Thursday, March 8, 2012
Tres ancianos
Tres viejos me habían acompañado, uno de ellos más arrugado que los otros dos y un segundo embarrada la cara de porquería, quizá de sangre, quizá sólo de mermelada. Dóciles; sin embargo, a las voluntades indomables que en ese entonces me gobernaban, de aspecto sereno y sabio, tal como ancianos venerables dignos de toda reverencia; sin contrariarme con consejos absurdos y sin decir una sola palabra, guardando mis espaldas como fieles guaruras. -¿Sí?, ¿Qué desea?- -Vengo a ver a El Muerto- Un tipo enorme con el rostro tan cicatrizado que desearía tener aquél de la Luna me había abierto la puerta y dejado entrar después de una ardua inspección, tanto a mí como a los confines brumosos de las calles que ahí colindaban. – ¡Hey, muchacho! veo que te has decidido- Se escuchó una voz cubierta de una rancia luz en el fondo de una habitación por lo demás oscura. – ¡Pasa cabrón!, no hagas esperar a El Muerto-. Periódicos viejos apilados casi hasta el techo, botellas y paquetes misteriosos, cuerdas, cintas adhesivas, un manojo de ligas, un cuchillo. –Sabía que vendrías, al final de cuentas los tipos como tú siempre acaban aquí- Un piso de cemento frío, mal acabado y embadurnado de una colección de sustancias nocivas me habían llevado finalmente hasta él. El Muerto le decían; Su persona: un ramillete de encantos, negro aceitado, ojos hundidos hasta incrustárseles en el cerebro, dientes tan enormes que parecían no haber estado jamás dentro de su boca sino que permanecían afuera por tiempo indefinido, como una grotesca risa postiza mal pegada en abultadas encías púrpuras. –Y bueno, ¿lo trajiste?- Di un leve toque a mi bolsa del pantalón sugiriendo un “sí, aquí está” por respuesta. Los tres ancianos se mantenían imperturbables y esperaban el momento preciso de hacer su parte. -¡Tripa!, tráele a este joven su mercancía.- El tipo enorme de la cara hecha picadillo aventó a la mesa el pequeño paquete blanco por el que yo había ido. Lo tomé con calma y también tomé el tiempo necesario para examinarlo. Todo estaba bien, El Muerto estaba jugando derecho ésta vez. Los tres ancianos salieron de mi bolsillo y aterrizaron sobre la mesa. La cara del prócer de la nación repetida tres veces en billetes de 1000, su heroica mirada fija en tres diferentes puntos de la habitación. El Muerto tomó el dinero y examinó a contra luz su calidad. Como había dicho, uno más arrugado que los otros dos y un segundo con la cara embarrada de porquería. Los guardó en un estriado bolso de cuero negro. La fidelidad de los tres ancianos era ahora para con El Muerto, yo salí de ahí tan pronto como me fue posible.
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