es una farsa. La de sus predecesores también lo ha sido a lo largo de los siglos. El lo sabe, los demás lo saben, él sabe que los demás lo saben y viceversa. Es una farsa retroalimentándose cínicamente, una serpiente hambrienta tragándose a sí misma, El Cardenal permanece de pié detrás de Su Santidad, se limpia las gafas con la orilla de un atuendo blanquísimo. Y con voz que intenta aparentar firmeza asegura, No hay de qué preocuparse Padre mío, todo está arreglado. La fuerza pública solo se encargará de contener la multitud, no habrá violencia, los encabezados de los periódicos de la tarde y los temas de los noticieros de mañana están ya escritos, ya sea a nuestro favor o bien omitiendo completamente lo sucedido. Nada se sabrá, o tan sólo se sabrá una versión muy disminuida del asunto, un reflejo muy pálido de la realidad. El Papa tiene aún los ojos calvados en la multitud de jóvenes, con ira y desprecio los espía a través de una ventana en la parte alta del edificio. Su Mirada puede salir de la ventana pero a su vez, ninguna mirada puede regresar, está resguardado tras un velo cristalino pero ahumado. El Santo Padre contempla la burla. Un joven de pelo largo orina sobre un afiche del Papa, sobre su propia imagen, sobre él mismo en una pose que parece la de un político en campaña; los jóvenes que lo rodean lo celebran frenéticamente, y la meada sobre el afiche se vuelve un pequeño festejo colectivo. Sobre el hombro del Papa el Cardenal vislumbra lo sucedido al otro lado de la ventana y califica: Sacrilegio, blasfemia. Una chica con las tetas al aire estrella un crucifijo contra el suelo, las astillas vuelan y se esparcen hacia todos lados en un big bang de escala humana, las puntas de madera caen al suelo como un gran juego de palillos chinos y enseguida se patean, se pisotean, se escupen; el Cristo que del crucifijo pendía no es más que un montón de polvo de cerámica y pintura esparcido sobre el suelo de la plaza de San Pedro. Polvo eres y en polvo te convertirás ¿no es cierto? El Papa no siente su fe ofendida, no la tiene, ésta no es. Él mismo desmiente en su pensar y en su qué hacer lo que todas las mañanas profesa, hace mucho tiempo que dejó de ser esclavo de la doctrina bimilenaria que ahora encabeza, aunque al abrir los ojos era ya demasiado tarde para rectificar el camino y cambiar una profesión que le había otorgado tanto el poder económico como el reconocimiento de sus allegados. Desde hace mucho que Su Santidad se tiene secretamente a sí mismo, no como un líder o guía espiritual, sino como un hombre de negocios o mejor dicho, como una pieza en el ajedrez de los intereses políticos y económicos. Su mano de ceniza colmada con el anillo que parece un abejorro africano posado en sus dedos relaja la fuerza con la que apretaba la cortina. Ante la observación constante y pendiente de la inocente violencia de los jóvenes el Papa recuerda su propia juventud; también desenfrenada, también irreverente. Una leve sonrisa estira casi imperceptiblemente los músculos de alrededor de su boca, los agrietados labios se arquean un poco, por un minuto él deja de ser el hombre poderoso que es y se transforma en un chico más dentro de la multitud de jóvenes. Ahora él es parte de su tierno desenfreno, de su inconciencia colectiva, de su ganas de cambiar el mundo, de sus deseos de encontrar una verdad más palpable, menos esclavizante. Alguien toca la puerta. Quién es pregunta el Cardenal. Soy yo Su Eminencia. La mente del Papa viaja en un tris de la abstracción a lo concreto y su voz ronca encerrada de nuevo en esa habitación hace eco, Hazlo pasar. Adelante Monseñor, El Cardenal pregunta ¿Qué es precisamente lo que pretende esta manada de locos? Y bueno su Eminencia, lo que se nos informó es que hace unos meses un grupo pequeño de jóvenes se formó en México, uno de los países más fieles a Nuestra Sagrada Iglesia, un grupo insignificante de no más de una decena de jóvenes revoltosos con pancartas, Al parecer, poco a poco el grupo creció y se manifestó aún más fuerte alcanzando las primeras apariciones en los medios públicos locales. Se hizo llamar ¨La Caravana de la Excomunión¨ y comenzó lo que llamaron una “antiperegrinación” desde el centro del país hasta el Vaticano. Su propósito es claro y representa una afrenta cínica y directa hacia la Santa Iglesia. No desean más que obtener por escrito un documento oficial de la Santa Sede declarándolos excomulgados de la Iglesia Católica. ¿Cuál es la razón Monseñor? Explíquese. Mire Su Santidad, Su Eminencia, quizá deseen ver algunas imágenes. Unas cuantas fotos pasan entre manos, una leyenda estampada en la camisa de un joven “A mí nadie me preguntó a quién quería como dios”, una manta en lo alto de una manifestación “Yo no comulgo con violadores de niños”, la caricatura de un periódico subversivo “A dios rogando y al Papa pagando”, el grafiti escrito en las paredes de una iglesia “Se violan niños a domicilio, informes con el Padre” En fin Su Santidad, tan sólo quieren un documento en donde se les excomulgue de la Santa Iglesia. El índice y el pulgar sosteniendo la barbilla de un rostro incrédulo y desaprobador. Mire lo que dice este diario de Londres, Y un recorte de periódico con algunas líneas sobresaliendo con marca-textos “Hasta hace unas décadas una excomunión de la Iglesia Católica representaba un castigo supremo ante dios y ante la sociedad, ahora, para éste grupo de jóvenes, tan sólo significa la obtención de la libertad, el desapego de una organización que califican de inquisidora, abusiva y criminal. Uno de los muchos líderes de la “antiperegrinación” explica: Nos bautizaron de bebés, cuando uno carece completamente de conciencia, y años después en nuestra infancia, nos hicieron hacer la Comunión cuando nuestras mentes no estaban aún capacitadas para decidir qué hacer y qué no. Otro de los cabezas del grupo afirma: A uno se le pide mayoría de edad para casarse sin consentimiento de los padres, ¿Por qué la mayoría de edad no se pide también para aceptar a un dios?” El marca-textos acaba ahí aunque el artículo continúa hasta el final del recorte. ¿Para qué quiere más detalles Su Eminencia? Llegaron a pie, en autos, en aviones desde todo el mundo, y lo que desean es conseguir por escrito la dicha excomunión, y para lograr su objetivo han venido realizando todo tipo de actividades sacrílegas y ofensivas a la Iglesia y a su Santo Padre el Papa desde su partida en México, ofensivas a usted Mi Santidad. Yo lo califico como una especie de broma masiva. Su Santidad reflexiona dando la espalda a Monseñor y al Cardenal y regresando la vista a la ventana. Ahí afuera dos jóvenes homosexuales se besan apasionadamente en medio de una multitud que los aplaude. Él, como líder de la Iglesia Católica no puede hacer quedar mal a toda la organización, a todo el aparato fraudulento. Él y todos los demás saben bien que la institución va en constante declive, cae por su propio peso, se pudre desde adentro. El Papa voltea hacia sus súbditos y da la simple y sencilla orden de no hacer nada, de tomarlo todo como desfile que pasa frente a la casa. Se cansarán y terminarán por irse. Quizá estarán un día, una semana, quizá el grupo más persistente durará un mes, a ese pequeño grupo lo podremos expulsar sin dificultad de la Santa Sede. Y ahora déjenme a solas y regresen a sus tareas. Lo que usted ordene Su Santidad. Un par de labios besan el anillo. Es para preguntarse como la ceniza de la que están hechas sus manos no se queda en sus bocas. La puerta de la habitación se cierra, el Papa, como un niño espiando a su hermana mayor desvestirse, lanza nuevamente la mirada a través de los cristales oscuros y los fija en tan exótica multitud. Ahora, conscientemente maravillado por la cuantiosa y desquiciada multitud de jóvenes de todo el mundo, los dejará divertirse. Secretamente, se divertirá él mismo con ellos el resto de la tarde. No borrará por horas la primera sonrisa sincera que ahora marca su cara y que la hace tan inocente y sincera como cuando tenía 15 años. El Santo Padre, con todo y sus manos de ceniza, regresará en el tiempo y será joven de nuevo, por lo menos hasta que acabe el día. En un momento dado pensará: Por fin la juventud del mundo se intenta quitar el velo impuesto hace decenas de generaciones atrás, cuando la humanidad misma era un niño, inocente, frágil y vulnerable. Por fin desean recobrar su libertad y su cordura. Desde atrás de la ventana les dará la bendición. Amen.
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