martianSpaceways
A blog by Marco Lopez
Saturday, December 30, 2017
La escalera en el pozo
Lo despertó un silencio ensordecedor y la sed, supo sin sobresalto que había logrado conservar la vida, escuchó en la oscuridad su propio aliento y su respiración, sus manos sintieron la viscosidad húmeda de la tierra a sus costados. Intentó disipar los trazos de inconsciencia que el sueño le había traído y recordó cómo había logrado escapar de aquel ejército de cuero y fuego. El imperio Mongol invadiendo la gran China, irrumpiendo su sueño y haciéndola arder justo en el punto donde la noche es más oscura, devolviéndola hecha cenizas a la tierra de donde hace más de cuatro mil años había provenido. La oscuridad lo envolvía y sintió el abrazo del frío, sólo la luz proveniente de la boca del pozo daba certeza de la mañana; respiró hondamente y el olor a arcilla lo invadió. Acaso algún insecto carcomiendo las paredes lo acompañaba. Se levantó, no sin dificultad. Había estado ahí toda la noche; difícil para cualquiera, sobre todo para un anciano de venerable casta. Ajustando los ojos a la luz de la entrada pudo distinguir la escalera, ya en la oscuridad del fondo adivinó su posición y sin mucho esfuerzo sus manos ciegas se afianzaron a uno de sus peldaños. El anciano comenzó el ascenso, lastimoso, más que por la debilidad del cuerpo, por la razón de que al llegar a la superficie encontraría su aldea en ruinas, los suyos muertos, sus dioses pisoteados y ultrajados; el anciano no pudo contener un llanto entrecortado, silencioso, anudado y prendido con espinas a la garganta, una lágrima cayó de su rostro y unió su destino salado al del fondo del pozo. Después de algunos peldaños el contorno de la escalera se hizo más visible y pensó en la muerte, en el largo camino que también los muertos habrán de seguir para ascender a otras tierras donde no existe el dolor o el miedo. Fue de pronto y a poco comenzar el camino que tuvo la visión; la escalera se iluminó por completo con un halo azul y reveló claramente su contorno, como si la madera emitiera luz propia; temió quemarse pero la luz que emanaba del material era fría y no produjo a sus carnes dolor alguno. Por costumbre y precaución se afianzó fuertemente, miró con miedo hacia arriba y se sintió vulnerable. Vió entonces como la escalera se retorcía con todo y peldaños hasta volverse una perfecta y doble espiral ascendente, el pozo completo se iluminó con un tenue fulgor celeste; observó entonces con detenimiento sus manos sosteniéndose del peldaño, hizo consciente la fuerza que aplicaba para sostenerse y sintió comprender de pronto las reglas y principios utilizados por la naturaleza para hacerlo; sintió los músculos contraídos por el esfuerzo y descubrió que era capaz de percibir por separado la fuerza aplicada en cada uno de ellos, en cada tendón, hizo consciente la textura de cada uno de los pliegues de su mano aferrados a la madera, la elasticidad de su piel; sintió sus poros absorbiendo el oxígeno y la humedad de la madera y filtrando el polvo del pozo. Las mismas manos secas y cuarteadas de patrones laberínticos ahora mostraban un significado diferente, revelaban de inmediato ante sus ojos atónitos y a la luz de su entendimiento los secretos y los misterios escondidos tras la cortina de la ignorancia. Pudo entonces entender el crecimiento de la piel, de las uñas y lo percibió en su lento avance, se mostraron de repente ante él las redes nerviosas y los vasos sanguíneos que se extendían como poderosos ríos sobre un desierto rojo e infinito; sintió su lento pero constante flujo, percibió la fricción que ocasionaba al pasar por sus venas y su calor; entonces entendió la multiplicación de las células (aunque ignoraba su nombre) y las vió dividirse y duplicar sus contenidos innumerablemente; supo que eran los ingredientes de la vida, la razón de la existencia de todo ser. Reparó después en el funcionamiento de su visión y el desciframiento de los colores en su cabeza, la propagación de la luz dentro de sus ojos y la transmisión intermitente de diminutos destellos eléctricos que comparó con los relámpagos en un cielo semi-nocturno. Comprendió la aparente complejidad de todo; sangre, huesos, tejidos y líquido, pero se llenó de felicidad ante la verdadera simplicidad y la elegancia del funcionamiento de su propio cuerpo. Miró hacia arriba y vió pasar entre el humo un buitre; lo embargó de pronto un sentimiento de compasión, sintió propia la necesidad del buitre de alimentarse y de resguardarse en un nido que también consideró propio, batió como suyas las alas y entonces tuvo la visión del buitre, percibió todo el panorama desde una gran altura; se conmovió hasta la sangre y se sintió entonces en completa unión con cualquier otro ser vivo, sintió de pronto que era capaz de percibir el lento crecimiento de la hierba, el lento avanzar de las plantas enredándose en las rocas y los árboles, se hizo uno y cuarenta y mil insectos y en una de esas caminó con patas de hormiga sobre los costados de una gran muralla de caliza llevando una hoja a cuestas; se sumergió en el océano, merodeó los contornos de imponentes animales marinos y sintió de pronto ser una gran y antigua bestia, dormida en el fondo del lecho marino expidiendo burbujas intermitentes que en algún momento llegarían a la superficie a liberar su aliento; vivió en una comunidad gigantesca con las abejas y sintió la necesidad de obedecer hasta la muerte a una reina imponente y tiránica, batió las alas al lado de otras mariposas de volar errático que en ese momento lo sedujeron, construyó él mismo una tela fortísima y brillante, de geometría perfecta, donde anheló atrapar su alimento. Tuvo dos, cuatro y docenas de ojos con los que observó al mundo con visión caleidoscópica en formas, color y contenido; percibió el lento y grave latido del corazón de una pequeña ballena dentro del vientre de su madre y dio a luz dentro de una cueva marina, también sintió en carne propia el nacimiento de otras mil especies al mismo tiempo; fue de pronto un pequeño simio abriendo los ojos por primera vez, y fue la madre limpiando con la lengua a su cría acabada de nacer; también sintió la muerte y fue un viejo ciervo cerrando los ojos por última vez; vio a un gran cuervo de plumas de obsidiana desplegar las alas y supo su destino y su cometido. Acaso por un momento nostálgico de realidad regresó el pozo bañado del fulgor celeste. Corrió con una manada de lobos persiguiendo una presa y se enroscó dentro de un agujero en la tierra para proteger con su calor un huevo; cantó con mil voces de aves majestuosas y emitió agudos chillidos bajo el agua que tuvieron todo el sentido y un propósito definido. Sumergió la cabeza en el fango para encontrar alimento y vió un pequeño crustáceo en su pico, luego fue el crustáceo mismo a punto de ser devorado por una bellísima ave rosa que en aquél momento le pareció monstruosa y lo llenó de pavor. Se afianzó con fuerza al lomo de su madre, un gran panda moviéndose con soltura y confianza por una ladera verde y espesa. Probó el bambú, la madera, el crujir de los insectos, los frutos más altos en las copas de los árboles, succionó sabia y agua por raíces que comparó a pies, sintió también la sangre caliente y fresca de una presa chorreándole por el hocico; también dejó de alimentarse resguardado en una madriguera donde durmió por las horas contenidas en cinco meses. Batió sus enormes cuernos desafiando a un antílope poderosísimo y de más alto rango, y se lamió las heridas de la batalla contra un tigre viejo y de rostro masacrado. Fue una cría y un anciano, una hembra y un varón. Entonces escuchó una voz que resonó dentro del pozo y que quizá reconoció como propia: “La doble espiral de la vida” y sintió que le eran reveladas por completo todas las leyes de la naturaleza, desveló el misterioso funcionamiento de todo lo vivo, la cadena inmortal de generaciones de infinitos seres animados y se heló hasta los huesos del amor por un cosmos ahora comprensible absolutamente. El llanto desgarrador de una niña lo remitió nuevamente al fondo del pozo; la doble espiral volvió a ser la escalera de madera tenuemente iluminada por la luz de la entrada. El anciano continuó su penoso ascenso, entendió que quizá los dioses y el dolor le habían otorgado esa visión que ahora se apartaba irremediablemente de él. Llegó a la salida, sintió el abrasante olor que deja el fuego al engullirlo todo, esquivó lenguas de lumbre, saltó sobre escombros humeantes y cuerpos reducidos al carbón aún carcomidos por serpientes de rojo vivo, se guió por el llanto de la niña hasta encontrarla; reconoció a la criatura como de su propia sangre y en su mente le dio el nombre que recordaba, la niña sintió el alivio del rostro conocido y levantó los brazos hacia él; el anciano, sintiendo su actitud transformarse de víctima a protector, la sacó de ahí; mientras se alejaba, de lo que tan sólo una noche atrás había sido su aldea, reparó en los ojos de la niña y tuvo la noción que hace tan sólo unos momentos lo habría entendido todo; ahora la ignorancia lo envolvía nuevamente en misterio y temor. Sintió la necesidad de un dios que lo consolara, que le explicara lo que ahora era incapaz de entender, que lo librara del miedo. Al pasar la mañana siguieron su camino y llegaron hasta un pueblo cercano que aún no había sido ultrajado por el enemigo, la visión no regresó más, todo sería olvidado, nadie volvería más a ver la doble espiral ascendente sino hasta el pasar de varios siglos de fuego y metal. El gran imperio Chino tendría entonces un rostro muy diferente, el mundo entero también.
Wednesday, November 22, 2017
Tres Pedos
- Derechos y Libertades -
Voluminoso y seboso se sentó a mi lado, como una inmensa gelatina de carne chorreando sudor, a cada movimiento reacomodando incontables pliegues de carne y reestructurando la forma de su cuerpo entero, podría jurar que el hombre tenía lonjas hasta en los tobillos. Además, otras características que hacían especial el de ya exótico fenotipo del individuo, eran sus ojos pequeños y no muy inteligentes, un tanto opacos, guardando quizá un odio antiguo, enmarañado en memorias difusas y primigenias, quizá de su infancia, quizá de su adolescencia. Muy posiblemente, alcancé a adivinar, se trataba de una bestia urbana, fácilmente me lo imaginé de camisa y corbata, con manchas de catsup en los pantalones, con galletas y chocolates guardados en el escritorio, clips de papel entre moronas de papas fritas, a merced de un jefe autoritario, como los hay tantos en las oficinas de la ciudad; en casa poco o nulo el sexo y la convivencia familiar, con hijos avergonzados de él y de su condición física; Analizaba en silencio al sujeto en cuestión cuando éste decidió eructar, un eructo sonoro, abundante, produjo un eco húmedo, apagado, igual que sus ojos. La masiva gelatina de carne no pidió disculpas ni de excusó de alguna forma, mantuvo la mirada baja y las manos sobre lo que supongo eran sus piernas. Bajo el entendido de que él entendía un sauna como territorio de hombres, donde uno se revela tal y como es y deja a un lado buenos modales y apariencias sociales, acepté con gusto las tácitas condiciones y solté sin remordimiento ni angustia un rezumbante pedo, que si hubiera sido visible hubiera serpenteado y remolineado por el cuarto de vapor entero como una gran culebra con alas hasta perder fuerza y desvanecerse por completo. La gelatina de carne me miró con una mueca de disgusto, jadeó un poco más rápido, levantó la mirada, esperó tres segundos y el muy imbécil se atrevió finalmente a decir: -Eso es asqueroso- Le regresé la mirada, cívicamente sonreí, le devolví los tres segundos de espera y tan cortés como pude respondí -Yo soy vegetariano, no como más que legumbres y algunas semillas, mi estómago procesa todo con ayuda de agua pura y té de menta y otras plantas aromáticas, así que mis pedos no son más que el inofensivo aroma de verduras al vapor, delicioso (aseguré), por el contrario, y a juzgar por su apariencia, sus eructos están compuestos de lácteos en descomposición, carne en proceso de putrefacción, grasa burbujeante en constante ebullición y demás alimentos en eterno proceso de fermentación. La gelatina de carne, perturbada y ofendida, quizá un poco amedrentada por mi respuesta o pensando que no tenía forma de refutar mi argumento se levantó con dificultad y salió del sauna. Vaya pues señor, con sus eructos, su mundo de oficinista y su intolerancia a otra parte.
- Materias Primas -
Hacía frío, lo entiendo bien, cubrirse un poco en invierno dentro de las vitrinas de cristal en la parada del autobús es un derecho que a nadie se le niega; “irrefutable” si incluso se permite el adjetivo. Todo iba bien; las formas básicas de cortesía y de civilidad habían, si no sido seguidas a la perfección, por lo menos guardadas de la forma moderada que conviene a dos extraños en una parada de autobús. Los buenos días habían sido intercambiados. Todo iba bien, había ya mencionado, hasta que encendió un cigarrillo. Señora en extremo arrugada de unos 60, quizá de una piel demasiado sensible, blanca y llena de manchas, posiblemente antiguas batallas libradas entre su piel y el Sol. Cabello multicolor, causa no de matices tornasol o destellos irregulares de la luz de invierno a través de la ventana, sino de vulgares enmiendos de tinte de cabello sobre otro y sobre otro. Cigarro en mano y bolsa de plástico del supermercado en el brazo opuesto, la bolsa llena de paquetes de macarrón con queso de microondas y bebidas energéticas, muy posiblemente su dieta cotidiana y la de los suyos. Me miró y esquivó mi mirada al instante como para no tener que enfrentar alguna mirada inquisidora que pude haber dado: “Fumar dentro de la vitrina de una parada de autobús al lado de un extraño es de lo más normal y no es considerado grosero o poco amable” o quizá “Ni te atrevas a decirme nada que hace frío y no pienso apagarlo”. No pude contener una cierta ira y contrarresté lo que consideré una afrenta con un pedo largo, silencioso, mimético en su avance, de carácter asombrosamente expansivo; una bomba química, sigilosa, letal, asfixiante. La señora arrugada, impedida ya la respiración a causa del agobio causado por las neurotoxinas de mi expulsión, apagó de golpe su cigarro contra la pared de cristal, me vio y me llamó “cerdo”. -Querida señora arrugada- le contesté siguiendo el estándar de amabilidad iniciado por ella. -un pedo no es más que pequeñas cantidades de hidrógeno, dióxido de carbono y metano; estas sustancias en cantidades extremas podrían ser peligrosas, pero en la infinitésima cantidad en que las acabo de producir sugerir un efecto dañino resultaría ridículo e irrisorio; sus vías respiratorias están idénticas tanto antes como después de mi pedo; por el contrario, el humo de su cigarro contiene, mi arrugada madame, alquitrán, monóxido de carbono, óxido de nitrógeno, cianuro de hidrógeno, amoniaco y algunos compuestos radioactivos entre otros. Mi pedo es tan sólo un David enfrentado a un muy incrementado Goliat. Y usted acaba de llenarme los pulmones de porquería esta mañana.- Pensaba continuar y darle el tiro de gracia con un pedo más que rascaba ya mis entrañas, pidiéndome salir cual bebé que patea el vientre materno antes de nacer, pero afortunadamente para ella llegó mi autobús; al sentarme me asomé por la ventana y vi a la señora arrugada encendiendo otro cigarrillo mientras me acribillaba a muerte con los ojos.
- Propiedades Subacuáticas -
Una burbuja bajo el agua es un vehículo que transporta su contenido hasta la superficie; al llegar a ésta el vehículo pierde su forma y esencia y libera su contenido dejándolo dispersarse e integrarse con el medio ambiente sin más restricciones ni límites que la contengan. Compartía pues yo, el pequeño jacuzzi del hotel con una pareja y sus tres hijos; de haber sido menos de 15 minutos lo habría dudado pero llevábamos por lo menos una hora y media de agradable plática y muy seguramente tenía que ser así. La pareja, de carácter profesional y educada en las artes de la ingeniería, se disponía a vacacionar a unas seis horas en carretera de ahí pero habían decidido hacer una pausa y pasar la noche en el pequeño hotel. Por mi parte yo había tenido que visitar la localidad a causa de trabajo. Los tres niños jugaban, chapoteaban, buceaban y se salpicaban entre ellos y hacia todas direcciones, de antemano los padres me pidieron disculpas con sonrisas amables y con una delicada reprobación por lo que hacían sus hijos; y fue aquí que un nutrido tema de conversación sobre las condiciones económicas y políticas del país pareció agotarse y sentí que dadas las condiciones podía ser excusado de soltarme un pedo. Evidentemente se transportó a la superficie en una enorme y lenta burbuja que ascendió bailoteando hasta liberar su carga. Quizá la lentitud de la burbuja se debió a que los tres la contemplamos reflejando la luz de las lámparas bajo el agua, ascendiendo se desarrollaba y cambiaba sus contornos irregulares al avanzar, como si el líquido no fuera agua sino aceite haciendo difícil el progreso del avance de la burbuja hasta la superficie. La pausa de la plática se hizo aún más incómoda, pero agradezco a mis interlocutores el no haber reanudado la conversación con una crítica, una queja o una ofensa sino con tranquilidad, tacto y utilizando un tono meramente investigativo aunque un tanto irónico - ¿Fue eso un pedo? - preguntó el caballero con una sonrisita maliciosa mientras su esposa buscaba un pretexto para voltear la cara hacia otro lado. A lo que contesté simplemente -Si, lo fue-, -¿Y no le da pena tirárselo frente a nosotros?- Quizá sus logros académicos lo habían hecho un hombre que no se queda callado frente a lo que le molesta pero aborda la insatisfacción con decencia y amabilidad diplomática. A lo que, en un tono un poco más filosófico, respondí lanzando también una pregunta -¿A usted no le da pena que en ésta pequeña tina de hidromasaje o jacuzzi si así gusta llamarle, llevemos por lo menos una hora y media conversando y sus tres hijos, que al parecer no tienen más de seis años, no hayan ido al baño en ninguna ocasión? Podría fácilmente inferir que los tres han ya orinado a gusto una o varias veces dentro de la tina transformando esto en un caldo de meados además de otros fluidos corporales. Mi pedo fue transportado desde el fondo, llevado a la superficie y después de ser liberado se integró ya al ambiente. Muy posiblemente haya ya sido absorbido y expulsado por el sistema de ventilación del hotel; lo que hace un minuto fue parte de mí ahora flota y se dispersa fuera del hotel libre de hacer lo que plazca a su hedionda voluntad, no está más aquí y no ha causado daño a nadie; por el contrario ha dado un nuevo tema del que conversar, y aunque cierto es que los orines de sus hijos tampoco nos han causado el menor daño, el hecho es que seguimos sumergidos en ellos, la pipí de los pequeños sigue en contacto con nosotros y se acumula con el pasar del tiempo. La mujer, quizá con deseos de refutarme, de probar mi equivocación preguntó inmediatamente a los niños si sentían ganas de ir a hacer pipí, a lo que al unísono contestaron que estaban bien y que no era necesario; la pareja intercambió miradas y al igual que los orines el silencio incómodo nos envolvió nuevamente.
No cabe duda que, permitiéndome modificar el dicho para cuadrar en contexto, es más fácil ver el pedo en el culo ajeno.
Voluminoso y seboso se sentó a mi lado, como una inmensa gelatina de carne chorreando sudor, a cada movimiento reacomodando incontables pliegues de carne y reestructurando la forma de su cuerpo entero, podría jurar que el hombre tenía lonjas hasta en los tobillos. Además, otras características que hacían especial el de ya exótico fenotipo del individuo, eran sus ojos pequeños y no muy inteligentes, un tanto opacos, guardando quizá un odio antiguo, enmarañado en memorias difusas y primigenias, quizá de su infancia, quizá de su adolescencia. Muy posiblemente, alcancé a adivinar, se trataba de una bestia urbana, fácilmente me lo imaginé de camisa y corbata, con manchas de catsup en los pantalones, con galletas y chocolates guardados en el escritorio, clips de papel entre moronas de papas fritas, a merced de un jefe autoritario, como los hay tantos en las oficinas de la ciudad; en casa poco o nulo el sexo y la convivencia familiar, con hijos avergonzados de él y de su condición física; Analizaba en silencio al sujeto en cuestión cuando éste decidió eructar, un eructo sonoro, abundante, produjo un eco húmedo, apagado, igual que sus ojos. La masiva gelatina de carne no pidió disculpas ni de excusó de alguna forma, mantuvo la mirada baja y las manos sobre lo que supongo eran sus piernas. Bajo el entendido de que él entendía un sauna como territorio de hombres, donde uno se revela tal y como es y deja a un lado buenos modales y apariencias sociales, acepté con gusto las tácitas condiciones y solté sin remordimiento ni angustia un rezumbante pedo, que si hubiera sido visible hubiera serpenteado y remolineado por el cuarto de vapor entero como una gran culebra con alas hasta perder fuerza y desvanecerse por completo. La gelatina de carne me miró con una mueca de disgusto, jadeó un poco más rápido, levantó la mirada, esperó tres segundos y el muy imbécil se atrevió finalmente a decir: -Eso es asqueroso- Le regresé la mirada, cívicamente sonreí, le devolví los tres segundos de espera y tan cortés como pude respondí -Yo soy vegetariano, no como más que legumbres y algunas semillas, mi estómago procesa todo con ayuda de agua pura y té de menta y otras plantas aromáticas, así que mis pedos no son más que el inofensivo aroma de verduras al vapor, delicioso (aseguré), por el contrario, y a juzgar por su apariencia, sus eructos están compuestos de lácteos en descomposición, carne en proceso de putrefacción, grasa burbujeante en constante ebullición y demás alimentos en eterno proceso de fermentación. La gelatina de carne, perturbada y ofendida, quizá un poco amedrentada por mi respuesta o pensando que no tenía forma de refutar mi argumento se levantó con dificultad y salió del sauna. Vaya pues señor, con sus eructos, su mundo de oficinista y su intolerancia a otra parte.
- Materias Primas -
Hacía frío, lo entiendo bien, cubrirse un poco en invierno dentro de las vitrinas de cristal en la parada del autobús es un derecho que a nadie se le niega; “irrefutable” si incluso se permite el adjetivo. Todo iba bien; las formas básicas de cortesía y de civilidad habían, si no sido seguidas a la perfección, por lo menos guardadas de la forma moderada que conviene a dos extraños en una parada de autobús. Los buenos días habían sido intercambiados. Todo iba bien, había ya mencionado, hasta que encendió un cigarrillo. Señora en extremo arrugada de unos 60, quizá de una piel demasiado sensible, blanca y llena de manchas, posiblemente antiguas batallas libradas entre su piel y el Sol. Cabello multicolor, causa no de matices tornasol o destellos irregulares de la luz de invierno a través de la ventana, sino de vulgares enmiendos de tinte de cabello sobre otro y sobre otro. Cigarro en mano y bolsa de plástico del supermercado en el brazo opuesto, la bolsa llena de paquetes de macarrón con queso de microondas y bebidas energéticas, muy posiblemente su dieta cotidiana y la de los suyos. Me miró y esquivó mi mirada al instante como para no tener que enfrentar alguna mirada inquisidora que pude haber dado: “Fumar dentro de la vitrina de una parada de autobús al lado de un extraño es de lo más normal y no es considerado grosero o poco amable” o quizá “Ni te atrevas a decirme nada que hace frío y no pienso apagarlo”. No pude contener una cierta ira y contrarresté lo que consideré una afrenta con un pedo largo, silencioso, mimético en su avance, de carácter asombrosamente expansivo; una bomba química, sigilosa, letal, asfixiante. La señora arrugada, impedida ya la respiración a causa del agobio causado por las neurotoxinas de mi expulsión, apagó de golpe su cigarro contra la pared de cristal, me vio y me llamó “cerdo”. -Querida señora arrugada- le contesté siguiendo el estándar de amabilidad iniciado por ella. -un pedo no es más que pequeñas cantidades de hidrógeno, dióxido de carbono y metano; estas sustancias en cantidades extremas podrían ser peligrosas, pero en la infinitésima cantidad en que las acabo de producir sugerir un efecto dañino resultaría ridículo e irrisorio; sus vías respiratorias están idénticas tanto antes como después de mi pedo; por el contrario, el humo de su cigarro contiene, mi arrugada madame, alquitrán, monóxido de carbono, óxido de nitrógeno, cianuro de hidrógeno, amoniaco y algunos compuestos radioactivos entre otros. Mi pedo es tan sólo un David enfrentado a un muy incrementado Goliat. Y usted acaba de llenarme los pulmones de porquería esta mañana.- Pensaba continuar y darle el tiro de gracia con un pedo más que rascaba ya mis entrañas, pidiéndome salir cual bebé que patea el vientre materno antes de nacer, pero afortunadamente para ella llegó mi autobús; al sentarme me asomé por la ventana y vi a la señora arrugada encendiendo otro cigarrillo mientras me acribillaba a muerte con los ojos.
- Propiedades Subacuáticas -
Una burbuja bajo el agua es un vehículo que transporta su contenido hasta la superficie; al llegar a ésta el vehículo pierde su forma y esencia y libera su contenido dejándolo dispersarse e integrarse con el medio ambiente sin más restricciones ni límites que la contengan. Compartía pues yo, el pequeño jacuzzi del hotel con una pareja y sus tres hijos; de haber sido menos de 15 minutos lo habría dudado pero llevábamos por lo menos una hora y media de agradable plática y muy seguramente tenía que ser así. La pareja, de carácter profesional y educada en las artes de la ingeniería, se disponía a vacacionar a unas seis horas en carretera de ahí pero habían decidido hacer una pausa y pasar la noche en el pequeño hotel. Por mi parte yo había tenido que visitar la localidad a causa de trabajo. Los tres niños jugaban, chapoteaban, buceaban y se salpicaban entre ellos y hacia todas direcciones, de antemano los padres me pidieron disculpas con sonrisas amables y con una delicada reprobación por lo que hacían sus hijos; y fue aquí que un nutrido tema de conversación sobre las condiciones económicas y políticas del país pareció agotarse y sentí que dadas las condiciones podía ser excusado de soltarme un pedo. Evidentemente se transportó a la superficie en una enorme y lenta burbuja que ascendió bailoteando hasta liberar su carga. Quizá la lentitud de la burbuja se debió a que los tres la contemplamos reflejando la luz de las lámparas bajo el agua, ascendiendo se desarrollaba y cambiaba sus contornos irregulares al avanzar, como si el líquido no fuera agua sino aceite haciendo difícil el progreso del avance de la burbuja hasta la superficie. La pausa de la plática se hizo aún más incómoda, pero agradezco a mis interlocutores el no haber reanudado la conversación con una crítica, una queja o una ofensa sino con tranquilidad, tacto y utilizando un tono meramente investigativo aunque un tanto irónico - ¿Fue eso un pedo? - preguntó el caballero con una sonrisita maliciosa mientras su esposa buscaba un pretexto para voltear la cara hacia otro lado. A lo que contesté simplemente -Si, lo fue-, -¿Y no le da pena tirárselo frente a nosotros?- Quizá sus logros académicos lo habían hecho un hombre que no se queda callado frente a lo que le molesta pero aborda la insatisfacción con decencia y amabilidad diplomática. A lo que, en un tono un poco más filosófico, respondí lanzando también una pregunta -¿A usted no le da pena que en ésta pequeña tina de hidromasaje o jacuzzi si así gusta llamarle, llevemos por lo menos una hora y media conversando y sus tres hijos, que al parecer no tienen más de seis años, no hayan ido al baño en ninguna ocasión? Podría fácilmente inferir que los tres han ya orinado a gusto una o varias veces dentro de la tina transformando esto en un caldo de meados además de otros fluidos corporales. Mi pedo fue transportado desde el fondo, llevado a la superficie y después de ser liberado se integró ya al ambiente. Muy posiblemente haya ya sido absorbido y expulsado por el sistema de ventilación del hotel; lo que hace un minuto fue parte de mí ahora flota y se dispersa fuera del hotel libre de hacer lo que plazca a su hedionda voluntad, no está más aquí y no ha causado daño a nadie; por el contrario ha dado un nuevo tema del que conversar, y aunque cierto es que los orines de sus hijos tampoco nos han causado el menor daño, el hecho es que seguimos sumergidos en ellos, la pipí de los pequeños sigue en contacto con nosotros y se acumula con el pasar del tiempo. La mujer, quizá con deseos de refutarme, de probar mi equivocación preguntó inmediatamente a los niños si sentían ganas de ir a hacer pipí, a lo que al unísono contestaron que estaban bien y que no era necesario; la pareja intercambió miradas y al igual que los orines el silencio incómodo nos envolvió nuevamente.
No cabe duda que, permitiéndome modificar el dicho para cuadrar en contexto, es más fácil ver el pedo en el culo ajeno.
Puto el que lo lea
-Un chamaquito cualquiera- dice doña Isadora, -uno de esos vaguitos de la prepa 24 que no tienen nada que hacer más que estar jodiendo al prójimo - Asegura ella que lo vio, -con mis propios ojos - reitera. “Puto el que lo lea” -y cuando lo vi no le di mucha importancia pero sí me fijé bien bien quién era porque lástima, acabandito de pintar, todo blanquito que estaba - Y dice doña Isadora que el chamaquito cualquiera era el hijo de don Genaro el de la ferretería; y que andaba por ahí el muy salsa demostrando lo machito que era, y que la Antonia, la muchachita de Mercedes y él se la pasaban besuqueándose en la esquina después del colegio. No era más que unos cuantos metros de muro blanco, nada a los costados, - Justo el terremoto del Jueves había derrumbado el resto del muro menos esos diez metros, de la contención que tenía la cancha de fut sólo quedó, diría yo, más o menos eso, pero recién pintadito lo viera; tanto tiempo que había estado lleno de propagandas políticas y justo ahora que lo habían pintado se había casi completamente derrumbado.- Doña Isadora hace una pausa para subirse las mangas de la blusa -Y para acabarla de fregar el graffiti que puso el chamaquito ese. “Puto el que lo lea” decía. Y como el primero que lo lee es el que lo escribe pues me imagino que él mismo se echó la maldición encima ¿no? Que hasta la muchachita de Mercedes se quedó toda cabreada porque el chamaquito ya no la volvió a buscar. Y que se volvió gay como dicen que se dice ahora ¿no? Putito pues.- -Homosexual doña Isadora- - Sí pues, homosexual o como se diga, pero él fue el primero de muchos oiga, porque después todo el mundo que pasaba por ahí y lo leía pues también se volvía gay ¿ve? Menos el bruto de don Joaquín que nunca aprendió a leer. Y hombres así, bien machitos que yo conozco desde hace muchos años y que yo aseguraba que les gustaban las mujeres de repente se volteaban ¿ve? Ahí está don Gildardo esposo de Estelita, y Sebastián, al que le dicen El Piojo y que dizque entrenaba box, y Guillermo el peluquero que hasta dejó a la mujer y salió de su casa con uno rete joto que lo vino a buscar un día; y hasta que alguien comprendió - Se rasca la pantorrilla doña Isadora - que lo que estaba en el muro se volvía realidad, como hechizo pues, como brujería ¿no? - Si hay muñecos vudú que causan en la persona con la que guardan el vínculo lo mismo que le pasa al muñeco, entonces ¿por qué no con un muro, y con todo un vecindario? -¡Un muro vudú oiga! Hasta que Don Gildardo, que ya era re-putito, cubrió el graffitti de nuevo de blanco y escribió lo contrario: “Erosexual el que lo lea”- -He-te-ro-sexual doña Isadora- -Sí pues jóven; he-te-ro-sexual, y no porque a don Gildardo le disgustara su nueva preferencia sexual, pos allá él ¿no?, ya estaría de dios, y bien que se las aflojaba a Sebastián dicen, sino porque le trajo problemas con la familia, el trabajo, los hijos le dejaron de hablar dicen. Pero ahora ocurrió lo contrario, a Joaquincito que desde chiquito fue muy afeminadito, después de leer el nuevo letrero le empezaron a gustar las muchachitas; y sorprendida la Adela que siempre había dicho que qué guapo el Joaquincito y que qué desperdicio pudo por fin cumplir su sueño de andar con él ¿se fija?. El chiste, para no hacerle el cuento largo, es que lo volvieron a cubrir de blanco, que porque era peligroso, que qué brujería era esa, que mejor dejen eso quieto, y unos quisieron permanecer así gayses…- Gays doña Isadora- -Sí pues, gays, y allá cada quién ¿no? Y otros quisieron regresar a su estado normal. Pero lo importante de todo esto es que se descubrió que lo que se escribía en el muro se volvía realidad ¿ve? Y los vecinos al caminar por enfrente apresuraban el paso, y veían al muro sólo de reojo aunque ya estaba otra vez pintado de blanco, y se persignaba la gente oiga.- Doña Isadora se persigna ella misma como para enfatizar - Fue hasta un día que un borrachito de esos que se queda tirado en la banqueta se orinó en el muro, y fue el día que se dejó caer esa lluvia ácida tan hedionda en todo el barrio ¿se acuerda? Que hasta los pajaritos andaban ahí cayéndose muertos en las banquetas bajo los árboles. La gente que no sabía le echó la culpa quesque a la ceniza del volcán, pero nosotros los vecinos sabíamos que había sido la meada del borrachito ese en el muro. ¡Jesús! - Y don Gildardo que ya tenía el cuento del muro bien contado le echó 2, 3 cubetadas de agua para lavarlo dijo, y fue cuando llovió harto y se inundó la colonia ¿ve? Hasta que pusieron unas piedras alrededor, los mismos tabiques de la sección del muro caído y unas varillas y unos costales de cascajo y unos colchones viejos para que nadie se le acercara al muro otra vez, que buenas que malas intenciones mejor que lo dejaran en paz, y se turnaron los vecinos para vigilarlo hasta hacer una junta de vecinos y decidir qué hacer con el muro. ¡Ay, ni le ofrecí nada! ¿un tesito, un cafecito?- -Un cafecito doña Isadora- -Pero ¿se acuerda de Matías? - -Matías… Matías…- -¡Matías! El viejo panzón ese que era miembro del partido político que anduvo repartiendo su basura el año pasado, ¿ya se acordó? - -Ah, sí sí doña Isadora, tengo una bolsa del mandado con su cara, cada vez que la veo se me quitan las ganas de ir a comprar jeje- -Pues mire que ese viejo panzón anda ahí metido en ese partido y llamó a sus colegas y un día vinieron unos fulanos así de traje del ayuntamiento pero con cara de criminales oiga, yo como tengo la ventana aquí enfrentito y como mi Beto ya falleció el pobre pues me la paso viendo ¿ve? Pero no crea que soy chismosa. - -¿Cómo cree doña Isadora?, es la responsabilidad de buena vecina de mantener ojo vigía a lo que pasa en la calle.- -Pues mire que sí. Y como le decía, vinieron esos fulanos y estuvieron platicando ahí frente al muro, y quién sabe que tanto decían y le revisaban, unos lo midieron con una cinta, los otros analizaron los tabiques caídos, sacaban muestras de polvo y de cemento, vaya usted a saber; hasta le tomaron fotos al muro ¿ve? Y yo me cubría aquí con la cortina detrás de la ventana para que no me fueran a ver, Y después de una buena media hora que estuvieron ahí se fueron comportándose así medio misteriosamente.- -¿Y a dónde iban doña Isadora?- -Pues no sé, sabrá dios, se metieron a un restaurante caro dicen, que salieron alcoholizados y que uno hasta le dio una patada al perrito de Isaura, que aún cojea pobrecito lo viera; pero lo que sí es que algo se planearon ahí dentro porque don Matías, el viejo panzón ese, comenzó a decir muy enérgicamente en la junta de vecinos que le dejaran el muro a los del ayuntamiento, que ellos sabían mejor que hacer, que mejor ni meterse, que por la seguridad de todos, Y no es que no le hicieran caso ni lo tomaran en cuenta pero los vecinos serán locos, tendrán sus problemas o a veces andarán de genio pero ya habían hecho una lista de buenos deseos para pintar y escribir en el muro y que se volviera realidad; que una escuela grandota llena de hartos salones para los muchachos, que un hospital nuevo, que trabajo para los que no tenían y que un mejor salario para los que ya tenían, que la cura de las enfermedades de los vecinos, habían los que hacían peticiones sólo en su favor ¿ve? Pero se les restringía, que pidieran pero con la condición que no hubiera duda de que la petición era para el bien de todos; La mayoría de la gente reunida en comunidad muestra un buen corazón. ¡Ay, ya debe estar su cafecito- -Gracias doña Isadora, ¿dónde está su baño disculpe?- -Ahí al final del pasillo frente a los costales esos- Doña Isadora saca una cacerola, la puerta del refrigerador lleno de imanes de frutas y verduras, el maíz con sacatitos para imitar el pelo de elote; pone la cacerola al fuego con un poco de agua -Entonces don Matías, ese viejo panzón, al ver que el resto de los vecinos lo había excluido empezó a berrear ¿ve? Que no compañeros, que allá ustedes, que meterse con asuntos del ayuntamiento les traerá problemas, que cuidado con las multas y las sanciones, y el muy mierda que yo hasta podría salir perdiendo la pensión de mi Beto. La gente sí se asustó oiga, pero al final se mantuvo firme y valiente y le dijeron al panzón de Matías que la barda ni había sido construída por el ayuntamiento sino por ellos mismos, y que por consiguiente correspondía a ellos decidir qué se hacía con ella, o con lo que quedaba de ella ¿verdad?. Al siguiente fin de semana…- -Disculpe doña Isadora, ¿no tendrá azuquitar?- -Ay qué vergüenza, ahoritita mismo se la doy, es que mi Beto se lo tomaba así sin azúcar y pues me acostumbré.- -No hay cuidado doña Isadora, gracias.- -Al siguiente fin de semana se planeó lo del muro, se juntarían los vecinos por la mañana, unos les tocaría llevar la pintura, otros las brochas, unos dibujarían con lápiz los trazos y otros los rellenarían de pintura ¿ve?, a mí me tocaron las gorditas, y la esposa de don Chema dijo que prepararía un pozole si Laura le prestaba las cazuelas de barro de su negocio. El doctor juntó las firmas y sólo faltó la de panzón de Matías que se fue echando fuego del hocico pues. Y entonces sucedió lo del segundo terremoto, el siguiente Martes ¿se acuerda?, y lo que quedaba del muro se cayó completamente.- -Híjole doña Isadora, y que se quedan sin su muro de los deseos ¿no?- -Pues sí oiga, y buenos deseos viera usted, buenos para todos, para la comunidad, para los muchachos; a mí me hubiera tocado atención médica de calidad. Pero los del ayuntamiento y ese panzón desgraciado de Matías regresaron a intentar colocar de nuevo el muro, y no todo el muro sino sólo la parte que había permanecido en pie después del primer temblor; trajeron albañiles y les dieron instrucciones para que quedara como antes, los albañiles no entendían por qué habían de dejarlo incompleto y así como medio derrumbado de los costados, pero así, igual sin entender, tuvieron que seguir las órdenes de los del ayuntamiento; y al final lo pintaron de blanco nuevamente y los del ayuntamiento comenzaron a escribirle cosas, enunciados completos siempre con el nombre del delegado en mayúsculas, pero al parecer por más que lo intentaron nunca les dio resultado, nunca se les hizo nada realidad, se mostraban frustrados en sus intentos y agresivos contra nosotros, se nos impidió el paso y muchos tuvieron que rodear la cuadra para llegar a sus casas. Al final se rindieron y así lo dejaron, no construyeron el resto del muro ni quitaron los retenes que habían puesto, tan sólo se fueron y no volvieron más. Despidieron gente en el ayuntamiento, por eso que el panzón ese del Matías ahora anda sin trabajo. ¿rico el cafecito?- -De perlas doña Isadora- -Y así lo que le cuento ¿ve?- Doña Isadora suspira y con sus manos arruga sin motivo su delantal. -¡Ay, Mexicanos al grito de guerra… al sonoro rugir de un temblor!... ¿Se echa un tamalito?-
Educado
Podría llegar a pensarse del que anda por ahí de educado que esconde algo, que no son transparentes sus intenciones, que meticulosa y laboriosamente ha preparado complejos artilugios y los ha escondido o mimetizado, y los ha hecho acoplar con lisura en una fachada de generosidad y cortesía; su fin, misterioso y probablemente seductor; quizá hasta peligroso; pero ser peligroso, poner entonces en riesgo el bienestar de otro es considerado un hecho de pésima educación. Sería más educado quizá el ser aburrido, no ofrecer reto alguno al desciframiento de las intenciones propias, ser transparente y revelarse de inmediato al ojo del que pretende analizar y finalmente hacer una evaluación; pero siendo aburrido se corre el riesgo de ser negligente, indiferente al humor ajeno, de hacer entender al otro que no se aprecia su compañía, quizá arrogante, grosero, y la grosería es siempre considerada una falta de educación. -Don Luis…- recomendó Martha, -no sea pues un aburrido, pero tampoco ande por ahí de educado.-
Las leyes apócrifas del azar y la coincidencia
Dos ancianos que juegan al ajedrez, sombras diurnas de una vieja ciudad desparramándose sobre un desierto que parece lunar, quizá uno más altivo, de impecables barbas solemnes pero que parecen otorgarle el defecto de la arrogancia; la metrópolis es la que talló el viento sobre la arcilla, la que conformaron los andares de los mercaderes, rebaños y soldados de antaño sobre sus calles de polvo y hueso; las piezas del ajedrez se desplazan pues por una cuadrícula marfil y ébano rodeada por un perímetro de algún material acaso similar al estaño. Por las leyes apócrifas del azar y la coincidencia los ancianos repiten exactamente y sin saberlo, turno a turno, una partida antigua entre un rey Sirio y un viajero que apostaba a ganar el derecho al refugio, al perder la partida fue despojado de sus posesiones y de su vida, sus ropas y animales fueron entregados a los comerciantes. Los ancianos ignoran esta terrible casualidad. Se engendra entonces, quizá a manera de un mecanismo de ignición a partir de dicha coincidencia, la chispa que enciende las fauces de una deidad volcánica que después de dormir por más de un millón de años abre las puertas de su habitación ígnea, se ilumina su rostro y sonríe; Los acontecimientos siguientes están ligados a esta causa; dos caracoles se enfrentan a muerte en una batalla lenta y silenciosa, la Luna irrumpe y genera sobre la hierba ocre la colisión de un par de sombras largas y difusas en sus contornos. Dos gotas idénticas, no por su forma sino por su constitución salina, escapan de las fuentes que las emanan; la lágrima de un astronauta que se libera en el espacio y que refleja en su totalidad al tercer planeta; la otra gota, el sudor de un esclavo desterrado y enviado al desierto, cae desde su sien y se filtra por días en la arena hasta encontrarse y converger con un arroyo profundo y secreto; habrá de hablar sólo a la gente que lo escucha en un manantial Egipcio donde los hombres de poca fé lavan sus pecados e imploran el perdón. Dos ejércitos de caballos de mar con jinetes invisibles, galopando a flote, sacudiendo sus crines inmersos en una contienda marina; sin saberlo recrean una antigua batalla medieval a causa de la cual sucumbieron los imperios del norte y que, tras su caída, dejaron expuesta y a merced del reino del sur la gran biblioteca imperial consumida por las llamas del fuego y después del olvido. Siete siglos de ignorancia habrían de seguir. Un par de notas discordantes en un concierto clásico que un viejo considera genial y que lo hace conmoverse hasta el alma, suspira, llora de regreso a casa, besa el retrato de su hija menor; ésta noche morirá al preparar su cama; la melodía no dejará de dar vueltas en su cabeza, aún después de muerto. La colisión de un par de estrellas en una galaxia increíblemente lejana que dará lugar a una versión diferente del tiempo y del espacio. Una paradoja cósmica, un error en las leyes de la naturaleza, la implosión irremediable del Universo entero y el retorno a cero, una fracción de segundo donde no hay espacio ni tiempo. Una gota única que se ha engendrado en las entrañas de una nube miserable cae sobre la frente del anciano arrogante. - Está por llover, continuaremos la partida en otro momento - comanda. Y el mecanismo se detiene, y nunca sucede lo que ya había sucedido. Cae la tarde, otras nubes de más carácter se han juntado y engullido a la nube mediocre. Llueve a cántaros sobre la ciudad y sobre el tablero de ajedrez, las piezas se han caído y su disposición original se ha perdido, en la tierra se salpican de lodo; los ancianos nunca la recordarán. La paradoja cósmica se deshace y detrás de las nubes grises el Sol emite tímidos rayos de luz.
Tuesday, November 22, 2016
El Sol con un dedo
Así como así deja el soplete prendido, su llama azul y naranja golpea de lleno la mesa; sale del taller dejando caer el casco al suelo y tapa el Sol con un dedo, Las chispas rebotando contra la madera, saltando parabolicamente con destino al suelo; la soldadura derretida y desparramada, un trágico acontecimiento metálico. Maldonado no escoge el dedo gordo, éste lo escoge a él. Y ahora qué malparido jueputa! el negro Jeffrey se apresura a apagar el soplete; Manos gruesas y sucias, Hey! Que buen herrero es el negro Jeffrey. Pero Maldonado no hace caso; ya ha levantado su pulgar hacia el cielo y la luz del Sol se ha escondido por completo. Pero qué diablos! Ahora limpiar la soldadura derretida le costará la tarde entera. La huella digital del pulgar de Maldonado levantada hacia el cielo: Un agujero negro; ya la ciencia lo ha explicado así: poderoso e inclemente, carente de un átomo de compasión cósmica, succionando hasta el infinito el espacio y el tiempo, devorándose la luz con todo y su extrema velocidad; aquí es donde el tiempo se detiene y donde todo lo que la luz natural toca deja de hacerlo y deja paso a la oscuridad que cubre así con su manto el panorama; el dedo gordo de Maldonado: un eclipse humano, un sólo dedo regordete y achatado, de uña fisurada y llena de astillas, cien veces machucada y mordida, un dedo vulgar pero al parecer autónomo se interpone entre el Sol y la Tierra; y aquí, ya con el tiempo en suspensión, es que parvadas enteras de palomas se apresuran inmediatamente a su habitual escondite nocturno, y aquí que, muertos de desconcierto, los grillos desde la maleza y las grietas en el concreto comienzan su concierto. Hey! Maldonado! Hijueputa! El negro Jeffrey se ha quitado la máscara para soldar y se limpia ya las manos con un trapo. Algunos perros ladran y uno pequeño, negro y de patas blancas, de mirada quizá un poco más inteligente que la de su amo, rasca incesantemente la puerta de su casa. Pero Maldonado con una sonrisa infantil y perdida sigue levantando el pulgar y bloqueando la luz del Sol; ¿sonrisa casi pervertida la de la Maldonado no?, gesto un poco dislocado y ligeramente desviado hacia lo inmundo, sonrisa ésta invocada sólamente dos veces más en su vida; La última vez, la sonrisa llevada a mueca que se plasmó en su cara a los 13 años al levantar la falda de su prima dormida boca abajo al regresar del colegio; y el aro de luz al rededor de su pulgar tapando el Sol, y el cielo oscuro poseído de estrellas; la Vía Láctea desparramando gotas del blanco líquido por el firmamento entero. Estrellas de leche sobre la piel morena de su prima dormida. La primera vez: la sonrisa impertinente en su cara de 5 años, cuando contempló por media hora la casa de su tía Inés envuelta en llamas, las mascotas intentando escapar sin lograrlo. Maldonado! Maldonado! Gordo pendejo!, Doña Leonor que está ahí mirando es una escultura hecha de miedo que aprieta con todas sus fuerzas la escoba, barría la banqueta antes de voltear atrás y convertirse en una estatua de sal. El negro Jeffrey inconscientemente bloquea la naturaleza de los acontecimientos; no se da cuenta, no quiere darse cuenta, y finge sólamente interesarse en la irresponsabilidad de su empleado. Pero si son las 2 de la tarde; Doña Leonor con gran esfuerzo y sin soltar las manos de la escoba ha visto su reloj. Determinado el negro Jeffrey forza a Maldonado a bajar la mano y el pulgar levantado al cielo y lo contiene con todas sus fuerzas, como a quien se le quiere impedir entrar en un duelo a muerte; todo a la normalidad de nuevo, aves confusas de chillidos neuróticos salen de entre las ramas y bajo de los tejados, grillos llevados al caos se apaciguan, cesan de una vez sus retóricas nocturnas; hormigas y otros seres extravagantes de incontables patas van de vuelta a sus labores cotidianas, como iniciando apenas el día. La gente del pueblo también, pescadores y artesanos, profesores y estudiantes que miraban al cielo por las ventanas donde el Sol aparecía faltando poco a poco se reincorporan a la realidad que conocen, como pacientes que regresan de un proceso hipnótico y que no recuerdan nada se tallan los ojos. Habían pasado dos minutos en la oscuridad; no había sido tan sólo una nube. Doña Leonor había corrido despavorida haciendo uso de una reserva de fuerzas que había guardado desde hace 20 años atrás para una ocasión como esta. Maldonado bien sujeto entre los brazos poderosos del negro Jeffrey, la punta del su pulgar con una sombra naranja-ocre, como la que queda con la tinta para votar. La luz del Sol ha golpeado su cara y sus ojos se han mostrado nuevamente cristalinos y sinceros, su sonrisa idiota se ha desvanecido; de vuelta al taller, y el resto de la tarde en silencio, aunque se ha disculpado Maldonado, No sé cómo ha sucedido, no sé qué hacía ahí, de verdad negro Jeffrey, usted me cree verdad?, el negro Jeffrey está en pánico. Se dice que mientras a Maldonado le hacen estudios en el hospital de la ciudad capital, Es ese! Ese de ahí! Doña Leonor lo había señalado y un grupo de policías y doctores se lo habían llevado, no a la fuerza pero sí bruscamente, el negro Jeffrey se volvía poco a poco loco. Después de una exhaustiva serie de entrevistas a las que doña Leonor se negó rotundamente a participar, ya bien concientizado el hecho vivido, intenta distraerse y desentenderse de lo acontecido trabajando hasta 16 horas por día, pérdida repentina del cabello y de la sensación de cordura, de bienestar racional y emocional, se mira mil veces en el espejo y no se tolera, su propio rostro no se lo traga. Culpa, ansiedad y repetidas visitas a la iglesia, confesión y un diezmo que equivale al 40 por ciento de sus ingresos. Déjalo en Dios hijo mío, ya verás cómo te vas a mejorar hijo mío. No olvides la aportación hijo mío. Cómo se ha hecho mierda el negro Jeffrey, se dice que interrumpe abruptamente su concentración, se ha quemado varias veces con el soplete, mucho más que en sus inicios como maestro herrero hace 17 años; balbucea enérgico y después retoma la conciencia, traga contínuamente azufre y un líquido frío y ardiente, más parecido a una especie de ácido lechoso que a sudor, le empapaba toda la frente, los oídos y el cuello, una nata lechosa y viscosa le cubre permanentemente los labios. “Maldonado, el hombre eclipse” titulares gigantes en los periódicos locales y quizá no tan grandes en los de la ciudad, donde la competencia entre noticias estrambóticas es más feroz. “Que los científicos no han descubierto la causa real del eclipse, que fueron un total de 49 las poblaciones en todo el país abarcadas ese día por una oscuridad total, que muchos científicos atribuyen la causa del eclipse a otra cosa pero no saben a qué” otros más amarillos y con titulares más gigantes: “quesque hijo del diablo, quesque simiente maldita, quesque eclipse de Satanás; está internado en el hospital de Nuestra Señora pero aléjese si lo ve, no lo mire, pues puede quedar ciego, precisamente como quien viera directamente al eclipse” En la clínica trataban bien a Maldonado, no se le descubría nada de anormal o extraño a Maldonado, los estudios no revelaban ni mierda, pero se le daba de desayunar bien a Maldonado, y hasta un salario para compensar sus labores en el taller, ya se había cansado Maldonado, pero sea lo que sea se le tienen que seguir haciendo estudios a Maldonado, que ya se quiere ir a su casa Maldonado, pero ahora se friega y se aguanta Maldonado no? que es noticia importante y el jefe está muy pendiente de lo que se llegue a descubrir! El negro Jeffrey permanece por horas sentado al taller que no ha abierto más, al caminar arrastra sus pies que levantan polvo y así anuncia a los vecinos su llegada; es tan triste ver al negro Jeffrey así, no me lo puedo creer, ¿que por lo del eclipse dice? tantos años de ser su clienta, y no hay en todo el pueblo herrero que se le compare, El negro Jeffrey huele a meados, se balancea y levanta su pulgar al cielo mientras con la otra mano se cubre los ojos que de pronto, que tristeza, incurable ya dicen, juntando toda su fuerza de voluntad, se atreve a descubrirlos y mirar furtivamente al cielo, pero nada pasa, el Sol y su curso se mantienen ininterrumpidos, las nubes siguen enmarañándose en la atmósfera y cínicas exprimen a veces sus intestinos sobre el negro Jeffrey que sigue pensando que tiene que ir a trabajar, y con un periódico se tapa de la lluvia; llegar al taller dice, escuchar la puerta chirriar al levantarla, preparar la soldadura y terminar uno a uno los pendientes, recibir al cliente, generalmente con una sonrisa, ya lo conocen al negro Jeffrey, es un buen herrero y un buen vecino, pero cerrado de por vida tan sólo se sienta en el borde de su antiguo negocio, que su dueño nunca lo volverá a hacer un lugar próspero y respetable. Ya abandonados los estudios médicos y científicos se olvida el caso, los titulares son reemplazados por otros, la noticia se vuelve leyenda y las bromas callejeras pierden su efecto a causa de su harta repetición. Una tarde de viernes, un becario de apariencia mediocre y apellido rebuscado, ha decidido que trabajar un poco más es preferible a regresar al infierno de su casa. “Irizarás”, “Izarrarás” Cómo es el apellido del muchachito ese? Desde el comienzo de sus labores en el hospital se le ha prohibido la interacción directa con Maldonado recluido aún en un cuarto restringido, y se le ha limitado su participación en el caso estrictamente a la lectura de los reportes médicos y científicos. Muy mediocre el muchachito ese, A pesar de su inexperiencia obvia e ignorancia a consecuencia, a pesar de su cara llena de acné y no obstante su absoluta ineficacia para conseguir una novia, independientemente de sus ojos diminutos y de su ridículo cuerpo similar a un feto descomunal, el becario hace un gran descubrimiento; todo está en la huella digital del pulgar de Maldonado, parece cotejar a la perfección, lo había visto esa misma mañana en su libro de historia, con el laberinto de Creta, Junta la página del libro con una copia pequeña de la huella, ¿será? El libro se le cae, la posición es incómoda, arranca la hoja, la suposición de una posible certeza lo amerita; hace un par de copias en material transparente, las coloca sobre el proyector, lo conecta, Ojalá que funcione, lo enciende, se arregla las gafas; las siluetas de ambos, huella y laberinto, se juntan en un par de diapositivas por primera vez y se plasman casuales proyectadas en la pared; ésta eclipsa a aquella y aquella se cubre gustosa de la sombra de ésta, como almas gemelas que se acaban de encontrar; El laberinto de Creta, aquél donde moraba el temido minotauro en los antiguos cimientos secretos del palacio de Cnossos; la huella digital de Maldonado. El becario suspira, la huella-laberinto se refleja en la superficie de sus lentes rotos. En la clínica no hay más nadie, mañana revelará el descubrimiento, pero por ahora que en paz descanse el minotauro y la luz, que de éstos laberintos nunca escaparon. ¿Bondad, maldad, distorsión grotesca de la realidad y las leyes siempre constantes de la naturaleza, milagro o ciencia aún no explicada o entendida, historia repetida, broma cósmica de mal gusto? Tocará a los lectores de los diarios locales ponerle la etiqueta al caso. Dos pisos arriba Maldonado duerme, quizá el minotauro también.
Puntual
Cualquier entidad confinada a un punto tiende al infinito. Por eso que un preso en una celda diminuta sueña con el Universo hasta que lo posée, hasta que lo abarca por completo, por eso que en una semilla cabe un bosque, primero un árbol y los árboles que de ese surgen. Por eso que en una chispa se aloja un incendio y en un núcleo diminuto un ser vivo. Una catarina con sus puntos a cuestas no sabe el tesoro que lleva, una niña con la cara llena de pecas, un gato salpicado de manchitas negras; diminuto pero sin forma o tamaño resuelto, el alfa y la fuente de todas las dimensiones. Un punto. Un aleph diría Borges, Por eso que tu mirada lo refleja todo, por eso que en tus pupilas puedo observar el Cosmos.
Wednesday, July 20, 2016
Después de la media noche en "Guayabitos"
Número 325 de Hipólito Fregoso, a cuatro cuadras del malecón y del antiguo puerto de “Guayabitos” donde ahora, que un emplazamiento moderno de gran capacidad ha sido construido a no mas de 3 kilómetros, impera el olvido. Algunas gaviotas tuertas aún moran en sus muelles, algunas ratas viejas y cansadas quizá, pero donde las mercancías reinan los desperdicios también y la mayoría de la fauna del inframundo se ha mudado. Las olas aun golpean las corroídas estructuras manchadas de aceite, llenas de cicatrices creadas por el fastidioso ajetreo de los barcos de antaño. Nuevos seres se apoderan del lugar, bichos diversos del mar, mejillones, erizos y crustáceos que la evolución aún no ha provisto de nombre comparten los condominios de un nuevo ecosistema marino y viscoso. Dícese del fantasma de Doña Herminia Ahumada que también deambula por el lugar; una bolsa a cuestas, evidentemente de basura, revela su contenido metálico a cada paso, imitando ella el vaivén de los barcos; éstos por el romper de las olas en sus costados, aquella por la influencia del alcohol. Murió hace menos de un año y de su costumbre era, desde que quedo viuda de Don Germán Alarcón, de ahogar decía, sus penas en un altamar etílico; y el esposo muerto, y los hijos, todas sus vidas hechas en no sé dónde del otro lado ya no la visitaban, apenas la llamaban; a veces por tres o cuatro meses. Y tenía nietos decía, y hablaba incansablemente de ellos, a fuerza de elogios los recuperaba, los hacía suyos y obligaba a vivir a sus fantasmas en casa, pero no los conocía, nunca los vio ni sintió el calor de sus pequeños cuerpos al darles un abrazo. Y pensar que hace tan sólo un año: Y que ya camina Josuecito, y que Jazmincita ya aprendió a decir “mamá”, va a aprender inglés de volada viviendo allá, ahora que por fin me visiten y los conozca, ya verá doña Celia; pero Doña Herminia no los conocerá, por lo menos en vida, que la vida se le escapa y ceremoniosamente se hunde en este altamar etílico con tripulantes y capitán a bordo; solo las ratas escapan, que quizá sean las mismas que ahora habitan en los muelles. ¿Y de las bolsas que traía por las noches a cuestas que se sabía? Que de algún lugar se las habría robado, que a alguien se las habría quitado, que de la basura lo sacó pero, a verdad decía, que del barco de madera lo había robado; ¡Pues del barco ese de madera Doña Celia! la primera vez me metí preguntando por un baño, ¡pero qué barco tan viejo y tan bonito! y no había nadie doña Celia, y estaba cargadito de tanta cosa tan bonita. Y doña Celia más por compasión que por credulidad: ¿De veras doña Herminia? ¡Que sí doña Celia! la siguiente noche ahí estaba también, me metí preguntando si había alguien, pero nuevamente nadie contestó, y me había llevado la bolsa de basura con ropa vieja para regalar, pero dejé la ropa ahí en el suelo y la llené todita de lo que mas pude. Que dios me ampare doña Celia, (La señal de la santa cruz de por medio) yo sé que eso es robar pero el barco ahí solito y una rampa desde el muelle hasta la cubierta, como invitándome a entrar ¿no Doña Celia?, y tan lleno de cositas. Y la cama de la Herminia cubierta con todo tipo de objetos antiquísimos y preciosos. Un espejo, segurito de oro, y pulseras y diademas, y unas monedas tan extrañas e imperfectas, Doña Celia esperó en vano a que alguien de pronto se quejara del robo, algún museo, algun viejo acaudalado, algún coleccionista, pero no, nada, nadita; y doña Herminia que seguía llegando noche tras noche cargada de éstos objetos hermosos. ¡Pues ya le dije que del barco de madera doña Celia! ¿Que no lo ha visto? Ahí en puerto Guayabitos como a la una de la mañana que regreso de “La Parroquia” (nombre oficial de la cantina local). Y ahí está meneándose en el muelle, rechinando la madera de la que está construido, con la rampa dispuesta, alargando su brazo de madera hasta la plataforma para que ella entre; Yo siempre pregunto por si las dudas pero ya sé que nadie nunca responde, y saco mi bolsa de basura, ahora hecha bolita a los pies de la cama de Herminia, y la lleno todita de lo que más le cabe sin que se rompa. Y se lo juro Don Gil, le cuenta doña Delia al panadero, de un tiempo para acá la casa de la Herminia es un museo, llena de objetos viejos que parecen valiosísimos, que disque los saca de un barco de madera viejo atrancado en Guayabitos. ¿Usté lo ha visto Don Gil? ¡Que la Herminia es una borracha sin remedio le digo Doña Celia! Eso lo sé Don Gil, pero ¿y las cosas que trae consigo a cuestas? Yo las he visto con mis propios ojos Don Gil; ya verá, le traeré una muestra de la evidencia, pero no quiero decir a la policía, al fin de cuentas doña Herminia es mi amiga, hace mas de 30 años que la conozco y borracha o no es tan buena la pobrecita. ¿Cómo se siente mi amorcito? Doña Herminia aún le hablaba a Don Germán Alarcón, su difunto esposo, hacía contacto con él en el más allá gracias a una foto en sepia mostrándolo con gorra de marinero y bigote tupido, Que guapo que era mi marido ¿no Doña Celia? Y la comunicación con el mas alla nunca fue tan sencilla, cero pesos el minuto la larguísima distancia. Una foto en sepia enmedio de reliquias de oro antiquísimas y aun así el objeto más preciado que doña Herminia poseía. Una retrato de su amado esposo, un teléfono para comunicarse con los muertos, una especie de “necrófono”. ¡Ay que hermosos collares! ¿Le gustan Doña Celia? Se los regalo, lléveselos, en serio. ¿De veras Doña Herminia? Usté siempre tan amable. Y allá va Doña Celia directito con Don Gil el panadero a enseñarle los collares envueltos en papel de baño. De oro definitivamente Doña Celia, y de la major calidad, y éstas piedras son zafiros rosas, son carísimas, las siguen trayendo desde el oriente al parecer. Pero un buen día para tomar un cafecito, nublado y gris, de olas alborotadas lanzando espumarajos y gaviotas gritonas, doña Celia tocó a su puerta. Ya murió la pobrecita, le di un abrazo bien fuerte la última vez que la vi; la vi tan desmejorada, tan acabada por el alcohol, ¿En serio no lo ha visto doña Celia? Pues así de madera le digo, grande y viejo, con la cola como una trompa enroscada y una cabeza de caballo por el frente; con una vela enorme a rayas blancas y rojas; pues desvélese un poquito y me la llevo mañana en la noche para que lo vea y usted también saque lo que quiera, (La señal de la santa cruz; ésta vez sobre Doña Celia que se persigna) pero la mera verdad Don Gil me dio miedito y decidí no ir con ella; ya ve que se ponía re borracha ¿y yo qué voy a andar haciendo a la una de la mañana en Guayabitos? No sea que nos saliera un degenerado y entonces si. Ya cuando la fui a buscar de nuevo ya había muerto Don Gil, avisé a la policía y ese dia la calle se llenó de gente con bata blanca después de que los oficiales sacaron su cuerpo, médicos forenses me imaginé al principio, aunque se veía que tenían un grandísimo interés por los objetos que Doña Herminia había acumulado en cada rincón de su casa; ¿Pues cómo no Doña Celia? Después supe que eran antropólogos que venían de la capital a estudiar los artículos, unos trajeados me entrevistaron por una hora. Esa misma noche me armé de valor y decidí ir a la una de la mañana a Guayabitos y ver por fin el dichoso barco por mí misma, pasé a buscar al velador, a Gonzalito que trabaja ahí en la licorería, pero estaba re dormido y no lo quise molestar mientras trabajaba y terminé llendo yo solita; pero ni barco ni nada don Gil, tan solo una ratota que me salió al paso y me pegó un susto de aquellos. Y finalmente un día, unos meses después un periódico en las manos temblorosas de Doña Celia le mostró la noticia de frente al desenvolver un manojo de perejil; luego el mismo periódico en las manos llenas de masa de Don Gil, Encabezado de letras escandalosas, como gaviotas costeras, como feria de pueblo, como “La Parroquia” en domingo por la tarde; “Objetos fenicios descubiertos en costas mexicanas”. Y las gafas de Doña Celia a media nariz, y Don Gil pegado a su hombro y balbuceando las palabras, y el dedo arrugado y de uña francesa de Doña Celia dirigiendo la lectura en la columna; “...fueron hallados en la casa de Doña Herminia Ahumada después de que una vecina la reportara como fallecida…” No escupa Don Gil! “...analizados y sometidos al carbono 14 que dio resultados positivos para clasificarlos como auténticos objetos fenicios que fueron fechados entre 900 y 700 años antes de Cristo...” Y mire, mire esto Don Gil! El dedo de uña francesa de Doña Celia casi perforando el papel periódico “...según Doña Celia, vecina y amiga de hace 30 años de Doña Herminia, la fallecida confesaba hurtar los bienes de un barco viejo de madera anclado en el antiguo puerto de “Guayabitos” del que nadie tiene conocimiento; cabe mencionar que, de acuerdo a los expertos, la descripción que supuestamente hacía la fallecida del barco coincide sorprendentemente con una típica embarcación fenicia de hace más de 2,500 años; los más de 1,300 objetos hallados en casa de Doña Herminia van desde vasijas de barro con inscripciones fenicias hasta elaboradísimas joyas de oro adornadas con piedras preciosas, que después de un detallado estudio pasarán a formar parte de una muestra permanente en el Museo de Antropología e Historia de la capital mexicana”. Doña Celia guardará de por vida el collar de oro y piedras preciosas que le regaló su amiga; Don Gil sabrá conservar el secreto. Muy amable de su parte Don Gil. El antiguo puerto de “Guayabitos” es un lugar concurrido nuevamente; de día los restaurantes y los recuerditos alusivos al misterioso barco fenicio; una foto en sepia de la nueva celebridad: Doña Herminia a sus 30 años con peinado flamboyante y collar de perlas cuelga en la entrada de un museito de la localidad que no tiene más que réplicas baratas de algunos de los objetos reales de muestra en la capital; de noche la ya tradicional “Noche Fenicia” donde la gente ya no va con el propósito real de permanecer en el lugar toda la noche con el fin de tener la suerte de encontrar el barco, sino para pasar la noche cantando y bailando entre antorchas que sirven para dirigir al supuesto barco seguramente hasta el puerto: Representaciones alusivas, atuendos de broma, niños de todas las edades que narran la leyenda, que cuentan los quién y los cómo, los por qué y los justamente aquí donde usted está parado. Los muelles carcomidos siguen siendo golpeados por olas ahora más alegres, ahora reflejando las luces multicolor de los jolgorios nocturnos. La economía local sin duda ha mejorado. El 325 de Hipólito Fregoso, la casa de Doña Herminia, es ahora un hostal de malísimo gusto pero célebre como ningún otro en la zona; “Corazón Fenicio”; Rayas rojas y blancas de fachada a manera de vela de embarcación fenicia; Un gigantesco corazón une dos marcos de oro plástico con los retratos de Doña Herminia a sus 30 años y de Don Germán su esposo con su gorra de marinero. Ni ella misma lo hubiera diseñado mejor; muy seguramente navega con su esposo en un barco fenicio cargado de objetos preciosos por los océanos de un paraíso sepia; No se cansa de decir Doña Celia; De Fenicia con amor: Una nueva leyenda mexicana.
El otro ciclo
En mí las emociones dominan sobre la razón, dos ejércitos viejos y míticos, contrarios por naturaleza, quizá cansados de enfrentarse, se lanzan feroces uno contra el otro, pero el primero carcome poco a poco al segundo, y lo abarca, y lo somete. Logra, ya vencido el oponente, abrir las pesadas compuertas de la presa que contiene el llanto, y en torrentes salados inundar el campo de batalla. Victoria! Un espejo de agua, desolación, los chasquidos que producen los pasos de los soldados vencedores. No es tan malo después de todo, se limpia el escenario, se libera la presión ejercida sobre las murallas que contenían las lágrimas; ahora el campo de batalla está limpio de nuevo. Aquí no pasó nada, se hizo más fértil, quizá valió la pena el despilfarro. Hasta la próxima, hasta la siguiente batalla, que se cierren las compuertas y que una a una las lágrimas se acumulen y produzcan el llanto que habrá de derramarse en otro momento por alguna otra razón, cuando los dos ejércitos tengan que arreglar sus diferencias nuevamente a punta de espada. Nunca nadie se ocupó de describir éste otro ciclo del agua.
DNA
Desearon bailar el uno con el otro; sin música, cobijados sólo por el calor, el silencio y la oscuridad. Sus cuerpos desnudos, sus alientos exaltados por la fricción y el movimiento. Las manos de ella y las de él, las piernas de ella y las de él, sus labios unidos en un eterno beso, sus cuerpos entrelazados en una sola fuerza creativa; complemento el uno del otro de doble espiral ascendente e infinita; los ingredientes y las instrucciones mismas para la creación de la vida.
A Talita esta noche
La miel pura que cae desde un frasco de cristal, la partícula de polvo que desciende sobre la superficie de la Luna, un caracol que inadvertido se desplaza sobre la hierba nocturna; así tan lento; la respiración de un ser antiguo y colosal en el fondo del mar, las pequeñas burbujas que desde su boca ascienden, el girar de la Vía Láctea y la luz que en el espacio se propaga, todas ellas; la oración sabia de un anciano venerable, el viento fresco que circula el Oráculo de Delfos a la puesta del Sol; entidades recíprocas al beso que te mando ésta noche, y que sobre tus labios decide descansar.
Monday, December 21, 2015
Las mariposas de Doña Sofía Irazusta
Terrible decepción, un artificio vulgar, sin embargo de creativo diseño, de sofisticada fabricación. Don Adán del Olmo, encumbrado señorón de los barrios del sur, se había enamorado prematuramente de Doña Sofía Irazusta, sentado en la mecedora de su balcón la había visto pasar un día, él mirándola sin reparo y de boca abierta (a pesar del cuidado que ponía en preservar su prestigiada posición social) ella meticulosamente desviando la mirada e intentando ocuparla en objetos superfluos que trataba no obstante como encantadores; a él se le había caído la bebida helada encima, el periódico, aparte de su pantalón, también se le había mojado y las noticias del mundo se le deshacían en pedazos de papel mojado entre sus manos; las barbas canosas, por lo común onduladas, se le habían alisado y colgaban de su cara como espaguetis sobre-cocidos. A tal desasosiego se había sometido. A ella, sólo una delicada y coqueta sonrisa se le había escapado de los labios. Y es que Doña Sofía Irazusta, una viuda recién llegada al barrio, no sólo era bella y elegante, no sólo portaba con ella las maravillas creadas por hombres que el dinero podía comprar, sino que al parecer, también era acosada a su paso por la belleza natural. A Doña Sofía Irazusta la seguían por doquier por lo menos una docena de mariposas multicolor. -El abuelo está enamorado y espía por la ventana todas las mañanas cuando pasa Doña Sofía y sus mariposas, y las manos le tiemblan, y la voz se le entrecorta, y comienza a decir tonterías, se vuelve un poco pesado, regresa a sus 17.- Que Don Adán del Olmo intentara hablarle le resultaba imposible, ella se veía tan majestuosa, tan perfectamente bella; qué diría su difunta esposa si él se dignara acercarse a ella. Pero Doña Sofía y sus mariposas vulneraban cualquier poder de auto-control y restricción que él mismo pudiera haberse impuesto, y desencadenaba el temor que sólo un hombre asomándose al precipicio del amor pudiera entender. La historia no es larga y lo que de súbito comenzó de igual forma se acabó. El vértigo producido por aquél enamoramiento se detuvo de pronto en seco como detenido por un muro imponente de roca maciza. Fuego de hierba seca dicen, que prende escandalosamente por sólo unos segundos y después como por arte de magia desaparece. No bastó más que hablar con Fermín Ibáñez para descubrir la terrible verdad. La confianza que se le tiene a un amigo y el buen consejo que por consiguiente uno recibe. -Pero Don Adán, usted que lee el periódico a diario debería de estar enterado de las modas tecnológicas. La docena de mariposas que siguen a Doña Sofía están irremediablemente atadas a ella, encarceladas virtualmente en una circunferencia de no más de cinco metros al rededor. ¡Tecnología japonesa de vanguardia! Un chip casi microscópico y un dispositivo eléctrico que llevan a cuestas las obliga a circunscribirse a ella. Cada vez que una mariposa se aleja un poco más del límite establecido, recibe una ligera descarga eléctrica que la hace regresar y mantenerse dentro del círculo donde su querida Doña Sofía es el centro- -De modo...- dijo Don Adán del Olmo, -...que las mariposas no tienen más remedio que acompañar a Doña Sofía en sus caminatas diarias por el parque- -Que tragedia, que abuso, que aberración de la belleza como tal. Que se tome nota Don Fermín, que la vanidad femenina no tiene límites. Algo que debería ser espontáneo se reduce a un curioso caso de tortura insectal- -Animal Don Adán, animal-
Al morir
Al morir (digo yo, que no soy nadie) uno se convierte en el último observador, que observa a un penúltimo y éste a un antepenúltimo y a una serie larguísima de observadores, hasta así, llegar al primer observador, el que colapsa todas las opciones en una y tangible realidad al tan sólo abrir los ojos y mirar su entorno. Al morir (digo yo, que no soy nadie) que como último observador uno pasa a formar parte de la consciencia universal, la que lo abarca todo, la materia y la energía oscura; intangible, immeasurable e invisible pero que manifiesta su fuerza y que todo lo contiene; y así el Universo crece y es cada vez más grande, a razón exponencial y directamente proporcional a la cantidad de seres que un día pasan de la vida a la mal llamada muerte.
Saturday, July 4, 2015
Entanglement
Que si se duda del prodigio del “Entanglement” he aquí un botón de muestra: “Entrelazamiento” se podría decir, más su constitución fonética en Inglés está de hace tiempo plasmada en el imaginario colectivo. Y bueno pues; aquí está la magia, (o lo que parece ser magia) siempre apoyada en la contundente evidencia de una realidad aún misteriosa. Dos personas: un niño de quizá 11 y un anciano, separados por decenas de miles de kilómetros, que no se conocen y que apenas un día se vieron uno al otro en la sala de espera de un aeropuerto, de diferentes culturas: el primero nacido en una calurosa y rítmica ciudad de Sudamérica, colmada de esencias florales y patrones festivos, el segundo en una enmarañada metrópolis del Medio Oriente, saturada de excéntricos sabores y tradiciones milenarias, dos personas que hablan diferentes idiomas, que visten distinto, que tienen la piel y los ojos de diferente color. Uno aprendiendo día con día las cosas simples y las complejas que constituyen los saberes de éste mundo, el otro disfrutando el ocaso de la vida en un placentero letargo de ecuánime felicidad silenciosa. Y no lo saben, para nada se lo imaginan, pero por unas cuantas horas al día, cuando en la casa del primero transcurren apenas las primeras horas de la mañana y sobre el hogar del segundo está por ponerse el Sol, se establece cotidianamente un vínculo sutil e invisible; los dos seres se entrelazan. Por ejemplo: tan sólo durante esas cuantas horas de éste día hablarán y sonreirán al mismo tiempo, dirán las mismas cosas y tendrán los mismos pensamientos; les dará por cantar o bailar al mismo tiempo, uno meneará las caderas, el otro chasqueará los dedos, estarán de buen humor. De pronto decidirán acariciar a sus mascotas, uno a perro pequeño y juguetón y el otro a un gato enorme y holgazán, bostezarán. Ambos sucumbirán ante el rojo perfecto de una manzana y la morderán con gusto, mientras la devoran ambos se detendrán a observar el cielo y pedirán un secreto deseo, los dos se interrumpirán para hojear una revista llena de color, una llena de superhéroes la otra de recetas de ensaladas multicolor. De pronto irán al baño y decidirán al mismo tiempo verse en el espejo, uno se imaginará a sí mismo de adulto y con barba, el otro se mirará una tenue cicatriz producto de una riña de niño en el colegio, ambos se llevarán la mano a la cara y se acariciarán la mejilla al mismo tiempo, ¡todo al mismo tiempo! con el mismo ritmo y cadencia, siguiendo el patrón de un armónico equilibrio que desconocen por completo. Ambos tomarán una ducha y jugarán con la espuma del shampoo, después se echarán agua en los ojos para limpiarlos de jabón y se los tallarán con el dorso de la mano, cada uno en su lengua dirá la grosería apropiada. Después silbarán una canción alegre mientras se secan con una toalla del mismo color, de pronto se sentirán contentos, afortunados, incluso felices y acompañados, de alguna forma sintiendo que en el mundo todos los seres vivos estamos unidos. Mientras se visten ambos decidirán mirar por la ventana de su habitación y al pasar de la gente en la calle pensarán en una mujer, en la que es especial en sus vidas, el niño la verá en el salón de clases, el anciano la tiene en casa e irá con ella al teatro, ambos cerrarán por cinco segundos los ojos para imaginar el aroma de su cabello. El “entanglement” se romperá por lo menos por ese día; al niño su mamá lo apurará para subirse al coche, al anciano lo distraerá el timbre: la inesperada visita del vecino de enfrente.
Tuesday, June 16, 2015
El charquito
Que a una comunidad de gotas de lluvia se les haya ocurrido conformar un charquito tan pronto como cayeran a tierra es una cosa, que en esa mañana lluviosa tú hayas decidido caminar con la mirada fija al suelo igual que yo y que nuestras miradas se hayan encontrado reflejadas en el charquito es otra muy diferente. Es la prueba irrefutable de que dos seres diferentes pueden coexistir al mismo tiempo en el mismo espacio armónicamente. Eventualmente el charquito se evaporó y se llevó a cuestas tu imagen y la mía a la altura de las nubes. Yo te busqué durante los días de Sol pero no te encontré, quizá sólo existas cuando llueve. Me mantendré pendiente para la lluvia que viene, iré a buscar en la misma comunidad encharcada de gotas de lluvia tus ojos en su reflejo.
Thursday, June 4, 2015
La Segunda Página
El sueño comienza así: con monjes envueltos en mantas dentro de un monasterio oscuro, algunas velas viejas cubren de ocre luz el entorno y también iluminan un patrón, acaso árabe, extendido sobre el suelo frío; estoy descalzo, soy apenas un niño de ocho años y una mano extraña y autoritaria me guía del hombro hacia adelante. Qué me puedo esperar si yo también estoy envuelto en mantas. Me han llevado ahí contra mi voluntad pero aun así camino. Algo me han dicho, de alguna forma me han convencido. Los monjes me habían estado esperando, quizá son cinco los que están de pie frente a mí, quizá son más escondidos en la oscuridad, y ahora me detengo frente a ellos, el dueño de la mano que me guiaba da dos pasos hacia atrás, hace una reverencia y se retira, los monjes descubren sus caras y me miran, la sombra de sus narices bailotea en un costado de su cara gracias a la luz de las velas. El de en medio desenvuelve de un paño blanco un enorme libro y me lo entrega. “La Sagrada Biblia” se lee en la portada, las letras doradas parecen recolectar la escasa luz y amplificarla. Intento fingir la decepción que el presente me causa, tengo ocho años pero ya profeso una cierta aversión a éste libro. Los monjes parecen adivinar mi sentir y se limitan a sonreír, pero su silencio me dice que no quieren que tan sólo lo sostenga, desean que lo abra. La primera página; una completamente blanca; reconozco que el libro tiene un extraño fulgor que emana de él. La segunda página me llena de sorpresa, contiene una decena de fórmulas matemáticas, la principal dentro de un círculo y el resto alrededor unida al centro con una línea. Reviso rápidamente el resto del libro y me doy cuenta de que está completamente lleno de fórmulas, no hay una sóla página que contenga texto, ni siquiera la palabra “Dios”, el único texto que se percibe es el que da el nombre a cada libro. No entiendo mucho de lo que se trata, pero al parecer en el libro del Génesis están contenidas las fórmulas que explican el Big-Bang y la formación de las galaxias, el Éxodo contiene la explicación matemática de la expansión y aceleración del universo. El Apocalipsis comprende el viaje a través del tiempo y el espacio, los agujeros negros y el bosón de Higgs. En el resto de los libros la explicación teórica de todo, desde el patrón de vuelo de una mariposa hasta la fusión nuclear dentro del núcleo de una estrella, las relaciones matemáticas que existen entre las notas musicales, los colores, las formas, las texturas y la belleza, la explicación física de las emociones humanas, especiales apartados para la compasión y el amor, también la descripción minuciosa de la naturaleza de la luz y el tiempo. La sección áurea y el porqué de la cantidad de veces que un colibrí aletea por segundo. La explicación de porqué el diseño de las venas en un tejido vivo es similar a un relámpago en el cielo o a un río sobre la tierra o al crecimiento de las ramas de un árbol. Mi corazón da un vuelco, prácticamente el libro es un compendio de las reglas que rigen el universo y por lo tanto la fórmula dentro del círculo en la segunda página es la que unifica a la física clásica con la física cuántica. La que pone de acuerdo el movimiento de los planetas alrededor del Sol y el de los átomos alrededor de un núcleo. Estoy lleno de emoción, pues en mis manos tengo el verdadero lenguaje divino, los cómos y los porqués de todo, me resulta incongruente que el libro tenga por título “La Sagrada Biblia” pero creo que por otro lado tiene todo el sentido. Los monjes sonríen y se acercan a mí, sin protocolos que delineen la naturaleza de ningún rito me hacen prometer que divulgaré la palabra de Dios. Yo también sonrío.
Tuesday, April 7, 2015
El cuarto hijo
De los cinco hijos el cuarto había muerto. Nadie lo vió caer de la empinada ladera, pero cierto es que los elementos que lo rodeaban habían contado la historia. Ahí estaban las huellas de la gacela que había perseguido e intentado acorralar a las orillas del peñasco, ahí sobre la tierra las líneas sinuantes de la serpiente que a su paso lo habían hecho perder el equilibrio y finalmente caer, ahí sus propias huellas descalzas, acometidas al principio, vacilantes y perdidas al final. Una marca profunda del último talón que había hecho contacto con la superficie mostraba cínica su naturaleza. Al fondo, su propio cuerpo tendido en jirones sobre la maleza, la roca manchada el filo de sangre y su cabeza en el centro de una charca de rojo óxido sanguíneo. Hormigas de cuerpo granate habían presenciado el suceso y habían cubierto con una manta de puntos móviles un rostro inerte de ojos abiertos, esferas opacas de lechosa superficie negra desplegadas hacia el cielo para el disfrute de las nubes que sobre ella patinaban. Su cuerpo fue transportado a la aldea, a través de ciénagas y pastizales, que una vez tuvo un nombre pero que ahora ha cobijado el olvido. La sangre de su cabeza, la tierra pegada a su rostro fue también bañada con lágrimas, su madre había arrojado el mar por los ojos y balanceaban el cuerpo del hijo muerto en un vaivén de tristeza profunda. No importaba que tan sólo fuera uno de cinco, para una madre un hijo es a la vez un individuo y a la vez lo es todo. Paradójica realidad que quizá sólo ofende a la omnipresencia divina. Se había vestido la aldea de correspondiente luto y se había encaminado al difunto envuelto en mantas sobre hombros de familiares y amigos. Tambores y cánticos de ahogada tristeza acompañaban y rendían homenaje a lo que fue y había dejado de ser. Su cuerpo fue enterrado bajo la sombra de un árbol de tronco anudado: convenía a la familia y hacía juego con los brazos del abuelo que cavaba con esmero la tierra de arcilla seca, que una vez fue del color del fuego y ahora del de la ceniza.
De acuerdo con un conteo extenso y a conciencia del transcurrir de los objetos celestes un lustro había pasado, el hijo muerto, el difunto, había un día entrado caminando por uno de los senderos laterales de la aldea que el olvido había cobijado. Su cuerpo se había convertido en el de un hombre y había sido colmado de músculos férreos y una altura estelar, cicatrices sobre cicatrices cubrían su torso y sus brazos, quizá una vetas en su cara enmarcaban de costado sus ojos, sus carnes habían sufrido incontables laceraciones que se adivinaría portaba con orgullo. Su mirada reflejaba el regalo (o el castigo) de la sabiduría y la madurez de un varón forjado con trabajo intenso y experiencia. Su cuerpo entero era lienzo de extraños símbolos y colgaban de él adornos similares a los de las aldeas más lejanas, donde las vestimentas locales han cubierto las partes íntimas y el idioma está contaminado de Francés. Había pasado caminando justo al lado de su propia tumba, ignorándola por completo, desdeñando el hecho de que ahí mismo se había acabado, por lo menos para la aldea, su propia existencia. Una flagrante violación a las leyes de una lógica antigua, que quizá también había sido cobijada por el olvido. Había sido visto con miedo, con angustia, también con terror, y las gentes del pueblo se habían encerrado a su paso y habían sólo mirado a través del refugio de sus propias puertas y ventanas. El hijo muerto, el difunto, caminó sin embargo hasta la puerta de la que había sido su casa. Desde la distancia la señaló, como para cerciorarse de que aún la recordaba perfectamente, con una sonrisa se felicitó y profirió una alabanza que en una lengua desconocida significaba “gracias”. Reconoció a los perros que merodeaban las chozas de la aldea, quizá faltaba uno o dos pero también había un par de canes nuevos que a pesar de sus ojos benevolentes le ladraban obstinadamente, reconoció la disposición de los árboles y los arbustos que rodeaban su antiguo hogar y se empapó de toda la alegría que se había acumulado en el depósito del tiempo, lloró lágrimas de de una solución muy similar a la sabia del Baobab que limpiaron en líneas descendientes su rostro de polvo y tierra. Al llegar, quizo abrazar a su madre quien abrió la puerta al entender de ladridos una situación no común, un visitante extraño quizá, pero ésta lo abofeteó y pidió a gritos auxilio, las gentes de la aldea, incluídos hermanos y otros familiares, lo rodearon con machetes y lanzas y de no ser porque profirió su nombre a gritos habría muerto (quizá por segunda vez) en ese mismo momento. La madre prefirió el desmayo y el resto de la aldea la petrificación, se le consideró un espectro cubierto por símbolos ilícitos, un demonio encerrado en un cuerpo de hombre, una completa distorsión de la realidad, una afrenta personal al orden establecido por los dioses encargados de la administración del lugar, se le rodeó y se le ordenó ponerse de rodillas, en un batir de alas de colibrí estuvo atado de pies a cabeza. Una vez recuperada la cordura y de cierta forma la sanidad, la madre recobró fuerzas, tomó agua y con esmerado sigilo se convenció de que era necesario acercarse al individuo que, acaso, no sólo clamaba ser su hijo, sino prácticamente un hombre que había vuelto de la muerte. La aldea esperaba con morbosa impaciencia su entrevista. No sólo la de una madre que no ha visto a su hijo en cinco años sino la de un vivo con un muerto. Mientras tanto, se dilucidó en una junta especial de los jefes de la aldea sobre la ardua tarea, no por la dificultad de la labor física sino por el peso moral de la profanación, de cavar nuevamente el lugar donde ese difunto que ahora se mostraba frente a todos como si nada había sido enterrado. Se hizo traer a tres de los hombres más valientes de la aldea, quizá previamente expuestos a los humos y a los poderes de hojas mágicas de los magos, y entregadas las herramientas se dieron a la tarea de abrir nuevamente lo que había sido cerrado, de desenterrar y traer del pasado al presente la evidencia de lo que ya había sido olvidado.
¡No había muerto! el difunto había jurado, había estado más que vivo todo este tiempo, es verdad, se había golpeado la cabeza fuertemente al caer, aún tenía la cicatriz, y se la tocaba, y se la mostraba al resto de la gente que presenciaba la entrevista, pero después de estar tumbado ahí en la maleza por largo tiempo una tribu que nunca había visto había aparecido y lo había socorrido, llevaban agua en unos depósitos que no conocía y le habían humedecido la herida de la cabeza con la misma mata con la que se fabrican las balsas y con lodo y lo habían hecho dormir frotándole unas hojas desconocidas en la frente, no recordaba nada durante el trayecto, pues lo habían transportado a otro lugar, tan sólo sabía que el camino había sido largo, quizá había durado días, el sol y la luna pasó sobre su cabeza por lo menos tres veces, pero en realidad no sabía, pues el tiempo que había transcurrido estaba entretejido con fibras de inconsciencia y caos, y repetía su nombre una decena de veces. Sólo recobraba un poco de cordura al tomar agua o mascar una solución hecha con flores secas que lo reanimaba gradualmente. Algo sí tenía muy claro, algo que se distinguía del resto de los recuerdos viscosos, ésta tribu caminaba con leones. Se desplazaba de un lugar al otro siempre en continua compañía de leones grandes y pequeños, en medio de la tormenta que golpeaba su cabeza podía verlos siempre a su lado, y aunque no tenía las fuerzas ni la coherencia necesaria para sentir miedo podía reconocerlos e incluso recordar su nombre, olerlos, escuchar sus bostezos cuando la tribu se detenía a descansar. Los hombres de esta tribu hablaban una lengua extraña pero dulce, armónica aunque acaso monótona, y habría jurado que el nombre del león en esa lengua era de un carácter sagrado, que se debía enunciar con respeto. Durante el trayecto, había reparado en las respiraciones de los leones a su lado, había detenido la mirada como hipnotizado, en su pelaje de ocre ondulándose con el viento y sus lenguas rugosas que trazaban sobre sus cueros la húmeda superficie de la higiene felina. Cuando hubo por fín despertado, los hombres de la tribu extraña se alegraron y le brindaron el sustento necesario para su total recuperación, abrazándose a ellos mismos le hicieron ver que los leones eran de su carne y que no había por qué temerles, de sus pieles pintadas de gris y cobalto colgaban esmeradas joyas y amuletos tal vez fabricados por dioses más poderosos que los suyos, el líquido que le hacían beber mitigaba el dolor, pero era también un brebaje que acrecentaba su lucidez y que le permitía observar con más detalle las apariencias. Seis docenas de ojos, humanos y felinos lo miraban amistosamente, no había necesidad de regresar a la aldea, se le consideraría perdido pero de pronto buscaría la forma de hacer saber que estaba bien, rodeado de todas esas cosas desconocidas que llenaban sus pupilas de maravilla no había forma de sentir urgencia en volver. No lo hizo.
De esa gente aprendió el idioma, las costumbres, aprendió la naturaleza del porqué de sus acciones y adoptó sus gestos, estableció vínculos con unos y otros y perfeccionó las habilidades que el grupo apremiaba. Con el tiempo su valor irreprochable se hizo necesario para obtener el sustento de su comuna, donde hombres y leones se desplazaban de alba al ocaso en busca de presas. Los unos discernían los elementos en la tierra olfateando para localizar a las presas, los otros fabricaban armas y herramientas, los primeros alcanzaban a la presa y la acorralaban, los otros tendían trampas y encendían el fuego, unos proveían al grupo del bien sagrado de la seguridad, otros hacían mezclas de plantas y raíces para curar enfermedades y sanar heridas, nunca hubo una sociedad simbiótica tan armónica, nunca sobre la faz de la tierra que nutre este Sol. De los leones aprendió el significado de una amistad libre de traición, espejo fiel de la naturaleza animal y modelo de los valores de la tribu. Mordiscos y arañazos (el motivo de sus mil cicatrices en la piel) no fueron más que las miles de horas dedicadas al juego con los leones. Y al cabo de otro lapso de tiempo se enamoró, y la aldea, ya de por sí olvidada se convirtió en un pedazo negro de carbón incrustado en las paredes de la cueva más oscura, quizá fue sólo la madre el diamante escondido dentro del carbón, aún precioso y de carácter inmutable. De la mujer gris y cobalto pendían gemas verdes que denotaban, si no su nobleza por lo menos su rango, y de ella tuvo dos hijos, les dió nombres hídricos acordes a su nueva tradición con el fin de conjurar el agua en esas regiones secas y donde la lluvia solo favorece a la tierra menos de una decena de veces por año. Los enseñó a no temer a los leones pero al mismo tiempo a no interrumpir su sueño o infringir ciertos límites impuestos previamente por las costumbres. Una pequeña sociedad nómada: pacífica y autosuficiente, en guerra sólo con el hambre cuando la tenían, con el frío de la noche, con los caprichos irreconciliables del tiempo. El difunto, quizá en su infancia, había soñado una noche de paz y calor vivir así.
Una gran cacería sucedería un día, al menos seis gacelas habían quedado atrapadas sin querer entre los límites de un peñasco (no la parte de arriba sino la inferior, amurallada de rocas infranqueables por las gacelas y quizá a la orilla septentrional del mismo peñasco por el que al difunto se le considera como tal) unos gigantescos matorrales de espinas y un par de leones que iban a la delantera. El resto de la tribu aprovechó esta gracia divina e inmediatamente cerró el círculo que dejaba a las gacelas sin salida, el difunto escaló el peñasco para observar la posición y encaminar un ataque más certero, pero al llegar a la cima una patada más fuerte que la que una gacela podría dar lo golpeó en la cabeza: la memoria. Reconoció en ese instante las orillas del camino que lo habría de llevar a su antigua aldea, por instantes su cabeza se giró para seguir el curso de la caza, pero pudo más la curiosidad del recuerdo, en sueños de parpadeo vislumbró la cara de su madre y sintió apremio por abrazarla, caminó hacia el sendero que lo llevaría de regreso a casa, acaso se volteó para avisar desde arriba que pronto los alcanzaría. Primero a trote y después caminando surcó las ciénagas y los pastizales que lo separaban de su antiguo hogar, a cada paso los recuerdos se acrecentaron e invadieron su cabeza hasta convertirse en emoción, deseos profundos de ver a su madre y quizá a sus hermanos. En poco tiempo había alcanzado las primeras chozas de la aldea que ahora eran más y estaban más afuera de lo se acordaba. Caminó lo suficientemente rápido como para ver pronto a su madre y lo suficientemente lento como para ver qué había cambiado y qué seguía igual en su aldea, en unos pasos más ya estaba ahí, le ladraron los perros, su madre abrió la puerta, la quizo abrazar.
Los tres hombres valientes que cavaban por doquier, bajo instrucciones de los jefes de la aldea y protección del mago, en el preciso lugar donde el difunto fue enterrado no encontraron nada, se les dijo que no era posible, que siguieran cavando, que buscaran hasta encontrar, pero el encontrar nunca llegó, se sugirió que el lugar estaba equivocado, pero no había duda de que el árbol de tronco anudado era el lugar definitivo, los vestigios de cualquier evento en el pasado había desaparecido, se le consideró al difunto entonces como un milagro, como evidencia de los favores divinos, la aldea se había portado bien y conducido por buen camino alardeó el jefe, se le soltó y apremió, el cuarto hijo pudo después de cinco años volver a abrazar a su madre.
- Epílogo -
El difunto vive de nuevo en la aldea, después de un par de días de estar en compañía de su madre quiso regresar a su tribu pero no la encontró, por más que intentó encontrar las huellas humanas o felinas y guiarse por ellas hasta alcanzarlos le fue imposible rastrearlos, ha intentado posteriormente, innumerables veces sin éxito regresar a la tribu que camina con leones, se ha perdido varias veces en su búsqueda y ha sido al cabo de un poco tiempo encontrado, derrotado y con una enorme sensación de frustración, el difunto llora y habla incesantemente de sus hijos y de su mujer, explica la gran valía que para él tiene la amistad con los leones. Nunca nadie ha escuchado hablar de tal tribu, mucho menos la ha visto, nadie conoce la lengua que él aprendió ni la relaciona con nada. Los leones que había en la región hace mucho que desaparecieron, mucho más de un lustro, si apenas su abuelo vió uno de niño, se dice que los que quedan merodean en las praderas de países muy distantes, y son salvajes y hay que tener cuidado con ellos. A veces se le encuentra sentado en el borde del peñasco de donde cayó, pensando, intentando encontrar respuestas, añorando lo perdido. Su madre teme que vuelva a caer o que con determinación se arroje al vacío, pero el difunto, después de todo llega siempre a la misma conclusión, una que le brinda una especie de alivio, antes de regresar a la aldea arrastrando los pies y con la cabeza gacha siempre profiere el nombre secreto de una deidad poderosa y extranjera, los nombres hídricos de su mujer e hijos y una alabanza en una lengua desconocida que significa “gracias”.
Tangente de "El cuarto hijo"
Los nombres hídricos Conformados evidentemente por partículas líquidas; quizá de construcción forzosamente onomatopéyica; se los enuncia por vez primera, se los deja fluir y al cabo aparecen húmedos, chasqueando de vitalidad, envueltos de rocío y reflejando enmarañada luz que danza sobre las superficies cuando se les toca con el Sol. Para comprobar su eficacia se repiten cientos de veces, si la sed desaparece es que los nombres funcionan y que son verdaderos, y entonces se procede a un rito cristalino. Se ha dicho que ahí donde los hombres tienen pintadas las caras de rojo y amarillo, y donde no hay compasión ni virtud que los haga llamarse hombres, es tortura de uso común el hacer a la víctima repetir los nombres hasta causarse el ahogo. Por su parte, se cuenta que los sabios de las perdidas tribus del sur, donde son los jefes los ciegos y los mancos (unos ayudando siempre a los otros), han apaciguado la sed de poblaciones enteras al conformar estanques, tan sólo multiplicando por cientos de miles su enunciación con ayuda de ecos fabricados por ellos mismos. Nombres hídricos multiplicados por ecos u otros espejos de sonido, que se adaptan a los fondos caprichosos de los diversos cuencos que se disponen y adoptan su forma, que con el Sol se evaporan y suben al cielo donde se pronuncian a sí mismos; y así llueve, y así se nutre la tierra, y así las gentes y todos los seres pueden vivir.
Quizá también así, cuando las gotas caen sobre los hombros y el torso desnudo del difunto, es que él recuerda a su mujer y a sus hijos. Hilos del preciado líquido descienden también por sus mejillas.
De acuerdo con un conteo extenso y a conciencia del transcurrir de los objetos celestes un lustro había pasado, el hijo muerto, el difunto, había un día entrado caminando por uno de los senderos laterales de la aldea que el olvido había cobijado. Su cuerpo se había convertido en el de un hombre y había sido colmado de músculos férreos y una altura estelar, cicatrices sobre cicatrices cubrían su torso y sus brazos, quizá una vetas en su cara enmarcaban de costado sus ojos, sus carnes habían sufrido incontables laceraciones que se adivinaría portaba con orgullo. Su mirada reflejaba el regalo (o el castigo) de la sabiduría y la madurez de un varón forjado con trabajo intenso y experiencia. Su cuerpo entero era lienzo de extraños símbolos y colgaban de él adornos similares a los de las aldeas más lejanas, donde las vestimentas locales han cubierto las partes íntimas y el idioma está contaminado de Francés. Había pasado caminando justo al lado de su propia tumba, ignorándola por completo, desdeñando el hecho de que ahí mismo se había acabado, por lo menos para la aldea, su propia existencia. Una flagrante violación a las leyes de una lógica antigua, que quizá también había sido cobijada por el olvido. Había sido visto con miedo, con angustia, también con terror, y las gentes del pueblo se habían encerrado a su paso y habían sólo mirado a través del refugio de sus propias puertas y ventanas. El hijo muerto, el difunto, caminó sin embargo hasta la puerta de la que había sido su casa. Desde la distancia la señaló, como para cerciorarse de que aún la recordaba perfectamente, con una sonrisa se felicitó y profirió una alabanza que en una lengua desconocida significaba “gracias”. Reconoció a los perros que merodeaban las chozas de la aldea, quizá faltaba uno o dos pero también había un par de canes nuevos que a pesar de sus ojos benevolentes le ladraban obstinadamente, reconoció la disposición de los árboles y los arbustos que rodeaban su antiguo hogar y se empapó de toda la alegría que se había acumulado en el depósito del tiempo, lloró lágrimas de de una solución muy similar a la sabia del Baobab que limpiaron en líneas descendientes su rostro de polvo y tierra. Al llegar, quizo abrazar a su madre quien abrió la puerta al entender de ladridos una situación no común, un visitante extraño quizá, pero ésta lo abofeteó y pidió a gritos auxilio, las gentes de la aldea, incluídos hermanos y otros familiares, lo rodearon con machetes y lanzas y de no ser porque profirió su nombre a gritos habría muerto (quizá por segunda vez) en ese mismo momento. La madre prefirió el desmayo y el resto de la aldea la petrificación, se le consideró un espectro cubierto por símbolos ilícitos, un demonio encerrado en un cuerpo de hombre, una completa distorsión de la realidad, una afrenta personal al orden establecido por los dioses encargados de la administración del lugar, se le rodeó y se le ordenó ponerse de rodillas, en un batir de alas de colibrí estuvo atado de pies a cabeza. Una vez recuperada la cordura y de cierta forma la sanidad, la madre recobró fuerzas, tomó agua y con esmerado sigilo se convenció de que era necesario acercarse al individuo que, acaso, no sólo clamaba ser su hijo, sino prácticamente un hombre que había vuelto de la muerte. La aldea esperaba con morbosa impaciencia su entrevista. No sólo la de una madre que no ha visto a su hijo en cinco años sino la de un vivo con un muerto. Mientras tanto, se dilucidó en una junta especial de los jefes de la aldea sobre la ardua tarea, no por la dificultad de la labor física sino por el peso moral de la profanación, de cavar nuevamente el lugar donde ese difunto que ahora se mostraba frente a todos como si nada había sido enterrado. Se hizo traer a tres de los hombres más valientes de la aldea, quizá previamente expuestos a los humos y a los poderes de hojas mágicas de los magos, y entregadas las herramientas se dieron a la tarea de abrir nuevamente lo que había sido cerrado, de desenterrar y traer del pasado al presente la evidencia de lo que ya había sido olvidado.
¡No había muerto! el difunto había jurado, había estado más que vivo todo este tiempo, es verdad, se había golpeado la cabeza fuertemente al caer, aún tenía la cicatriz, y se la tocaba, y se la mostraba al resto de la gente que presenciaba la entrevista, pero después de estar tumbado ahí en la maleza por largo tiempo una tribu que nunca había visto había aparecido y lo había socorrido, llevaban agua en unos depósitos que no conocía y le habían humedecido la herida de la cabeza con la misma mata con la que se fabrican las balsas y con lodo y lo habían hecho dormir frotándole unas hojas desconocidas en la frente, no recordaba nada durante el trayecto, pues lo habían transportado a otro lugar, tan sólo sabía que el camino había sido largo, quizá había durado días, el sol y la luna pasó sobre su cabeza por lo menos tres veces, pero en realidad no sabía, pues el tiempo que había transcurrido estaba entretejido con fibras de inconsciencia y caos, y repetía su nombre una decena de veces. Sólo recobraba un poco de cordura al tomar agua o mascar una solución hecha con flores secas que lo reanimaba gradualmente. Algo sí tenía muy claro, algo que se distinguía del resto de los recuerdos viscosos, ésta tribu caminaba con leones. Se desplazaba de un lugar al otro siempre en continua compañía de leones grandes y pequeños, en medio de la tormenta que golpeaba su cabeza podía verlos siempre a su lado, y aunque no tenía las fuerzas ni la coherencia necesaria para sentir miedo podía reconocerlos e incluso recordar su nombre, olerlos, escuchar sus bostezos cuando la tribu se detenía a descansar. Los hombres de esta tribu hablaban una lengua extraña pero dulce, armónica aunque acaso monótona, y habría jurado que el nombre del león en esa lengua era de un carácter sagrado, que se debía enunciar con respeto. Durante el trayecto, había reparado en las respiraciones de los leones a su lado, había detenido la mirada como hipnotizado, en su pelaje de ocre ondulándose con el viento y sus lenguas rugosas que trazaban sobre sus cueros la húmeda superficie de la higiene felina. Cuando hubo por fín despertado, los hombres de la tribu extraña se alegraron y le brindaron el sustento necesario para su total recuperación, abrazándose a ellos mismos le hicieron ver que los leones eran de su carne y que no había por qué temerles, de sus pieles pintadas de gris y cobalto colgaban esmeradas joyas y amuletos tal vez fabricados por dioses más poderosos que los suyos, el líquido que le hacían beber mitigaba el dolor, pero era también un brebaje que acrecentaba su lucidez y que le permitía observar con más detalle las apariencias. Seis docenas de ojos, humanos y felinos lo miraban amistosamente, no había necesidad de regresar a la aldea, se le consideraría perdido pero de pronto buscaría la forma de hacer saber que estaba bien, rodeado de todas esas cosas desconocidas que llenaban sus pupilas de maravilla no había forma de sentir urgencia en volver. No lo hizo.
De esa gente aprendió el idioma, las costumbres, aprendió la naturaleza del porqué de sus acciones y adoptó sus gestos, estableció vínculos con unos y otros y perfeccionó las habilidades que el grupo apremiaba. Con el tiempo su valor irreprochable se hizo necesario para obtener el sustento de su comuna, donde hombres y leones se desplazaban de alba al ocaso en busca de presas. Los unos discernían los elementos en la tierra olfateando para localizar a las presas, los otros fabricaban armas y herramientas, los primeros alcanzaban a la presa y la acorralaban, los otros tendían trampas y encendían el fuego, unos proveían al grupo del bien sagrado de la seguridad, otros hacían mezclas de plantas y raíces para curar enfermedades y sanar heridas, nunca hubo una sociedad simbiótica tan armónica, nunca sobre la faz de la tierra que nutre este Sol. De los leones aprendió el significado de una amistad libre de traición, espejo fiel de la naturaleza animal y modelo de los valores de la tribu. Mordiscos y arañazos (el motivo de sus mil cicatrices en la piel) no fueron más que las miles de horas dedicadas al juego con los leones. Y al cabo de otro lapso de tiempo se enamoró, y la aldea, ya de por sí olvidada se convirtió en un pedazo negro de carbón incrustado en las paredes de la cueva más oscura, quizá fue sólo la madre el diamante escondido dentro del carbón, aún precioso y de carácter inmutable. De la mujer gris y cobalto pendían gemas verdes que denotaban, si no su nobleza por lo menos su rango, y de ella tuvo dos hijos, les dió nombres hídricos acordes a su nueva tradición con el fin de conjurar el agua en esas regiones secas y donde la lluvia solo favorece a la tierra menos de una decena de veces por año. Los enseñó a no temer a los leones pero al mismo tiempo a no interrumpir su sueño o infringir ciertos límites impuestos previamente por las costumbres. Una pequeña sociedad nómada: pacífica y autosuficiente, en guerra sólo con el hambre cuando la tenían, con el frío de la noche, con los caprichos irreconciliables del tiempo. El difunto, quizá en su infancia, había soñado una noche de paz y calor vivir así.
Una gran cacería sucedería un día, al menos seis gacelas habían quedado atrapadas sin querer entre los límites de un peñasco (no la parte de arriba sino la inferior, amurallada de rocas infranqueables por las gacelas y quizá a la orilla septentrional del mismo peñasco por el que al difunto se le considera como tal) unos gigantescos matorrales de espinas y un par de leones que iban a la delantera. El resto de la tribu aprovechó esta gracia divina e inmediatamente cerró el círculo que dejaba a las gacelas sin salida, el difunto escaló el peñasco para observar la posición y encaminar un ataque más certero, pero al llegar a la cima una patada más fuerte que la que una gacela podría dar lo golpeó en la cabeza: la memoria. Reconoció en ese instante las orillas del camino que lo habría de llevar a su antigua aldea, por instantes su cabeza se giró para seguir el curso de la caza, pero pudo más la curiosidad del recuerdo, en sueños de parpadeo vislumbró la cara de su madre y sintió apremio por abrazarla, caminó hacia el sendero que lo llevaría de regreso a casa, acaso se volteó para avisar desde arriba que pronto los alcanzaría. Primero a trote y después caminando surcó las ciénagas y los pastizales que lo separaban de su antiguo hogar, a cada paso los recuerdos se acrecentaron e invadieron su cabeza hasta convertirse en emoción, deseos profundos de ver a su madre y quizá a sus hermanos. En poco tiempo había alcanzado las primeras chozas de la aldea que ahora eran más y estaban más afuera de lo se acordaba. Caminó lo suficientemente rápido como para ver pronto a su madre y lo suficientemente lento como para ver qué había cambiado y qué seguía igual en su aldea, en unos pasos más ya estaba ahí, le ladraron los perros, su madre abrió la puerta, la quizo abrazar.
Los tres hombres valientes que cavaban por doquier, bajo instrucciones de los jefes de la aldea y protección del mago, en el preciso lugar donde el difunto fue enterrado no encontraron nada, se les dijo que no era posible, que siguieran cavando, que buscaran hasta encontrar, pero el encontrar nunca llegó, se sugirió que el lugar estaba equivocado, pero no había duda de que el árbol de tronco anudado era el lugar definitivo, los vestigios de cualquier evento en el pasado había desaparecido, se le consideró al difunto entonces como un milagro, como evidencia de los favores divinos, la aldea se había portado bien y conducido por buen camino alardeó el jefe, se le soltó y apremió, el cuarto hijo pudo después de cinco años volver a abrazar a su madre.
- Epílogo -
El difunto vive de nuevo en la aldea, después de un par de días de estar en compañía de su madre quiso regresar a su tribu pero no la encontró, por más que intentó encontrar las huellas humanas o felinas y guiarse por ellas hasta alcanzarlos le fue imposible rastrearlos, ha intentado posteriormente, innumerables veces sin éxito regresar a la tribu que camina con leones, se ha perdido varias veces en su búsqueda y ha sido al cabo de un poco tiempo encontrado, derrotado y con una enorme sensación de frustración, el difunto llora y habla incesantemente de sus hijos y de su mujer, explica la gran valía que para él tiene la amistad con los leones. Nunca nadie ha escuchado hablar de tal tribu, mucho menos la ha visto, nadie conoce la lengua que él aprendió ni la relaciona con nada. Los leones que había en la región hace mucho que desaparecieron, mucho más de un lustro, si apenas su abuelo vió uno de niño, se dice que los que quedan merodean en las praderas de países muy distantes, y son salvajes y hay que tener cuidado con ellos. A veces se le encuentra sentado en el borde del peñasco de donde cayó, pensando, intentando encontrar respuestas, añorando lo perdido. Su madre teme que vuelva a caer o que con determinación se arroje al vacío, pero el difunto, después de todo llega siempre a la misma conclusión, una que le brinda una especie de alivio, antes de regresar a la aldea arrastrando los pies y con la cabeza gacha siempre profiere el nombre secreto de una deidad poderosa y extranjera, los nombres hídricos de su mujer e hijos y una alabanza en una lengua desconocida que significa “gracias”.
Tangente de "El cuarto hijo"
Los nombres hídricos Conformados evidentemente por partículas líquidas; quizá de construcción forzosamente onomatopéyica; se los enuncia por vez primera, se los deja fluir y al cabo aparecen húmedos, chasqueando de vitalidad, envueltos de rocío y reflejando enmarañada luz que danza sobre las superficies cuando se les toca con el Sol. Para comprobar su eficacia se repiten cientos de veces, si la sed desaparece es que los nombres funcionan y que son verdaderos, y entonces se procede a un rito cristalino. Se ha dicho que ahí donde los hombres tienen pintadas las caras de rojo y amarillo, y donde no hay compasión ni virtud que los haga llamarse hombres, es tortura de uso común el hacer a la víctima repetir los nombres hasta causarse el ahogo. Por su parte, se cuenta que los sabios de las perdidas tribus del sur, donde son los jefes los ciegos y los mancos (unos ayudando siempre a los otros), han apaciguado la sed de poblaciones enteras al conformar estanques, tan sólo multiplicando por cientos de miles su enunciación con ayuda de ecos fabricados por ellos mismos. Nombres hídricos multiplicados por ecos u otros espejos de sonido, que se adaptan a los fondos caprichosos de los diversos cuencos que se disponen y adoptan su forma, que con el Sol se evaporan y suben al cielo donde se pronuncian a sí mismos; y así llueve, y así se nutre la tierra, y así las gentes y todos los seres pueden vivir.
Quizá también así, cuando las gotas caen sobre los hombros y el torso desnudo del difunto, es que él recuerda a su mujer y a sus hijos. Hilos del preciado líquido descienden también por sus mejillas.
Sunday, March 15, 2015
A sus 55 años
El incesante goteo de una llave imposible de cerrar, donde cada gota compromete su individualidad para convertirse en una encharcada colectividad, sobre la tierra que implora su cese pero que secretamente añora su continuación. Es la única fuente que da de beber a una pequeña población en las faldas de la sierra. Un anciano ciego sentado en la banca de un parque que golpea sin parar, medio loco medio cuerdo, el suelo con su bastón. Que marca el tempo a una orquesta inexistente que con su música menea las hojas de un peral que lo cobija con su sombra y que lo hace mover los labios siguiendo la letra de una canción distante y muy antigua. Los sordos gemidos de una adolescente que hace por primera vez el amor. Gemidos fabricados de tibio aliento frutal, la dulce esencia que se desprende de un chicle de fresa masacrado por los pequeños y blancos dientes de una joven princesa. Su mano cerrada sobre un pilar de la cabecera, el borde de la cama que choca con el buró. El primer obrero en la construcción, el que llegó temprano y se ha puesto ya a martillar, metal sobre metal para clavar una cuña en la roca y para sembrar de ecos metálicos las calles empedradas de un pequeño barrio que aún no ha despertado. La marcha así avanza constante, los sonidos de las gotas al caer, el bastón del ciego al golpear el suelo, los gemidos de la adolescente y los martillazos del obrero, así quiso quizá una aburrida voluntad cósmica reunirlos en una efímera sesión parlamentaria, para hacerlos coincidir en un sólo sonido constante, un sólo batir intermitente, constituir deliberadamente el sonido de un corazón que late. Nunca nadie sabrá que fueron éstos los elementos que se tuvieron que juntar, y no el desfibrilador que usan los doctores sobre su pecho, para que a sus 55 años, el corazón de Alejandro González volviera a latir.
-epílogo- La efímera sesión llegó a su fin, el ritmo se rompió. Un niño abrió la llave para llenar una cubeta, al ciego le cayó una pera en el hombro que lo hizo interrumpir su melodía, la adolescente llegó al orgasmo, la cama no chocó más contra el buró, el obrero decidió que era tiempo de comenzar a preparar la mezcla, pero a Alejandro, en una cama de hospital, lo acompaña su familia y sus amigos, que entre bromas lo ayudan a tomar agua.
Saturday, August 16, 2014
Simplemente Nigel o El árbol de la vida
Nigel no se suicidó, ni desapareció, no sufrió ningún accidente ni se escondió, tampoco modificó su personalidad o alteró su apariencia física o su vestido de ninguna forma, tan sólo un día se transformó en un árbol. Fue a propósito, fue la forma más coherente que encontró para cumplir su cometido: no sufrir y desaparecer tajantemente de la escena social, tan aburrida y superficial, tan hipócrita y hostil, pero sin rendirse, sin mortificarse a él o a alguien más, o haciéndolo lo menos posible. Suicidio: vulgar y doloroso, hasta cierto punto macabro. Desaparición: triste, traumática, obsesiva. Modificación alguna de su persona: ridículo e ineficaz. Convertirse en un árbol: que forma más original y constructiva de decirle al mundo que se vaya al diablo. Evolucionar, transformarse de pronto en un ser superior, que no anhela nada y que lo tiene todo. Que tan sólo tiene que “estar” para ser feliz. Un día decidió no ir a trabajar, se quedó de pié en el centro del jardín mientras nadie estaba en casa y poco a poco sus pies se enraizaron tierra dentro, cuando sus hijos y esposa llegaron del colegio la transformación ya iba a la mitad. Ellos lloraron pero él alcanzó a decir que no tuvieran miedo, que estaba experimentando una sensación hermosa, más allá de sus expectativas, que había encontrado la respuesta que todos habían perdido, felicidad indescriptible, establa ciego pero ahora podía ver, estaba encadenado pero ahora era libre; sus brazos se volvieron ramas con hojas y hasta flores de diversos colores y su cuerpo entero se volvió un tronco áspero, rugoso y resistente. Al caer la noche la transformación terminó ante la vista asombrada de familiares, amigos y vecinos. Nigel está plantado en el jardín principal de su casa, da sombra diaria a la morada donde vivió, donde pasó su vida de humano. Su esposa e hijos lo extrañan en su formato original, el de padre humano muy cariñoso, aunque estresado y muchas veces depresivo, pero saben que él está ahí y que está mejor que como estaba, aunque de otra forma, en su jardín, y lo aprecian, y lo veneran, y lo celebran, y lo adornan con luces de colores, y están orgullosos de él. Nigel es feliz.
-Epílogo-
Muchos otros han intentado hacer lo mismo, pasan horas eternas de pie en los jardines de sus casas, parques y en los bosques, beben líquidos hechos con clorofila y comen mezclas de resinas con cortezas. Nadie más se ha convertido en un árbol, Nigel lo hizo sin revelar a nadie su secreto.
-Epílogo-
Muchos otros han intentado hacer lo mismo, pasan horas eternas de pie en los jardines de sus casas, parques y en los bosques, beben líquidos hechos con clorofila y comen mezclas de resinas con cortezas. Nadie más se ha convertido en un árbol, Nigel lo hizo sin revelar a nadie su secreto.
Sunday, August 3, 2014
Venerea realidad
Él sabía que las mujeres lo evitaban como a un hongo vaginal; aunque si fuera un hongo vaginal por lo menos estaría pegado a una vagina, así que al parecer ni a hongo vaginal llegaba. Sin embargo y por las dudas decidió un día untarse todo el cuerpo con Canestén.
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