Los tejados
hechos de lámina y concreto caliente, muros de ladrillos ennegrecidos y
pinturas que hace mucho dejaron de ser brillantes, bordeados de varillas
dobladas, tejados habitados por elementos varios que los adornan, destellos irregulares
propios de pedazos viejos de cristal cansados de ser traslúcidos, cuerdas que
ancianas muestran sus filamentos, llantas que alguna vez giraron y giraron y
que ahora almacenan agua estancada en sus panzas de hule, estanques fértiles de
mosquitos que también adoran desfilar en carnavales. Allá un costal con madera
y clavos, más allá un zapato rojo de mujer harto de bailar samba. Los tenedores
oxidados que en algún momento fueron robados, el balón de fútbol que entró mil
veces en porterías fabricadas con un par de piedras. Los tejados de las favelas
de Rio en la tarde de un viernes. La gente regresa a sus casas, niños de ojos
brillantes se corretean en sus laberintos multicolores, ancianas que acarrean
bolsas medio vacías de víveres, el hocico de una moto que rezonga en la lejanía.
Y las nubes que se aproximan son como hielos que caen en un sartén caliente, y lo
enfrían de golpe, y lo hacen más fresco y más habitable para los rítmicos seres
que ahí tocó vivir. Algo de comer, una siesta y una fiesta, o dos, o tres, o
mil, seguramente más noche, pero por lo mientras que se enfríe el sartén, que
descansen los pies fatigados de caminar, los hombros de cargar cajas o las
manos de hacer tareas exasperantes. Dos gatos en el tejado, nada más importa,
uno blanco restregándose el lomo contra la superficie, otro negro que sentado
en el borde de una barda sigue con interés el movimiento de su cola. El blanco
permanece inmóvil meneando la cola sobre el concreto caliente, el negro decide
bajar a jugar con ella, el blanco sin inmutarse permite al negro jugar con
ella, el negro en una de esas salta sobre la panza del blanco y éste se queja,
se muerden las patas y las orejas, se persiguen, se alcanzan y se revuelcan enérgicos
en la superficie caliente del tejado, todo es juego, todo es parte de lo que de
un amigo se puede tolerar; cansados ya se lamen las cabezas, y entrecerrando
los ojos y estirando las patas, dos gatos ronroneantes quedan en dormidos en
una maraña blanca y negra, negra y blanca, con la cola de este por allá, con
las patas del otro por acá, en un círculo casi perfecto de simetría bicolor.
Una niña de tres los había observado por una ventana, ríe y señala la escena a
su mamá. –Sí hija sí, los gatitos- ¡Miau! dice la hija y ríe entonces la mamá
cargando a su hija y llevándola a la mesa a comer. Un Ying Yang natural se ha
formado, qué importa si es con gatos. Una brisa diurna, cálida y con esencias
de mar menea los pelos del cuerpo de los pequeños felinos, el blanco aún
dormido tan sólo sacude una oreja, el negro sin abrir los ojos se cubre con la
pata los bigotes; y de pronto, en ese mismo momento pero a miles de kilómetros
de ahí cerca de Berlín, un hombre negro y una mujer blanca que finalmente
vencieron los prejuicios de sus familias y de la sociedad han decidido casarse
y se dan un beso apasionado. En un pueblo de Rusia, sentado en la mesa de una
pequeña cocina, un genio matemático grita de felicidad al haber encontrado el
patrón de movimiento que rige a ambos, los astros en el cosmos y los átomos que
forman la materia. En una costa de la Nueva Zelanda un hombre de 30 años que
perdió a su padre en la guerra de Vietnam firma los documentos que completan el
proceso de adopción de un niño que perdió al suyo en un accidente ferroviario
en Chile. En un punto de la frontera entre Estados Unidos y México una señora
estadounidense cruza las aduanas en una camioneta repleta de ropa y alimentos con
destino a una comunidad muy pobre del norte de México. En un poblado de
Tanzania un hombre moribundo y sordo de nacimiento tiene la certeza de estar
escuchando por primera vez las olas del mar que rompen contra la playa y una
sensación de extrema felicidad lo acompaña en su partida. Unas cuantas gotas de
lluvia han caído ya sobre los tejados de las favelas de Rio, primero uno y
luego el otro los gatos se han levantado y han buscado el refugio más cercano.
La tarde cae sobre una mitad del mundo, el Sol sale por el horizonte de la otra
mitad. Siempre sutiles y completamente desapercibidos son los mecanismos de
equilibrio que gobiernan los eventos más afortunados de este planeta.
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